489 días internada, 50 cirugías y una bebé: la mujer que se contagió una bacteria en el parto y debió aprender a escribir de nuevo

Rosario Sporleder no imaginaba que la alegría del nacimiento de su hija le iba a durar tan poco. A las horas del parto, empezó a sufrir fiebre y dolores varios. Manchas oscuras en la piel terminaron de confirmar el diagnóstico: una infección por Streptococcus pyogenes, una bacteria potencialmente mortal. Su tránsito por la clínica, desde el parto hasta la difícil tarea de sobrevivir, y lo que pasó después: aprender lo básico por segunda vez

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Rosario Sporleder y Santiago Benvenuto,
Rosario Sporleder y Santiago Benvenuto, antes de ser padres y antes de que una bacteria cambiara su dinámica diaria para siempre

El impacto con la piedra fue de frente, a toda velocidad, sin tener tiempo a nada. Sucedió en marzo de 2023. El golpazo la dejó por meses inconsciente, con cada pedazo de su cuerpo batallando, literalmente, por sobrevivir.

Ese día, el más feliz de su existencia, Rosario “Rochi” Sporleder tuvo a su hija Juana Benvenuto. Pero en esos mismos instantes de máxima dicha una asesina minúscula llamada Streptococcus Pyogenes comenzó a circular por su interior.

Rochi Sporleder tenía entonces 34 años y hoy (al 7 de abril de 2025) 749 días después, su ficha médica recoge datos escalofriantes: 489 días internada sin poder volver a su casa; 57 días intubada y conectada a un respirador artificial, 29 de ellos con traqueotomía; 50 intervenciones quirúrgicas; 21 sesiones de diálisis; múltiples transfusiones y varios injertos de piel en su brazo izquierdo.

Rochi despertaría a una vida que ya no iba a ser como antes. Porque chocar con “su piedra” (ya la hizo suya) hundió muchos de sus sueños, pero ella asegura que le despertó otros más fuertes, más profundos e infinitamente más valiosos. Y porque, por sobre todas las cosas, la convirtió en una mejor persona.

En la casa de papá

Rochi mira con ojos que acunan, tiene unas simpáticas torzadas de pelo castaño tejidas alrededor de su cabeza y está perfectamente maquillada. Se acomoda el vestido con estampas amarillas. Su sonrisa dibuja puentes amables mientras se da maña para servir, con sus propias manos, un té. Un simple té puede ser un gran desafío. De ahora en más, ella empezará a desgranar con emoción la historia que venimos a contar.

Enseguida queda en evidencia que Rochi es una mujer valiente. Que con ella se puede hablar de todo. Que se expone. Que no teme a nada. Rochi se reconstruye de sus heridas a la intemperie, a la vista del resto. Erguida con su silla de ruedas sobre esa “piedra” y en perfecto equilibrio se prepara para dirigir su futuro. El que sea, el que venga, el que toque. Se la ve decidida a seguir viviendo con una alegría indoblegable.

Está sentada en su silla, de espaldas al jardín de su casa. El verdísimo pasto y el sol de finales del verano que estalla en la pileta encandilan, mientras las risas de Juana, quien ya cumplió dos años, llegan bailando desde la cocina. Santi, el marido de Rochi, se ocupa del ir y venir, de los terapeutas y los kinesiólogos. Es curioso porque esta no es la casa de Rochi, Santi y Juana, es la casa de los padres de ella que han tenido la generosidad y el privilegio de cedérsela.

Rochi es la tercera de cinco hermanas y nació en Buenos Aires el 20 de febrero de 1989. Llegó después de Clara (39) y de Coti (37) y antes que Martina (30). La quinta era melliza de Clara y murió antes de nacer, una tragedia que los marcó y tendrá, en esta nota, un capítulo aparte.

Su madre Rosario (maestra jardinera y psicóloga) y su padre Matías (abogado) se casaron jóvenes luego de que a él, a los 25 años, le encontraran un tumor en la rodilla izquierda. Matías atravesó un total de ocho operaciones que terminaron por dejarle la pierna fija y, desde entonces, camina con dificultad. “Es rengo”, sintetiza Rochi sin dar vueltas. Por eso, cuando las chicas dejaron de vivir con ellos, Matías y Rosario, se construyeron una casa para la vejez en la que hicieron una inversión muy especial: instalaron un ascensor. La idea era que, si se complicaban las cosas, Matías la tuviera fácil para poder subir a la planta superior.

Esta es una de las tantas epifanías de esta historia porque fue como si Matías Sporleder se hubiera adelantado al futuro. La casa que construyó resultó perfecta para cobijar a Rochi y su familia: “Es como si mis papás me la hubieran hecho especialmente para mí”, sonríe iluminada.

Volvamos a los primeros años: hizo la primaria en el Saint Mary of the Hills y la secundaria en el Michael Ham. Cuando terminó el colegio entró a estudiar derecho en la Universidad Austral. En el último semestre de su carrera realizó un intercambio en Friburgo, Alemania. Sabía un poco de alemán, no lo suficiente, pero era lanzada y nada le divertía más que enfrentar desafíos para conquistar el mundo.

Rochi y Santi durante su
Rochi y Santi durante su noviazgo: a los dos años fueron a vivir juntos y al año siguiente ya esperaban a Juana, su primera hija

Vocaciones entrelazadas

Desde muy joven Rochi volcó su energía en la vida profesional y se enfocó, especialmente, en el trabajo social. Apenas se recibió, comenzó a trabajar en el Consejo de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes del Gobierno de la Ciudad acompañando a menores de edad con derechos vulnerados. Pero lo legal no le alcanzó y quiso profundizar en los abordajes que se hacían sobre la infancia y los lazos familiares de esos chicos: “Después de un tiempo sentí la necesidad de hacer algo distinto y para eso decidí estudiar una nueva carrera: Psicología. Ingresé a la Universidad del Salvador y, a los 26 años, me fui a vivir sola al centro de la ciudad para estar cerca de la facultad”, relata con entusiasmo.

