
Aaron Armeya tiene 23 años. A los 4 le dijo, por primera vez, a su mamá que era un varón. A los 14, en 2016, comenzó su transición, en el Hospital Durand, de la Ciudad de Buenos Aires. Ya usaba el pelo cortito y ropa masculina. En ese momento, le contó a su familia que era un varón trans. Ya no era un juego. No era una duda. No era una travesura. Era una decisión. Su papá, su mamá y sus hermanos lo acompañaron. Otra parte de la familia lo rechazó. A los 15 se cambió el nombre en el DNI. A los 16 comenzó la terapia de bloqueo hormonal. Dejó de menstruar y de desarrollar pechos. “Mi pubertad femenina se frenó”, explica. ¿Le cambió la voz? No. ¿Le creció la barba? No. “Lo importante de la terapia es que es reversible. Si yo decía que me confundí y no era lo que esperaba se frenaba la terapia de bloqueo hormonal y mi cuerpo iba a seguir su curso naturalmente”, contextualiza. Después de un año de estudios exhaustivos, precauciones e información médica, a los 17, el 2 de marzo del 2019, comenzó la terapia con testosterona, en pequeñas dosis, para que el cambio fuera paulatino y no agresivo, acompañado por un equipo de psicólogos, ginecólogos y endocrinólogos.
El 23 de octubre del 2019 cumplió 18 años. “En el 2020 comenzaba la universidad y quería tener una nueva oportunidad. En el colegio me hacían mucho bullyng. Me decían cosas en los pasillos, me escupían comida, me pegaban a la salida, me acosaban por redes sociales. Tuve que estar dos meses encerrado porque me amenazaban con que me iban a matar. Yo quería que la universidad fuera algo nuevo, no ser el mismo chico al que molestan. Por eso, pedí por favor que me dejen hacer la terapia porque quería tener cambios notorios y hacerme la masculinización de tórax que no es sacar las glándulas mamarias (no es mastectomía), sino que queda bien posicionadas. No fue de un día para el otro. “Les pedía que por favor entiendan mi necesidad”, resalta. Desde los 14 que transmite su proceso por redes sociales: Instagram (@aaronarmeya), Youtube y TikTok para facilitar la transición a otras personas. Hoy estudia la Licenciatura en Gestión de Medios y Entretenimiento y siente que su palabra toma más valor porque los avances que consiguieron están en riesgo.

-¿Cómo era la relación con el equipo médico cuando empezaste las consultas?
-Los médicos siempre estuvieron dispuestos a contestarme todas las preguntas, pero jamás me ofrecieron ni inculcaron que yo tenía que realizar un cambio físico o alguna terapia. Solamente resolvían mis dudas.
-¿Qué fue importante para poder acompañar este proceso?
-Juntarme con un grupo de contención para jóvenes trans para hablar de sus relaciones de pareja, amigos y familia.
-¿Cómo ves el debate actual en donde se demoniza a las personas trans y a los procesos desde la adolescencia?
-Estamos dando pasos para atrás. Lamentablemente, hay mucha desinformación sobre las personas trans y, mucho más, sobre las infancias y adolescencias trans. Los cambios que se plantean sobre la Ley de Identidad de Género, si se concretan, lo que va a pasar es que la gente va a caer en la clandestinidad. La norma vino a reparar lo que pasaba y era que a las mujeres trans, hoy ya adultas, les inyectaban aceite de avión o de cocina. También había personas que hacían terapia de reemplazo hormonal solos, sin ningún control médico. Eso nos mata. No nos mata solamente una persona que nos odia. No nos mata solamente el suicidio. Nos mata la mala praxis. Nos matan los centros clandestinos sin capacidad ni higiene para realizar cirugías o tratamientos. Lo único que están haciendo ahora es matarnos. Solo lo vemos nosotros. A los demás no les importa la vida de una persona trans. Eso es lo que más me duele.

