
Unos científicos hicieron un experimento particular. Colocaron unos ratoncitos en un estanque lleno de agua hasta la mitad, por lo cual los animales estaban condenados a nadar sin escapatoria porque las paredes de aluminio eran muy altas y no podrían subir por ellas.
Paralelamente, colocaron a otro grupo de la misma variedad de ratones en el medio del océano, del que tampoco podrían escapar pese a que no hubiera paredes.
Los ratones del primer grupo vivieron aproximadamente unos veinte minutos. Los del segundo, nadaron hasta doce horas.
La hipótesis que trabajaron los científicos fue la desesperanza. En el primer grupo, a los pocos minutos los ratones percibían con claridad que no tenían salida. El estanque por la mitad se convertía en un Everest perpendicular y resbaladizo. Imposible. Aparentemente, la angustia crecía tan rápidamente que los animales tenían un infarto en menos de media hora.
Como contrapartida, los ratoncitos arrojados al océano podían nadar y nadar y nadar, antes de colapsar por agotamiento recién a las doce horas. O sea que en promedio tuvieron una sobrevida 36 veces mayor a los del primer grupo.
Más allá de la crueldad que conllevan estos experimentos, me resulta inevitable hacer un paralelismo con nuestras vidas.
El impacto que genera en nuestra salud, y sobre todo en nuestra vida, cuando nuestra mente está convencida de que no hay salida.
La vida es un misterio y no funciona como un experimento. En este caso, los científicos querían observar cómo la desesperanza impactaría en los ratones, por lo cual ambos grupos estaban condenados de antemano.
En la vida real, en cambio, mientras estemos vivos no importan las condenas. Siempre podremos seguir tratando de encontrar una salida. Y eso lo cambia todo.
La evidencia nos muestra que siempre es posible cambiar la historia. Hay todo tipo de ejemplos que demuestran que nunca está dicha la última palabra. Partidos de fútbol que a tres minutos del final se perdían, y en cinco minutos se hicieron dos goles y el campeón pasó a ser el que estaba definitivamente condenado. Personas que estaban con un cáncer terminal y así y todo, sobrevivieron muchos años. A Stephen Hawkings a sus veinte le dijeron que tendría menos de dos años de vida. Vivió setenta y seis…
Un ex presidente de Brasil decía que “cuando esperamos lo inevitable, sucede lo inesperado”. El desafío es seguir adelante, no bajar los brazos, hacer nuestra parte y confiar en que siempre hay margen para lo “inesperado”.
En una conmovedora escena de la película El último Samurai, antes de la batalla final en donde era muy probable que los guerreros fueran masacrados por un ejército que en vez de espadas tenía fusiles y cañones, el discípulo, angustiado, le pregunta al maestro: ¿puede un hombre cambiar su destino?
El líder reflexiona unos instantes y responde con gran sencillez y sabiduría:
-La verdad es que no lo sé. Solo sé que debe luchar con todas sus fuerzas hasta que el destino le sea revelado.
¿Y vos? ¿Sos capaz de seguir luchando con todas tus fuerzas cuando se presenta la adversidad, o bajas los brazos y te rendís? ¿Sos capaz de seguir adelante, aun cuando es muy probable que no puedas cambiar el curso de los acontecimientos? ¿Sos de las personas que siempre “exigen” condiciones para luchar o ponerse en marcha? ¿Todavía no te diste cuenta de que eso es probable que no ocurra nunca, y que debemos ponernos en marcha aunque parezca que estamos condenados?
* Juan Tonelli es autor del libro “Un elefante en el living, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar”. https://linktr.ee/juan.tonelli
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