No tuvo miedo al giro que le imprimió a su vida. El destino le sonrió y le dieron la oportunidad de cambiar al área de adopción. Esa era su nueva vocación: “Entrevistábamos a los padres adoptantes, teníamos que explicarles la situación real de esos pequeños que venían con una valija cargada de situaciones complejas. Nos fue muy bien en esta etapa y logramos bajar muchísimo el nivel de devolución de niños”.

Un tiempo después Rochi enfrentó un nuevo desafío. Pasó a integrar un organismo a cargo de urbanizar barrios populares de la provincia de Buenos Aires (OPISU). Entre 2018 y 2019, la pusieron al frente del barrio Carlos Gardel, en Morón. Tenían un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo para mejorar las condiciones de vida de los vecinos, llevarles cloacas, agua y relocalizar a quienes estuviesen en condiciones indignas. Luego de su paso por el sector público, Rochi proyectó su vocación social en una ONG llamada Construyendo, donde en marzo de 2022 asumió el rol de directora ejecutiva. Junto a las fundadoras de la ONG acompañaba a emprendedores sociales a gestionar y mejorar sus negocios.

Era feliz, tenía la vida que deseaba, aspiraciones, sueños y mucho empuje. Sentía que podía aportar su grano de arena para mejorar al mundo.

Santi y Rochi el día
Santi y Rochi el día que supieron que ella estaba embarazada. "Esos meses fueron espectaculares. Nunca me sentí mal, trabajé hasta el último día e incluso viajé y me fui al sur donde hice trekking", cuenta ella

Llega el amor

Fue en un asado con amigos que Rochi conoció a Santiago Benvenuto. “Era julio de 2018. Yo estaba en ese asado por casualidad. Santi me gustó desde el primer momento en que lo vi. Los amigos decían que era un bocho y noté que era particularmente callado. En un momento contó de su vida y que había estado viviendo en Nueva York. Me encantó su cabeza abierta, su manera de pensar, de razonar. Y, por supuesto, físicamente. Hablaba poco, pero cuando lo hacía sus palabras eran inteligentes, acertadas. Contó que había vuelto al país porque estaba por arrancar ese mismo lunes un nuevo trabajo”.

Santi tiene cuatro años más que Rochi, ya era economista y había hecho una maestría en los Estados Unidos. A diferencia de ella, él se concentró en los números y las finanzas. Luego de unos años en Wall Street había vuelto a la Argentina para asumir el rol de CFO (director financiero) de una fintech argentina.

Encendida la chispa, se entendieron a la perfección. No demoraron en empezar a salir y, un tiempo después, se pusieron de novios. “En los primeros años de relación confirmé mi primera impresión de Santi. Era un hombre noble y generoso, callado, pero profundo, con una amplia mirada sobre el mundo. ¡Y que compartía mi vocación por el trabajo!”, reconoce.

En 2020, Rochi fue asignada al mega equipo de Covid: tenía que estar en la cancha de San Lorenzo registrando enfermos y derivándolos a hoteles: “Nunca tuve miedo a contagiarme, pero por las dudas no veía a mis padres porque yo era siempre contacto estrecho”.

A los dos años de noviazgo nos fuimos a vivir juntos y a los tres quedé embarazada. Juana fue buscada y ¡llegó muy rápido! Esos meses fueron espectaculares. Nunca me sentí mal, trabajé hasta el último día e incluso viajé y me fui al sur donde hice trekking. No soy nada miedosa, pero si precavida”.

Abogada, psicóloga, con un máster en políticas públicas, Rochi se llevaba el mundo puesto. Ahora daba el primer paso para construir con Santi su propia familia.

Mientras las vidas de sus hijas seguían adelante, Matías y Rosario Sporleder ya habían decidido construir “la casa del ascensor”, la vivienda que pronto necesitaría su tercera hija.

El 20 de marzo de
El 20 de marzo de 2023 nació Juana Benvenuto. La primera foto de los tres. Nadie podía presumir lo que pasaría horas después

La bacteria y el primer milagro

El lunes 20 de marzo de 2023 Rochi se despertó a las tres de la mañana para ir al baño. Estaba en la semana 39 de embarazo, casi en fecha. Sintió humedad debajo de ella y miró la sábana. Había sangre. En el curso de preparto le habían dicho que esa era una posible señal de alerta. Llamaron a la partera quien les dijo que fueran tranquilos al sanatorio. Se vistieron y salieron.

“Ahí me esperaban ella y el obstetra. Fue un parto vaginal normal, con peridural. Pocas horas después, a las 9.11 de la mañana, ya había nacido Juana con 3.090 kg. Me la pusieron a upa. ¡Una emoción total! Tocaba el cielo con las manos. No sabía que esa alegría me iba a durar tan poco”, recuerda hoy.

Luego del parto empezaron algunos síntomas que se mezclaron con los normales de cualquier nacimiento. Tenía dolor y comenzó la fiebre. La bajada de leche y los entuertos parecían justificarlo.

El 21 de marzo a las 5 de la tarde Rochi tuvo un primer registro febril de 37.9. Estaba molesta con su cuerpo. El 22 de marzo a las 8 de la mañana la enfermera anotó que su temperatura era de 38.7. Bajaba con la medicación, pero volvía a subir.

