
El domingo 22 de mayo de 1960, Patricio Hurtado esperaba su turno para entrar a jugar un partido de fútbol. Tenía 20 años y se desempeñaba como mediocampista defensivo en el club Juventud Unida. Mientras hacía tiempo reclinado sobre un poste de luz, al costado de la cancha, sintió un movimiento extraño. “Parecía que estábamos en un carrusel y que había empezado a girar a toda velocidad”, recuerda hoy, a sus 84 años, en diálogo con Infobae. “Cuando intenté ponerme de pie, el piso comenzó a moverse cada vez más fuerte. Prácticamente, no podía sostenerme parado”.
En ese momento, el joven Hurtado no sabía que estaba por ser testigo del terremoto más poderoso jamás registrado en la historia de la humanidad: un sismo de 9,5 grados en la escala de Richter que cambiaría para siempre la geografía y la memoria de Chile.

El origen del desastre
Ubicado en el llamado “Cinturón de Fuego del Pacífico”, Chile es considerado el país sísmicamente más activo del mundo. La colisión constante entre la placa de Nazca y la placa Sudamericana y de Chiloé convierte a su territorio en una de las zonas más propensas a sufrir catástrofes naturales del planeta. Sin ir más lejos, desde que existen registros modernos, se han documentado allí más de un centenar de terremotos con magnitud superior a 7. Pero ninguno como el de 1960.
A las 15:11 horas de aquel 22 de mayo, una violenta sacudida estremeció el sur del país. El epicentro se localizó en la ciudad de Valdivia, capital de la Región de Los Ríos, pero el impacto se extendió desde Talca hasta Puerto Montt. De acuerdo con las crónicas de la época, en apenas diez minutos, ciudades enteras se hundieron, un sinfín de viviendas se vinieron abajo, un volcán entró en erupción, se desplomaron puentes y varios ríos cambiaron su cauce. Los muertos se contaron por miles y los damnificados en más de dos millones.
Para tener una idea de la magnitud, la energía liberada se ha estimado como equivalente a más de 20.000 bombas atómicas como la de Hiroshima. El sismo, además, generó un tsunami que cruzó el Pacífico y provocó muertes, incluso en Japón y Filipinas.

A unos 150 kilómetros de Valdivia, en la ciudad de Osorno, Patricio Hurtado vivió ese momento en carne propia. Estaba por entrar al campo de juego cuando el suelo comenzó a sacudirse. “Si bien estábamos en un predio al aire libre, a la distancia veíamos las casas de los alrededores moverse en forma de ola: subían y bajaban”, recuerda. “Fue realmente espantoso: parecía interminable. Yo perdí la noción del tiempo. Pensé que era el fin del mundo”, agrega.
Aunque el terreno donde se encontraba no tenía edificaciones cercanas, Hurtado no estaba del todo a salvo. “Nuestro mayor temor eran los postes de luz que rodeaban la cancha. Se sacudían como una rama de lado a lado. Desde el piso veíamos los chispazos y escuchábamos unos ruidos como que explotaba algo en los cables… Teníamos terror de que se nos vinieran encima. Gracias a Dios no pasó”, relata.

El después
Tras el temblor, vino la incertidumbre. De regreso a su hogar, Hurtado vio lo impensado. “En la zona donde vivíamos, el 80 por ciento de las viviendas eran de madera. No vi ninguna que se haya derrumbado, pero estaban como ladeadas, desviadas hacia un lado”, explica. “La calle era otra cosa: había grietas, hoyos y rajaduras”.
Su casa, “un cajón de madera”, como la describe, también quedó inclinada, pero en pie. En Osorno, la destrucción fue menor en comparación con Valdivia, aunque no toda la región tuvo la misma suerte. A unos 50 kilómetros de la ciudad, en la zona del lago Rupanco, una ola de hasta 10 metros de altura arrasó con la localidad de Las Gaviotas y sus alrededores. Se estima que murieron o desaparecieron más de cien personas. La ola se generó cuando una enorme masa de tierra se desprendió y cayó sobre el lago durante el sismo. Entre las pérdidas materiales, la más recordada fue el Hotel Termas de Rupanco, que quedó completamente destruido por el alud.
El caos se extendió durante semanas y, por las réplicas —una de ellas de magnitud 7,9— la tierra no dejó de moverse. “A veces no dormía porque sentía un movimiento y ya me imaginaba que iba a ser lo mismo o peor. Nunca había vivido algo así, ni siquiera un temblor cuando era más chico. Fue una experiencia que marcó”, admite Hurtado.