-¿Cómo es tu situación personal?
-Yo tengo mis hormonas, tengo prepaga, me puedo operar, estoy re tranquilo. ¿Pero qué importa si el resto no puede y el que tengo al lado la está pasando mal? Uno es parte de la comunidad trans y tiene que mirar más allá de lo personal y seguir peleando por los derechos que nos quieren arrebatar a todos. Si mi compañero está sufriendo porque no se puede inyectar testosterona no importa que yo esté bien. No, esto es algo colectivo y que tiene que ser para todos. Me duele que es un ataque a la comunidad trans y para las personas con menos recursos. Eso habla del tipo de odio que se está queriendo propagar.
-Hay sectores que cuestionan los tratamientos en menores de edad. ¿Cómo fue tu experiencia?
-A mí se me dio mucha contención. Recién a los 16 hice el bloqueo hormonal y a los 17 con testosterona. Hay un imaginario que un menor de 13 años va y dice “soy un varón trans” e inmediatamente empiezan con terapia de reemplazo hormonal y no es así. Hay muchas instancias previas y un acompañamiento. Se informa muchísimo al paciente y a la familia las cosas que pueden pasar, riesgos a tener en cuenta, se da tiempo para tomar la decisión. Nadie está hablando de los cuidados porque solamente los conocemos las personas que hicimos la transición desde menores.
-¿Por qué tuviste que empezar el tratamiento como menor de edad y no esperaste a los 18?
-Mis papás me decían que esperara a los 18 y ahí empezaba todo. Pero yo esto lo comencé a los 14 años y de ahí a los 18 años es el momento de la pubertad que más cambios iba a recibir mi cuerpo. Muchos procesos me iban a costar retroceder con testosterona y cirugías. No es lo mismo que yo haya frenado el crecimiento del pecho, con bloqueo hormonal, a los 16 a que recién haya comenzado a los 18 o 19 porque iba a estar mucho más desarrollado. Quería anticiparme para que sean menos agresivos los cambios para que la cirugía no sea tan compleja. Además, yo ya tenía un conflicto con mi cuerpo. Me hacía mal despertarme todos los días y ver cosas que no me gustaban. Empecé en una depresión terrible. Los equipos de psicólogos me diagnosticaron ansiedad y depresión. Yo tenía rechazo a mi cuerpo. Me bañaba con la luz apagada porque no me quería ver.

-¿Qué pasa si un menor se arrepiente de la transición?
-Es tanto el acompañamiento que se da previamente que es muy difícil arrepentirse y es más difícil como menor de edad porque el acompañamiento, al ser menores, es mucho mayor. No se me cruzó por la cabeza arrepentirme. Y fueron cuatro años de pensarlo. No hay margen de error. Por lo menos en el Hospital Durand se nos acompañó muchísimo con todo el tiempo del mundo y con todas las dudas resueltas.
-¿Qué te pasó en el colegio?
-Yo hice jardín, primaria y secundaria en la misma institución en Don Torcuato, en la zona norte, donde no había personas trans. Para mis compañeros era un chiste o un objeto de burla. Siempre me molestaban porque no cumplía con ser una nena femenina. Me decían “sos un marimacho”, “sos lesbiana”. No es un insulto, es una orientación sexual. Siempre me juzgaban por mi apariencia porque era un colegio privado que las mujeres usaban una falda escocesa y los varones un jean. Yo me moría por usar el jean pero no me dejaban. Entonces usaba el uniforme de educación física que era un jogging y era lo más cercano que tenía a un pantalón. Me molestaban por eso, porque no me gustaba jugar a las muñecas, ni maquillarme. En el secundario me corté el pelo muy cortito y me empecé a vestir con ropa masculina y me pegaban a la salida del colegio, masticaban comida y me la escupían y me acosaban virtualmente. Era muy grave y llegaba también a mi familia. No era solamente mi colegio, sino todos los colegios de la zona los que me atacaban.
-¿Qué pasó cuando transicionaste?
-Ya no era “es un pibe” sino “parece una mina aunque se faje el pecho”. Ahí me di cuenta que a la gente nunca nada le va a venir bien. Siempre van a tratar de buscarte el punto débil. Antes, cuando vivía como mujer, me decían que parecía un tipo y cuando transicioné, que seguía siendo una mina. Hoy en día con mi cirugía, mi barba, mi voz, me dicen que parezco una mina. ¿Sabes qué? No me molesta. Ya no me afectan los comentarios de los otros.

-¿Qué implicaba el cambio a la universidad?
-Para mí era una nueva oportunidad. Me podía presentar como Aaron y nadie iba a saber mi nombre anterior. No es lo mismo llegar con rasgos femeninos que con una voz masculinizada que me daba más seguridad para presentarme. Quise comenzar de nuevo. Por eso, tenía urgencia de hacerlo antes de los 18.
-¿Cómo fue el proceso con tu familia?
-Fue complicado. Había personas que me decían “vos queres ser alguien que nunca vas a ser”. Hace diez años atrás había mucha desinformación. Pero el equipo del Hospital Durand explica que es una persona trans. A mi familia le preocupaba que pudiera estudiar, que pudiera trabajar y que tenga amigas. Pero la gente va a molestar. Mi familia hizo todo para protegerme pero cuando salís al mundo te cruzas con personas que no son agradables. Hoy en día cuando me llega un mensaje son los primeros en saltar. Yo estoy muy agradecido con mi papá, mi mamá y mis hermanos que me acompañan. Al principio llamaban a mis padres y les decían que me estaban arruinado la vida, que eran malos padres y se alejaron. Pero yo siento que no perdí una parte de mi familia, sino que me di cuenta de quién me estaba rodeando. Si hay un familiar transfóbico no lo quiero cerca.
-¿Cómo cambió tu vínculo?
-Mi mamá, mi papá y mis hermanos abrieron los ojos con mi situación. Ellos han ayudado a otras personas trans y no se quedan callados si ven que los molesta. Son aliados.
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