
En pleno auge de la prensa gráfica argentina, un fenómeno sin precedentes se desplegó desde las páginas de una revista semanal. Eran las Chicas de Divito: mujeres esbeltas, curvilíneas, de piernas interminables, cintura de avispa, caderas pronunciadas y peinados estilosos. Estos personajes se alejaban de los estereotipos conservadores y recatados para dar vida a un estilo de mujer sexy y sofisticada y trasformar por siempre la representación de lo femenino en la cultura popular. Su presencia en la revista Rico Tipo, creación del dibujante Guillermo Divito, impuso una estética que marcó a generaciones y también definió tendencias como si fuese una revista de moda.
Cada semana, la portada y las páginas de Rico Tipo exhibían a estas mujeres exuberantes y elegantes en diferentes situaciones. Lejos de restringirse a sus páginas, las chicas de Divito saltaron del papel a las calles: las argentinas aspiraban a parecerse a ellas, las modistas imitaban sus diseños y las calles replicaban el estilo de las páginas ilustradas.
El impacto de Rico Tipo superó todas las expectativas, especialmente la de su creador. Lanzada en la segunda mitad de la década del 40, alcanzó la cifra insólita de 300 mil ejemplares semanales. Esto equivalía a más de un millón de copias al mes, un récord absoluto para la época, que la situó como referente indiscutido del humor, la sátira y el empuje de la modernidad en Buenos Aires.

Detrás de su firma “Divito”, ese nombre que durante décadas bastó para identificar al creador de un universo estético y humorístico propio, existía un hombre de carne y hueso: José Antonio Guillermo Divito. Nació el 16 de julio de 1914 en Buenos Aires, en el seno de una familia acomodada. Su padre, un médico de renombre, anhelaba que el joven siguiera sus pasos, pero la vocación de Guillermo no le dio tiempo a que surgieran otros intereses. Era demasiado claro. Mientras transitaba su adolescencia, ya dedicaba largas horas a dibujar y experimentaba con el humor gráfico en cuadernos, apuntes y colaboraciones ocasionales.
En la escuela secundaria participó activamente en revistas estudiantiles y, apenas superada la barrera de la mayoría de edad, comenzó a construir su carrera profesional. La publicación de sus primeras colaboraciones con Editorial Columba a partir de 1931 marcó el inicio de un camino que no tendría retorno ni desvío.
Los amigos y el ambiente porteño lo llamaban “Willy”, apodo cálido que anticipaba su vínculo con la noche de la ciudad. Muy pronto, el joven dibujante dejaba de ser una promesa: su nombre comenzó a circular por los talleres de las principales editoriales, ganándose un lugar como colaborador de publicaciones emblemáticas y forjando, desde el anonimato de las primeras firmas, el prestigio que luego quedaría asociado a su apellido.

Divito supo desde temprano seguir su instinto, guiado por la pasión y una aguda observación de los gestos, tendencias y actitudes que emergían en una Buenos Aires todavía en expansión.
El ascenso profesional de Guillermo Divito coincidió con una época de oro para la prensa gráfica argentina. Luego de sus primeros pasos en Editorial Columba bajo la influencia de Alberto Iribarren, su trazo se consolidó mientras colaboraba con revistas neutrales y populares como El Hogar, Semana Gráfica, Crítica y Patoruzú. En esta última, ingresó en 1936 y pronto se convirtió en figura destacada del humor gráfico, aunque la relación con el director Dante Quinterno se mostraba tensa. Dos versiones, conocidas hasta hoy, relatan el abrupto final de esa etapa: una apunta al rechazo de Quinterno a otorgarle un aumento salarial, mientras que la leyenda dice que el motivo fue aún más simbólico, cuando Quinterno le exigió que alargara las faldas de sus chicas, algo que Divito consideró una intromisión irreconciliable en su visión artística.

Golpeando la puerta y abandonando la que entonces era la revista más exitosa, el historietista volcó todas sus energías en un proyecto propio. El 5 de noviembre de 1944, Buenos Aires vio nacer a Rico Tipo, una publicación que, desde su primer número, demostró una convocatoria extraordinaria. El nombre habría surgido de una broma entre hermanos, cuando un comentario despreocupado (“Vos sí que sos un rico tipo”) derivó en la identidad de la flamante revista.
El éxito resultó inmediato y arrollador. En apenas los primeros días, la edición inaugural se agotó en los kioscos porteños; la demanda superaba cualquier expectativa. Rico Tipo se convirtió rápidamente en un fenómeno editorial: su tirada de 300 mil ejemplares semanales era inédita, superando incluso a muchos diarios. La fórmula proponía un humor renovado, personajes inolvidables y, sobre todo, “las chicas”.

