Desde hace unos 10 años, Lucas Benítez convierte los vagones de la línea B del subte en una pista de patinaje. Con música que elige especialmente y movimientos ensayados, su cuerpo se desliza entre los pasajeros, salta, gira, se cuelga de las barras y sonríe. Avisa a los que estiran las piernas que pasará por allí, claro, para que nadie salga lastimado.
Cuenta que algunas personas rezongan un poco cuando inicia el número, pero la mayoría lo disfruta y se lo hace saber. Patinando es feliz. Dice que aunque sea con lo justo, lo que gana cada día pasando la gorra en los vagones le alcanza para vivir. También recibe la colaboración de quienes lo conocen desde hace años y saben que detrás de sus shows y la sonrisa constante, hay mucho esfuerzo, obstáculos superados y una carrera artística construida a contramano.
Nació con un angioma que reduce su visión y fue cinco veces campeón argentino de patinaje artístico en su categoría. Sin sentirse especial por todo lo que superó, cuenta que vive su discapacidad con total normalidad y que nunca permitió que opacara sus sueños: “¿Cuántas personas son felices por trabajar de lo que les apasiona? ¡Yo lo soy!”, afirma.

El sueño de patinar
Lucas nació y creció en Villa Bosch, una localidad del conurbano bonaerense. Cuenta que siempre tuvo una vida feliz y que está agradecido por todo lo que tiene. “Siempre me acepté como soy”, asegura hoy a sus 35 años, y revive una anécdota: “En la escuela secundaria, un compañero me puso Mancha de apodo. Y hasta ahora me dicen así. Incluso en el club y no me molesta. Los más chiquitos también me llaman Mancha”.
Su primer contacto con los patines fue a los ocho años, en un club cercano a su casa. “Vivía al lado de un club donde daban clases de patín. Mi mamá me inscribió; yo estaba feliz pero empecé con unos rollers y después seguí con los patines de tirita, que me los compré con la plata de la comunión”, recuerda entre risas. “¡Eso fue hace muchos años ya!”, agrega dejando ver su buen humor. Pero con el tiempo dejó de sentirse feliz por lo que hacía y, más adelante, se alejó completamente de ese deporte: “No me enseñaban bien”, resume sobre sus primeras experiencias que tuvo cuando ya había comenzado a participar en torneos de liga de patinaje artístico.
A los 22 años, tras la muerte de sus padres y haberse quedado solo, decidió volver a empezar. Fue entonces cuando se reencontró con “Mimi” Noemí Cavaco, una profesora de patín que ya lo conocía, pero que se convirtió en una figura clave en su carrera. “Ella me conoce de chico, nos cruzábamos en torneos. Me enseñó todo de cero cuando volví a patinar, en 2012″, cuenta. A partir de ese vínculo, comenzó a competir a nivel nacional y avanzó rápidamente. “Gracias al deporte hoy puedo decir que vivo de esto, algo que pocos patinadores pueden lograr”, afirma orgulloso de sí mismo.
En el podio
Desde que comenzó a competir de manera profesional, Lucas ganó una medalla de plata y cinco de oro; fue campeón de la Copa Uruguay 2018 y participó en numerosos torneos. También representó al Team Bosch en competencias grupales. “En Funes, Santa Fe, ganamos el Grand Prix en show, dúo y cuarteto. Ahora vamos a competir en el torneo Nacional de Clubes en Villa María y a mí me toca hacer la apertura del torneo”, cuenta emocionado.
Una parte fundamental de su sustento económico proviene del dinero que gana recorriendo la ciudad en los distintos vagones de la Línea B del subte. Esa es una zona —o pista de patinaje— que conoce muy bien: allí empezó cantando a los 16 años, más tarde sumó coreografías, y desde 2018, patina y despliega su arte.
“Primero cantaba, después bailaba, y cuando llegaron los patines me animé. Desde entonces es un trabajo que hago y ya llevo más de 10 años. Todos los pasajeros habituales me conocen y saben que soy muy respetuoso del espacio público. Si el vagón está lleno, paro la música y no molesto a nadie; cuando se hace lugar, soy como la azafata: ‘Señora, tome asiento, voy a patinar’”, relata. La rutina incluye controles de seguridad, cuidado del entorno y diálogo constante con los pasajeros... Gracias a Dios, el 90 por ciento de la gente es copada”, asevera.

