
El domingo 18 de mayo, el papa León XIV recibirá los atributos de su cargo como sucesor de San Pedro y, por tanto, será quien guiará a la iglesia católica en estos tiempos. Durante siglos, las coronaciones papales fueron ceremonias majestuosas que simbolizaban la autoridad espiritual y temporal del Papa como soberano de los Estados Pontificios y posteriormente de la Ciudad del Vaticano. Estas ceremonias, cargadas de simbolismo, rituales y objetos litúrgicos únicos, alcanzaron su apogeo en la pompa barroca, pero experimentaron una profunda transformación en el siglo XX, culminando con el abandono de la coronación tras el pontificado de Pablo VI en 1963.
Las coronaciones papales, documentadas desde el siglo IX con el Papa Nicolás I en 858, eran ceremonias que combinaban elementos litúrgicos, monárquicos y teatrales. Inicialmente celebradas en la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral de la diócesis de Roma, se trasladaron progresivamente a la Basílica de San Pedro, especialmente tras el retorno de los papas desde Aviñón en el siglo XIV. Estas ceremonias, que podían durar hasta seis horas, reflejaban el papel del Papa como vicario de Cristo, pastor universal y, hasta 1870, gobernante temporal de los Estados Pontificios.
El punto culminante de la coronación era la imposición de la tiara papal, un tocado cónico adornado con tres coronas (triregnum), que simbolizaban diversas interpretaciones: la autoridad del Papa como pastor, juez y gobernante, o su papel en la iglesia militante, sufriente y triunfante. La tiara, evolución del gorro frigio usado en el siglo VIII, se convirtió en un emblema de la soberanía papal. Cada Papa solía recibir una tiara nueva, a menudo decorada con joyas y metales preciosos, como la de corte palatina de Pío IX (1877), que contenía 540 perlas y más de cien gemas. Durante la coronación, el cardenal protodiácono colocaba la tiara sobre la cabeza del Papa, pronunciando en latín: “Accipe tiaram tribus coronis ornatam, et scias te esse patrem principum et regum, rectorem orbis in terra vicarium Salvatoris nostri Jesu Christi” (“Recibe la tiara adornada con tres coronas y sabe que eres padre de príncipes y reyes, rector del orbe, vicario en la tierra de nuestro Salvador Jesucristo”).
Luego, el Papa ya coronado era llevado en la sedia gestatoria, un trono portátil sostenido por doce palafreneros vestidos de rojo, flanqueado por los flabelos, grandes abanicos ceremoniales de plumas blancas de avestruz que evocaban el ceremonial imperial romano y bizantino. Estos abanicos, usados hasta el pontificado de Pablo VI, no solo añadían majestuosidad, sino que simbolizaban la reverencia hacia el Sumo Pontífice. Los flabelos no eran meros objetos decorativos; su simbolismo era multifacético. Representaban la reverencia hacia el Papa como vicario de Cristo, evocaban la continuidad entre el ceremonial romano y el cristiano, y subrayaban la santidad del pontificado mediante el uso de plumas blancas, asociadas con la pureza. Además, su movimiento rítmico en las procesiones creaba una atmósfera de solemnidad, elevando la experiencia litúrgica. Aunque los flabelos han desaparecido del ceremonial moderno, su legado perdura en la memoria de la Iglesia y en el arte litúrgico. Los flabelos son un recordatorio de cómo el papado ha evolucionado, pasando de una imagen de poder temporal a una de servicio pastoral. Durante la procesión en un momento se detenía y se realizaba el rito de la quema de estopa, donde el maestro de ceremonias encendía un manojo de lino ante el Papa y proclamaba: “Pater Sancte, sic transit gloria mundi” (“Santo Padre, así pasa la gloria del mundo”), como un gesto para refrendar la fugacidad del poder terrenal.
La indumentaria del Papa era igualmente suntuosa. Además de la tiara, usaba guantes blancos bordados (quirotecas), que simbolizaban la pureza y la dignidad episcopal, y zapatillas de seda bordadas en rojo, conocidas como mulas pontificias, con una cruz dorada en el empeine que los fieles besaban como signo de respeto. Estas zapatillas, usadas hasta Juan XXIII, eran un distintivo exclusivo del Papa, reservado para ceremonias solemnes.