La publicación se identificaba tanto con su creador que en los kioscos los lectores pedían “el Divito”. Su carácter de bon vivant, su habilidad para retratar los códigos y deseos emergentes, y la estética audaz de los personajes, convirtieron a la revista en un objeto de culto.
Rico Tipo fue también semillero y plataforma de los talentos más notables del humor gráfico argentino. Por sus páginas pasaron maestros como Quino, Oski, César Bruto y Calé, quienes encontraron en el ambiente generado por Divito un espacio de creatividad y expansión.
El universo poblado de Divito
Divito entendió que el humor debía hablar el idioma de su tiempo y reconoció que, para convertirse en espejo de la sociedad, hacía falta inventar arquetipos inconfundibles y cercanos. Así poblaron su obra personajes que, con el correr de los años, se fundieron en la memoria popular, expandiendo las fronteras del humor gráfico argentino.
En el centro de este universo surgieron Las Chicas de Divito: figuras femeninas inconfundibles, reconocibles por la cintura extrema, el busto prominente y las piernas largas y torneadas. La caricatura, lejos de degradar, exaltaba: las mujeres, dotadas de una sensualidad osada pero ingenua a la vez, incorporaban elegancia, humor y rebeldía frente a los modos conservadores. El vestuario, siempre “maravilloso”, fijaba tendencias: desde la revista se dictaba el largo de la pollera y el modo de llevar el peinado o marcar la cintura. Lo asombroso, como señaló Hugo Maradei, quien dirigió el Museo del Humor, fue la capacidad de Divito para anticipar en medio siglo una estética que entonces parecía imposible, instalando en la calle un modelo femenino que excedía las fronteras del dibujo.
La galería de personajes, no obstante, iba mucho más allá de las chicas. Entre los más celebrados, El otro yo del Dr. Merengue propone una aguda sátira psicoanalítica sobre la dualidad entre lo reprimido y lo aceptado. Allí, la versión formal y contenida del doctor contrasta con un “otro yo” que se deja llevar por sus deseos prohibidos, actuando como contrapeso humorístico del decoro social de la época. La tira, innovadora en su planteo, permitió a su creador explorar tensiones e hipocresías que resultaban reconocibles para sus lectores.

A este repertorio se suman figuras populares como Bómbolo, Falluteli, Fúlmine, Pochita Morfoni, El abuelo, Gracielita y Oscar dientes de leche. La sencillez y repetición en el humor de estos personajes, muchos de ellos basados en convenciones fácilmente identificables, alimentaban la complicidad con el público. “Falluteli”, siempre ventajero, odioso y oportunista, se libraba incólume de cualquier castigo, burlando la moral dominante y generando un efecto cómico constante. En otros casos, como el de “Fúlmine” o “Pochita Morfoni”, sus nombres trascendieron la viñeta para nombrar actitudes en la vida real, demostrando el poder de penetración de las creaciones de Divito.
Más allá del trazo, una transformación social
Si alguna vez Buenos Aires tuvo una silueta reconocible y un fraseo propio, mucho se debió a la influencia que Divito inoculó en el habla, los gestos y actitudes de la vida urbana. Así como en los cafés de Barrio Norte y en la bohemia de la noche, él funcionó como cronista y personaje, encarnando el arquetipo del bon vivant: amante del jazz moderno –con Stan Kenton como ídolo–, los autos veloces, los trajes hechos a medida, el whisky y la pipa, recorría los restaurantes y confiterías emblemáticos como La Biela y el Petit Café, locales donde la presencia de Divito era casi leyenda.
Desde su posición de figura pública y creador afamado, fue también pionero en el cruce de disciplinas. Produjo apuntes de viaje ilustrados, fundó una escuela de dibujo por correspondencia, impulsó muñecas inspiradas en sus figuras y, con sus cuentos visuales, narró un Buenos Aires a mitad de camino entre la realidad y el deseo.
El éxito editorial y la popularidad constante impulsaron a Guillermo Divito a expandir su creatividad mucho más allá de las fronteras de la viñeta y el papel. Su inquietud empresarial lo llevó a fundar varias iniciativas: editó revistas de historieta de tono más serio –Audaces, Delito y Crimen– y se asoció para lanzar publicaciones como Lúpin junto a Guillermo Guerrero y Héctor Sídoli. Incursionó en el mercado de la animación publicitaria, abrió un restaurante y fue dueño de “boites” de moda tanto en Buenos Aires como en Mar del Plata. De entre estos locales destaca el club Zum Zum, que marcó el pulso de las noches porteñas en los años sesenta.

