Telones pintados, cinco minutos de duración y un director que quedó en la ruina: la historia detrás de la primera película argentina

Un 23 de mayo de 1909 se estrenaba “La Revolución de Mayo”, un cortometraje mudo en el que se cuentan los sucesos históricos de 1810. La vida del italiano Mario Gallo, su realizador, el auge por el cinematógrafo, y las películas de temática histórica que siguieron. En recuerdo de esa fecha, hoy es el día del Cine Nacional

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"La Revolución de Mayo" de Mario Gallo

Esa sala, que cuando se inauguró era de las más elegantes con que contaba la ciudad de Buenos Aires, ya no existe. Sucumbió ante el avasallador ensanche de Corrientes angosta, en 1936. El Teatro Ateneo, ubicado en Corrientes y Maipú, nació el 17 de febrero de 1909 como un espacio donde se exhibía lo más revolucionario y sorprendente que tenía maravillado a todos: el cinematógrafo. Había superado con creces el furor del kinetoscopio, novedoso invento de 1895 de Thomas Alva Edison que acá trajo Federico Figner. Con solo ingresar una moneda, mirar por el visor mientras se giraba una manivela, y se sucedían imágenes que cobraban movimiento. El Teatro Odeón, de Corrientes y Esmeralda, habían dado el puntapié inicial con estos aparatos, que rápidamente se multiplicaron en los locales del centro porteño.

Fue el 28 de diciembre de 1895 en París cuando los hermanos Auguste y Louis Lumiere promocionaron en el salón Indien del Grand Café des Capucines de París, en el 14 del Boulevard des Capucines, del italiano Volpini, “un aparato que permite recoger en serie de pruebas instantáneas, todos los movimientos que durante un cierto tiempo se suceden ante el objetivo y reproducir a continuación estos movimientos proyectando, a tamaño natural, sus imágenes sobre una pantalla y ante una sala entera”. Esa noche los hermanos recaudaron 35 francos de los espectadores que quedaron “boquiabiertos, estupefactos y sorprendidos…”.

Los hermanos Lumière, los inventores
Los hermanos Lumière, los inventores del cinematógrafo. Nació en Francia pero rápidamente se expandió en todo el mundo

Las producciones de los Lumiere -que también comercializaban su invento- llegaron al Río de la Plata de la mano de Eustaquio Pellicer, que en 1898 fundaría la revista Caras y Caretas, y el empresario teatral Francisco Pastor.

Y la locura fue total.

Llegaron aparatos y los insumos podían adquirirse en el local que el belga Henri Lepage tenía sobre la calle Bolívar, que trabajaba con el austrohúngaro Max Glücksmann.

Fue en el Teatro Ateneo donde un 23 de mayo de ese 1909, de esa ciudad que ya se preparaba para los festejos del centenario, la película La Revolución de Mayo, considerada la primera, aunque presumiblemente haya sido El fusilamiento de Dorrego. Ambas compartían al mismo realizador.

Mario Gallo en el Jardín
Mario Gallo en el Jardín Zoológico, por 1925. (Gentileza Gerardo Gallo Candolo)

El responsable había sido el italiano Mario Gallo, un músico nacido el 31 de julio de 1877 en Bisceglie, comuna de Barletta, de región de la Puglia. Había llegado al país en 1905 como maestro de coro de una compañía de operetas. Cuando sus compañeros emprendieron el regreso a su país, él se quedó.

En los cafetines del centro, se ganaba unos pesos tocando el piano e, impactado por el descubrimiento de los hermanos Lumiere, estudió fotografía. Paso seguido, se largó a filmar noticieros y documentales, como el de “Plazas y monumentos de Buenos Aires”, registrando la flamante Plaza del Congreso.

Con el vizcaíno Julián de Ajuria, un empresario y comentarista de películas, fundaron la Sociedad General Cinematográfica Limitada, dedicada a alquilar y distribuir películas extranjeras, junto a documentales y noticieros de producción nacional, que se exhibían en las salas que surgían en la ciudad. Gallo se enorgullecía porque en esos cortos estuvieron todas personalidades políticas del momento, empezando por el anciano general Bartolomé Mitre.

Fotograma de la película "La
Fotograma de la película "La Revolución de Mayo", estrenada el 23 de mayo de 1909.

En un comienzo, trabajaban en un pequeño estudio en la calle Cuyo 1171 y luego se mudó a otro en Cangallo 1078. Cuando decía que haría películas, nadie lo tomaba en serio y se burlaban.

No se desanimó ya que estaba decidido a vivir de eso. En el negocio atendido por el romano Atilio Lipizzi compró una máquina de proyección y varias películas. Con su coterráneo, que había llegado al país en 1904, se habían hecho amigos cuando se conocieron en un pueblo del interior, donde pasaba películas y Gallo tocaba el piano. Entre ellos hablaban en italiano.

Con el material adquirido, Gallo vivió tres meses en Chivilcoy donde instaló en el Teatro Español el primer biógrafo que tuvo la ciudad.

