
Paul McCartney llora. Uno de esos llantos en los que las lágrimas se hamacan en el borde de los ojos un buen rato antes de, con timidez, caer. Como si al llanto se lo hubiera moldeado la ancestral idea de que “los muchachos no lloran” y hubiera que resistirlo, aunque al final no pueda hacerse demasiado. Llora, mira a su alrededor, mira a ninguna parte y dice: “Ahora sólo somos dos”. Lo escucha Ringo Starr y ningún otro Beatle.
Es la mañana del día siguiente al que George Harrison avisara, sin perder demasiado la calma y sin dudar, que se iba de la mejor banda de la historia de la música. La mañana en la que John Lennon, después de esa renuncia, decide que tampoco tiene ganas de ir al estudio en el que componen y graban contrarreloj Let it be, el último disco que editarían. Los Beatles están rotos. Van a pegar sus partes por un tiempo más, pero el quiebre definitivo flota en la tensión del aire que vienen compartiendo hace más de diez años.
Egos huérfanos
El llanto de McCartney es una de las escenas más íntimas y más desgarradoras de Get back, el documental de tres episodios y unas ocho horas que montó el cineasta Peter Jackson con unas sesenta horas de grabación producidas en los primeros días de enero de 1969. Para sostener sus compromisos comerciales -y sus niveles de vida en años en los que ya no hacían giras en vivo-, Paul había ideado que un documental registrara el proceso de composición, ensayo y grabación de un disco, y que todo eso terminara en una presentación ante su público después de mucho tiempo sin hacerlo.
McCartney se había convertido en una especie de autor intelectual de la marca The Beatles tras la muerte por sobredosis de Brian Epstein, el histórico manager de la banda y, sobre todo, el administrador de sus egos. Epstein los había visto en The Cavern en 1961 y se había ganado su confianza: fue el verdadero “quinto beatle”. Se ocupaba de mediar cada vez que había conflictos entre ellos, de administrar sus finanzas, de organizar los negocios alrededor de su música y, sobre todo, sus giras en vivo. Pero en 1967 lo mató una sobredosis de barbitúricos y Los Beatles quedaron algo así como huérfanos.

En medio del duelo y del desconcierto, Paul se puso al frente de la banda. No sólo “organizando” sus compromisos discográficos y hasta de posibles presentaciones en vivo, sino también ocupando -o al menos intentado ocupar- cada vez más espacio a la hora de componer y de definir el estilo de sus canciones. A eso había que sumarle su carácter obsesivo: ver Get back es ver la neurosis de McCartney en acción. Es hermoso verlo buscar la mejor versión de cada acorde, cada verso, cada composición. También es asfixiante.
Fue Paul el que propuso -sin esperar demasiado a consensuar con sus compañeros- lo del documental que los siguiera casi como un diario íntimo audiovisual y el show como frutilla del postre de ese proceso. Los Beatles especularon con hacer esa presentación en vivo -que sabían que sería la última- en las Pirámides de Egipto, en la Acrópolis de Atenas o sobre un gran buque de la Armada Real Británica.
Pero todo terminó en la terraza del edificio de Apple, donde funcionaba la empresa que administraba la marca. Terminaron de componer Let it be, que se iba a llamar Get back, el mismísimo día del concierto. Ni los ánimos -ni la plata- daban para planes mucho más extraordinarios que tocar allí y que el público mirara o al menos escuchara desde la calle.
Crónica de una separación inevitable
La muerte inesperada de Epstein descolocó a la banda. Los dejó huérfanos ante problemas que no estaban acostumbrados a resolver y demasiado expuestos a sus propias personalidades. George no había sido el primero en decir “basta”. Un año antes de ese adiós, Ringo Starr había pegado el portazo durante la grabación del épico Álbum Blanco por la hostilidad que se vivía durante los días de grabación.

