Una bebé robada y vendida, 25 años de búsqueda y un encuentro bajo la lluvia: “Me dijeron que usted podría ser mi mamá”

Andrea Langhoff (48) fue apropiada en septiembre de 1976 en General Pico, La Pampa. Su búsqueda empezó en la adolescencia y destapó una trama de entregas ilegales que involucró a médicos, parteras, documentos falsificados y una causa judicial que terminó archivada

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Andrea con sus padres de
Andrea con sus padres de crianza, Emilia Zarlenga y Octavio Langhoff

Fue una noche de mayo de 2019 cuando Andrea Langhoff (48) llegó a la dirección que le habían indicado. Había pasado dos veces por el frente de la casa sin encontrar la altura. Una vez que lo hizo, golpeó las manos para anunciarse: no se dio cuenta de que había un timbre. Lloviznaba y hacía frío. Desde adentro, una mujer entreabrió la puerta. Andrea intentó hablar, pero no le salieron las palabras. La puerta se cerró. Fue un segundo, pero le pareció eterno. Cuando volvió a abrirse, la mujer la invitó a pasar. Andrea entró, se sentó y balbuceó una presentación. La mujer la interrumpió: “¿Qué buscás?”, le dijo. “Me dijeron que usted podía ser mi mamá”, le contestó. La respuesta, inmediata y sin titubeos, la desarmó: “Sí, soy tu mamá”.

Andrea fue robada al nacer
Andrea fue robada al nacer y entregada días después a su familia de crianza

Las primeras dudas

Mucho antes de saber que no era hija biológica del matrimonio que la crió, Andrea ya intuía que algo en su historia no encajaba. Criada en la localidad de Glew, al sur del conurbano bonaerense, desde muy pequeña empezó con ciertas dudas de la relación que tenía con Emilia Zarlenga y Octavio Langhoff. El relato familiar decía que había nacido en 1976 en General Pico porque su madre “había roto bolsa” durante un viaje que hizo junto a su padre a La Pampa. La respuesta no la convencía. No había fotos del embarazo y el parecido físico con sus supuestos progenitores era nulo. “Yo tengo el pelo oscuro y soy trigueña; ellos eran rubios y de tez blanca. Muy dentro de mí, algo me decía que eso no estaba bien”, le cuenta a Infobae acerca de sus primeras sospechas.

Cuando empezó la escuela primaria, Andrea comprendió por qué sus padres no la habían mandado al jardín de infantes. “Querían evitar el contacto con otros niños a toda costa”, asegura. En el barrio, su historia era un secreto a voces. Lo comprobó el primer día de clases cuando una compañerita, que también era vecina suya, la empujó y, delante de todos, le gritó: “Vos sos una negrita adoptada. Una bastarda que nadie quiso”. Al escucharla, no pudo contener las lágrimas. “Llegué a mi casa llorando y les pregunté a Emilia y a Octavio si lo que me habían dicho era verdad. Por supuesto, me lo negaron”, cuenta.

Ese mismo año, antes de que Andrea cumpliera siete años, los Langhoff recibieron la visita de un familiar de La Pampa. “Recuerdo que se puso a conversar con mi papá y a mí me mandaron a dormir. Yo pensé que me estaban preparando una sorpresa por mi cumpleaños, así que me levanté de la cama y me agaché en cuclillas detrás de la puerta: todavía recuerdo el frío del piso y el tacto del camisón”, anticipa Andrea para luego repasar el intercambio que escuchó:

—Dale Octavio, no seas tonto. Si trajiste a la nena y no hubo problemas, ¿por qué no traés a este varón? —le insistía el sobrino.

—No, con la nena ya es suficiente. Tengo miedo y no quiero tener más problemas— le contestó.

Andrea se enteró a los
Andrea se enteró a los 7 años que había sido "adoptada" por una charla que escuchó entre dos familiares

Pasaron varios días, quizás semanas, hasta que volvió a preguntarles a sus padres si era adoptada. “Les conté lo que había escuchado, pero negaron todo. Me dijeron que me había confundido, que lo había soñado”, detalla.