Una marca imborrable
Después del terremoto, Hurtado retomó su rutina, aunque con miedo. Un año más tarde, en 1961, decidió mudarse a la Quinta Región. “Fui a visitar a unos familiares y me quedé. Nunca más volví a Osorno”, cuenta. Tiempo después, conoció a su esposa, se casó y tuvo cinco hijos. Actualmente, vive en Santiago de Chile, es abuelo de diez nietos y un bisnieto. Se jubiló en 2010, después de décadas de trabajo en el área administrativa.
Con el paso de los años, Patricio vivió otros sismos. Algunos también fueron fuertes. Pero ninguno como el del 22 de mayo de 1960. “Los terremotos que hubo después, no tienen nada que ver con lo que fue el de Valdivia. Si tuviera que compararlos, diría que el resto fueron simples temblores”, afirma.
En octubre próximo, el hombre celebrará su cumpleaños número 85. Si mira hacia atrás, dice, tiene la certeza de haber atravesado uno de los peores desastres naturales de la historia de su país. “Pasaron tantas cosas por mi mente en ese momento... Es difícil explicarlo. No perdí amigos ni familiares, tampoco me tocó ayudar a nadie, pero aun así no lo olvido. Fue una prueba que Dios nos mandó y, sinceramente, no me gustaría volver a atravesar”.

Mejor prevenir
Desde antes de la tragedia de 1960, Chile ya venía dando pasos en materia de normas de construcción antisísmica, pero el megaterremoto de Valdivia fue un punto de inflexión. En las décadas siguientes, el país se convirtió en un referente mundial en ingeniería estructural frente a desastres naturales. Hoy lidera el desarrollo de tecnologías de disipación y amortiguación sísmica.
“Cada uno de los terremotos en Chile ha marcado un hito, pero el del 60 ha sido el más importante en cuanto a la modernización y actualización de las normas sísmicas de construcción”, explicó Sergio Barrientos, director del Centro Sismológico Nacional, en una entrevista con la agencia AFP en 2020.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con la prevención a nivel ciudadano. “Si bien se empezaron a preocupar de cómo construir mejor, y eso se ha logrado, las tareas pendientes son habitar zonas seguras y promover una verdadera cultura antisísmica”, señaló al mismo medio, Magdalena Radrigán, especialista en política y gestión de desastres.
El caso de Puerto Saavedra es simbólico: pese a haber sido arrasado por el tsunami de 1960, hasta hoy se continúa construyendo sobre la línea costera.

Los científicos coinciden en que otro megaterremoto en la zona de Valdivia no es probable en el corto plazo, debido a la enorme energía que ya fue liberada. Pero eso no significa que Chile esté libre de grandes eventos. El último gran sismo que golpeó al país, conocido como “27F”, ocurrió el 27 de febrero de 2010 y fue el segundo terremoto más fuerte de su historia.
Con una magnitud de 8,8, el movimiento tuvo su epicentro en las costas de la Región del Maule y sorprendió a la población en plena madrugada. Al igual que en 1960, unos treinta minutos después del terremoto, un tsunami azotó las regiones del Maule y Biobío. Fuera de Chile, el maremoto alcanzó a Perú, Ecuador, Colombia y Costa Rica, aunque sin provocar grandes daños.
La tragedia se cobró la vida de más de 500 personas y alrededor de medio centenar permanecen desaparecidas hasta hoy.
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