
Es un mediodía de enero en Pinamar, y en la playa frente al parador Boutique un área delimitada con palos y sogas llama la atención de quienes pasean por la zona. Dentro del cerco, un elefante marino descansa sobre la arena, con movimientos mínimos. Su quietud despierta la curiosidad y algo de preocupación entre los turistas que se acercan a observar. Un niño mira con atención mientras su padre le pregunta: “¿Sabés qué es?”. El pequeño asiente, aunque no se anima a responder. Un adolescente que pasa apresurado arriesga una respuesta equivocada: “¡Mirá esa morsa!”. Mientras tanto, dos integrantes de la Fundación Ecológica de Pinamar (FEP) responden preguntas, aclaran dudas y advierten a los visitantes que rodeen el cerco para no interrumpir el descanso del animal.

La escena se repitió varias veces este verano en diferentes playas de Pinamar, donde la naturaleza ofreció una experiencia más para los turistas: la visita de elefantes marinos. Las protagonistas de esta temporada son dos hembras que recorren esta parte de la costa bonaerense para descansar sobre la arena. La primera, bautizada “Cejitas”, llevaba hasta este jueves 40 días alternando entre el mar y la playa, y es la que se vio frente a Boutique. La segunda, a la que guardavidas y voluntarios llamaron “Margarita”, comenzó a ser vista hace una semana en el norte pinamarense, despertando el mismo interés entre locales y turistas.

Ambas elefantas marinas eligieron las playas de Pinamar para descansar durante el proceso de muda de piel, un comportamiento natural que repiten cada año. Durante este período, los ejemplares permanecen fuera del agua para facilitar el desprendimiento de la piel vieja. En general, el proceso puede durar unas tres semanas.
“Ellos salen a cambiar la piel una vez al año. Durante todo ese proceso hacen ayuno, pierden mucho peso y calor. Una vez que terminan, comienzan a entrar y salir del mar de a poco para regular su temperatura”, explicó a Infobae Julia, una de las integrantes de la FEP, que se encarga del monitoreo de estos animales.

“Cejitas”, la primera en ser detectada, fue vista en varias playas del distrito. “Una compañera la empezó a llamar así porque al principio de su muda de piel estaba toda clarita y tenía las cejas negras, negras”, contó Julia acerca del origen del nombre, y detalló que recientemente pasó la noche en el agua antes de regresar a la costa. “Suponemos que comió porque vamos registrando todo. Por ejemplo, si defecó, sabemos que estuvo alimentándose”, aclaró. El monitoreo constante permite verificar que el animal esté en buen estado de salud, evaluando su comportamiento, movilidad y apariencia física.

Por su parte, “Margarita”, que visitó las playas del norte del partido, es un ejemplar algo más grande y, según Julia, podría tratarse de una hembra adulta. Al igual que “Cejitas”, alterna entre el agua y la arena según sus necesidades. Ambos animales comparten un comportamiento tranquilo siempre y cuando se respete su espacio. Sin embargo, pueden reaccionar de forma defensiva si se sienten amenazados.

“Ellos deciden cuánto tiempo permanecen en la playa según sus necesidades. Si sienten hambre o tienen energía, vuelven al agua, si no, permanecen descansando. Lo importante es no molestarlos y dejarlos tranquilos”, enfatizó Julia.
Para garantizar esto, los voluntarios de la FEP trabajan en conjunto con guardavidas, quienes suelen ser los primeros en delimitar un área alrededor de los animales para proteger tanto a ellos como a los curiosos que se acercan.

La FEP, una organización ambientalista con más de 30 años de trayectoria, desempeña un papel clave en la protección de estos ejemplares. Actualmente, cuenta con un equipo de 15 voluntarios que se dedican a tareas como el cuidado de fauna marina, la medición de la erosión costera y la realización de censos de basura.
Cuando aparece un animal marino en la playa, el protocolo es claro: se cerca la zona para evitar que las personas se acerquen, se coloca cartelería informativa y los voluntarios concientizan a los visitantes sobre qué hacer.

“Hay que mantener la distancia. Esa es la mejor manera de ayudar a cualquier animal, no solo a un elefante marino, sino a cualquier especie. Tampoco hay que permitir que las mascotas se acerquen. Muchas veces, la gente quiere ayudar, pero sin información adecuada puede terminar perjudicando al animal”, insistió Julia,
Durante enero de la temporada pasada, la FEP registró la llegada de 78 ejemplares entre lobos y elefantes marinos a las costas bonaerenses, de los cuales 45 fueron monitoreados directamente por su equipo. En caso de encontrarse con algún animal marino, la organización recomienda notificarlo llamando al 2254 586960 o escribiendo a sus redes sociales (@fundacionecologicapinamar).

Para Julia, estas visitas no solo representan una oportunidad de aprendizaje para la comunidad, sino también un recordatorio de la importancia de cuidar el ecosistema marino. “Los elefantes marinos son indicadores de la salud del océano. Si aparecen en zonas donde no son habituales, algo puede estar cambiando en su entorno natural”, reflexionó.
“Podría ser cambio climático. Hay muchas hipótesis, pero habrá que esperar al próximo año para ver si esto se repite. El año pasado ya tuvimos algunos avistamientos, pero antes eran esporádicos. Ahora debemos determinar si se trata de sucesos aislados o de una tendencia”, agregó.

Desde la Fundación Mundo Marino explican que el elefante marino del sur pertenece a la familia de los fócidos o focas. A diferencia de los otáridos (lobos marinos), que pueden retraer sus aletas posteriores para desplazarse, las focas reptan con el vientre. Además, las focas carecen de pabellón auricular visible detrás de los ojos.
Los machos pueden medir hasta 5 metros de longitud y pesar hasta 6 toneladas, mientras que las hembras promedian 2,5 metros y una tonelada. Este dimorfismo sexual es característico de los pinnípedos. En los machos, la probóscide (trompa) completa su desarrollo a los 8 años.
Gran parte de su vida la pasan en el agua, alternando con períodos en tierra para descansar, mudar su pelaje y reproducirse. En Argentina, su distribución se concentra en la Patagonia, particularmente en Península Valdés, que alberga la única elefantería continental del mundo. Allí, los nacimientos ocurren en octubre, y las hembras permanecen en ayunas durante el proceso de amamantamiento. Los cachorros nacen con un peso promedio de 30 a 45 kilos.
Fotos: Pablo Kauffer
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