A los 11, Andrea empezó a conectar su historia personal con algo más amplio. “Dentro de mi familia sabía que tenía dos primos que eran adoptados. En paralelo, a esa edad, me enteré de la existencia de las Abuelas de Plaza de Mayo. Siempre digo que ahí hice un ‘clic’ porque buscaban nietos desaparecidos del año en que yo nací: 1976”, dice.

Un día, desesperada, enfrentó a Octavio con vehemencia: “Le dije que sabía que me estaban mintiendo y le imploré que me dijera quién era mi mamá. Lo amenacé con quitarme la vida si no me decía la verdad”.

La reacción de su padre de crianza la dejó paralizada: “Fue la primera vez que lo escuché decir un insulto. Me respondió: ‘Hacé lo que quieras’. Y después, lo que jamás hubiese esperado: ‘¿Para qué querés saber quién es tu madre, si fue una prostituta que dejó tirados como cinco hijos más?’”. Ese momento marcó un quiebre definitivo en la relación. “Imaginarme que tenía hermanos y confirmar que todo había sido una mentira fue muy fuerte”, asegura Andrea.

Octavio Langhoff, el padre de
Octavio Langhoff, el padre de crianza de Andrea, murió cuando ella tenía 15 años

Búsqueda incesante

A los 14 años, Andrea dejó la casa de Glew. Estaba embarazada. Un año más tarde, Octavio murió. Fue entonces cuando recibió los primeros datos sobre su madre biológica. “Era jovencita, morocha, de pelo largo. Vivía en General Pico, La Pampa”, le dijo Emilia y también le contó que habían pagado una suma de dinero por ella. Luego “desapareció”. Se reencontraron unos años después, cuando Andrea cumplió 18, y le pidió su partida de nacimiento. “Ahí empecé la búsqueda oficial de mi identidad biológica”, asegura.

Mientras tanto, para descartar que fuera hija de desaparecidos, Langhoff se realizó un análisis en el Banco Nacional de Datos Genéticos. “El resultado, negativo, fue una tirada al abismo”, reconoce. “Quedé en un vacío del que me costó mucho salir: no sabía para dónde ir”, agrega. A pesar de todo, rearmó su vida. Se casó y tuvo tres hijos más.

En diciembre de 2004, Andrea llegó al consultorio del pediatra que había firmado su partida de nacimiento: Carlos Emilio Broggi. “En la conversación que tuvimos, él desconoció absolutamente todo, dijo que no recordaba nada y aseguró que alguien le fraguó su firma”, relata.

A partir de ese momento, Langhoff decidió hacer pública su búsqueda. Después de sus primeras apariciones en medios locales, empezaron a llegarle otros datos: había muchos casos similares al suyo. “Desde 1965 hasta 1982, Broggi entregó niños de manera sistemática”, asegura. “Volví a contactarlo, pero como se negó a hablar, lo denunciamos. Hubo más de 100 denuncias, de las cuales 45 fueron resueltas. Años después, se abrió una causa en el Juzgado Federal de Santa Rosa. Hablábamos de una red de tráfico de bebés que involucraba pediatras y parteras de la Clínica Argentina y la Clínica Regional de General Pico”, dice.

Se recibió de abogada en
Se recibió de abogada en 2018 y en agosto de 2019 le entregaron el título

Entre 2008 y 2017, Andrea dejó de buscar. “Fueron tiempos duros. En 2008 falleció mi madre de crianza. Al año siguiente, quedé embarazada y mi hijo murió al nacer. Como si fuera poco, el abogado que venía llevando mi caso renunció... mi vida se destrozó“, explica. En los años siguientes, se dedicó a criar a sus hijos y comenzó a estudiar Derecho en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.

