
“Tishá BeAv, considerado el día más triste del calendario judío, es una fecha profundamente significativa, marcada por el duelo y la reflexión”, escribió Eliahu Hamra, Gran Rabino de AMIA, en un mensaje dirigido a toda la comunidad difundida por la propia institución.
El rabino sostuvo que la conmemoración de Tishá BeAv mantiene viva la memoria de las tragedias que han golpeado al pueblo judío a lo largo de los siglos, en especial la destrucción del Primer y del Segundo Beit Hamikdash (Templo de Jerusalén). Según explicó, este día también recuerda otros episodios dolorosos, como el decreto que impidió a la generación del desierto ingresar a la Tierra de Israel tras el pecado de los espías, la caída de Betar en manos del Imperio Romano y la masacre de miles de judíos durante la rebelión de Bar Kojbá, así como la destrucción de Jerusalén y su reemplazo por la ciudad pagana de Aelia Capitolina.
El rabino remarcó que, al igual que la destrucción de los Templos, estos eventos marcaron el inicio de nuevos exilios para el pueblo judío. También subrayó que Tishá BeAv no es solo una fecha de evocación histórica, sino también un día para reflexionar sobre cómo ese proceso de destrucción puede repetirse en la vida personal de cada individuo. “Es, también, un día para reflexionar sobre cómo ese mismo proceso de destrucción puede repetirse hoy en nuestras vidas, cuando nuestros mundos personales se quiebran o se sienten vacíos”, afirmó. Para transformar esa realidad, el rabino consideró necesario comprender la profundidad del desastre y las causas que lo originaron.
El Gran Rabino de AMIA identificó la raíz de la destrucción en la distorsión de la realidad provocada por el ser humano, una deformación tan profunda que, según sus palabras, “hizo inevitable la devastación”. Explicó que el Primer Templo fue destruido a causa de tres graves transgresiones: idolatría, relaciones prohibidas y derramamiento de sangre, tal como lo enseña el Talmud (Yomá 9b). Estas faltas, sostuvo, tienen en común el hecho de representar “una alteración extrema de la realidad, una corrupción tan profunda que no dejó espacio para otra cosa que la destrucción”.
En su columna, Hamra profundizó en el significado de cada una de estas transgresiones. Sobre la idolatría, señaló que “en esencia, es un servicio a lo vacío, a aquello que carece de existencia real”. Citó al profeta Isaías: “Los que hacen ídolos, todos ellos son nada”, y explicó que la idolatría representa “un trabajo espiritual completamente desconectado de la realidad”.
Respecto a las relaciones prohibidas, el rabino citó el Talmud, tratado Jaguigá (9a): “Lo torcido no se puede enderezar”, y añadió que, aunque todas las almas son puras y provienen de un tesoro bajo el Trono Celestial, el ser humano puede corromper esa realidad sagrada por la mala elección de su libre albedrío. Sobre el derramamiento de sangre, Hamra citó el Midrash Bereshit Rabá (34:14): “es como si se redujera la imagen de Dios”, y explicó que quien asesina elimina al ser humano creado a Su semejanza, dañando así la estructura misma del mundo.

El rabino también abordó la destrucción del Segundo Templo, que atribuyó al “odio gratuito”, según el tratado de Yomá. “Odiar al otro sin motivo, simplemente por no poder tolerarlo, es un impulso destructivo que no construye nada, solo arrasa”, escribió. En este punto, Hamra destacó el enorme poder que Dios le otorgó al ser humano: “Aun cuando la santidad está grabada en el mundo de forma natural, el ser humano tiene la capacidad de distorsionarla, de desplazar la presencia Divina y generar destrucción”. Según el rabino, así se arruinó el Templo: “porque la santidad fue pervertida desde adentro, y entonces el mundo quedó desolado”.
Hamra advirtió que el ser humano posee una capacidad destructiva tal que incluso puede utilizar sistemas sagrados, como la justicia, para fines opuestos a su propósito original. “Incluso puede utilizar un sistema sagrado —como la justicia, cuya función es traer orden a la humanidad— para recurrir a pruebas falsas, a la manipulación y a las injurias, y así tergiversar la verdad”, sostuvo. El rabino ilustró cómo, en la actualidad, lo sagrado puede ser profanado desde adentro: “Vemos padres y madres enfrentados en juicios interminables, donde los hijos son utilizados como herramientas para dañar al otro. Vemos denuncias falsas que destruyen reputaciones en segundos, mientras la verdad tarda años —cuando llega— en restituirse. Vemos cómo se manipulan testimonios, cómo se instalan relatos mentirosos en redes sociales o en los medios, arrasando con vidas enteras”. Y agregó: “lo que debería proteger —la justicia, la familia, la verdad— se convierte en un campo de batalla donde todo se permite, incluso el dolor de los más inocentes”.
Frente a este panorama, el rabino llamó a elegir el camino de la construcción y la reparación: “Por eso, hoy más que nunca, debemos elegir usar lo mejor que tenemos —la palabra, la verdad, la compasión— para construir, para reparar, para unir”. Insistió en la necesidad de tomar conciencia del poder que cada persona tiene en sus manos, un poder que puede tanto construir como destruir. “Ya que vemos que sí es posible modificar la realidad, depende de nosotros elegir si queremos construir o destruir”, afirmó.
Recordó que, según los sabios, en los tiempos del Templo, Jerusalén estaba llena de sufrimiento y enfermedades, como está escrito “la justicia residía en ella” (Isaías 1:21). Explicó que en un lugar donde la santidad se manifiesta con tanta intensidad, no se tolera ni el más mínimo error, y por eso los habitantes de Jerusalén sufrían, pero al mismo tiempo se purificaban. “Hoy en día, incluso nuestra forma de esperar la redención está influenciada por una visión distorsionada. No aspiramos a santidad, sino al confort. Y eso también es parte del problema”, advirtió.
Al finalizar el mensaje, Hamra instó a mirar con espíritu crítico y detectar el “Jurbán” (destrucción) que pueda haber en la vida personal, y a tomar conciencia del poder recibido para usarlo en la construcción y reparación. “Aunque no está en nuestras manos traer la redención completa —como explica el Ramjal en Da’at Tevunot y Mesilat Yesharim 19—, se espera de nosotros que preparemos nuestras vidas para que una dimensión espiritual verdadera tenga lugar en ellas. Que nuestra esperanza por la gueulá sea una verdadera aspiración por una vida de santidad”, escribió.
El rabino concluyó que en este Tishá BeAv se recuerda que la raíz de la destrucción fue el odio gratuito que fracturó la unidad y pervirtió la justicia. “Solo cuando el amor gratuito venza al odio gratuito por el que fue destruido el Beit HaMikdash, podremos estar verdaderamente listos para recibir la gueulá”.
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