El día que Don Fulgencio y Avivato quedaron huérfanos: el brutal crimen de Lino Palacio, maestro del humor gráfico argentino

El genial historietista e ilustrador nacido en San Telmo, con su trazo, ingenio y una galería de personajes inolvidables, despertaba risas y ternura. Walt Disney lo consideró como “uno de los mejores dibujantes del mundo”. Los años en que fue censurado por la Dictadura y el trágico asesinato suyo y de su esposa, cometido por una ex novia de su sobrino nieto, marcaron un destino tan doloroso como injusto

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El 14 de septiembre de 1984, Buenos Aires se estremecía con una noticia incomprensible. En su departamento de Barrio Norte, el genial Lino Palacio y su esposa eran asesinados por una mujer joven y dos cómplices. El creador del inolvidable Don Fulgencio, el que enseñó a reír de lo cotidiano y mirar con ironía el poder, moría a manos de la violencia más absurda: la de alguien que, además, tenía un vínculo con su propia familia. El crimen sacudió los cimientos culturales y dejó al país sin uno de sus más entrañables creadores.

Hasta entonces, Lino Palacio era una figura respetada, querida, y al igual que muchos de sus personajes, casi mítica. Su pluma fue tan aguda como tierna, capaz de retratar desde la candidez infantil hasta las miserias del poder. Fue testigo del paso de todo un siglo argentino, y lo dibujó con ojos sabios y sonrisa pícara, y dejando su marca que cruzó generaciones.

Su vida, sin embargo, no fue solo dibujo y color: durante la dictadura, el gobierno militar le prohibió publicar sus creaciones más populares. Esa censura lo empujó a un silencio forzoso que le dolió más que el olvido. Pero ni la mordaza ni la muerte lograron borrar lo que dejó.

Ramona, la empleada doméstica gallega
Ramona, la empleada doméstica gallega que no entendía el sarcasmo y provocaba situaciones cómicas por los malentendidos

De San Telmo al mundo

Lino Palacio nació el 5 de noviembre de 1903 en San Telmo. Hijo de Ada Calandrelli y de Alberto Carlos Palacio, y hermano del escritor e intelectual Ernesto Palacio, creció en una casa colonial donde, desde muy pequeño, se familiarizó con la carbonilla, un lápiz de carbón. No tardó en sacarle provecho: con apenas 8 años, garabateaba figuras y a los 9, una de sus caricaturas fue publicada por la mítica revista Caras y Caretas, marcando así su debut en el mundo editorial.

Aunque en la adolescencia, su vocación artística se impuso, cumplió el deseo de su padre e ingresó a la Facultad de Arquitectura. Pero su pasión estaba en el trazo, no en los planos. Fue justamente gracias a un contacto de su padre que en 1920, a los 17 años, publicó su primera dibujo en el diario La Razón. Era la caricatura de un atleta, el primer trabajo artístico por el que cobró. Ese momento marcó el inicio formal de su carrera profesional.

Cinco años más tarde, viajó a París, donde recorrió el Barrio Latino capturando personajes, situaciones y paisajes que luego darían forma a una vasta producción. De vuelta en Buenos Aires, coeditó la revista satírica El Cuco, junto al músico Adolfo Rosquellas. Aunque fue una publicación esporádica, le sirvió para experimentar y encontrar su estilo.

En los años siguientes, colaboró con revistas como Don Goyo, Caras y Caretas y comenzó a trabajar en publicidad para la agencia Walter Thompson, donde su talento visual lo consagró como uno de los ilustradores más buscados del país. Su versatilidad lo llevó a brillar en el ámbito editorial, comercial y político.

Lino Palacio fue un cronista visual del país que sabía hacer reír, pero también pensar
Don Fulgencio no había tenido
Don Fulgencio no había tenido infancia y actuaba como un niño en el momento menos pensado

El maestro de la historieta nacional

Durante las décadas de 1930 y 1940, Palacio vivió su etapa de mayor expansión profesional y fue convocado por los principales medios gráficos del país para ponerle humor a las noticias cotidianas. Su firma empezó a aparecer en diarios como La Opinión, La Prensa y El Diario, y en revistas como El Hogar, Mundo Argentino y la infantil Billiken, donde su trazo se volvió habitual para lectores de todas las edades. Su habilidad para el humor gráfico lo convertía en un cronista visual del país que sabía hacer reír, pero también pensar.