Otro elemento clave era el anillo del pescador, una sortija de oro grabada con la imagen de San Pedro lanzando su red, acompañado del nombre del Papa. Este anillo, colocado por el camarlengo tras la elección, servía originalmente como sello para documentos oficiales, pero con el tiempo adquirió un significado simbólico como insignia del ministerio petrino. Al morir el Papa, el anillo era destruido con un martillo para marcar el fin de su autoridad.

La coronación de Pablo VI, el 30 de junio de 1963, fue la última de su tipo y marcó el fin de una era. Celebrada en la Plaza de San Pedro debido a las obras del Concilio Vaticano II en el interior de la basílica, la ceremonia atrajo a representantes de más de noventa países. Pablo VI, consciente del espíritu renovador del Concilio, optó por una tiara más austera, donada por la diócesis de Milán, donde había sido arzobispo. Esta tiara, de diseño cónico y sin las joyas ostentosas de sus predecesoras, reflejaba un intento de moderar la opulencia tradicional. La procesión fue encabezada por la Guardia Suiza, seguida por clérigos, prelados y oficiales pontificios vestidos con atuendos inspirados en la grandeza española del siglo XVI. Pablo VI, llevado en la sedia gestatoria y flanqueado por los flabelos, vestía una mitra dorada, guantes blancos y una capa ricamente bordada. Tras la Misa, el cardenal Alfredo Ottaviani colocó la tiara sobre su cabeza, mientras las campanas de San Pedro y de 500 iglesias romanas resonaban. La ceremonia, que duró tres horas, incluyó la bendición Urbi et Orbi desde el balcón de la basílica. Sin embargo, el 13 de noviembre de 1963, Pablo VI realizó un gesto histórico: al concluir una Misa en San Pedro, se quitó la tiara y la colocó sobre el altar, donándola simbólicamente a los pobres. Este acto, inspirado por las discusiones del Concilio sobre la pobreza, marcó el abandono de la tiara como insignia activa del papado. La tiara fue enviada a la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington DC, donde permanece como reliquia.
La decisión de Pablo VI de renunciar a la tiara abrió el camino para una transformación radical en la forma de inaugurar un pontificado. Su sucesor, Juan Pablo I, rompió con siglos de tradición al rechazar la coronación en 1978: optó por una misa de inicio del ministerio petrino, diseñada por el maestro de ceremonias Virgilio Noè. Esta ceremonia, más sobria, se centró en la entrega del palio episcopal y el anillo del pescador, símbolos de la autoridad pastoral del Papa como obispo de Roma y sucesor de Pedro.
El palio es una banda de lana blanca adornada con cruces negras, representa la jurisdicción universal del Papa y su papel como pastor. Es colocado sobre los hombros del Papa por el cardenal protodiácono durante la misa inaugural. El anillo del pescador, entregado por el cardenal decano, simboliza la misión de “pescar” almas para Cristo. Juan Pablo I, por ejemplo, prefirió un anillo simple, inspirado en el diseño regalado por Pablo VI a los obispos del Concilio Vaticano II. Juan Pablo II, en 1978, consolidó esta nueva ceremonia y en su homilía declaró: “No es el momento de regresar a una ceremonia y a un objeto considerado, erróneamente, como un símbolo del poder temporal de los papas”.

Su misa inaugural, celebrada por la mañana en la Plaza de San Pedro, eliminó la sedia gestatoria y los flabelos, y simplificó el vestuario papal al prescindir de los guantes bordados y las mulas pontificias. Benedicto XVI, en 2005, formalizó el rito con la publicación del “Ordo Rituum pro Ministerii Petrini Initio Romae Episcopi”, un libro litúrgico que estableció la misa inaugural como norma permanente. Introdujo un cambio simbólico: en lugar del juramento de obediencia individual de los cardenales, doce representantes de la iglesia (cardenales, clérigos y laicos) ofrecieron un saludo de respeto en pos de reflejar la universalidad del ministerio papal. Benedicto también reemplazó la tiara en su escudo de armas por una mitra con tres bandas, un guiño al triregnum, rompiendo con siglos de heráldica papal. El papa Francisco, en 2013, llevó la simplificación aún más lejos. Rechazó el hábito coral pontificio (muceta y roquete), usó zapatos negros en lugar de las mulas rojas y optó por un anillo del pescador de plata dorada, más sencillo que los tradicionales de oro. Su misa inaugural, celebrada en la Plaza de San Pedro, enfatizó la humildad y el servicio, en línea con su visión de una “iglesia pobre para los pobres”.