A la una de la mañana del 23, otra vez la fiebre trepó a 38.1. El dolor iba en aumento, no encontraba posición. Cuando les decía a las enfermeras de maternidad lo mucho que le dolía el cuerpo, la respuesta era siempre la misma: “Mami, tuviste en bebé. Es normal”.

Rochi creyó entonces que bueno, que sería normal, que todas las mujeres con hijos eran muy valientes para bancar semejante padecimiento sin protestar.

“Tengo un umbral altísimo para el sufrimiento, no soy de quejarme nunca, para nada. Aguantaba. Éramos madre y padre primerizos, ¡imaginate! Yo creía, por lo que me decían las enfermeras, que ese dolor era totalmente corriente y que la fiebre podría ser por la bajada de la leche. Igual me hicieron estudios de sangre y los resultados indicaron que tenía los glóbulos blancos altos”, explica.

Las alarmas de los profesionales no se dispararon lo suficientemente rápido. Las de ella menos porque ya había entendido que lo normal es que un hijo duela: “Me sentía cada vez peor, no podía soportar estar acostada. Me molestaba todo, era como si hubiera corrido un maratón”. Le pregunto, en una escala del uno al diez, cuánto era ese dolor que atravesaba. No duda.

“¿Del uno al diez? ¡¡¡Catorce!!!! No tenía posición y estaba con la presión muy baja. Las dos primeras noches se quedó Santi a dormir en el cuarto conmigo. No dormimos nada de lo mal que estaba. Con fiebre no me iban a dar de alta así que para la tercera noche, Santi, que ya estaba agotado, le pidió a mi hermana Martina que fuera a quedarse conmigo al cuarto. De esa manera, él podría quedarse con nuestra bebita en el antecuarto. Mi hermana más chica, justamente, es enfermera. Martina vino y pasamos la noche juntas”. Nadie era consciente, todavía, de que Rochi había comenzado a morir. Continúa: “No encontraba una posición para relajarme y evitar el inmenso dolor. Era desesperante. Estuvimos toda esa noche también en vela. Cuando amaneció, seguía con fiebre. Martina me empezó a mirar con detenimiento el cuerpo. Me revisó. Fue entonces que descubrió unas manchas moradas en mis glúteos y en mis piernas. Inmediatamente, por su profesión, se dio cuenta de que algo fuera de lo normal estaba pasando. Martina prendió las alarmas y Santi llamó a mi obstetra. Él, a su vez, se comunicó con una médica de terapia intensiva del sanatorio para que me fuera a ver. Justo ese día estaba de guardia una médica que había ido a hacer un reemplazo ocasional. Ella fue mi primer milagro. Se llama Daiana y había tenido en su etapa de residencia el caso de una chica de 16 años que se había muerto, en seis horas, por una infección por Streptococcus pyogenes. El caso la había marcado tanto como profesional que supo reconocer rápidamente los síntomas de la infección. Levantó la sábana y apenas vio las manchas oscuras en mi piel supo lo que tenía. Pidió camillero y me mandó a terapia intensiva de una. Yo no entendía mucho. Ella me dio un beso en la frente y me dijo: ‘Te vamos a cambiar de habitación para poder atenderte bien’”.

Rochi sentía muchísimo dolor, pero cero miedo. No tenía idea de la gravedad de la situación en la que estaba.

Juanita recién nacida con Rochi antes de la terapia intensiva

Intubada, entre la vida y la muerte

Mientras a su hermana la evaluaban, Martina llamó a su familia para que fuera al sanatorio. Estaban preocupados, pero era difícil dimensionar la seriedad del cuadro. En esos momentos, la muerte era algo inimaginable.

A unos metros de ellos, Daiana se concentraba en lo que se podía hacer para salvarle la vida a esa paciente a la que no había conocido previamente. No sobraban segundos. Como médica sabía muy bien que, si era la bacteria que sospechaba, eso podía llevar a esa joven a un shock séptico y a una falla multiorgánica en cuestión de minutos. Era una emergencia absoluta. Podía morir de un momento a otro.

Estaban intubando a Rochi cuando Martina y Santi se asomaron adonde estaba ella en terapia intensiva. Se quedaron helados: se dieron cuenta de que la situación era muchísimo más grave de lo que habían creído.

Casi al mismo tiempo, los pediatras de neonatología entraron a la habitación 503 para llevarse a Juana. Tendrían que tenerla en observación por riesgo de contagio con la bacteria.

Había medidas inmediatas a tomar. Los médicos de terapia actuaron a toda velocidad. Estaban decididos a salvarle la vida. Sin esperar confirmaciones, ordenaron que le pasaran antibióticos de amplio espectro y otros medicamentos para estabilizar el cuadro. No podían demorarse. Daiana estaba convencida de que estaban frente a su viejo y letal enemigo, el Streptococcus Pyogenes. Le realizaron una cirugía exploratoria y encontraron que el útero estaba bien.

Pero a Rochi el cuerpo se le teñía de negro. Negro era el color de la muerte de los tejidos. Su cuerpo luchaba como podía contra un organismo tan microscópico como fatal. Le inyectaban noradrenalina para subirle la presión y todo lo necesario para esquivar lo que parecía casi inevitable, que ella muriera.

