Pasaron más de 30 años de trabajo y Gabriela Bezeric se siente cansada. No de cuidar de sus animales, sino de verse sola en esta epopeya diaria. Dedicó las últimas décadas de su vida a un sueño imposible: salvar la vida de cientos de animales del abandono, del maltrato y del descarte, para darles una segunda oportunidad en un lugar seguro, digno y libre de explotación. Así nació El Paraíso de los Animales, un santuario único en su tipo, que hoy alberga a más de 850 animales entre caballos, vacas, chanchos, cabras, ovejas, gallinas y otros sobrevivientes del sistema de producción intensiva.
Pero la crisis económica también los golpea y Gabriela lanza un pedido de ayuda urgente y desde el alma. “Estoy muy grande. Tengo poca gente alrededor que pueda ayudarme a sostener el inmenso trabajo que debe realizarse a diario. Mi gran preocupación es el futuro de mis animales cuando yo ya no esté en este plano”, expresa con profunda emoción.
Con 72 años y una vida entera entregada al rescate y cuidado de animales, Gabriela enfrenta una realidad difícil: “Ya no puedo sola y temo por el futuro del Santuario”, lamenta. La logística diaria es abrumadora. Se necesitan cinco millones de pesos mensuales solo para alimentar a todos los animales. A eso se suman gastos veterinarios, mantenimiento, infraestructura, atención permanente y de las pocas personas que trabajan allí. Desde siempre, la ayuda recibida es gracias a las donaciones y el trabajo de los voluntarios.

Un paraíso que no puede desaparecer
El Paraíso de los Animales no es un refugio común. Es un espacio de recuperación y sanación para seres que vivieron el infierno: vacas descartadas de la industria lechera, caballos explotados hasta el agotamiento en la tracción a sangre, cerdos rescatados de criaderos industriales, aves deformadas por las condiciones de cría. En el Santuario encuentran algo que jamás conocieron: libertad, tierra, afecto, aire y respeto.
Gabriela llama a cada uno por su nombre y ellos lo reconocen (y reconocen su voz). Ella sabe sus historias, interpreta sus miradas. Son su familia. Pero hoy necesita un poco más de ayuda para garantizar que ese paraíso no muera con ella. “Siempre esperanzada de que exista alguien que quiera seguir ayudando a salvar vidas... Los santuarios o refugios somos la única esperanza para los rescatados. Si realmente querés ayudar a los animales de granja, hay que apostar a los santuarios, ya que es el único lugar donde podemos ponerlos a salvo”, afirma.
Y agrega con claridad: “El predio quedará de por vida para los animales, para estos y los que seguramente seguiremos rescatando. Lo único que me interesa en este momento es saber que ellos y los que vendrán, estarán a salvo, atendidos y viviendo en paz, como merecen”, expresa con gesto de angustia y dolor, pero también con esperanza. “Después de pensarlo mucho, llegué a la conclusión de que es necesario que alguna fundación tome las riendas de este proyecto para asegurar su continuidad”, piensa en voz alta y admite que aunque junto a Armando, su marido, cada día le ponga el corazón de lleno a lo que hacen, no es suficiente.
Este santuario encarna un modelo alternativo de convivencia, compasión y justicia con los más vulnerables. Y detrás de cada rescate hay una historia que merece continuar.

La historia
El Paraíso de los Animales no solo es el hogar de más de 850 animales rescatados. También es el primer santuario interespecies de la Argentina, con una historia que comenzó mucho antes de que existiera una palabra para nombrar lo que hacían.
Todo empezó hace casi 50 años, cuando Gabriela Bezeric y su hermana Noemí, siendo muy jóvenes, comenzaron a levantar perros de las calles de José C. Paz para salvarlos de las perreras municipales, que los capturaban como si fueran objetos descartables y los mataban. Lo que comenzó con seis perros que llevaron a la quinta familiar, pronto se multiplicó: llegaron a tener casi 300, más algunos gatos.
La necesidad de más espacio las llevó a mudarse a San Miguel, pero en los años de la Circular 1050 —aquella medida económica que dejó a miles de familias sin vivienda— perdieron la propiedad. A pesar del golpe económico y emocional, nunca abandonaron a los animales. Con una hipoteca a cuestas, compraron el predio actual, en General Rodríguez (no se brinda dirección para preservar a los habitantes), donde continuaron con las campañas de adopción, hasta que una dolorosa realidad las obligó a cambiar de enfoque: muchos de los animales adoptados volvían a ser abandonados. Desde entonces, tomaron una decisión definitiva: cada animal que entrara al Santuario se quedaría allí hasta el final de su vida.

El punto de inflexión en la vida de las hermanas y del lugar fue Coco, un caballo maltratado por la tracción a sangre, que llegó al ya santuario tras una vida de abuso extremo. La brutal paliza final que recibió le dejó secuelas irreversibles. Coco no sobrevivió. Pero su historia marcó un antes y un después: Gabriela prometió que ningún animal víctima de la explotación humana quedaría desamparado nunca más. Desde entonces, el Santuario abrió sus puertas también a vacas, más caballos, chanchos, cabras, aves, ovejas y todo ser que necesitara refugio, sin distinción de especie.
En los años 90, un medio nacional dio a conocer la difícil situación económica que atravesaban. La nota llegó a los ojos de una mujer estadounidense, quien decidió ayudarlas: salvó la deuda del predio y, además, donó un terreno lindero con una construcción que, aunque aún no está finalizada, se proyecta como futuro hospital veterinario.

En 1995, El Paraíso se constituyó formalmente como asociación civil. Desde entonces, el Santuario se dedica al rescate, rehabilitación y bienestar animal de forma ininterrumpida, a pesar de las múltiples dificultades económicas y la falta de apoyo institucional. “Sobrevivimos con mínimas donaciones y mucho esfuerzo”, explica Gabriela.
Sin embargo, siguen sin poder acceder a los beneficios fiscales que tienen otras organizaciones. Por “trabas burocráticas y por ser una asociación de protección animal —no ambiental ni humana—”, no pueden inscribirse en el régimen que permite que las donaciones sean deducidas del Impuesto a las Ganancias. Esto limita enormemente su posibilidad de financiamiento.
Pero a pesar de todo, Gabriela nunca dejó de resistir. Su historia —y la de cada uno de los animales que habitan el Santuario— es una muestra de que, incluso en el abandono más cruel, puede surgir un acto de amor que cambie todo.
*Para colaborar con El Paraíso: Banco Francés, CBU 0170191920000000753199 / Alias: DONA.PARAISO.ANIMAL / Mercado pago: CVU: 0000003100057971797194 / Alias: elparaiso.org / Paypal: https://Paypal.me/elparaisoanimal n.bezeric@elparaisoanimal.org / Web: https://elparaisoanimal.org / Instagram: @elparaisoanimaloficial, Facebook: https://www.facebook.com/paraisodelosanimales; e-mail: contacto@elparaisoanimal.org
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