“Che, ¿y la plata que me debés?”. La escena ocurre sin demasiada ceremonia. Es una casa común, en un barrio cualquiera. Un amigo le debe dinero y él ya se cansó de esperar. No hay amenazas. No hay gritos. Solo una afirmación seca, directa, dicha con la tranquilidad de quien ya decidió lo que va a hacer. “Entonces me llevo la barra esa que tenés ahí”, dirá Francisco Gandione, dueño hoy de Holy Champagne, su emprendimiento de barras para eventos privados. Y se la llevó. Ahí empezó todo.
Hasta ese día, su vida era lineal. Gandione era oficinista en ANSES, rutina de lunes a viernes de 9 a 18. Había aprendido a fichar a horario, a resolver trámites previsionales, a tomar mate en un escritorio con papeles ajenos. Un empleo seguro. Un sueldo cada fin de mes. Una carrera, quizás.
Sus inicios como bartender
Pero el azar a veces tiene otras ideas. Con la barra en la mano y sin saber nada del mundo de la coctelería, empezó a probar. No tenía formación, ni experiencia, ni estructura. Solo una deuda que se transformó en oportunidad. Ese fue el primer paso en una carrera que —años más tarde— lo llevaría a preparar cócteles en una isla de Nordelta para Will Smith, en una escena digna de película.

—Tuve que arrancar. Literal. Me debía plata. Y yo dije: “Bueno, arranco con esto”, sostiene Francisco en diálogo con la sección La Escalada de Infobae.
Con ese impulso medio forzado, nació una vocación inesperada. Primero, pequeños eventos. Fiestas mínimas. Barras improvisadas con lo que había: unos vasos, algunas botellas, y mucha intuición. Lo que siguió fue una formación autodidacta compulsiva. No solo tomó un curso de bartender para legitimar lo que hacía: también aprendió diseño web para crear su propia página, estudió fotografía para mostrar bien sus barras, y se metió en el mundo del posicionamiento digital.
Quería venderse. Y sabía que tenía que hacerlo bien. “Yo no solo quería hacer tragos. Quería armar un negocio”, explica Francisco.
El día tenía 24 horas, pero a él no le alcanzaban. De día seguía en la oficina pública; los fines de semana, eventos. Al principio era manejable: uno por mes, después uno por semana. Pero pronto, el calendario empezó a llenarse y los fines de semana dejaron de ser descanso.

El punto de quiebre llegó con el nacimiento de su hijo. “No quiero trabajar más de 9 a 18 - se dijo-. Quiero abocarme al pibe y abocarme a mí”. Esa frase fue una declaración de principios y un cambio radical de vida. Dejó ANSES. Cerró la puerta de la oficina y abrió otra completamente distinta: la del emprendedor que salta al vacío sin red, pero con fe.
Encuentro con las estrellas
El primer gran momento de validación no llegó con luces ni reflectores. Ni siquiera con una barra. Llegó con una lanchita del Tigre. “No tenía estructura. No tenía barra. Solo un barquito, un par de vasos, y una isla en Nordelta”, recuerda. Y Will Smith.
Era un evento privado, pequeño, descontracturado. Pero él sabía que ese instante sería determinante. No por la exposición —que fue mínima—, sino por el símbolo: estaba en el mismo espacio que una celebridad global, haciendo lo que amaba, sin intermediarios, sin permisos, sin jefes. “Recién arrancaba, pero ese evento fue un antes y un después”, explica.
A partir de ahí, la escalada fue constante. La clave: invertir en estructura.
—Empecé a hacer módulos caros, llamativos. Eso te cambia la percepción.

Los módulos que diseñó no eran solo funcionales: eran una declaración estética. La barra no era un rincón escondido en la fiesta. Era protagonista. Y eso sedujo a un nuevo público: futbolistas, empresarios, organizadores de eventos top. La reputación empezó a crecer por dos caminos paralelos: las redes sociales y el boca a boca. Subía fotos bien producidas, se mostraba en acción, destacaba los detalles. La gente lo recomendaba. Cuando empecé era tranquilo, un evento por acá y otro por allá. Ahora vivo de esto”, sostiene Gandione.
Hace tiempo que dejó de hacer todo él solo. Ahora tiene equipo. Técnicos que montan y desmontan, bartenders de confianza, proveedores de hielo, de cristalería, de frutas. Pero sigue supervisando cada detalle como si fuera el primero. Elige los tragos. Diseña las cartas personalizadas. Coordina con el DJ, con los organizadores, con los novios, con el chef. Está en todo.
—No vendo solo cócteles. Vendo una experiencia.
Y eso se nota.

Los cócteles de Francisco
Le gusta mezclar lo clásico con lo excéntrico. Un gin tonic perfecto, pero con pepino encurtido y polvo de hibiscus. Un mojito, pero con albahaca morada. Siempre con productos frescos, muchas veces locales, otras veces importados. Su nombre es sinónimo de barra premium en eventos privados. Tiene más de 50 módulos diseñados por él, cada uno adaptable a diferentes estilos: minimalistas, rústicos, tropicales, industriales.
Su historia no es la de un bartender tradicional. Es la de un tipo que se construyó desde cero, a pura prueba y error, que pasó del escritorio gris al shaker brillante, que cambió el sueldo fijo por la adrenalina de no saber cuánto vas a facturar el mes que viene, pero con la satisfacción de ser dueño de su tiempo.
Y de sus decisiones. Porque aunque no lo supiera aquel día que fue a buscarle la plata al amigo, lo que se estaba llevando no era solo una barra. Era el punto de partida de una nueva vida.
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