Dicen los papers de medicina que entre el 20 y el 80 por ciento de las personas con fascitis necrotizante causada por estreptococo tipo A, también llamado Streptococcus Pyogenes, -según la cepa y el estado del paciente- mueren. Unas 500 mil personas fallecen en el mundo cada año por esta causa. Es una enfermedad invasiva que va “comiendo” el cuerpo de la persona afectada. Popularmente se la conoce, también, como “la bacteria carnívora” y el mayor riesgo de muerte está en las primeras 48 horas desde la infección. Según la Cleveland Clinic esta bacteria se propaga con tanta rapidez y afecta de tal manera a los tejidos subcutáneos que provoca el fallecimiento de una de cada tres personas que la contraen porque cuando pasa al torrente sanguíneo provoca el shock y la falla multiorgánica.

Cada hora que Rochi seguía con vida, eran segundos ganados a la ausencia. Rosario, su madre, consciente y desconsolada le dijo a su marido: “Rochi se nos está yendo, pero no quiero que pensemos en su muerte ni en nada de eso hasta que ocurra”.

La familia Sporleder, parte de
La familia Sporleder, parte de la red de contención de la que Rochi sostiene que fue vital para no rendirse

“Vengan a despedirse”

Las amigas de Rochi llegaron al sanatorio y optaron por acciones concretas: cadenas de oración, acompañamiento permanente, canciones en terapia y hasta reservaron un hotel, enfrente de la clínica, para sus padres. Hermanos, tíos, familiares de Santi y amigos tejieron una tupida red de energía vital. Llegó a haber hasta cien personas circulando y acampando en el lobby del sanatorio. Sus amigas se organizaron para no dejar a Rochi sola ni un solo segundo.

“Esto me lo contaron después. Comenzó a darse una energía que no era de drama sino de darme luz”, relata conmovida, “Llevaron colchones inflables y mats de yoga para dormir, armaron un sector con agua mineral y con zapatillas para poder cargar los celulares. Cantaban en el lobby, donde armaron una especie de altar con fotos mías y estampitas que terminó convirtiéndose en un rincón comunitario con fotos de otros pacientes. Se generó una energía especial, muy fuerte, más allá de cualquier creencia o religión. Creo que esto fue, en parte, lo que me rescató de la muerte”.

La noche que más cerca estuvo de morir fue la del viernes 24 de marzo de 2023. Al respirar saturaba 92 (lo normal es 100) y su frecuencia cardíaca inmóvil en la cama era de 150. Los médicos anunciaron que la cosa iba mal.

El sábado 25, su temperatura marcó 39.5 grados y su frecuencia cardíaca subió a 170. El médico de guardia llamó a la familia. Les dijo que fueran a despedirse porque Rochi estaba “dejando de luchar”. En esos días le dieron varias veces la Unción de los Enfermos.

Santi y la familia no daban abasto. De neonatología con Juana a terapia intensiva para despedirse, una y otra vez, de Rochi.

El domingo 26 Santi quiso que Juana tuviera un último encuentro con su mamá. No fue fácil convencer a los médicos de llevar a la recién nacida a terapia intensiva. Conmovidos por la historia, finalmente aceptaron.

Santi entró a la habitación 301 de terapia con su bebé en brazos, acompañado por una de las mejores amigas de Rochi, Angie. Apoyó, con cuidado, a Juana sobre el pecho de su mamá que subía y bajaba mecánicamente. Fue entonces que le pidió a Angie que entonara una especial canción de despedida. Ella, con su voz de ángel, cantó: En mi corazón vivirás (You’ll be in my heart) de Phil Collins.

Fue esa tarde que se produjo el segundo milagro de esta historia: Rochi reaccionó. Dejó de apagarse y comenzó a estabilizarse.

Su luz seguía encendida.

Angie le canta a Rochi durante la internación en terapia intensiva

La difícil tarea de sobrevivir

Rochi siguió intubada y en coma farmacológico, pero sus indicadores fueron mejorando. Empezó un proceso que sería extremadamente prolongado. Le hicieron la traqueotomía para cuidar sus cuerdas vocales. Hubo decenas de cirugías de emergencia y decenas de otras programadas. Los cirujanos iban extirpando los retazos muertos de su cuerpo por causa de la bacteria.

Adelantaba un poco, y cada tanto, experimentaba retrocesos.

Tres semanas después de la intubación decidieron empezar a despertarla. Fue de a poco. Querían ver cómo había quedado después de tantas urgencias. Había riesgos de todo tipo. Seguía intubada y con traqueotomía y atada a su cama para que no se arrancara, involuntariamente, la vía central, los tubos o catéteres que la mantenían aferrada a la vida.

“Me despiertan para ir viendo las secuelas que podría tener. Me dejaron la traqueotomía para que mi cuerpo no gastara ninguna energía extra. La necesitaba para mantenerme viva. Parece que lo primero que hice, no sé cómo, fue pedir por mamá. Era muy incómodo, pero no recuerdo demasiado del principio de esta etapa porque no estaba totalmente consciente. Creo que este período fue mucho más duro para mi entorno que para mí. No podía hablar, no podía comer, tenía sonda para todo. Al tiempo, cuando no era una urgencia, me empezaron a operar todos los lunes. ¡La semana empezaba en el quirófano! Me realizaban toilettes quirúrgicas para ir quitando las partes necrosadas de mi cuerpo. Volver del quirófano y de la anestesia era lo más difícil. Me despertaba muerta de frío, con una gran angustia y lloraba durante un buen rato preguntándome por qué. Había empezado un proceso que jamás pensé que podría ser tan largo. ¿El peor dolor? El más intenso que enfrenté en toda mi vida fue cuando se empezaron a regenerar los nervios de mis pies. ¡Era un dolor insoportable que no me lo quitaba ni la morfina! El médico me dijo que iban a ser unos diez días y no me quedó otra que esperar a que pasara ese tiempo”.

Cuando las cosas estuvieron mejor vino otro mal rato. En julio de 2023 Rochi recayó con un shock séptico provocado por una bacteria distinta. Nuevamente debió ser intubada para respirar mecánicamente.