En julio de 2017, cuando estaba promediando la carrera, decidió retomar su búsqueda. Regresó a General Pico y logró reunirse otra vez con Broggi. “Le dije lo de siempre: que quería saber mi identidad biológica, el nombre y apellido de mi madre. Estuvimos cinco horas hablando. Primero me confirmó quiénes eran las madres biológicas de mis dos primos; luego me dijo que conocía a alguien de mi familia y que por ese vínculo había entregado a esos chicos. Después me habló de varios casos más, pero cuando llegó al mío dijo que no recordaba nada”, cuenta. Una parte de Andrea quiso creerle. “Ya no era ese médico alto, de porte vital y dominante”, agrega.

Al día siguiente, Broggi pasó a buscarla por el hotel donde se hospedaba. “Fuimos a la Clínica Argentina, que fue mi lugar de nacimiento y donde se dio la mayoría de los nacimientos que terminaron en tráfico de bebés. Allí, hicimos una recorrida de dos horas con todas las partidas que yo había reunido desde 2004. Me iba señalando caso por caso: ‘Acá pasó esto’; ‘La madre de esta persona es tal’. El último que quedaba era el mío. De nuevo, me dijo que no sabía nada, pero que iba a ayudarme”.

Esa fue la última vez que lo vio. Carlos Emilio Broggi se suicidó el 13 de agosto de 2017, veinte días después de aquel mano a mano con Langhoff.

A través del perfil de
A través del perfil de Facebook "Busco madre biológica La Pampa", Andrea formó un grupo de 64 hombres y mujeres con certificados de nacimientos falsos

El encuentro más esperado

Tras la muerte de Broggi, Andrea dio por perdida su búsqueda y así lo comunicó en el perfil de Facebook “Busco madre biológica La Pampa”, integrado por más de 60 hombres y mujeres que estaban en su misma situación. En ese preciso momento, justo cuando estaba a punto de soltar la toalla, recibió un mensaje inesperado con información clave de su madre biológica. “Me preguntó por mi fecha de nacimiento y, después, me dio algunos datos: un nombre, un barrio y una dirección”, cuenta Andrea. Esa persona, más tarde, resultó ser su tía, la hermana de su mamá. “Había guardado detrás de una foto de mi padre la fecha exacta y el horario de ese parto: 14/9/1976, 00.30 horas”, agrega.

Con esos datos, Andrea viajó a verla. Fue sin avisarle a nadie. Era de noche y hacía frío. “Pasá, que está lloviendo”, le dijo la mujer. Minutos después, sentadas una frente a la otra, Sofía Urquiza le confirmó lo que había esperado toda su vida: “Sí, soy tu mamá”.

Se me movió la vida. Creo que tanta sinceridad me desarmó”, cuenta ahora Langhoff. Después de 25 años de búsqueda, su historia se completó. Según pudo reconstruir Andrea, su madre había ocultado su embarazo por miedo. Estaba sola y en una relación violenta. Buscando ayuda, terminó en el consultorio del doctor Broggi. “Él le dijo: ‘Quédese tranquila. Apenas empiece el trabajo de parto, venga a la clínica, que yo me voy a encargar de todo’. Mi mamá fue con mi tía: a una la hicieron pasar al consultorio, a la otra la dejaron esperando en una salita. Después, les dijeron que había muerto al nacer”, dice.

Con los años, Sofía empezó a sospechar que su hija no había muerto al nacer, como le habían hecho creer. Pero fue su tía quien supo la verdad primero: que Andrea había sido entregada. ¿Por qué no la buscaron? “Mi madre no supo decírmelo. Tampoco se lo pregunté porque la vi muy quebrada. Según mi tía, le habían dicho que yo había sido entregada a una familia de abogados de Buenos Aires y que yo vivía muy bien. Entonces, ¿para qué iba a aparecer en mi vida? ¿Para arruinármela? Eso era lo que ella pensaba”, cuenta Andrea.

Los cuatro hijos de Andrea:
Los cuatro hijos de Andrea: Alan, de 32 años; Mariano, de 26; Abril, de 24 y Valentina, de 23

—¿Sos parecida físicamente a tu mamá?