Ese disco, una obra maestra, fue definido por la revista Rolling Stone como “cuatro discos diferentes grabados bajo el mismo techo”. Eran días en los que, mientras Lennon grababa “Revolution 1″ en una sala, McCartney registraba “Blackbird” en otra, cada uno en su mundo y cruzándose lo menos posible. Como esas parejas que empiezan a dormir separadas hasta que terminan de decidir que hasta acá llegaron.
La grabación de Let it be y su documentación en video, en los primeros días de 1969, no hizo más que escalar la tensión. Tener que grabar a contrarreloj no era algo a lo que Los Beatles no estuvieran acostumbrados: desde el principio, cuando la plata para el estudio de grabación era poca y nada, habían desarrollado esa habilidad para componer y registrar sus nuevas canciones bajo una especie de cuenta regresiva.
La tensión entre ellos tampoco era del todo nueva. Lennon y McCartney se habían disputado ser el más protagonista y el más talentoso de la banda prácticamente desde el principio. Pero eso, con un mediador que supiera llevarlos como Epstein y un productor musical único en su especie como fue George Martin, era una potencia. Aprender juntos, competir, entenderse entre sí como nadie, todo eso los hacía mejores.
Pero McCartney agrandaba su terreno, y en medio de todo eso, Harrison pretendía cada vez más espacio como compositor. Le sobraban los motivos: aportaba canciones cada vez mejores. Venía de sumar “While my guitar gently weeps” al Álbum Blanco y, en los días de construcción de Let it be, les mostraba algo del material en el que venía trabajando para el disco siguiente, Abbey Road. Ese “algo” era el esqueleto de “Something”, una de las mejores canciones no de Los Beatles sino de la historia de la música popular. Y la que a Frank Sinatra le pareció “la mejor balada de amor jamás escrita”. Pero a McCartney y Lennon les parecía que Harrison no merecía más espacio que para una o dos canciones por disco. Ese es el George Harrison que les dijo “basta para mí”. Y aunque luego volvería, ese malestar no iba a desaparecer.
Pero a ese hartazgo y a esas tensiones hay que sumarle algo menos lacerante y, tal vez, más definitivo. Hacia fines de los sesenta, Los Beatles ya se pensaban a sí mismos por separado. Les interesaba la música desde perspectivas muy distintas. Lennon había formalizado su relación con Yoko Ono, esa artista de vanguardia a la que había conocido en una galería y que ahora se sentaba al lado suyo y de los otros tres integrantes de la banda mientras componían un nuevo disco.

Get back, el documental de Jackson, le hace justicia a Ono. No es que ella interviniera cada cinco minutos diciendo qué había que hacer, es que Lennon no quería alejarse de ella y, sobre todo, pensaba sus nuevas creaciones más en sintonía con la experimentación musical que proyectaba con Yoko que con su histórico compañero de aventuras compositivas. La dirección de su obra estaba en plena mutación. Esa vanguardia que Ono le había presentado lo atraía en su totalidad, también como artista musical.
Harrison también quería otra cosa. Algo que se pareciera más a la influencia de la música de la India que había conocido de cerca en el viaje de la banda a ese país. A esos sonidos, a esos silencios, a ese espíritu que George convertiría en una filosofía de vida. “All thing must pass”, una canción que ni Lennon ni McCartney aceptaron sumar al repertorio de la banda, fue la que le daría título al primer disco solista de Harrison tras la ruptura oficial de Los Beatles. En ese disco triple está todo lo que George quería decir y no lo dejaban.
McCartney, en cambio, quería seguir recorriendo un camino más vinculado al mundo del pop, en el que la banda había logrado protagonizar la mayor revolución del siglo XX y en el que, creía, todavía había mucho por hacer. Y Ringo sumaba cada vez más contratos como actor de cine: para la grabación de Let it be hubo que tener en cuenta los días de rodaje de una película que co-protagonizaría con Peter Sellers. Había ahí un destino que a Starr le divertía explorar y que, además, le redituaba.
Una Ferrari intacta
El 10 de abril de 1970, un año y tres meses después de llorar porque ni Lennon ni Harrison se sumaban a los ensayos previstos, McCartney oficializó un comunicado de prensa en el que aseguraba que ya no estaba en sus planes ser parte de Los Beatles ni seguir componiendo o grabando con John Lennon, su socio histórico. Fue el “blanqueo” de una crisis que llevaba tiempo: en septiembre del año anterior, John había deslizado a la prensa que la banda estaba separándose.
Cuando Paul dijo que se iba faltaba un mes para que Let it be, el anteúltimo disco que grabó la banda, saliera a la calle. Abbey Road, el último que compusieron y editaron, ya se había publicado. McCartney puso en la calle su primer disco solista una semana después de ese comunicado que hizo que, en los días siguientes, los diarios británicos se llenaran de fotos de chicas tristes con banderas que decían “Beatles please stay” (“Beatles por favor quédense”) o cosas por el estilo.