El terror se esparció entre todos. La vida de Rochi volvía a pender de un hilo. Por suerte, identificaron la bacteria, la combatieron y los médicos lograron volverla a estabilizar. Había sobrevivido una vez más.

“En esta oportunidad la cosa fue más corta, pero el susto resultó horrible. Cuando me recuperé un poco volví a la etapa previa. Mi único contacto con el exterior eran los paseos en camilla hacia el quirófano o los estudios que me tenían que hacer. Desde el ventanal veía pasar el tren por Palermo. Eso era todo. ¡Era una felicidad total! En esos instantes sentía que estaba en Disney”.

¿Tuvo rabia por lo que estaba atravesando? Rochi reflexiona: “Nunca. Nunca sentí rabia. Me daba mucha angustia, pero no se me dio por el enojo. Por alguna razón será. Todos me decían casi te morís, pero bueno, pensaba yo, estoy viva. Eso sí: tuve que reaprender todas las actividades normales. Me alimentaba por una sonda nasogástrica y me hacían pruebas de deglución. Era un desafío nuevo. Me daban un yogur azul que te pinta por dentro y así ven cómo tragás… Si te queda azul o no. ¡Estamos hablando de tres meses después! Los avances eran lentísimos”.

En esta ocasión el miedo a las recaídas había calado hondo en Rochi. Hasta que alguien, no corpóreo, se lo quitó para siempre.

Rochi en uno de sus
Rochi en uno de sus paseos en camilla dentro del sanatorio. Debió reaprender lo básico, como un bebé: hablar, comer, hacer pis, mantenerse erguida, vestirse

El hilo llamado Sofía

¿Qué la salvó de partir anticipadamente? Esa es la pregunta que le hago a la que ella responde sin tener que pensarlo: “La red de amor que se tejió. Santi que fue y es increíble conmigo; la presencia de Juana, que es mi gran motor; la de mi familia y la de mis amigos. La de todos y cada uno”.

Pero afirma que hubo alguien más que ayudó y le dio la mano: Sofía. Esa hermana que nunca llegó a conocer.

“Sofía era la melliza de Clara, mi hermana mayor. Iban a ser dos, pero a los ocho meses de embarazo a mamá le detectaron que ya no había dos latidos sino uno. Fue a cesárea de urgencia y nació Clara. Sofía había muerto. Cuando volvieron a casa fue muy doloroso porque tuvieron que deshacer el cuarto que habían preparado para dos. Sofía es nuestra quinta hermana y yo estoy convencida de que empezó a tener algún tipo de influencia en nuestras vidas desde hace bastante tiempo. Varias veces sentimos su presencia. ¿Tenés tiempo para que te cuente? En 2020 papá estuvo muy grave por el Covid 19 e hicimos de todo con tal de ayudar. Martina contrató a una ‘médium’ que le dijo que veía a una chica morocha, de pelo largo, que le estaba sanando los pulmones a papá. Mi hermana Clara, la melliza de Sofía, es morocha y de pelo largo, igual a la imagen que vio esa mujer sin conocer la historia de las mellizas. Todos en la familia descubrimos que teníamos un hilo en el cielo que habíamos olvidado: el hilo Sofía.

Cuando ocurrió lo mío y estaba internada, la hermana de Santi también contactó a una ‘médium’ de confianza de ella, llamada Dani, para pedirle que me diera luz en mis momentos más oscuros. Dani no sabía nada de mí ni de mis hermanas mellizas. Le aseguró a mi cuñada que quién la había dejado conectar conmigo había sido una joven alta, flaca y morocha. ¡Era otra vez Sofía que estaba parada a mi lado, en una habitación llena de máquinas!”.

A los pocos días de despertarse Rochi le describió a su familia una escena que venía a su memoria: “Recuerdo estar acostada, en una sala con máquinas y conectada a muchos cables. Una chica muy parecida a Clara me agarró de la mano y me dijo: ‘Todavía no’. Era un cuarto blanco, muy iluminado y me invadía una sensación de paz indescriptible. Era como que mi mente me hubiese estado mostrando una película. Cuando le conté a Santi lo que había visto, él me contó lo que había dicho la médium. Había visto a Sofía. ¡Esa presencia fue increíble! Lo importante es que, a partir de ahí, se me fueron todos los miedos. Comencé a entrar al quirófano como si estuviera yendo al kiosco. Sabía que no me iba a morir, ella me lo había dicho: no era mi hora”.

Siete meses después de entrar caminando al sanatorio para tener a su hija, Rochi salió en ambulancia. Sus amigos la esperaban en la puerta con decenas de globos blancos y rosas. La ambulancia detuvo la marcha, abrió las puertas traseras y los enfermeros bajaron por unos segundos la camilla con Rochi para que pudiera disfrutar, con todos los que estaban ahí, la emoción de comenzar con vida esta nueva etapa.

Era el lunes 23 de octubre de 2023 y Rochi enfilaba para internarse en una clínica de rehabilitación.

Rochi con Santi y Juana
Rochi con Santi y Juana durante su internación prolongada. "La felicidad no es más que la acumulación de buenos momentos. No es un estado. Las personas más felices las he visto en barrios vulnerables, donde no tienen para comer", dice

La construcción de la resiliencia

Parte del resumen de su historia clínica dice: “Presentó shock tóxico el 24 de marzo seguido por síndrome de falla multiorgánica con compromiso de SNC, IRA con requerimiento de hemodiálisis, insuficiencia suprarrenal. Requirió ARM prolongada con traqueotomía. Presentó isquemia intestinal (seguida por colectomía total), necrosis de miembro inferior izquierdo, raíz de muslo y mimbre superior derecho (...) Múltiples infecciones graves secundarias (...)”. Son demasiadas páginas llenas de términos complejos. Es el peso específico de esa “piedra” que carga.

