
Nació como Valvanera en 1833, luego cambió por Balvanera, y hoy todos lo conocen como el barrio del Once. Ese número se desprende del nombre de la estación terminal ferroviaria Once de Septiembre, que recuerda la revolución de cuando los porteños hicieron rancho aparte y se terminaron separando de la Confederación Argentina.
Justo José de Urquiza, el vencedor de Juan Manuel de Rosas en Caseros el 3 de febrero de 1852, demoró su entrada a la ciudad de Buenos Aires. Había establecido una suerte de cuartel general en Palermo, donde hasta horas antes habían sido los dominios del Restaurador de las Leyes, ahora transformado en un escenario de ejecuciones, venganzas y rendiciones de cuentas. Domingo Faustino Sarmiento, desde el escritorio mismo que usaba Rosas, tomó papel y escribió algunas cartas a sus amigos chilenos, encabezándolas con “Palermo de San Benito, febrero 4 de 1852″.
Las tropas brasileñas, aliadas de Urquiza en Caseros, pretendieron hacer una entrada triunfal a una atemorizada Buenos Aires el 20 de febrero, en desagravio por la derrota que habían sufrido ese día de 1827 en la batalla de Ituzaingó. Por eso Urquiza se adelantó un día.
Desde el mismo día de la derrota rosista, la ciudad era un hervidero. Los que se habían mostrado como fanáticos rosistas la abandonaban y se cruzaban con los unitarios que volvían del exilio. Se trataba de mantener el control de las calles y los vecinos se habían armado para defenderse de posibles represalias. Lo que vieron terminó de desanimarlos: el entrerriano entró luciendo la característica divisa punzó, de lucimiento obligatorio durante el rosismo y ahí tomaron conciencia que las cosas no serían sencillas.
Urquiza se propuso organizar el país y se acordó convocar a los gobernadores. Se temía que el principal obstáculo para la reunión de un congreso constituyente serían los porteños. En la nueva legislatura había unitarios y federales, pero ninguno era urquicista, aunque el gobernador Vicente López y Planes contaba con la simpatía del gobernador.

El 6 de abril se suscribió el Protocolo de Palermo, mediante el cual Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe autorizaban al líder entrerriano a manejar las relaciones exteriores, se estableció el Pacto Federal de 1831 (base legal que promovía el federalismo) como Carta Magna y la puesta en marcha una convocatoria de un congreso para sancionar una Constitución.
Urquiza invitó a los gobernadores a una reunión que se llevaría a cabo el 20 de mayo en la ciudad de San Nicolás de los Arroyos. De las deliberaciones participaron 11 gobernadores: Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, San Luis, Mendoza, San Juan, Catamarca, La Rioja, Tucumán y Santiago. Los de Salta, Jujuy y Córdoba no llegaron a tiempo y suscribieron el acuerdo con posterioridad. El de Catamarca, que no pudo ir, nombró al propio Urquiza como su representante.
El acuerdo contempló al Pacto Federal del 4 de enero de como ley fundamental de la República; también se debía convocar a un Congreso General Constituyente a realizarse en San Fe, cada provincia estuviera representada por dos diputados y debería dictar una Constitución Nacional. Además, acordó que Urquiza fuera Director Provisorio de la Confederación Argentina.
El entrerriano, encargado de las relaciones exteriores, debía reglamentar la navegación de los ríos -como se lo pedían los grupos económicos que lo apoyaban- las postas y correos y la supresión de las aduanas interiores y los derechos de tránsito.
El contraste de la alegría y el espíritu festivo de San Nicolás fue la ciudad de Buenos Aires, que al enterarse del contenido del acuerdo puso el grito en el cielo. “Se ha creado una dictadura irresponsable, que le permitirá al vencedor del tirano (Rosas) actuar con todo discrecionalismo, además de que los poderes que le otorgan lesionan y humillan la autonomía bonaerense”, denunciaron.

El 21 de junio, la legislatura rechazó que todas las provincias tuviesen el mismo número de representantes, lo que le impedía imponer su posición, y se opuso al nombramiento de Urquiza. Estuvo en contra del punto que cada provincia debía aportar para el mantenimiento del gobierno un porcentaje de lo recaudado en su comercio exterior. Buenos Aires no permitiría que un poder ejecutivo manejase los ingresos de la aduana. Además, argumentaron, el gobernador Vicente López y Planes, que había sido nombrado por el entrerriano el 4 de febrero, había asistido a San Nicolás sin la autorización de la legislatura.
El cuerpo rechazó el acuerdo y Vicente López y Planes, un hombre bueno pero demasiado dócil, renunció. Entusiasmados, los porteños entregaron la gobernación al presidente de la legislatura, Manuel Guillermo Pinto. La alegría les duró hasta el día siguiente cuando recibieron un oficio de Urquiza, determinado a cumplir con la primera de sus obligaciones, que es “salvar la Patria de la demagogia, después de haberla libertado de la tiranía”. Haciendo uso de sus facultades, el Director Provisorio asumió el mando de la provincia y repuso a López, quien terminaría renunciando en julio. Urquiza clausuró la legislatura.
En la ciudad comenzó a gestarse un movimiento armado. Se juntaron fondos con los que se compraron municiones y se prepararon para levantar barricadas y cavar fosos para defender la ciudad del ejército vencedor de Caseros que acampaba en Palermo.
Habían planeado el estallido para el 24 de junio, pero la orden de prisión y destierro contra Vélez Sarsfield, Mitre, Alsina y Portela, entre otros, descabezó la cúpula revolucionaria.