Oficialmente Paul parecía el primero en irse, aunque tal vez haya sido el último en apagar la luz. El divorcio, como pasa en las familias que tienen que hacer divisiones de bienes cuantiosas y complejas, recién llegaría a mediados de los setenta: había que poner demasiada riqueza en orden. Pero la separación de hecho era irreversible.
Get back muestra esa tensión, esa asfixia, esa mejora cuando llega Billy Preston, el tecladista que invitaron a grabar el disco y que sirvió de válvula de escape. De aire fresco. Muestra el hartazgo de Harrison, el hipercontrol de McCartney, el profesionalismo de Ringo, la capacidad de Lennon para desconectarse de todo en un segundo y de volverse el centro de la escena en el segundo siguiente.
También los muestra riéndose entre ellos con la complicidad que construye el paso del tiempo. Entendiéndose “de memoria”, con apenas una mirada. Complementándose para componer con la creatividad que los hizo tan grandes, tan parecidos a nada de lo que había existido antes y a tanto de lo que vino después. Listos para inventar algo nuevo en un rato, y que ese algo nuevo sea ahora, más de medio siglo después, alguno de los himnos de la vida de tantos millones de personas en casi cualquier rincón del mundo.
Lo más atractivo de Get back es la sensación de estar espiándolos en medio del derrumbe y también de esa alquimia ocurriendo delante de nuestros ojos. Verlos romperse y, muy a pesar de las chicas de las banderas que les rogaban que se mantuvieran juntos, saber que fue mejor así. Que está bien que el final haya llegado a tiempo.
Imaginen un disco malo de Los Beatles: doloroso, ¿no? Imaginen a esos Beatles que desde siempre pero que especialmente desde Revolver no habían parado de correr los límites de la composición musical. Y ahora imaginen que después de eso venga una larga meseta: la fórmula del éxito repitiéndose por varios años más. Los Beatles con el elástico vencido. La Ferrari chocada. Horrible, ¿no?
Los Beatles son lo que son por todo lo que hicieron y también porque no hicieron lo que podrían haber hecho: la plancha sobre el Everest que habían construido entre 1960 y 1970, la década ganada. Así que menos mal que se separaron a tiempo. Desde ahí hasta hoy el mito no paró de crecer. Son una mina en la que, cada tanto, un ingeniero de sonido, algún documentalista, uno de los dos que aún viven o algún heredero encuentra una filmación, la grabación de un ensayo precioso, unos demos que nadie sabía que estaban ahí. Y ahí vamos todos, a espiar ese ratito de Los Beatles que todavía no conocíamos. A escucharlos ser perfectos.
Últimas Noticias
Un policía mató a un ladrón que intentó asaltarlo en Flores
El agente pertenece a la fuerza porteña y disparó con su arma reglamentaria cuando lo interceptaron dos delincuentes. Uno de los sospechosos falleció mientras que el otro logró escapar

El tiroteo organizado por alumnos en una escuela de Escobar era falso: las fotos de las pistolas que mandaban por chat las habían sacado de Internet
Así lo determinó la Justicia tras investigar el caso. Advierten que los estudiantes buscan llamar la atención con estas “bromas pesadas”

Vendían departamentos de pozo y nunca los terminaban: así operaba el clan de empresarios presos por la estafa inmobiliaria de Induplack
Esta semana la Justicia imputó a sus responsables con prisión preventiva. Uno de ellos fue embargado por 905 millones de pesos

Manejaba alcoholizado y chocó contra dos vehículos estacionados en el barrio porteño de Caballito: las imágenes de los autos destrozados
Ocurrio en la intersección de la avenida Ángel Gallardo y Olaya. El conductor argumentó que un vehículo cruzó a alta velocidad y lo hizo perder el control. El test de alcoholemia dio 2,5 veces lo permitido en la Ciudad

Rigen alertas por tormentas en 5 provincias: cómo es el pronóstico del fin de semana para AMBA
Se esperan lluvias en CABA y alrededores en las próximas horas. Cuáles son las provincias en alerta amarilla
