En 1995, Argentina era otra. No solo por la convertibilidad o la pizza con champagne, sino porque lo digital todavía era una promesa. La palabra “interactivo” sonaba más a ciencia ficción que a algo cercano. Navegar por internet significaba ocupar la línea de teléfono, y lo más avanzado en formato digital eran los CD-ROM: aunque la Enciclopedia Interactiva Encarta (bisabuela de Google) ofrecía todas las respuestas, nadie imaginaba que pudiera usarse con la música, y mucho menos con el rock.
Pero apareció Jorge Codicimo, un estudiante de diseño gráfico de 23 años, y no le importó demasiado si la industria estaba lista para dar ese salto a la locura y junto a su amigo y compañero de carrera, Nicolás Bernaudo, metió un disco de rock dentro de una computadora. No solo había audio sino también imágenes, videos y secretos. Centrados en una pirámide, se podía explorar Desierto, el nuevo disco de Los 7 Delfines, como si fuera un videojuego místico.
Inspirado —y en parte legitimado— por el atrevimiento de David Bowie, que ya había lanzado un CD-ROM interactivo en el hemisferio norte, pensó: ¿Por qué no intentarlo acá? Y se lo propuso a Richard Coleman, quien le había encargado el arte de tapa del nuevo disco. “Podemos hacer que, además del disco, haya una tecnología que te permita mezclar datos y audio”, le dijo al músico. A los pocos días, ya estaban imaginando cómo convertir Desierto en el primer álbum de rock de América Latina en ese formato. Veinticinco años después, el mismo espíritu terminaría moldeando la estrategia digital del Teatro Colón durante la pandemia.
El delirio del CD-ROM y una pirámide en medio del desierto
A mediados de los 90, Jorge y Nicolás trabajaban con Los 7 Delfines y les habían encargado idear el arte de tapa. En ese momento, su camino se cruzó con la innovación de Bowie, y presentaron la idea a los músicos en los estudios de Del Cielito Récords, un lugar donde había algo más que humo de cigarrillos y el ruido de cintas adhesivas sujetando posters de bandas en las paredes. Allí se respiraba curiosidad, pero también algo de miedo ante cada avance tecnológico.
“Gustavo Gauvry, el dueño del sello, le tenía terror a mezclar un track de datos con el audio del CD... temía que se rompieran los equipos”, recuerda Codicimo sobre la primera reacción al plantear la idea de un material inédito. No era paranoia: “¡Imaginate lo que era la tecnología en ese entonces! La gente pensaba que si metías un CD-ROM en una compactera, se podía romper”, compara con aquellos años.
Ante esa duda, y sabiendo que no todos los fans contaban con una lectora adecuada, la solución fue casi salomónica: lanzaron dos versiones. Una con el formato moderno y el track de datos —que, según las reglas tecnológicas de entonces, debía ir como pista número uno— y otra versión tradicional, solo con el audio. Así no solo calmaron los temores, sino que generaron un impacto inesperado y la novedad tuvo una gran repercusión en la prensa.“Nos convertimos en los primeros en lanzar un CD-ROM de rock en América Latina”, recuerda Codicimo.
Así, Los 7 Delfines y su equipo gráfico lograron fusionar tecnología y música, transformando el disco Desierto en una experiencia casi mitológica por descubrir. Inspirados por el título, crearon una pirámide digital en la que los usuarios podían explorar videos ocultos de la banda, interactuar con elementos como instrumentos que sonaban al tocarlos, escuchar a los músicos contar detalles del disco, o incluso encender una radio para que sonara música. En una parte del recorrido, se encontraban unas radios donde al clickear se escuchaba a algunos conductores presentar los temas del disco, entre ellos Mario Pergolini, Juan Di Natale, Conrado Geiger. No fue todo: los fans podían leer las letras de canciones como Cábalas, Secreto y Flores negras.
Pero no todo fue entusiasmo. “Hasta ese momento, la tecnología y lo nerd no se llevaba bien con el rock”, recuerda Codicimo sobre las primeras impresiones tanto del público como de algunos músicos. El mismo líder de la banda no estuvo de acuerdo cuando le contaron la idea: “¿Es como un jueguito? ¿Y yo qué voy hacer?... ¿Voy a estar, así, moviendo una banderita?”, indagó desconcertado. Pero cuando supo que su ídolo David Bowie ya había experimentado en ese formato, se animó y entre resistencias y risas, el proyecto avanzó.
“Filmamos a los músicos contando algunas cositas del disco y estuvo muy bueno”, revive. Pero hacer todo eso en 1995 no fue tarea fácil: debían encontrar quién tuviera una placa capturadora de video (algo muy raro para el mercado argentino de entonces) y transformar el material grabado en un archivo compatible con las primeras computadoras multimedia.