La conspiración fue ganando adeptos en la ciudad y en la campaña bonaerense, entre ellos Pedro Rosas y Belgrano, el hijo sin reconocer del creador de la bandera. Urquiza no tomaba en serio los informes que le acercaban.
Los conspiradores, que bajo la dirección de Bartolomé Mitre organizaban milicias, esperaron pronunciarse cuando el entrerriano no estuviera en la ciudad, que dejó el 8 de septiembre. En las primeras de la noche del 10 y los revolucionarios acordaron reunirse en la plaza de la Victoria apenas se escuchase la campana del Cabildo. El general Pirán, por ser el oficial de mayor graduación, fue designado jefe militar.
Los batallones correntinos al mando de Madariaga marcharon desde los cuarteles del Retiro a la plaza, donde ya estaban las tropas de Echenagucía, Tejerina y Rivero, se controló el Parque de Artillería, mientras que soldados de los coroneles Hornos y Ocampo patrullaban la ciudad.
En la mañana del 11, Pirán proclamó que se había reconquistado Buenos Aires para “el ejercicio de los derechos de los pueblos”. Se dispuso la reinstalación de la legislatura, cuyos 30 representantes ungieron gobernador provisorio a Manuel Pinto, un veterano general de 69 años.
En la ciudad se vivía un júbilo indescriptible. Se mandaron circulares a los jueces de paz y comandantes militares del interior de la provincia sobre lo ocurrido, con la indicación que no debían obedecer órdenes que no fueran del gobierno provisional.

Pero las tropas entrerrianas que estaban en Palermo era aún un cabo suelto. En la noche del 11, marcharon hacia Santos Lugares, donde había tropas de caballería. Finalmente partieron hacia Entre Ríos, en una retirada vigilada por el general Hornos.
Urquiza se enteró en Santa Fe de la revolución en la noche del 13. Dispuso que fuerzas de esa provincia, Entre Ríos y norte de Buenos Aires depusieran a los rebeldes y restablezcan el orden “que han pretendido alterar algunos malvados”. Prometió un castigo ejemplar. Mandó proclamas a diestra y siniestra y a los porteños les avisó que no toleraría la rebelión y que no se pospondría la celebración del congreso constituyente.
El entrerriano se sorprendió cuando se enteró que las fuerzas del norte de Buenos Aires no solo no lo apoyaban sino que se habían acantonado en la frontera con Santa Fe para hacerle frente.
El 17, llegó a San Nicolás en barco y supo que el movimiento revolucionario era mucho más grande de lo que imaginaba, apoyado por una considerable fuerza militar. Regresó a su provincia. Estuvo por renunciar, postergar la sanción de la Constitución y declarar la independencia de Entre Ríos y Corrientes, en caso que la revolución se propagase al interior.
Los revolucionarios lo trataban de gobernador y no de director provisorio, y le hicieron saber que pretendían devolver a Buenos Aires “el goce de su soberanía y sus derechos”, sin menoscabar el camino hacia la organización nacional. Le dijeron que la revolución del 11 había sido un movimiento popular que “ningún poder de la tierra podía ya contener”.

Urquiza fijó en Paraná la sede del gobierno. Bartolomé Mitre fue nombrado jefe militar de las tropas revolucionarias. El siguiente paso fue el de nacionalizar la revolución, reflejado en un manifiesto elaborado por el propio Mitre, en el que se puso de manifiesto sus diferencias con el líder del litoral.
El 20 la legislatura votó no reconocer ningún acto de los diputados reunidos en Santa Fe, exigía el retiro de sus diputados y de los empleados provinciales que allí trabajaban. Desconocieron las atribuciones dadas a Urquiza del manejo de las relaciones exteriores.
Buenos Aires rompía todos los vínculos que la mantenía unida al resto del país.
Urquiza comenzó su propia guerra. Tomaría a Buenos Aires como país extranjero en cuanto al comercio y debería pagar derechos sobre los productos que saliesen de esa provincia. Buenos Aires estaba sola, porque las provincias declararon su adhesión a Urquiza. Una misión del general Paz al interior para ganar adhesiones no tuvo ningún efecto.
El 1 de mayo de 1853 se sancionó la Constitución, se celebraron elecciones y el 20 de febrero de 1854 se consagró presidente de la Confederación Argentina a Urquiza, que tomó posesión el 5 de marzo. Enfrente, escindido, estaba el Estado de Buenos Aires. El país quedaría partido en dos hasta 1860.
Treinta años después del estallido de esta revolución, se inauguraría en el barrio del Once la estación que llevaría su nombre. No todos conocen que el número 11 remite a épocas en que también hubo una grieta tan profunda que partió, literal, el país en dos.
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