A sangre y fuego: los impactantes detalles del feroz combate que protagonizó un grupo de soldados en la defensa del Regimiento 29

Hace 50 años el grupo Montoneros atacó el regimiento formoseño en una operación que provocó una veintena de muertes. Fue una tenaz resistencia de los soldados conscriptos. Muchos de ellos aún esperan un reconocimiento por lo que hicieron ya hace medio siglo

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Cuando todo terminó. Un hombre
Cuando todo terminó. Un hombre yace muerto dentro del regimiento atacado por el denominado ejército montonero

En ese domingo tranquilo y caluroso, lo que inquietaba a los soldados formoseños, criados en la espesura del monte, era una mula que lloraba, señal de mal augurio. El animal, con su lamento, anunciaba que alguien moriría ese día.

El Regimiento de Infantería de Monte 29 “Coronel Ignacio José Warnes”, de Formosa, fue creado en diciembre de 1944 y está situado en la periferia de la ciudad capital, entre el riacho del mismo nombre y las vías del Ferrocarril General Belgrano.

Tal fue la magnitud del hecho que los formoseños que peinan canas recuerdan qué estaban haciendo aquel 5 de octubre de 1975. Quedó marcado a fuego en la historia de la provincia.

El frente de la guardia
El frente de la guardia central, donde hubo duros enfrentamientos

Lo que sigue es una reconstrucción de lo protagonizado en esos treinta minutos de combate a partir de los testimonios que los soldados veteranos brindaron a la justicia en 2016 para el reconocimiento que reclaman. Hubo muchas otras acciones de oficiales, suboficiales y soldados, que ameritarán futuros textos.

Fueron varios hechos, muchos de los cuales sucedieron al mismo tiempo y puede que no se haya respetado una cronología, ya que en pocos minutos pasó demasiado en varios puntos del cuartel.

Ese domingo el subteniente Jorge Ramón Cáceres -a cargo de la custodia del cuartel y del barrio militar- había ordenado que hiciesen un asado para los oficiales y suboficiales, y que estuviera listo para las 12. El asador fue el soldado Rogelio Mazzacotte, quien esa madrugada había vuelto de su franco. Era de Pirané y se ganaba la vida como changarín en una fábrica de tanino. Los soldados comieron fideos con estofado y después fueron a jugar al fútbol.

Hermindo Luna, con sus hermanos.
Hermindo Luna, con sus hermanos. Es el primero desde la izquierda. Murió ametrallado cuando se negó a rendirse

Se tenía la sospecha de que algo podía ocurrir, que se acrecentó por la presencia inesperada en el cuartel del soldado Luis Roberto Mayol, que estaba de franco. El santafesino Mayol había llegado castigado del Batallón de Arsenales 121, era estudiante de Derecho y todos conocían sus simpatías por los montoneros. Apareció con la excusa de buscar un pullover que se había olvidado y que temía que se lo robasen. Lo dejaron entrar y, de mal modo, Cáceres le ordenó que abandonase el cuartel cuanto antes.

Los montoneros habían secuestrado el vuelo 706 de Aerolíneas Argentinas que iba de Aeroparque a Corrientes, y lo desviaron al aeropuerto El Pucú, de Formosa. Allí balearon a Neri Argentino Alegre, policía de tránsito. Era el inicio de lo que los montoneros, que estrenaban uniforme, de color azul, dieron en llamar “Operación Primicia”. El ataque sería coordinado por Raúl Clemente Yaguer, “Roque”, número cuatro en la línea de conducción montonera.

Rogelio Mazacotte en la actualidad.
Rogelio Mazacotte en la actualidad. Continúa viviendo en Formosa y, junto con sus compañeros del servicio militar, mantiene viva la memoria de lo que vivió en octubre de 1975

La Compañía Comando actuaba como retén, esto es, una dotación de 22 soldados que tienen la misión de vigilar y de reaccionar en caso de ataque. En total, ese día había 110 soldados, de acuerdo a los registros oficiales del Ejército.

En el Puesto 2, Ramón Medina estaba solo. Había reemplazado a su compañero Ayala. Cuando a las 16:10 le negó el ingreso al soldado Mayol, quien pretendía entrar nuevamente al cuartel, aquel sacó un arma y lo golpeó fuertemente en la cabeza. Luego de quitarle el fusil le dijo que nada le pasaría. Por ahí ingresaron tres vehículos que fueron hacia la Compañía A y al Casino de Suboficiales; otro a la Compañía Servicios, y dos se posicionaron frente a la guardia. Alberto Flores, tirador y auxiliar en la sala de armas, desde el Puesto 1 vio cómo esos vehículos tomaban posición, mientras dos individuos se dirigían hacia donde descansaban los soldados. De otro transporte se bajó gente que enfiló hacia la oficina de radio.