Con Lipizzi se les ocurrió hacer películas sobre temas históricos. Dijeron que era la forma que tenían para mostrar su agradecimiento al país que los había cobijado. Pensaron en una sobre José de San Martín, pero se acobardaron por la magnitud del personaje. “Piú grande”, coincidieron.

Instaló su estudio en la
Instaló su estudio en la calle Cangallo y armó su propia empresa cinematográfica, cuando muchos creían que nunca lo lograría

Por 1908 con una moderna cámara Pathé, se largaron a filmar. La primera que hicieron fue “El fusilamiento de Dorrego”. En este trabajo, Salvador Rosich tuvo el papel del militar fusilado y Eliseo Gutiérrez el de Juan Lavalle. Fue filmada en un local de Corrientes y Uruguay y el guión fue escrito por José González Castillo, el padre de Cátulo Castillo. Duraba entre 11 y 12 minutos, y fue proyectada por primera vez el 24 de mayo de 1908.

La Revolución de Mayo

El 23 de mayo de 1909 estrenó en el Teatro Ateneo. La película dura cinco minutos y es evidente cómo el viento mueve la tela sobre la que se pintó el frente del cabildo o la sala donde ocurrieron los hechos. Sus intérpretes fueron el uruguayo Eliseo Gutiérrez y el chileno César Fiaschi. Eran tiempos en que los artistas, actores de teatro, les parecía increíble cobrar por actuar frente a una cámara fija, sin público presente.

El film se toma ciertas licencias, como la de incluir a José de San Martín en los debates, cuando en realidad el militar llegó al país casi dos años después.

La pieza comienza en una reunión en lo de Rodríguez Peña, donde se resuelve aplazar todo hasta la caída de la Junta de Sevilla; luego, los jefes militares le niegan el apoyo al virrey Cisneros, quien debe ceder y otorgar un cabildo abierto. Luego aparecen French y Berutti repartiendo cintas azules y blancas para que los patriotas se reconociesen entre ellos y Gallo las relaciona con la escarapela. Nuevamente este dúo figuran presionando para saber qué es lo que se estaba tratando.

Fotografía de estudio de Gallo,
Fotografía de estudio de Gallo, un italiano que eligió vivir en nuestro país, donde formó familia e incursionó en un arte nuevo, el cine (Gerardo Gallo Candolo)

Fue Berutti quien volcó en un papel los nombres de los que debían integrar la Primera Junta de Gobierno, mientras se muestran a los cabildantes indecisos. Frente a un telón en el que está pintado el frente del cabildo, se congrega la gente –algunos con paraguas- los miembros de la junta juran y Cornelio Saavedra, desde los balcones, habla. Con un “¡Viva la República!” termina la película.

Gallo era el hombre orquesta. En todas sus películas, operó la manivela de la filmadora, se ocupó de confeccionar los decorados, del vestuario de los actores e interesaba a empresarios a invertir en el negocio.

Las películas sobre evocaciones históricas se sucedieron, ya que eran bien recibidas por los espectadores y la crítica. Cuando filmaron La batalla de Maipú, la hicieron en los terrenos donde actualmente se levanta el estadio de River Plate. Para ello, se contrataron a soldados argentinos, que se pusieron en la piel de los granaderos, mientras que residentes españoles interpretaron a los realistas. Al parecer, los extras se tomaron el papel demasiado en serio y la filmación terminó en una gigantesca trifulca. Gallo terminó en la comisaría dando explicaciones y muchos de esos noveles actores debieron ser hospitalizados. El propio Gallo corrió con todos los gastos.

Tanto en esta película como en Güemes y sus gauchos, tuvieron dificultad en hallar actores que supieran montar a caballo. Debieron repetir varias veces en la batalla de Maipú la toma del abrazo de San Martín y O’Higgins, porque se caían de los animales.

Recreó el drama de Camila O’Gorman; filmó Muerte civil con el actor italiano Giovanni Grasso; Bajo el sol de la Pampa, y muchas más. Hizo también dos largometrajes, uno En buena ley, estrenada en abril de 1919 e interpretada por Silvia Parodi, Olinda Bozán y Juan Hernández, en la que invirtió 80 mil pesos, una fortuna para la época. La otra película fue En un día de gloria, estrenada en 1922.

De la fortuna que logró hacer, no le quedó nada: entre las fiestas que organizaba para agasajar a sus amigos, el dinero que prestaba y no se preocupaba en reclamar, y un incendio que destruyó su laboratorio, provocado supuestamente por un socio que buscaba cobrar el seguro, lo dejó al borde de la ruina.

Muchos de los amigos de antaño no estuvieron para tenderle una mano, y sobrevivía en las boleterías del cine picando entradas o recorriendo distribuidoras realizando controles, cobrando por día.

Falleció el 8 de mayo de 1945 a los 67 años. Todas sus películas se perdieron, salvo la que evoca la Revolución de Mayo, hallada de casualidad entre pilas de viejas latas de películas. Fue restaurada y se volvió a proyectar en 2009. El 23 de mayo, la fecha de su estreno en un teatro que hace décadas no existe más, se conmemora el día del cine nacional, en honor a los sueños de ese inmigrante italiano que, con sus películas, quiso agradecer al país donde eligió vivir por el resto de su vida.