
El arte de la fotografía se basa en el manejo de la luz, pero también en el ojo de quien es capaz de ver lo que otros no. Eso es lo que mejor hace Juan Pose, fotógrafo con más de 30 años de trayectoria, que encontró en el retrato de la naturaleza su pasión más profunda.
Pose toma imágenes de aves y animales en su hábitat —el bosque, el mar, los lagos, los cielos...— sin invadir sus espacios. Su vínculo con la vida silvestre es tan respetuoso y natural, que hasta los protagonistas de sus imágenes parecen aceptarlo, incluso observarlo con curiosidad.

Oriundo de Zapala, Neuquén, y actualmente radicado en San Martín de los Andes, Pose presenta una selección especial de su trabajo en La Rural, en Buenos Aires, dentro del restaurante El Central. Se trata de Plumas de luz, una serie de imágenes donde muestra las distintas escenas cotidianas de aves en su entorno natural. Las fotografías tienen un tratamiento visual minimalista: el fondo fue editado para eliminar distracciones, y cada imagen resalta los gestos, movimientos y expresiones de los animales, logrando un impacto poético y profundo.
“No son fondos originales. Yo los cambio para iluminar al sujeto. Quiero que se vea lo que yo vi”, explica. Cada imagen tiene detrás horas de trabajo, caminatas por la estepa, esperas en silencio, pruebas de luz y mucha pasión por la vida animal. “No soy biólogo ni estudioso de las aves, pero las observo y veo cómo interactúan... ¡Son maravillosas!”, admite.

Una forma de mirar el mundo
A los 16 años, Juan tomó su primera cámara y comenzó a hacer fotos. Descubrir el mundo por la lente de su máquina cambió no solo su vida sino su mirada del mundo que lo rodeaba. Tenía apenas 19 cuando, cámara en mano, se subió a un barco de carga en busca de la aventura.
“Me fui de Argentina en un barco de carga con cero peso y una camarita... Y, desde entonces, la cámara nunca me abandonó. La fui cambiando, por supuesto, pero mi gran compañía siempre fue la cámara”, asegura. “Todo es luz. La fotografía es luz. Sin luz está muerto", dice sobre lo fundamental para que esa cámara cobre vida. Su mejor manera de hacerla vivir es madrugar.
“Yo arranco a las seis de la mañana y voy viendo cada lugar. Trato de estar en lugares lindos, donde estén mis pájaros o lo que sea que aparezca. Voy a ver qué pasa”, cuenta con absoluta naturalidad, como si se tratara de un juego que lo hace feliz. Así, aprovecha al máximo toda la magia de la naturaleza de la estepa patagónica en San Martín y Junín de los Andes, donde hizo la mayoría de sus fotos en Argentina.

Luego de residir unos años en Colorado, Estados Unidos, y de haber vivido una experiencia en medio de una producción de Hollywood (durante la filmación del ya clásico del cine, Danza con lobos), regresó al país a hacer lo que más le gustaba: congelar en imágenes lo que lo maravillaba de la naturaleza neuquina.
Aunque en más de tres décadas de trabajo retrató zorros, ciervos, paisajes nevados y cielos que parecen obras de arte, Juan Pose tiene una conexión particular con las aves. No las piensa como un género dentro de su trabajo, sino como personajes favoritos y que descubrió en 2014. “Recuerdo que yo estaba haciendo fotografías en un río, serían las 20.00 horas, y veo siete garzas que estaban como colgadas al sol. Estaban de frente al sol, de frente al viento, con sus patas colgando; no estaban volando, se estaban divirtiendo... ¡La estaban pasando bien! Ahí me di cuenta que no somos los únicos que se divierten. Hay otros seres que disfrutan y la pasan bien. Y ahí me di cuenta de eso y de que nadie mira a los pájaros...”, admite.

Conmovido, asegura: “No son solo pájaros. Son historias y hay que saber mirarlas. Eso lo descubrí con todas las especie que observó”. Su ojo, entrenado por años de observación y búsqueda, ve lo que a otros se les escapa. Y no solo en la naturaleza: “Yo veo rectángulos todo el tiempo. Salgo a la calle en Buenos Aires y veo historias, cuentos que duran segundos. Son cosas que si estás listo, las agarrás. Si no, pasan”, explica sobre ese ojo único que tiene.
En su muestra actual —en La Rural— pueden verse escenas que parecen sacadas de una película: dos calandrias en la nieve buscan alimento entre piedritas en pleno invierno patagónico; tres flamencos se arreglan las plumas en el agua, mientras un tero espera cerca que muevan las patas para levantar insectos. “Yo les digo que son como ‘tres chicas arreglándose para salir’”, cuenta entre risas.