El soldado Ricardo Valdéz, que entre las 8 y las 14 se había ocupado de la ametralladora ubicada al pie del mástil, estaba en la habitación de descanso de la guardia, un ambiente de 3 por 5 metros con quince camas cuchetas sin los colchones, junto a sus compañeros Mazzacotte, Soto, Vega, Landriel, Sosa, Ruiz Díaz, Giménez y Silva. El jefe de guardia era el sargento primero Juan Carlos Saldarini.

Ricardo Valdez, uno de los
Ricardo Valdez, uno de los conscriptos que salió ileso y que fue distinguido por su comportamiento durante el ataque (Facebook "Unidos como en Malvinas", FM 88.1)

Es donde habría el mayor número de muertos.

Cuando vieron a gente sospechosa, vestidas de camperas azules y de pantalones vaqueros, el cabo primero Tissera –uno de los mejores tiradores del regimiento- le ordenó al soldado Flores que cargase su fusil y se lo diera al sargento ayudante Aguilar. Flores no se percató que el arma no tenía el seguro y se le escapó un tiro. Inmediatamente, se escuchó los gritos de los atacantes: “¡Montoneros, patria o muerte!” Tissera fue corriendo en dirección del mástil. Comenzó a disparar la MAG, que había sido corrida a propósito por Cáceres luego de la extraña visita de Mayol. El cabo primero lograría inutilizar vehículos de los atacantes, menos dos que estaban fuera de su ángulo de tiro.

Tres montoneros llegaron al grito de “¡Ríndanse carajo, que la cosa no es con ustedes!” y acribillaron la puerta. Los soldados se tiraron cuerpo a tierra. A los atacantes les extrañó que los conscriptos desobedecieran la orden de rendición.

María Cástula Enciso, 95 años,
María Cástula Enciso, 95 años, es la mamá del soldado Marcelino Torales, junto al padre Epifanio Barrios, capellán castrense

Uno de ellos, Daniel Quintana, tirador de la compañía A, también descansaba en la guardia cuando vio cómo Juan Carlos Torales, desde arriba de un armario de hormigón, le pegaba un tiro en el pecho a un montonero que intentaba correr el mosquitero de la ventana. Torales había tenido la oportunidad de exceptuarse de cumplir con el servicio militar por su baja estatura, pero pidió hacerlo. Murió de cáncer hace unos años.

En ese momento se sintió una fuerte explosión de una granada dentro y todos se tiraron al piso. A Quintana, un proyectil que rebotó en la pared lo hirió en la región lumbar. Se desmayaría camino al hospital.

Testimonio de la violencia. Los
Testimonio de la violencia. Los impactos de bala hechos por los atacantes

Paulino Sosa, todo blanco salpicado por el revoque que levantaban los impactos de los proyectiles, vio cuando Marcelino Torales, un albañil de Formosa capital que soñaba con un futuro de cantante como Sandro, abrió la puerta y cayó para atrás por un disparo, arrastrando a Severino Soto, y quedó encima suyo, mientras que Félix Rosa Ibáñez era herido en la región maxilar.

Valdéz no lo pensó dos veces. Se tiró con los pies para adelante, cerró la puerta, aferrando sobre su pecho el FAL y todos los que estaban dentro usaron sus pies y hombros para trabarla.

Los montoneros trataron de confundirlos, porque les gritaban “¡Salgan, cobardes, que acá los subversivos nos están matando a todos…!”

En el regimiento están señalizados
En el regimiento están señalizados los lugares donde cayeron los soldados

Mazzacotte, que no podía entender cómo un paisano le podía disparar a otro, fue herido en el estómago y vio tendido a su compañero Arrieta, que había sido el primero en caer. Murió de un tiro en la cabeza, sentado en su puesto de trabajo de telefonista. No tenía arma y con su cabeza levemente recostada, parecía dormido.

Mazzacotte, aún herido, salió a combatir y recibió otro disparo en el abdomen y en su pierna. Aún así llegó a la línea de los árboles y contestó el fuego.