Uno de sus personajes más recordados sin dudas fue Ramona. Nació en 1936 en el diario La Opinión, inspirada en una empleada gallega que había trabajado en casa de su abuelo. La historieta retrataba con ternura y picardía las confusiones lingüísticas y culturales de la protagonista; y reflejaba el vínculo cotidiano entre clases sociales y las tensiones de la identidad en una Argentina que se modernizaba a paso lento... Aunque el diario tuvo una vida breve, Ramona siguió publicándose en otros medios y se convirtió en una de las figuras más entrañables del humor gráfico argentino.

Ramona fue una de las
Ramona fue una de las historietas más famosas del artista gráfico

En paralelo, Lino continuó su formación académica. Decidió formalizar su experiencia y cursó en la Academia Nacional de Bellas Artes, donde obtuvo el título de profesor de dibujo en apenas una semana. Poco después, comenzó a enseñar en el turno de la noche de un colegio del barrio porteño de Belgrano, mientras seguía produciendo campañas gráficas desde la agencia Aymará, en la que ganó 25 concursos de afiches publicitarios, otro hito en su vasta carrera.

En 1931, fue convocado por el diario La Prensa para dirigir el suplemento infantil. Allí nacieron historietas como Ocurrencias de Pimpollo y La barra de Bolita, esta última tan popular que mereció su propia revista, con tapas ilustradas por Palacio. El reconocimiento internacional llegó en 1938, cuando fue invitado a realizar un mural en el hall central de la Exposición Mundial de Nueva York. Años más tarde, su hijo Faruk —también humorista gráfico— recordaría una anécdota imborrable: en una visita a Estados Unidos, el mismísimo Walt Disney le dijo con admiración: “Tu padre es uno de los mejores dibujantes del mundo”.

Lino Palacio junto a Walt
Lino Palacio junto a Walt Disney, en 1940

Don Fulgencio, Avivato y el país de las pequeñas historias

Si la historia argentina pudiera contarse en tinta y viñetas, Lino Palacio sería uno de sus narradores más lúcidos. No solo retrató los rostros de líderes políticos —como Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón— y los sobresaltos de la guerra sino que también capturó, con maestría y compasión, a esos personajes cotidianos que poblaban las calles, las oficinas y las veredas argentinas. De ese universo urbano y humano surgieron dos de sus creaciones más icónicas: Don Fulgencio (1938) y Avivato (1944), verdaderas obras de arte y de la cultura porteña.

Don Fulgencio se publicó por primera vez el 24 de abril de 1938 en el diario La Prensa, y pronto se convirtió en un clásico de la historieta argentina. La premisa era simple, pero profundamente conmovedora: Don Fulgencio es un adulto que no tuvo infancia; por eso conserva un alma infantil, una lógica ingenua, un corazón noble. Corpulento, vestido con traje y sombrero, es presidente de una empresa metalúrgica y ocupa cargos en varios directorios, pero en lugar de actuar como un hombre de negocios, se deja llevar por impulsos tan tiernos como desubicados.

El personaje que andaba en patines, jugaba a la rayuela y usaba lenguaje aniñado fue tan popular que apareció en más de 50 publicaciones internacionales, incluyendo un diario japonés y fue llevado al cine en 1950 por Enrique Cahen Salaberry. Incluso tuvo merchandising, algo inusual para la época. El impacto fue tal que, por un tiempo, el verbo “fulgenciar” entró en el habla popular, usado para referirse a las personas que tenían comportamientos infantiles.

Una de las viñetas de
Una de las viñetas de Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia

Otro de los favoritos y recordado personaje fue Avivato, complemente opuesto al anterior. Nació el 23 de septiembre de 1946 en las páginas del diario La Razón. Avivato era el otro argentino: el vivo, el chanta, el que se las sabe todas. Un estafador de barrio que vende buzones, alquila lotes en medio del río o inventa estrategias para no pagar la cuenta del café. Lejos de la simpatía de Isidoro Cañones o del ingenio inocente de otros pícaros de historieta, Avivato era un vividor sin escrúpulos, diseñado para incomodar más que para caer bien.

Su éxito fue tan rotundo que en 1953 se lanzó la revista Avivato, dirigida por su hijo Jorge Palacio junto al periodista Luis Alberto Reilly (Billy Kerosene). La publicación fue ganando peso político, especialmente luego del golpe de 1955 que derrocó a Perón: fue cuando comenzó a incluir sátiras directas contra el gobierno militar, marcando un giro editorial significativo. Como buen éxito, también llegó al cine. En 1949, se estrenó una película homónima protagonizada por Pepe Iglesias y en 1950, el propio Lino escribió la letra y música de un tango titulado “Avivato”, donde lo describía como “un muchacho porteño con berretín de playboy, que sin trabajar vive como un gran señor”.