Su proceso de recuperación fue intenso y con altibajos. Hubo más infecciones y decenas de cirugías desafiantes. Hoy, por ejemplo, cuenta que su próxima meta es dibujar la letra N. Está reaprendiendo a escribir a mano: “Yo sé cómo es la N, pero no me sale. Mi cabeza lo sabe, pero mi mano no”, explica sin fastidio.

Si algo distingue a Rochi del común de los mortales es su paciencia.

En marzo de 2024 se animó a dar una charla en el Fleni: “Sabía que ellos daban charlas. Son con formato charla TED. Me ofrecí y aceptaron. La preparé y la dí”. Hablar hace bien, es parte de la salud y Rochi ese día enfrentó con coraje al auditorio de médicos y enfermeras. Contó su proceso luego de infinitas cirugías y habló de las claves para construir resiliencia. Ser inspiradora de cambios positivos es también lo que lleva a Rochi a contar su historia a Infobae: “Hay un par de claves para alimentar la resiliencia y afrontar lo que sea que nos esté pasando. Una es mantener la perspectiva: estamos vivos, podríamos estar peor. Cuando estás privado de comer y tomar agua por semanas, los problemas diarios se dimensionan de otra manera. Hay que intentar no marearse con pequeñeces porque es mucho lo que tenemos todavía y mucho, también, lo que podemos lograr si nos lo proponemos. Hasta ese instante de mi vida en que me atacó la bacteria no me había pasado nada demasiado grave. Me costó aceptar que mi vida había cambiado. Pero uno tiene que entender que vivir incluye cambios y que es clave aprender a capitalizar los pequeños avances. Hay que cultivar la confianza y la autoestima. Nunca hubiera imaginado que iba a ser capaz de superar tantos desafíos. Hoy intento mantener el optimismo frente a las pruebas que tenemos por delante, pero es un optimismo basado en la realidad de los obstáculos que ya superé. También aprendí a ser más tolerante conmigo y con los otros. Entiendo mejor cuando a alguien le cuesta algo. ¿Por qué? Porque yo hoy no sé escribir, porque yo hoy estoy aprendiendo a vestirme, porque tuve que aprender a hacer pis nuevamente. Mis propias limitaciones me hicieron más empática que antes. Un tema muy importante es desarrollar los vínculos, comprender que son fundamentales para los momentos de crisis. No podría haber sobrellevado esta situación sola. Fue fundamental el apoyo de amigos y familia. Mientras mis compañeras de colegio, de la facultad y del trabajo se organizaban con sus horarios, los amigos de Santi se turnaban para dormir con él y no dejarlo solo. Incluso, algunos que vivían o estaban fuera del país viajaron para estar con él. Cada miembro de mi familia política puso en pausa su vida durante meses para ayudar con Juana en mi forzada ausencia. Y, como si fuera poco, descubrimos, también, el profundo amor de los desconocidos. Extraños que nos ofrecían oraciones y personal médico, enfermeras y cuidadoras que nos entregaban su tiempo y esfuerzo”.

En esta titánica reconstrucción Rochi aclara que es muy importante “tener metas claras, chicas, pero alcanzables. Es vital recordar que se puede ser feliz aunque cueste arrancar. Hay que ser muy agradecidos porque el agradecimiento genera una disposición interna distinta para encarar la vida. ¿Cómo hice? Me refugio mucho en Dios, rezo, medito y manifiesto. Además, todo este tiempo me permitió desarrollar mayor control sobre mi mente. Cuando mi cabeza se va a lugares oscuros, puedo switchear y mandarla a lugares lindos. A veces me pasaba horas en un tomógrafo y, para no pensar en lo peor, volvía a lindos recuerdos: si bien mi cuerpo estaba dentro de esa máquina, mi mente estaba en Villa la Angostura o saltando en un recital de Coldplay. La mente es muy poderosa, ¡te puede salvar o te puede matar! Alimentar lo espiritual y el lado positivo de las cosas es lo que sirve. ¡Nadie sabe que nos va a pasar en los próximos cinco minutos! No hay que perder nunca esa perspectiva”.

Rochi habla para Infobae en el jardín de su casa

Reaprender lo básico y el papel del humor

Las secuelas implicaron que Rochi tuvo que reaprender lo básico, como un bebé: a hablar, a comer, a hacer pis, a mantenerse erguida, a vestirse. “En cuanto aprendí a hablar nuevamente, empecé a disfrutar de mis mañanas. Todos los días, cuando me despertaba, mandaba un video a mi familia cantando, diciéndoles que había arrancado el día, que siempre vale la pena estar viva. ¡Estuve tan privada de todo que ahora estoy muy agradecida!”, resume.