Una esquirla de granada hirió en la zona lumbar a Fausto Landriel y un tiro en el lado derecho del pecho. No pudo hacer disparar su fusil porque le falló el cerrojo. También quedó herido Félix Bernuj. El soldado Ignacio Silva no pudo precisar en qué momento le dispararon. Dejó de combatir cuando ya había perdido mucha sangre y el dolor lo venció.

En el relato que escribieron
En el relato que escribieron los montoneros y que publicaron en su revista Evita Montonera, se sorprendieron de la resistencia y el valor de los soldados que defendían el regimiento

Salieron a tomar posición en dirección a la pista de combate y también apuntando hacia la guardia, al ver que los montoneros la copaban. Quintana, aún herido, pudo correr y a su lado lo hacía Soto, con sus ropas manchadas con la sangre de Torales.

Al encontrar la guardia solo con heridos, siete montoneros dispararon contra los soldados que estaban escapando del lugar. Para ellos su posición sería una trampa mortal: fueron abatidos por el fuego cruzado de los defensores.

El último en salir de la guardia fue Paulino Sosa y vio desangrarse y gritar hasta morir al soldado Salvatierra, herido en el cuello y en el pecho. Lo último que dijo este bombero y peón de campo fue a Cáceres: “Mi subteniente, le cerramos la puerta…”.

Fue cuando vieron caer al soldado Villalba de un tiro en la cabeza cuando estaban parapetados en un zanjón. Al que más lo impactó fue a Luciano Vega, que estaba a su lado y que había visto morir a su compañero Coronel, con un disparo similar. Coronel era un bicicletero de Clorinda que había aceptado cambiar el franco con un compañero.

Edmundo Sosa con su mamá
Edmundo Sosa con su mamá Catalina eran inseparables y a ambos les gustaba el baile y las fiestas (Mariana Sosa)

Aníbal González, que era apuntador de FAP, saltó por la ventana y aún con un disparo en su mano, corrió junto a sus compañeros para combatir. Ezequiel Albornoz, tirador de la Compañía A, en medio de una humareda, se encontró al sargento Medina y al sargento ayudante Aguilar. Medina le ordenó que fuera en dirección a la Compañía Comando, y cuando cruzaba el playón, recibió fuego de los edificios. Junto al subteniente Cáceres disparó desde detrás de un árbol. Intentaron llegar al Puesto 2 para bloquearles la huida pero llegaron tarde. Cáceres terminó con un tiro en la pantorrilla y le costaba caminar.

Héctor Lenarduzzi, quien también vio cómo Torales mataba al terrorista que intentaba abrir la ventana, corrió con compañeros en dirección a un muro cercano y escuchó que alguien gritaba “¡Se escapan!”, señalando un camión de reparto de Coca Cola. Todos concentraron el fuego en el vehículo.

Víctor Sanabria con su esposa
Víctor Sanabria con su esposa Dora Alba Medina

Lo primero que hizo Mayol cuando entró a la guardia fue buscarlo al subteniente Cáceres, que ese día lo había tratado mal, y quería vengarse. Recorrió los pasillos hasta que estuvieron frente a frente. Ambos dispararon pero sus pistolas no respondieron. Pelearon y Mayol escapó para guiar a los suyos hacia el depósito de armas.

Mientras tanto, Simión Colman estaba junto a Benítez en el Puesto 6, y corrió a la casa del teniente coronel Andrés Plechot, segundo jefe del regimiento, a informar lo que ocurría.

Nicolás Giménez, abastecedor de ametralladora de la compañía A, mientras su relevo Torres descansaba en el reparo de la galería, estaba de guardia en el puesto 8, que cubría el portón del casino de oficiales. Se sorprendió al ver cómo vehículos entraban por el Puesto 2, y cuando siete terroristas tomaron posición, abrió fuego sobre ellos.

El ataque al Regimiento de
El ataque al Regimiento de infantería de Monte 29 fue el primer atentado guerrillero en Formosa

Esa mañana, en la cuadra, se había dispuesto colocar el armamento en el centro. Afuera, los conscriptos Mendoza y Dellagnolo se cortaban el cabello entre ellos. Los atacantes enviaron allí al Pelotón 5, integrado por cinco hombres, para neutralizar al retén.

Antonio Vergara vio cuándo Salinas fue herido cuando intentó tomar un fusil y Dávalos, que había llegado corriendo vestido con su ropa del fin de semana, caía muerto. Florencio Mendoza alcanzó a ver una camioneta verde y blanca que iba hacia la compañía Comando, y cuatro vehículos más que iban hacia las otras compañías. Vio bajar a unos quince terroristas.