—Vos sabés que siempre digo lo mismo: creo que recién después de hablar una hora le vi la cara a mi madre. No podía mirarla a los ojos. La tenía enfrente, pero la miraba sin ver. En un momento empezó a contarme su historia con mi padre biológico, la noté muy nerviosa, y le tomé la mano para calmarla. Ahí me di cuenta de que sus manos eran exactamente iguales a las mías: el mismo color, ese moreno grisáceo, los dedos cortos, hasta las arrugas se parecían. Fue entonces cuando empecé a levantar la mirada y la vi. Soy una mezcla de mi madre... y, lamentablemente, también de mi padre biológico. En ella reconocí mi mirada y ese pelo superfino que tenemos las dos. Además, compartimos un lunar, la forma del cuerpo, la manera de hablar. En un momento me dijo algo que me marcó: “Vos sos como yo. Parecemos duras, pero en el fondo lo que queremos es que no nos lastimen más”.

—¿Qué te pasó cuando la miraste a los ojos?

—Fue un instante. Traté de desviar la mirada porque sentí que me iba a quebrar. Era un momento con el que había soñado toda la vida. Desde siempre me imaginé mil madres: una mujer desaparecida, una madre abandónica, una prostituta... Creo que hoy, si volviera a tenerla enfrente, le daría el abrazo más fuerte que el que le di en ese momento. Aquella vez, la única en que la vi, no quise abrumarla. Encontré en ella a una mujer con mucho sufrimiento. Ahí me di cuenta del abuso que habían cometido estos médicos.

—¿De qué hablaron?

—Le conté que toda mi vida había querido saber la verdad. Le expliqué que no tenía reproches, pero sí la necesidad de conocer mi historia. Ella fue respondiendo mis preguntas y también me preguntó cómo había sido mi vida. Creo que me equivoqué en mentirle: le dije que había tenido una buena vida. No sentí que fuera el momento para decirle que lo que ella imaginaba no había sido así. Estuvimos charlando mucho. Le conté de mis hijos, ella me habló de sus padres, de mis hermanos. Y hubo algo que no me voy a olvidar más. Me dijo: “¿Vos no te acordás de esta casa? Ahí era la cocina, antes de que nacieras, cuando yo estaba embarazada de vos”. Para mí, que no conocía ese lugar, fue demasiado. Por primera vez sentí que había formado parte de esa vida. Eso me sanó mucho. Hoy no tengo contacto con ella, pero ese encuentro me marcó.

Andrea junto a su hermana
Andrea junto a su hermana un año mayor, Stella

—A tu mamá, ¿la viste esa vez y nunca más?

—Sí, solo la ví en mayo de 2019. El resultado del ADN (realizado a través del sitio Family Tree) lo obtuve en enero de 2020 y la primera persona con la que hablé —más allá de mis hijos y de mi marido— fue con mi hermana mayor Stella, que es mi única hermana de padre y madre biológicos (NdR.: de parte de su madre tiene otros cuatro hermanos). Con ella no teníamos contacto, pero sabíamos que había una posibilidad de ser hermanas. Llamé a Rosario, a Granadero Baigorria, donde vive, y por primera vez le escuché la voz. Fue un llanto. Con mi madre hablé después. Recuerdo que me dijo: “¿Viste que te dije la verdad?”. Ese fue el último contacto: me cuestionó porque en entrevistas dije que quería conocer a mi padre biológico, cuando ella me había dicho que era una mala persona. Después vino la pandemia y, durante un año y medio, fue imposible viajar. Más tarde empecé a tener problemas de salud y recién ahora todo esto empieza a cicatrizarse.

—¿Te pesa haberla buscado tantos años y no tener un vínculo actualmente?

—Creo que cuando encontrás, y a veces no es la relación soñada, también aparece la sensación de que tenés que dar explicaciones. Como si hubieras hecho algo mal. Y no hay nada malo. Ni en vos por no poder construir la relación que otros esperarían, ni en tu familia biológica. Porque los vínculos no vienen dados: se crean, se construyen.