A Rochi nada le quita el humor, el manejo de la ironía o los chistes. Son algunos de los tantos recursos que la ayudan a sobrellevar sus nuevos días. “Durante la internación nunca estuve sola. Siempre había alguien por si me ahogaba o me pasaba algo. Cuando no podía hablar tenía como único recurso hacer señas o ¡chistar!”, Rochi se imita a sí misma chistando y estalla en carcajadas. “Cuando se quedaba alguien que no me entendía bien por la noche, ¡era desesperante! Esa persona por ahí no se daba cuenta de mis chistidos... Pero, también, aprendí a entregarme. Nunca perdí el sentido del humor. Todo era ensayo y error para entendernos. A veces resultaba extremadamente ridículo o súper gracioso. ¡Era como un pijama party permanente! Esa disposición a reír me ayudó muchísimo. ¡Un día hasta le hice un chiste a Clara y le dije que se me había trabado la cara! La mantuve torcida a propósito durante un buen rato y terminamos riéndonos como dos locas. Por otro lado, tenía problemas porque me fallaba un montón la memoria y preguntaba varias veces lo mismo. A una amiga, por ejemplo, le preguntaba si seguía embarazada y ¡hacía un año que había tenido a su bebé! Eso era un poco desconcertante para mí porque toda mi vida me había esforzado por cultivar mi costado intelectual. De repente, había pasado a depender ciento por ciento de alguien para cualquier cosa, hasta en lo más chiquito. También es cierto que esa falla de memoria o la pequeña desconexión que tenía me ayudó porque, cuando me explicaban todo lo que me pasaba, no terminaba de entender bien la seriedad de las cosas. La dependencia constituyó un aprendizaje enorme y fue un cachetazo de humildad que me hizo bien, pero te reconozco que no fue nada fácil”.

Hoy sigue enfocada en el aprendizaje de sus actividades básicas: “Estoy reaprendiendo a escribir, a lavarme los dientes y a vestirme. Todos los días trabajo muchísimo en cada una de estas cosas. Por la mañana y por la tarde. Tengo agenda completa porque la bacteria me dejó secuelas importantes. No tengo movilidad en mi pierna izquierda, pero por suerte ya tengo sensibilidad. Me sacaron parte del intestino y tengo una ileostomía (cirugía que permite que los desechos del cuerpo salgan a través de una abertura en el abdomen). ¡Pero ya logré hacer pis sola luego de trabajar mucho con el suelo pélvico! Esa sonda me la sacaron y es un gran avance. También tengo algunas pequeñas lesiones en el cerebro. En general, afectaron actividades que puedo reaprender. Yo era zurda, pero como mi mano izquierda fue la más afectada, estoy aprendiendo a escribir con la derecha. Seré diestra en esta nueva etapa de mi vida. ¡No sabés lo que me divierte aprender! Es un desafío total. A la mañana tengo kinesiólogo, terapista ocupacional y cognitivo para recuperar algunas cuestiones de memoria y de la planificación que me fallan un poco. Con ejercicios voy mejorando. La práctica hace a la recuperación. Ya me estoy bañando sola, entro por mis propios medios al ascensor y me pongo las zapatillas. Son avances enormes porque a mi cerebro le cuesta bajar esa información al cuerpo”. Entusiasmada con sus logros sigue explicando: “La silla de ruedas ya es parte de mí. Es mi patrimonio. Es lo que tocó por el momento. Ahora sé bien qué significan las sillas de ruedas de los otros. No es que yo deseé lo que me pasó, pero ocurrió. Entonces me da orgullo lo que pude hacer con lo que me pasó. Nunca pensé en rendirme. Hay una frase de una serie que me gustó: Si la vida te da limones, haz la mejor limonada que puedas. Es una buena síntesis de lo que intento. Ya está, esta es mi vida, la que me tocó. Lo acepté”.

Es inevitable preguntar si cree que en el sanatorio deberían haberse dado cuenta un poco antes de lo que pasaba en su cuerpo y si eso podría haber mejorado su pronóstico: “Con tantas cosas en las que tengo que enfocarme todavía no me di tiempo para hacerme estas preguntas. Pero sí creo que mi caso puede enseñar. Es muy importante escuchar con atención a todos los pacientes y, en especial, a las mujeres en el puerperio”.

El 5 julio 2024, finalmente, recibió el alta médica. Y se instaló a vivir con su marido y su hija en la casa que había sido de sus padres. Empezaba una nueva vida, con mucho esfuerzo, pero fuera del ámbito hospitalario.

Santi Y Rochi Declaran Su Amor Amor En La Ceremonia

Maternar y dar el “sí, quiero” en silla de ruedas

El ejercicio de la maternidad fue un tema complejo y que, admite, le sigue resultando desafiante.

Santi se llevó a Juana a su casa el 27 de marzo de 2023 mientras Rochi estaba en coma.

“Mi suegra Gabi se mudó con Santi y cuidó de Juana todos esos primeros meses. Se turnaban con mi suegro Gustavo y mis cuñadas. Cuando pudieron empezar a traerla al sanatorio, comencé a darle como podía la mamadera y sostenida con muchos almohadones. Eran visitas cortas, por los bichos intrahospitalarios y, además, yo estaba muy limitada. Cuando la bañaban en casa, Santi me hacía videollamada y yo aprovechaba para cantarle. Al principio, toda la situación me frustraba un montón. Pensá que estuve quince meses sin dormir en mi casa con mi hija y tuve que trabajar mucho esa situación con mi psicóloga. De todas maneras, los chicos naturalizan las cosas más que los adultos. Cuando Juana empezó a caminar también me frustraba bastante porque, con la silla y mi escaso movimiento, no podía alcanzarla. Empecé a pensar que tenía que darle una vuelta al asunto para poder disfrutarla. Cuando ella estuvo más grande y yo empecé a tener más fuerza, pudimos comenzar a jugar. Ahora Juana se trepa conmigo y, como le gusta el vértigo, andamos rápido en la silla. También dibujamos cuentos y le cuento historias. Además, con dos años ya me observa más. El otro día me senté en el sillón del living por un rato y ella miraba desorientada la silla vacía. Después miró las cicatrices de mis piernas y me dijo: ‘¡Mamá! ¡Te hiciste nana!’”.

