Una semana antes de la última crecida del Río Pilcomayo, los habitantes de una de las zonas más afectadas se prepararon para hacerle frente porque sabían que el agua volvería a hacer estragos, pero ningún alerta aseguró que los golpearía tanto, al punto de vivir una de las peores noches de sus vidas cuando el desborde inició.
“Esta es la peor inundación desde 2018″, asegura Juan Carrizo, que en cada frase de su relato carga el peso de días y días golpeado por el agua, el barro y las pérdidas materiales que padece su familia. Viven en Misión La Gracia, una de las comunidades salteñas atravesada por el desborde del río que en los últimos días dejó cientos de viviendas bajo la corriente, miles de familias desplazadas y una sensación de desprotección como nunca antes había sentido Carrizo.
Pese a la gravedad de la situación, no recibieron la ayuda esperada. “Sacamos las cosas con nuestro esfuerzo. Mi mamá, que es ciega, mis sobrinos, toda mi familia - dice Carrizo -. El agua seguía creciendo cada día, cada hora. A la tarde tuve que salir de mi casa. No podíamos esperar más”.

Desesperación
El río Pilcomayo desbordó en Salta, dejó a más de 10 mil personas aisladas y obligó a miles de habitantes de distintas comunidades a evacuarse. Sin embargo, no todos accedieron a irse a tiempo. Aunque muchas familias fueron trasladadas de manera preventiva antes de que el agua cubriera por completo las zonas habitadas, hubo quienes optaron por quedarse.
Pese a que la región ya había sido golpeada con dureza en otras oportunidades, Juan Carrizo asegura que esta es la peor inundación que recuerda en La Gracia. La describe como “la más destructiva en los últimos años” y no duda en afirmar: “Esta vez arrasó con todo”, al comparar lo vivido con la crecida de 2018.
Desde hace días, el hombre permanece con su familia al costado del camino que conduce a su comunidad, en un campamento improvisado. La decisión de no trasladarse a Santa Victoria, como hicieron otras familias, fue tomada junto a su madre, con quien convive. “Ella quiso quedarse cerca y yo estuve de acuerdo”, explica.

Aunque una semana antes ya se habían emitido distintos alertas por la crecida del río, y los pobladores intentaron anticiparse reforzando las defensas a fin de contener al agua, pero los esfuerzos resultaron insuficientes. “Sabíamos que venía una crecida fuerte, lo escuchamos por la radio, pero no imaginábamos esto. Fue la peor del año”, asevera. Y detalla: “Pasamos una semana entera trabajando bajo la lluvia. Pusimos bolsas, reforzamos el anillo para tratar de frenar el impacto del agua. Los jóvenes trabajaron con todo, pero no alcanzó. El agua pasó igual”, cuenta Juan desde el lugar donde hoy pasa los días.
Aún conmovido, recuerda el momento en que tuvo que abandonar su casa porque no le quedó otra opción. “Veía que el agua seguía subiendo, creciendo cada día, a cada hora. Una tarde decidí salir. Mi mamá es ciega... Por eso quise irme hacia la orilla del camino, donde ahora estamos con toda mi familia”, cuenta.
En medio de la urgencia, lograron rescatar algunas pertenencias. “Sacamos lo que pudimos, con esfuerzo: mi mamá, mis sobrinos, toda mi familia ayudó”, dice. A pesar de haber dejado su hogar, decidieron no unirse al grupo de evacuados y permanecer lo más cerca posible. “Nos quedamos cerca de nuestras casas. Hicimos el campamento acá, en la orilla del camino. No sabemos en qué estado está nuestra vivienda, y volver todavía no es posible. Tenemos que ver cómo quedó todo”, lamenta el hombre, de 38 años.

El desborde del río no sólo arrasó con las casas sino también con la confianza que toda la comunidad tenía en unas obras llamadas “anillos”, una defensa que construyó la provincia de Salta para proteger a las comunidades.
“La defensa ya no es protección para el pueblo. La Gracia ya no es segura”, repite Carrizo y en su voz transmite bronca y resignación. “Hoy estamos acá con todo, con lo poco que nos queda y sin mucha ayuda. A veces nos dejan un bolsón de comida para el día (por familia), a veces agua potable. Hace dos días atrás no teníamos agua para tomar”, cuenta y agradece la ayuda que sí reciben de la ONG Pata Pila. “Ayudan, sobre todo, a los chicos. La fundación Pata Pila nos dio una mano, pero faltan muchas cosas como colchones, alimentos, útiles escolares, calzados, herramientas para trabajar (picos, palas, machetes, botas y guantes de trabajo”, enumera y cuenta que en los próximos días, los docentes comenzarán con el dictado de clases para no retrasarse.
Aunque el nivel del Pilcomayo comienza a bajar, para Juan Carrizo y cientos de familias como la suya, lo más urgente no es el agua que se retira, sino el vacío que deja atrás.

La ayuda
El desborde del río Pilcomayo dejó a cientos de familias aisladas en comunidades del norte de Salta, donde la crecida interrumpió el acceso a agua, alimentos y electricidad. La organización Pata Pila, que brinda asistencia en la zona, identificó una situación crítica en localidades como La Puntana, Misión La Paz, KM 2, Nevackle, La Bolsa y Pozo El Araoz, muchas de las cuales permanecen incomunicadas debido a los caminos anegados.
En La Curvita, por ejemplo, son 90 las personas provenientes de Monte Carmelo que continúan evacuadas, mientras que otras 185 —incluidos 128 niños y adolescentes— fueron trasladadas a Santa Victoria. La mayoría ya fue reubicada en terrenos provisorios, luego de que sus comunidades quedaran bajo el agua o inhabilitadas por el barro. Algunas familias debieron levantar carpas a la vera de la ruta, como en el caso de Juan Carrizo, sin acceso a servicios básicos.
“Son muchas las familias que aún no saben cómo harán para iniciar el ciclo escolar, están lejos de las escuelas y sin luz ni agua”, señala Jeniffer Rech Bravo, coordinadora de Desarrollo Productivo en Salta de Pata Pila. La joven trabaja en la organización desde hace más de dos años y medio. Hasta principios de este año dirigió el Centro de Desarrollo Humano Integral en Embarcación y actualmente coordina proyectos productivos para fortalecer oficios y actividades locales como huertas, apicultura o artesanías.

“Acompañamos a las familias en situación de vulnerabilidad no sólo en lo nutricional, sino también en lo económico, para mejorar su calidad de vida con proyectos de impacto positivo y duradero”, señala sobre la ONG que trabaja hace una década en la prevención de la desnutrición infantil.
Esa labor también se realiza en conjunto con municipios, la provincia y otras instituciones para distribuir agua potable, trasladar tinacos para almacenar el agua y brindar atención médica a personas en situación de riesgo, incluidos niños y mujeres embarazadas.
En el norte de Salta, esta ONG cuenta con un equipo de 60 personas que operan desde centros en Dragones, Embarcación, Yacuy y Santa Victoria. Allí, nutricionistas, trabajadores sociales, docentes y facilitadores bilingües desarrollan programas de asistencia integral para comunidades vulnerables, que incluyen seguridad alimentaria, fortalecimiento de oficios y acompañamiento en emergencias como la actual.
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