El viaje ocupaba un lugar central en las obsesiones del dibujante. Divito aprovechaba cualquier pausa de la producción de Rico Tipo para embarcarse en trayectos por Europa y especialmente por Brasil, país al que lo unían la fascinación por el sol, las playas y sus mujeres. Publicó semanalmente crónicas ilustradas bajo la fórmula “Textos y apuntes de Divito”, donde la destreza de la narración visual desplazaba a la fotografía y convertía los paisajes en escenarios animados por el humor. Viajero incansable, no sólo relató el extranjero; en ocasiones, sus propias caricaturas lo presentaban en la platea del Lido de París, mezclando realidad y ficción hasta desdibujar los límites entre ambas.
La vida privada de Divito contribuyó a su leyenda tanto como su obra. Soltero empedernido, seductor y habitué de los cafés y bares más reconocidos de la ciudad, el dibujante encarnó la figura del dandy porteño. El rumor de amores apasionados y el magnetismo social rodearon su imagen; célebre resulta la fotografía en su estudio, dedicada a Susana Brunetti, la actriz que terminó deslizándose fuera de su vida y de la Argentina, provocando en él una herida emocional.
Willy Divito era tan protagonista de su mundo ilustrado como cualquier personaje de sus páginas, y el equilibrio entre espectáculo y cotidianeidad forjó un mito cuya vida transcurría entre la bohemia, las empresas osadas y la obstinada búsqueda de placer y aventura.
Decadencia y final de Rico Tipo: el eclipse de una era
Durante las primeras décadas de su existencia, Rico Tipo dominó la escena editorial argentina y estableció un auténtico fenómeno cultural. Sin embargo, ningún imperio es eterno y el ocaso llegó cuando los tiempos cambiaron: nuevas generaciones, otras sensibilidades y una oferta mediática crecieron en diversidad y audacia.
En el competitivo mercado de las revistas de posguerra, donde cada grupo familiar tenía su favorita, Rico Tipo mantuvo su posición con fuerza. Sin embargo, con el correr de los años sesenta, la revista empezó a evidenciar signos de fatiga. El humor gráfico argentino viraba hacia otros estilos, más urbanos y politizados, mientras el peso de la costumbre y el bajo precio mantenían a la publicación en los kioscos. Las modas ya no se regían por los caprichos de sus personajes, ni las calles replicaban fielmente la estética inventada por Divito. Aunque el título conservaba una importante base de lectores fieles, su capacidad para marcar tendencia en el habla y el vestir se desdibujaba, desgastada por el paso del tiempo y la llegada de nuevos referentes.

El destino de la revista quedó sellado tras la muerte de Divito el 5 de julio de 1969 en una ruta de Brasil, cuando su célebre Fiat 1500 deportivo se estrelló de frente con un camión. Tenía 54 años y acababa de asumir un nuevo puesto como columnista en la revista Gente, donde el público y la crítica esperaban su humor y su conocimiento mundano como carta de presentación. Aquella pérdida se sintió como el final de una época: Rico Tipo agonizó durante algunos años más y cerró en 1972.
La desaparición de la revista coincidió con el surgimiento de publicaciones como Satiricón, que empujaron el humor hacia terrenos más directos, con referencias sexuales explícitas, largas digresiones y una actitud política desconocida en la línea original de Rico Tipo.
Reconocimientos y memoria
La silueta de Guillermo Divito y la impronta de sus creaciones no quedaron ancladas en el pasado. Muy por el contrario, la memoria colectiva argentina le reservó un lugar privilegiado y la valoración de su legado se renovó al compás de nuevas generaciones, exposiciones y homenajes. El reconocimiento institucional llegó con fuerza en 2005, cuando el Museo Sívori organizó la muestra “Chicas de Divito”, la primera dedicada íntegramente a un ilustrador en un espacio oficial del país. Esta exposición permitió, tanto a viejos admiradores como a quienes solo conocían a Divito por referencias familiares, reencontrarse con el estallido de color, las líneas dinámicas y la osadía gráfica que definieron a su obra.
El reconocimiento de su trabajo se extendió a otros territorios del arte y la cultura popular: Divito participó en la película Mala gente interpretándose a sí mismo, y sus personajes llegaron a la pantalla grande en filmes como Fúlmine (1949), confirmando el arrastre de sus figuras más allá del papel. Incluso después del cierre de Rico Tipo y de la disolución de la bohemia porteña que la había alimentado, nuevos humoristas, dibujantes y pensadores volvieron una y otra vez sobre el fenómeno Divito para redefinirlo y celebrarlo. El Museo del Humor llegó a montar una muestra permanente dedicada a su legado, que constituyó, hasta su cierre, un testimonio del poder de seducción de las viñetas y personajes del artista.
La estética de las chicas, los trajes masculinos, los arquetipos y el lenguaje dejaron huella en la moda, en el humor y en la identidad visual de Buenos Aires. Referentes posteriores, como Quino o Calé, supieron reconocer a Divito como pionero y guía.
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