Entre Fulgencio y Avivato, Lino Palacio delineó dos polos del alma argentina: la ternura del que aún quiere jugar y la astucia del que quiere ganar a toda costa. Entre ellos se tejió una visión crítica, sensible y profundamente humana del país que lo rodeaba. Y mientras uno hacía reír por su inocencia, el otro enfrentaba al lector a sus propias contradicciones.

La primera edición de la
La primera edición de la revista Avivato

Silencio y censura en un país que ya no podía reírse

A fines de la década de 1970, el humor de Lino Palacio dejó de aparecer en las páginas de los diarios. Y no fue por su decisión. El lápiz del genial historietista, que durante medio siglo había retratado las contradicciones del ser argentino con inteligencia y ternura, fue censurado por la dictadura de un régimen obsesionado con el control absoluto del pensamiento que no podía tolerar que alguien, desde la risa, pusiera en evidencia las miserias del poder.

No hubo una orden firmada, ni sellada. Llegó de la misma manera que llegan las directivas en tiempos de terror: sugerida con firmeza, impuesta con sonrisas falsas, desde la cima de un gobierno que secuestraba, torturaba y desaparecía personas, y también desaparecía ideas.

Una de sus caricaturas políticas
Una de sus caricaturas políticas (festinalentecasadelibros)

En 1978, mientras Argentina se preparaba para recibir a la prensa y los turistas del Mundial de Fútbol, funcionarios del régimen le “sugirieron” al diario La Razón que dejara de publicar la tira Avivato. La excusa: el personaje, con su viveza criolla, podía “perjudicar la imagen del país ante el mundo”. En la lógica perversa de la dictadura, era preferible ocultar al pícaro de ficción antes que enfrentar la realidad y los reclamos que se sucedían.

Con esa misma mordaza también fue eliminado Don Fulgencio. Sus patines, sus frases ingenuas, su ternura descolocada eran, quizás, demasiado incómodas para un gobierno que pretendía borrar cualquier gesto de sensibilidad. Palacio aceptó la imposición. Se retiró del dibujo con la tristeza del que sabe que fue censurado por hacer pensar.

Lino Palacio no volvió a ocupar su lugar en los diarios ni revistas. En ese retiro forzado, se inscribe una forma más de violencia. Durante los años más oscuros del país, se apagó también esa risa lúcida, incómoda y popular que fue una herramienta de memoria y de denuncia. Hacer reír era subversivo.

Lino Palacio en una muestra
Lino Palacio en una muestra

El aberrante crimen de un grande

Aunque desde la censura que padeció en 1978, Palacio dejó de publicar sus principales historietas, no se retiró por completo de la actividad artística. Trabajó en otros proyectos personales. En 1984 preparaba una exposición titulada “La Historia del Pañuelo”, cuyo eje eran dibujos con el pañuelo como motivo central. Esta muestra nunca llegó a inaugurarse...

El 14 de septiembre de 1984, Lino Palacio y Guillermina Delpino, su esposa, fueron asesinados mientras dormían, en su departamento de Barrio Norte. El crimen fue tan absurdo como trágico: los atacantes eran Claudia Alejandra Sobrero, una joven adicta a las drogas que mantenía una relación con uno de los nietos del artista, y dos cómplices más. No hubo robo millonario, ni conspiración, ni ajuste de cuentas. Fue violencia desnuda, un acto de brutalidad inútil contra dos personas dormidas que no ofrecieron resistencia.

Casi cuatro décadas después, en septiembre de 2023, Sobrero rompió el silencio en una entrevista concedida a Infobae: “Era otra, estaba muy drogada. Las drogas me quitaron el alma”, dijo.

Desde 2013, Don Fulgencio está
Desde 2013, Don Fulgencio está inmortalizado en el Paseo de la Historieta, en el barrio natal de Lino Palacio (GCBA)

Tras el doble crimen, Sobrero fue condenada a reclusión perpetua con prisión por tiempo indeterminado, una figura poco común en el sistema penal argentino. Pero en 2006, tras 21 años de encierro y buena conducta, recuperó la libertad.

En los años 2006, 2009 y 2013, diversas instituciones y colegas del humor gráfico —incluido el Museo del Dibujo y la Ilustración— organizaron muestras, homenajes y exhibiciones que devolvieron el nombre de Lino Palacios a la escena cultural. En 2013, Don Fulgencio, fue inmortalizado en el Paseo de la Historieta, en San Telmo.

Porque ni el silencio, ni la censura, ni la muerte pudieron borrar su trazo. Lino Palacio nos sigue haciendo pensar y reír.