Cuando los montoneros entraron a la cuadra, no se percataron del soldado Cabrera, que estaba a unos seis metros, a sus espaldas. Intentó, sin suerte, disparar tres veces su fusil, pero la munición estaba defectuosa. Los cartuchos tenían impreso el año “1953”.

Justino Villagra, que era radio operador y que ayudaba al sargento primero Víctor Sanabria en la Radio Estación, no podía ver nada en la cuadra, porque se había llenado de humo. Alcanzó a distinguir a dos hombres que repetían “¡Soldados, entréguense!” y se ocultó debajo de una cama. Pero Juan Carlos “el topo” Morinigo, que se ganaba la vida como fletero y era simpatizante de la Juventud Peronista, tomó un fusil y abrió fuego, lo que impidió que los montoneros se llevasen las armas que allí había. Alentaba a sus compañeros a disparar, se dirigió al baño y desde la ventana disparó a una camioneta verde de los atacantes. Terminó con un tiro en el brazo.

Los 13 caídos que murieron
Los 13 caídos que murieron defendiendo el regimiento, esa tarde del 5 de octubre de 1975

Mientras tanto Sanabria, de 32 años, cuando forcejeaba con un montonero, otro lo mató de una ráfaga de ametralladora. En la secuencia de los hechos, Sanabria es considerado el primer caído.

En la confusión, el soldado Biglieri logró escapar en busca de ayuda pero fue tomado prisionero en la puerta de la compañía B.

Para Ricardo Dellagnolo, las cosas pasaron demasiado rápido: escuchaba por radio el partido entre River y Cipolletti, y Hermindo Luna lo llamaba porque era tiempo de ser relevado de su puesto de cuartelero. A Luna le correspondía estar de franco, pero como no tenía dónde ir, se lo cambió a un compañero por unos pesos.

Dellagnolo vio entrar una camioneta con subversivos y, sin armas, corrió a la enfermería y lo puso sobre aviso al sargento Rodríguez. Luego se refugió en el lavadero, entrando por la ventana.

Cartel que señala los sitios
Cartel que señala los sitios donde murieron cada uno de los soldados

Francisco Molina presenció cómo le disparaban a Luna luego que éste gritase “¡Acá no se rinde nadie, mierdas!”. Para él, es su héroe. Los terroristas repetían que con ellos no era la cosa. Cuando mataron a Dávalos, un proyectil entró por la ventana e hirió en el hombro a Ricardo Montenegro, guía de perros de guerra, quien buscó refugiarse en el baño y se desmayó. Se despertaría al día siguiente en el hospital. Su compañero Obdulio Vergara fue el que lo sacó de ahí.

Luna yacía moribundo en la entrada del baño, y con unas sábanas intentaron contener sus intestinos, mientras imploraba que lo matasen porque le dolía mucho. A Cabrera, que le sostenía la cabeza, se lamentaba “mi furriel, miren lo que me han hecho…”

Silverio Molina hacía instantes hablaba como sin nada con Morinigo cuando, a puro reflejo, al escuchar las detonaciones, tomó un fusil y disparó hacia afuera.

Los montoneros arrojaron una granada dentro de la cuadra. Quirino Salinas, que era apoyo en la sección comunicaciones, fue herido en un brazo y una pierna, junto a Molina y Vergara se refugian en la habitación del suboficial de semana y José Domingo Medina hizo lo propio en el baño, luego de conseguir un arma.

Acto al cumplirse los 44
Acto al cumplirse los 44 años. Con la presencia del presidente Mauricio Macri, quien había firmado el decreto de reconocimiento para los familiares de caídos y los heridos

El estafeta Rodolfo Fariña corrió al baño y se ocultó en los piletones con sus compañeros Morinigo y Montenegro. Cuando vieron al cabo primero Medina, se sumaron a la persecución de los montoneros, corriendo en dirección al riacho, pero cuando alcanzaron ese punto, ya habían huido.

En el medio Domingo Basualdo, que en el ataque estaba en la caballeriza, vio pasar a un rastrojero similar al que usaba el salesiano José Lima, el cura de la unidad. Detrás otros vehículos se dirigían al casino de suboficiales. Cuando escuchó “¡Salgan cobardes!” corrió a la compañía comando. Lo impresionó ver el cuerpo de Luna.