También hay ternura pura, como la imagen de dos pichones de garzamora de apenas dos meses, con ojos enormes y peinados que parecen salidos de un estudio de estilismo. “Las plumas que tienen no se pueden creer, parecen peinados al gel. Esa foto mide 1,20, y las dos veces que la colgué, me la compraron enseguida”.
En cada escena hay un momento detenido. Un gesto que transmite vida, complicidad, humor, belleza... En otra de las fotos, dos golondrinas parecen cuchichear, detenidas por un segundo en una rama. “¡Estas aves no paran jamás! Pero estas estaban ahí, como en conversación. Es una imagen que no pasa seguido, pero pasó”, dice.
Hacer esas fotos no es fácil. Requiere paciencia, conocimiento del entorno y aceptar que muchas veces las cosas no salen como se espera. “A veces está todo: el ave, la luz, el fondo. Pero no se da. O porque el ave está de espaldas, porque se nubla o porque cuando te acercás, vuela. Y hay que volver otro día o seguir y caminar por horas... Pero cuando aparece, sabés que la espera y la caminata valen la pena”.

La mayoría de las veces, Juan trabaja en soledad. Es que necesita estar completamente presente en ese “aquí y ahora” que la fotografía de naturaleza necesita y amerita. Unas horas antes de salir, prepara el termo, el mate, una vianda y allí va. Pasa el día completo si es necesario.
“Si voy con alguien y noto que se quiere ir, yo también me voy. No puedo seguir. Me pasa con mis hijos, por ejemplo. Ya me conocen y cuando se aburren, se van a la camioneta y yo me quedo”, cuenta.
Esa es su manera de conectar con el entorno. De dejar que la imagen lo encuentre y que se produzcan los excepcionales resultados que muestra en su página web (www.juanpose.ar) y en la cuenta de Instagram (@juanpose_photo).

La muestra y su taller patagónico
La serie que se exhibe actualmente en La Rural tiene una estética limpia, casi pictórica. Son siete obras en gran formato, donde cada ave parece suspendida en un instante. Los marcos, diseñados y construidos por el propio Juan, acompañan la imagen con madera trabajada artesanalmente. “También hago los cuadros. Le doy un marco que acompañe su locura, o al menos mi interpretación”, dice.
Las fotos llegaron a Buenos Aires desde su estudio-galería en San Martín de los Andes, donde exhibe de forma permanente parte de su obra. Allí, en su local “Maga”, sobre la Avenida San Martín 493, también vende láminas con una cuidada presentación: cada una incluye el nombre del ave, información del hábitat en castellano e inglés y está protegida con paspartú y plástico, lista para viajar. “Muchos extranjeros las compran para llevarlas. Es un formato más accesible, pero con la misma calidad fine art”, afirma.

Además de la serie Plumas de luz, Pose trabaja con colecciones temáticas como Gigantes en las nubes, Reflejos, Salvaje, Azul, Lanines, Plumas, Cuentos de mar, entre otras. Cada una tiene una identidad propia, aunque el hilo conductor es el mismo: capturar una emoción en una imagen. “Lo que trato de hacer es eso: colecciones. Como si fueran cuentos visuales”, explica.
El material que tiene acumulado es enorme. “Tengo cosas que nunca mostré. Fotos que hice hace años y todavía no trabajé. Hay una que hice el año pasado, con nieve y viento, que parece que el viento tuviera uñas. Quiero hacer algo con eso”, anticipa con tono de misterio.
En uno de sus últimos hallazgos, retrató a un pichón recién salido del cascarón, aún con restos de la cáscara, en medio de una nevada. “Eso no pasa en la vida animal. Nació muy prematuro y lo agarró la última nevada. Pobrecito. No sé qué habrá pasado, pero los padres estaban ahí, cuidando. Yo creo que del frío no se muere, pero sí puede caer un halcón y llevárselo. Así, en dos segundos”, lamenta.

La búsqueda constante de la luz
Más allá de las aves, los cuadros que produce o las ventas que logra, lo que más lo moviliza es la búsqueda de la luz. “Eso es lo que más me gusta. Ir a buscar luces, porque la luz siempre muestra algo”, asegura. Dice que, aunque trillada, no es una frase hecha. Es su brújula, su motor. La luz define el lugar, el momento, la emoción; por eso empieza temprano, camina mucho, vuelve con los pies cansados y la cámara llena de imagen que, pese a tener su cámara digital, no las chequea. Hace las fotos y no las ve hasta que las descargó.
Y ahí es cuando rememora su pasado analógico, en esos tiempos en los que los rollos de película se gastaban intentando la captura exacta y recién durante el revelado se comprobaba cuán bien habían salido. Y a veces, fallaba...

Aunque no se autopercibe como artista, su mirada, su trabajo y su sensibilidad dicen otra cosa. La relación que tiene con los animales —desde una golondrina que lo espía curiosa hasta un zorro que lo mira de frente con ternura— está llena de respeto y poesía.
En sus imágenes no hay espectáculo: hay presencia. Hay muchas horas de espera que transforma en belleza —o la aumenta— cada vez que presiona el obturador de la cámara que lo acompaña, la que nunca deja de lado. Él sabe que el instante no se repite. Y él se queda el tiempo que sea para ser parte de ese momento y fotografiarlo. Ese ojo, el de Juan Pose, está lleno de luz. Y gracias a él, nosotros también podemos verla.
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