Una vez logrado, el CD-ROM fue presentado en ferias de tecnología, donde se cruzaban diseñadores, melómanos y visionarios. También viajó con la banda a Colombia, cuando Los 7 Delfines tocaron en Rock al Parque, un festival masivo aún vigente. Pero esta vez no solo llevaban guitarras, también contaban la experiencia de haber lanzado un disco que se exploraba mientras se escuchaba. “Nosotros viajamos también para contar nuestra experiencia de llevar la música a un nuevo soporte”, recuerda Codicimo.
Aunque nunca fueron una banda que convocara a millones de fanáticos, sí tenían un público fiel. “Siempre fueron una banda de culto, como Coleman, que es músico super respetado en el mundo del rock, el público le tiene respeto, pero nunca fue mainstream”, explica Jorge. Tal vez eso les dio libertad para animarse a algo impensado en la industria.
Ahora, volviendo la vista atrás mientras repasa esa parte de su historia, asume: “Era como librar una batalla contra una tecnología que recién empezaba”. Y sí: lo hicieron desde Buenos Aires, sin banda ancha, sin placas integradas de audio, con más intuición que manuales, y con el vértigo de saltar al vacío. Todo era prueba y error, desde las capturadoras de video hasta las máquinas sin placa de sonido. Pero la voluntad de empujar los límites estaba ahí. “El aporte fue ese. Lograr unir el mundo del diseño, de la tecnología y la innovación sumado a la música, y lograr un producto que no fuera visto solamente por ‘la gente de las computadoras’, como les decían a los nerds”.
Lo que parecía una rareza de laboratorio terminó dejando una huella más profunda de lo que nadie imaginaba. Ese cruce entre lo técnico y lo emocional, lo digital y lo artístico, marcaría para siempre la carrera de Codicimo. Aunque entonces no lo sabía, la lógica de conectar mundos que parecían inconexos volvería a emerger muchos años después, en un escenario tan inesperado como simbólico: el Teatro Colón, en plena pandemia.

El mismo salto, en otra época
Para Jorge, la pandemia no fue solo una pausa en lo laboral: fue un déjà vu. El mismo vértigo que había sentido décadas atrás, al meter un disco de rock dentro de una computadora, volvió en 2020 con otros nombres, otras urgencias, pero el mismo motor: hacer que la tecnología y el arte dejen de ser mundos separados.
Esta vez, el objetivo era mucho más ambicioso: ayudar a digitalizar y sostener una de las instituciones culturales más importantes del país… con las puertas cerradas. Jorge no había dejado de innovar en esos 25 años. Desde los 18 trabajó en el ámbito de la cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y entre 2016 y 2022 fue director de Comunicación Institucional del Teatro Colón. En paralelo, desde 2004 inició su carrera docente en la UBA, la Universidad de Palermo y la Escuela Superior de Creativos Publicitarios, donde sigue enseñando. Su recorrido construyó un perfil poco común, el de un diseñador con visión estratégica, sensibilidad artística y experiencia en políticas culturales.
“Me tocó ‘mudar’ el escenario del Colón al ámbito digital durante la pandemia”, dice, con una mezcla de vértigo y orgullo. El salto tecnológico fue radical: conciertos en streaming, recorridos interactivos por el edificio, contenidos pensados para redes sociales y YouTube. Pero más allá de la plataforma, lo que guiaba todo era esa misma convicción de los 90: contar historias, no solo mostrar archivos. “Lo que nosotros aprendimos en el mundo del rock era que no alcanza con poner una cámara y transmitir. Hay que emocionar, hay que generar experiencia”, explica. Y así como antes una pirámide digital escondía canciones, ahora era el propio Teatro el que se abría como un laberinto virtual para ser explorado desde las casas que se llamó Casas de Ôpera.

La experiencia fue tan potente que fue presentada por Codicimo en el Beijing Forum for Performing Arts de China, y luego reconocida como caso de buenas prácticas por Ópera Europa, la organización que nuclea a los teatros de ópera europeos, y también por OLA, su par latinoamericano. Lo que parecía una rareza de laboratorio noventoso se había transformado, con los años, en un modelo de referencia global.
Hoy, Jorge dirige su propio estudio, Random Bureau, una agencia boutique que trabaja con clientes tan diversos como entidades culturales, empresas de tecnología o la industria de la moda. “Random, como nuestra manera de ver el mundo: con cruces inesperados, pero siempre con narrativa”, resume. Y aunque los tiempos hayan cambiado, la idea sigue siendo la misma: contar historias en pantallas, con diseño, emoción y una buena dosis de riesgo creativo.
“Si te fijás, fue lo mismo. Hacer que lo digital no sea solo una réplica de lo físico, sino otra cosa, con su propia narrativa”, dice. Y ahí está, quizás, el verdadero legado de aquel delirio noventoso: haber sembrado una forma distinta de pensar la tecnología, no como herramienta, sino como aliada para contar, emocionar y crear.
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