En la Compañía A el soldado Edmundo Sosa yacía muerto en la entrada por un disparo de Itaka. El subteniente Massaferro, que estaba en el detall, había atinado a sacar su arma, pero un escopetazo a quemarropa le impactó en la cabeza. Mateo Amarilla se preparaba para ir a la farmacia a comprar remedios cuando empezó el ataque. Al asomarse se encontró con los cuerpos de Massaferro y de Sosa. Quedó en shock al verlos, con los que había hablado hacía instantes.

El subteniente Massaferro, como abanderado.
El subteniente Massaferro, como abanderado. Según contó su hermana Alejandra, había pedido ser destinado al Regimiento 29 (Alejandra Massaferro)

El día anterior Massaferro había escrito una carta a su familia, lamentándose por la muerte de su amigo y compañero de promoción subteniente Berdina, en el monte tucumano, al punto que deseaba que lo enviasen a esa provincia.

Los atacantes que fueron a la Compañía Comando repitieron el procedimiento: arrojaron dos granadas y cuando el cuartelero se negó a rendirse, lo mataron.

Alfredo Rojas, jefe de equipo de sección de la compañía B era auxiliar de semana y mientras leía una revista, lo sorprendieron el estampido de disparos. Corrió a la puerta de la compañía y en el momento en que le dijo a su compañero Martínez que tomase su fusil, dos montoneros los redujeron.

César Ginés, oriundo de Clorinda, era furriel de la compañía B. Tuvo el peor despertar de la siesta, cuando se percató que un montonero le estaba apuntando. Junto a otro soldado los llevaron a la galería. “Si ustedes se portan bien, no pasa nada”, quisieron tranquilizarlos, según relató Gabriel Orué. Luego de ordenarles acostarse boca abajo, les arrojaron una granada que por milagro no detonó.

Hermindo Luna quedó como el
Hermindo Luna quedó como el símbolo de resistencia, y su actitud causó admiración entre sus compañeros

En ese momento el soldado Aveiro se hizo de un FAL, se lo alcanzó al dragoneante Rojas y concentraron el fuego hacia la compañía comando y servicio, que veían que estaba siendo atacada.

En algún momento, vieron a Mayol, herido, que se arrastraba hacia un árbol llevando una ametralladora MAG. Lo reconocieron por sus pantalones marrones. Todos le dispararon y no se volvió a mover. Los soldados usaron esa ametralladora contra los atacantes.

En el casino de suboficiales, dos montoneros arrojaron dos granadas, pero solo una detonó. Ignacio Antonelli era mozo, vio caer a los soldados Sánchez y Avila, se encerró en el depósito de víveres, y los terroristas tiraron una granada contra la puerta. Antonelli quedó herido en sus dos piernas. Cuando quiso salir a combatir, había perdido mucha sangre y no se pudo mover.

El cabo primero Orué y otro suboficial lograron escapar por una ventana y se dirigieron al Puesto 10. En la carrera tomaron un fusil y dispararon contra los montoneros que querían forzar la puerta del depósito de arsenales. Lograron dispersarlos.

El teniente primero José Luis Bettolli, que estaba en su casa del barrio militar, fue al Puesto 1 y como oficial de mayor jerarquía (también sería veterano de Malvinas), resolvió ponerse al frente de la recuperación del cuartel y se sorprendió el panorama que se encontró a medida que avanzaba.

La urna con las cenizas
La urna con las cenizas de Massaferro, lista para emprender el último viaje a la unidad en la que murió defendiéndola (Alejandra Massaferro)

A Hipólito Cabrera, barman del casino de suboficiales, ese día estaba de turno. Recibió cinco tiros y pudo cubrirse dentro de la cantina. Y el soldado Cirilo Campuzzano, apoyado en una vitrina, hizo puntería contra un montonero que entraba. En la creencia de que la unidad había sido copada, pudo salir de la unidad para pedir ayuda.

Antolín Benítez recuerda que de la galería que rodea la enfermería de la compañía comando y servicios, se escuchaba una música que venía de una radio hasta que todo se le trastocó cuando cruzó a los soldados Dellanolo, Peña y Gómez, que iban en dirección a la compañía comando, porque habían visto una camioneta de la que bajaban terroristas. Al grupo se unió el cabo primero Pérez y otros soldados.

El cocinero Gregorio Giménez estaba en su lugar de trabajo cuando escuchó una fuerte explosión cerca de la garita de gas. Como estaba desarmado, atinó a ocultarse en el baño. Al salir, vio el cuerpo de Sánchez, mozo del casino, y a Dávila, mal herido. Catalino Peña, auxiliar del depósito de víveres, permaneció cuerpo a tierra, tal como se lo había ordenado el sargento primero Ramírez.