Aunque la tiara y los flabelos fueron abandonados, otros símbolos han asumido un papel central en el papado moderno.

La férula papal, un bastón coronado por un crucifijo, es un símbolo de la autoridad espiritual del Papa como pastor de la Iglesia. Su uso se documenta desde el siglo XIII, evolucionando desde el báculo episcopal curvado. Inicialmente de madera o metal, las férulas se volvieron más ornamentadas en el Renacimiento, con diseños en plata u oro. Pablo VI introdujo una férula moderna en 1963, usada por sus sucesores. Benedicto XVI recuperó un diseño antiguo, mientras Francisco optó por una férula sencilla de plata. Representa el liderazgo pastoral y la guía espiritual, distinta del poder temporal de la tiara.
El Palio episcopal es una banda de lana blanca, adornada con seis cruces negras, que simboliza la autoridad pastoral y la comunión con el pontífice. Usado por el Papa y arzobispos metropolitanos, representa la misión de pastorear como “buen pastor”. Los papas lo reciben durante la misa de inicio del ministerio petrino, tejido con lana de corderos bendecidos en la fiesta de Santa Inés. Tradicionalmente, era estrecho y corto. Benedicto XVI, en 2005, usó un palio de diseño paleo-cristiano, más ancho y largo, inspirado en los modelos del siglo VI, con cruces rojas, evocando la tradición bizantina. Este diseño fue único y no continuó con Francisco. Suele adornarse con tres clavos metálicos, que recuerdan los clavos de la Pasión.
Aunque ya no se usa como sello, el anillo del pescador sigue siendo un símbolo clave. Entregado al Papa durante la misa de inicio del ministerio petrino, es un símbolo de su autoridad como sucesor de San Pedro, el “pescador de hombres”. Documentado desde el siglo XIII, este anillo lleva grabada la imagen de Pedro con una red y el nombre del Papa. Originalmente un sello para documentos, hoy representa la misión pastoral de guiar a la Iglesia. Al morir el Papa, el anillo es destruido, marcando el fin de su pontificado, subrayando la transitoriedad del poder.
En días siguientes se celebra la toma de posesión de la cátedra romana en la Basílica de San Juan de Letrán: es el último acto formal en la asunción de un nuevo Papa como obispo de Roma. Esta ceremonia, conocida como “incathedratio”, tiene un profundo significado eclesiológico, ya que San Juan de Letrán es la “madre y cabeza de todas las iglesias” y la sede oficial del obispo de Roma. El rito, que suele celebrarse días o semanas después de la misa inaugural, implica que el Papa sea conducido solemnemente al trono episcopal (cathedra romana) y tome posesión sentándose en él. Recibe el beso de la paz, escucha un pasaje de las escrituras y pronuncia un discurso, tradicionalmente llamado “sermo inthronisticus“. Por ejemplo, Benedicto XVI tomó posesión el 7 de marzo de 2005 y Francisco lo hizo el 7 de abril de 2013. Esta ceremonia, aunque menos conocida que la misa inaugural, reafirma el vínculo del Papa con la diócesis de Roma y su rol como pastor local.
Las coronaciones papales, con su esplendor y simbolismo, reflejaron durante siglos la concepción del papado como una monarquía espiritual y temporal. La tiara, los flabelos, los guantes y las zapatillas bordadas eran más que ornamentos; eran signos de una autoridad que abarcaba lo divino y lo humano. Sin embargo, el Concilio Vaticano II y el gesto de Pablo VI al renunciar a la tiara marcaron un punto de inflexión, alineando el papado con los valores de humildad, servicio y colegialidad.
La transición a la misa de inicio del ministerio petrino, consolidada por Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, refleja una Iglesia que busca acercarse a los fieles en un mundo moderno. Los símbolos actuales —el palio, el anillo del pescador, la férula— enfatizan la misión pastoral del Papa como sucesor de Pedro. La toma de posesión en San Juan de Letrán, aunque discreta, completa este proceso, anclándolo en su rol como obispo de Roma. Así, el papado ha pasado de la gloria de las coronaciones a la simplicidad de un ministerio centrado en la fe y el servicio, un cambio que resuena con el mensaje evangélico de humildad y amor, labor que deberá llevar a cabo el papa León XIV.
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