Antes de que naciera Juana, Santi ya había comprado un anillo porque tenía planeado pedirle casamiento a Rochi cuando volvieran los tres juntos a su casa. Pero la situación hizo que Santi hiciera su propuesta en terapia intensiva, a su gran amor en coma, con la doctora Daiana como testigo. Si se salvaba, se casarían. Tuvieron que esperar bastante, pero llegó el final feliz: “Y se casaron y fueron felices”.

En octubre del año pasado Santi se arrodilló frente a Rochi, le dio el anillo y le propuso no posponer más la fecha para el casamiento por civil y la fiesta. Rochi dijo “sí”. El día escogido fue el sábado 14 de diciembre de 2024.

“No vas a poder creer, pero un mes antes del casamiento me internaron cuatro veces por infecciones urinarias. Yo estaba en el sanatorio con todos los preparativos. Le pedí a mis amigas que me llevaran ropa para ver qué me podía poner para ese día. Me mandaron muchísimas bolsas con vestidos de gente que por ahí ni conocía. Fuimos abriendo cada una y mirando, pero nada me convencía. De pronto, de una de las últimas bolsas, salió un vestido divino. Me lo había mandado la mujer de un amigo de Santi. ¡Era cancherísimoooo! Santi también me llevó al sanatorio tuppers para probar la comida del casamiento. ¿Sabés? Santi y yo necesitábamos mucho volver a vivir un lindo momento juntos”.

Cuando llegó el gran día, Rochi se vistió con ese traje crudo con flecos y decoró las ruedas de su silla con las mismas flores del ramo de novia. Matías empujó su silla y atravesaron un arco de flores hacia Santi. La emoción flotaba en partículas iluminadas entre los presentes. Nadie ignoraba lo que había costado llegar hasta la meta.

Rochi tiene su mantra: “No todo tiene que estar perfecto para ser feliz. Soy feliz. Re feliz. La felicidad no es más que la acumulación de buenos momentos. No es un estado. ¡Si esperás a que todo esté perfecto se te puede pasar la vida! Al que espera la perfección le diría que cierre ya su Instagram… porque ahí todo parece perfecto aunque no lo sea. Hay que darse cuenta de que la felicidad está cosida con puntadas muy chiquitas. En definitiva, es algo interno, depende de uno. Las personas más felices las he visto en barrios vulnerables, donde no tienen para comer. Estoy agradecida de estar viva y de haberme transformado en la persona que soy. De que la vida me haya puesto en el camino esta roca enorme porque, gracias a ella, soy un poco mejor persona. Con respecto a mi relación con Santi, este proceso nos hizo ver lo mejor del otro. Por más que Santi vio cosas que me hubiese gustado que no viera a nivel físico, él dice que descubrió en mí una fortaleza y una sabiduría que no sabía que yo tenía. Y yo vi en él a una persona noble, que se quedó a mí lado, que se puso al hombro a nuestra beba, mi cuidado y mi recuperación. Puso en stand-by su carrera profesional y está dedicado ciento por ciento a nosotras. Esto nos unió muchísimo”, expresa con convicción.

El lunes 20 de marzo
El lunes 20 de marzo de 2023 nació Juana. El viernes 5 de julio de 2024, finalmente, Rosario recibió el alta médica y el sábado 14 de diciembre de 2024 se casó con Santiago

Las batallas que se aproximan

Es absolutamente consciente de que falta un gran trecho: “La bacteria me dejó una lesión en el cerebro que hace que mi lado izquierdo esté afectado. Nadie me dice que voy a volver a caminar. De hecho, se habla mucho de que si pasan dos años desde la lesión, ya no podría hacerlo y, hace poco, se cumplió ese tiempo. De todas formas, estoy convencida de que voy a volver a caminar. ¡A mí me dieron por muerta mil veces! Mi corazón estaba lleno de noradrenalina en niveles casi incompatibles con la vida. Elijo no escuchar demasiado eso de que no voy a caminar. Sigo entrenándome para estar fuerte y para poder moverme con autonomía. ¡No tengo chance de ser sedentaria! Tengo una escara en la zona del isquion y, como no cicatriza, me la van a cerrar con una cirugía. Eso será en junio. Luego de la intervención voy a tener que estar internada, como mínimo, veinte días boca abajo”. Reconectar su intestino será otro desafío a futuro.

A Rochi le gustaría, apenas pueda, reencontrarse con el mundo del trabajo. Cree que podría comenzar a dar charlas motivacionales. Tiene mucho para decir e infinitas razones para inspirar a otros.

Respecto del sueño de agrandar su familia reconoce: “El útero me lo salvaron. Nunca descarto nada. Pero hoy mis prioridades son Santi, Juana y seguir fortaleciendo mi cuerpo. Mi foco está en ir conquistando metas alcanzables”.

Paso a paso se llega más lejos y sin desesperar.

Rochi habla de abrazar los cambios. Se me ocurre imaginar esos cambios como si fuesen los salvavidas naranjas que, en cualquier naufragio, nos mantienen con la cabeza sobre el nivel de flotación.

Luego de haber vivido mucha muerte, Rochi viene a decirnos que se puede decidir vivir mucha vida. Que cuando tocamos fondo y sentimos que los ángeles se han marchado dejándonos solos, somos nosotros los que podemos batir nuestras alas y tomar la trompeta del agradecimiento para hacerla sonar a todo volumen. Porque ya sabemos que no hace falta atravesar esa piedra ni realizar volteretas para saltarla, alcanza con poner ingenio para rodearla y, del otro lado, volver a ver el mar de la alegría.

Eso es precisamente lo que Rochi, con mucho coraje, hace cada día.

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