También, Lucas explica que los ingresos que recibe tras pasar la gorra le permiten cubrir los costos de su carrera, que son elevados. “¡Una malla de gala cuesta 600 mil pesos!”, cuenta, y el dato sorprende. Sin necesidad de hacer números, dice que el tipo de tela y los materiales que usan para confeccionarla a medida son costosos.
Hoy, gracias a un video viral cumplió otro deseo. “Pude comprar la malla que quería sin trabajar tres meses seguidos”, dice y agradece las colaboraciones que recibió de quienes vieron su publicación en la cuenta de Instagram lucasbenitez.patin, donde lo siguen unas 30 mil personas. Pero ese no es único gasto: los patines de alta gama que necesitan pueden alcanzar los 8 millones de pesos debido a las características que los hacen ideales para las competencias.
Es tanto lo que ama su actividad que no para en todo el año: en el verano, trabaja en el partido de la Costa y aprovecha para veranear con algunos amigos además de juntar el dinero que necesitará para costear su carrera. “Durante dos meses trabajo en la Costa. Ahí hice pelota mis patines. Ojalá, pueda en algún momento conectarme con el intendente, porque este verano en la Costa fue más de reniegos que de trabajo, porque me dieron un lugar desolado para patinar, al que no iba nadie. Entonces, lo poco que gané fue más para pagar el alquiler que para juntar plata y poder federarme”, lamenta.
Actualmente, Lucas vive en una casa propia en la localidad de Pablo Podestá, que logró comprar tras un litigio familiar. “Fallecieron mis viejos, y tuve que pelear con mi hermana —aunque no es mi hermana biológica—. Con ayuda de la gente del patín y un abogado, pude vender la casa familiar, dividir la plata en dos y tener mi casa propia. Ahora tengo un techo gracias a ellos”, agradece. “Aunque no tengo familia de sangre, sí tengo la familia del patín. Si necesito algo, ellos están ahí”.
Pese a que padece un angioma que le genera glaucoma en un ojo y que tiene una válvula que regula la presión ocular, el joven hombre cuenta que nada de eso hace que deba tener más cuidados de los habituales en su deporte. “No uso gotas por el glaucoma, sólo me hago controles. Pero no me limita en nada. Tengo cinco medallas nacionales”, recuerda.

Orgulloso de sus logros revive el momento de 2022, en el cual un video suyo patinando con la canción de Frozen se hizo viral y llegó a Disney: “Desde entonces, mi vínculo con esa empresa es oficial: empecé a recibir canciones inéditas para coreografiar. Recibo los temas dos semanas antes de que salgan y comienzo a armar coreografías. Además, como tengo muy buen oído, a veces improviso en función de la música. Por ejemplo, el sábado pasado patiné sin coreografía marcada, y saqué buen puntaje igual”, detalla sobre su última presentación.
Aunque prefiere patinar antes que dar clases, colabora con los profesores del club Team Bosch. “Las clases las dan mi profesora y mi profesor. Yo ayudo, pero me gusta más el trabajo artístico. Mientras el cuerpo me lo permita eso es lo que haré”, confía. Su recorrido diario para vivir de lo que ama incluye el tren Urquiza hasta Estación Lacroze y de ahí mismo toma la línea B del subte e inicia su espectáculo. “Este trabajo no es una máquina de hacer fortuna, pero alcanza para sostener la carrera”, resume. En los vagones repletos de trabajadores y estudiantes, Lucas Benítez transforma el viaje cotidiano en un show sin igual.
*Lucas también se sustenta de donaciones que recibe en el alias patin.subte
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