Con Gastón y Silvana, sus
Con Gastón y Silvana, sus compañeros de búsqueda

—¿Qué sabés de tu papá biológico?

—Se llamaba Roberto Ledesma y murió en agosto de 2024. Vivió hasta los 91 años.

—¿Cómo es la relación con tus hermanos?

—Con mi hermana Stella tengo una excelente relación. Tenemos vínculo de hermanas; incluso, peleas de hermanas. Ha venido a mi cumpleaños, yo fui al de ella en Rosario. Un año viaja una, al siguiente la otra. Mis hijos tienen una tía, yo tengo sobrinos y hasta sobrinos nietos. También logré construir una relación con los dos hermanos que tengo por parte de mi papá: Roberto de 58 años y Evelyn de 25. Para mí, la suma siempre es positiva. Yo creo que hasta los 40 años uno busca un resabio de madre. Después entendí que lo que realmente necesitaba era conocer mi identidad biológica, saber quiénes eran mis padres, cómo se siente una discusión con un hermano… y hoy lo tengo. Imaginate que en un momento no tenía nada más que una gran mentira. Y esa mentira, por más dura que fuera, también es parte de lo que soy. Todavía llevo ese nombre, esa identidad.

—¿Guardás rencor hacia tus padres de crianza?

—Con Emilia nunca logramos construir un vínculo de madre e hija y lo entendí porque era una persona que tenía problemas de salud mental. Como adulta, la perdono. Pero a la niña que fui todavía le cuesta. A Octavio te diría que recién hace dos años pude soltarlo: me costó mucho aceptar que no era mi padre. También entendí que él podría haber hecho otra elección, pero priorizó tener una casa, un perro, las vacaciones y una hija. No me cuidó. Solo lo movió su deseo de ser padre. Hoy reconozco que Octavio y Emilia fueron quienes me criaron. Creo que es sano no seguir enojada por la mentira. Hicieron lo que pudieron. Si me preguntás rápido, te diría que tengo cuatro padres. Ninguno fue el ideal, pero mi madre es Sofía. Aunque no tengamos una relación cercana, para mí es mi madre. Le creí cuando me dijo que intentó que no me pasara nada malo, que lo único que quería era sentirse orgullosa de que yo hubiera podido tener una vida mejor y estudiar una carrera. Y eso, para mí, es un vínculo materno.

Con Jorge su marido, pilar
Con Jorge su marido, pilar fundamental de su búsqueda

—¿Lograste reconstruir algo del pasado familiar?

—Sí. Para empezar, confirmar fecha y hora de mi nacimiento. Además, tengo fotos de mi madre, de mis tías, de mis hermanos, de primos. Se reconstruyó bastante. Incluso tengo anécdotas de quién fue mi abuela. No era de General Pico, vivía en Guatraché, una ciudad de La Pampa de donde también era oriundo Octavio. Probablemente no se hayan conocido, pero mirá lo que es la vida: un lugar tan pequeño, casi desconocido, y los dos eran de ahí… Por primera vez, tengo un árbol genealógico. Siempre sentí que era como un árbol sin raíces. Bueno, ahora no solo tengo raíces, sino también una copa enorme.

—¿Qué pasó con la causa judicial?

La causa se abrió en 2017 con 14 denuncias por sustitución de identidad. Pasaron del fuero local al federal por el tipo de delito: la falsedad ideológica de documentos. Nunca se investigó como robo de niños. Hubo 14 imputados. Algunos se negaron a declarar, otros nunca se presentaron, y varios murieron antes de ser citados, incluido Carlos Emilio Broggi. Finalmente, en 2021, el juez federal de Santa Rosa, Juan José Baric, cerró la causa y la dio por prescripta. En el fallo se desestimaron todas las denuncias y se las consideró como adopciones tácitas, bajo el argumento de que los padres que nos criaron tenían voluntad de ser padres, más allá de la legalidad de los documentos.