Galeríka de la Compañía Comando
Galeríka de la Compañía Comando y Servicios y la señalización de donde cayó un soldado

Oscar Chena era auxiliar de cocina en el casino de oficiales. Ese día estaba de franco pero Massaferro le había pedido que fuera al cuartel a llevarle unos recibos, que debía presentar al día siguiente. Estaba charlando con un compañero de la Compañía Comando cuando empezó todo.

Vicente Alvarez, tirador de la compañía B, estaba en su casa de franco, en Clorinda. Cuando se enteró del ataque, en tres horas estaba en el cuartel, y fue asignado a custodiar el sector norte.

El cura de la unidad, José Lima, un hombre entrado en años, colaboró en llevar al hospital de la capital en su castigado rastrojero, a los heridos, sumándose a la caravana de ambulancias y camiones.

El saldo fue de 12 efectivos muertos: subteniente Massaferro; sargento Víctor Sanabria, y los soldados Antonio Arrieta, Heriberto Avalos, José Coronel, Dante Salvatierra, Ismael Sánchez, Tomás Sánchez, Edmundo Sosa, Marcelino Torales, Alberto Villalba y Hermindo Luna. La víctima número 13 fue el policía Neri Argentino Alegre, al que mataron en el aeropuerto. Su esposa era enfermera y ella se entera de la muerte del marido en el hospital. Hubo, además, 19 heridos. Los montoneros tuvieron 12 fallecidos.

Ese mismo octubre de 1975 siete soldados fueron distinguidos “por su valor y arrojo”, con medalla, diploma y la baja. Ellos son Valdéz, Flores, Caballero, Torales, Trinidad, Campuzzano e Indalecio Guzmán, a quien nunca lo volverían a ver y que se enteraron de su muerte por su viuda.

En 2010 comenzaron a llegar al Congreso proyectos para reconocer a los familiares de los caídos, los heridos y de los que salieron ilesos, aunque Ibáñez sostiene que después de un combate de esas características “ninguno termina ileso, ninguno va a quedar normal”.

Días antes de dejar el gobierno, Mauricio Macri firmó el Decreto 829 de Necesidad y Urgencia reconociendo indemnizaciones a familiares de los caídos y para los que habían sufrido heridas “gravísimas o graves”. Pero durante la gestión de Alberto Fernández no hubo voluntad política de hacerlo cumplir. Será a través de la Resolución 1023 de octubre del año pasado que el gobierno efectivizó el reconocimiento. Solo resta que se contemple a la totalidad de la dotación que defendió el cuartel, atacado durante un gobierno democrático.

De igual forma, resta que quede establecido por ley que este hecho sea incorporado formalmente a la currícula escolar provincial, y no quede como una mera efeméride a consideración del docente.

El 7 de octubre la novia de Massaferro -hija de un oficial de Ejército- recibió una carta que el subteniente había escrito el día anterior. La madre hizo enmarcar una de las hojas y la colocó en su tumba en el panteón militar en el cementerio de la Chacarita, y manos anónimas la robaron.

El monumento que honra la
El monumento que honra la memoria de los defensores. En cada uno de los postes, hay una cartel con sus nombres

La mamá de Massaferro falleció el 5 de octubre de 2005, exactamente 30 años después del suceso. De la familia quedó la hermana, Alejandra, dos años y medio menor que el subteniente. La última vez que lo vio fue el 17 de septiembre y le quedó grabada su mirada con profundidad sin decirle nada, pero que para ella lo decía todo. Con los años se radicó en San Luis, donde se llevó las cenizas de su hermano, ya que había dispuesto cremar sus restos. Ella, con el tiempo, sintió que su hermano le pedía ser enterrado en el regimiento. Hizo las gestiones y este domingo, Massaferro descansará en un cinerario dentro de la capilla de la unidad. Al enterarse, varios familiares de los caídos dispondrían lo mismo con sus muertos.

Como todos los años, anoche hubo una vigilia y el acto central, a las 18 horas, al que se calcula que asistirán alrededor de 50 veteranos, casi a la misma hora en que un puñado de conscriptos, ahora pasados sus 70 años, se jugaron la vida aquella tarde calurosa y húmeda, donde un mal augurio presagiaba que algo malo ocurriría.

Fuentes: Causa Defensa al Cuartel RI Monte 29; Operación Primicia, de Ceferino Reato; testimonios de Ricardo Valdéz, Mario Arce, Alejandra Massaferro

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