
Con 59 años a cuestas, Juan Manuel de Rosas, que había gobernado con mano de hierro la Confederación Argentina por casi 25 años, se había establecido en Southampton, en el sur de Inglaterra, luego de ser derrotado en la batalla de Caseros.
La noche del 3 de febrero de 1852, casi huyendo como un criminal, transitó las oscuras calles de Buenos Aires. Salió de la casa de Robert Gore, encargado de negocios británico, de la calle Bolívar, entre México y Venezuela. Vestía levita oscura, lo acompañaba su hija, a la que había mandado buscar a las apuradas, y era escoltado por media docena de marineros ingleses convenientemente armados. Estaba herido en su mano derecha, producto del combate que ese día se había librado que había sellado su suerte. En el muelle abordó la fragata británica Centaur, que permaneció anclada en el río durante seis días. En ese tiempo se le unió su hijo Juan Bautista con su familia. Luego el buque enfiló hacia Punta Indio donde el 9 los pasajeros abordaron el vapor Conflict. Al día siguiente partieron y así inició un exilio en Gran Bretaña que terminaría con su muerte.
Durante la travesía padre e hija tuvieron sus primeras aproximaciones al inglés, idioma que desconocían. Desembarcaron en Devonport el 23 de abril y le rindieron honores de jefe de estado, lo que motivó una interpelación en el parlamento al ministro de relaciones exteriores, ya que consideraban indebido ese reconocimiento.

Alquiló una vivienda en el 23 de Carlton Crescent y desde octubre de 1862 también hizo lo propio con la Burgess Farm, una chacra de 140 acres en Swaythling, a 10 kilómetros de la ciudad, sobre el camino a Londres. En 1865 cuando sus fondos escasearon, debió dejar la casa de la ciudad y se fue a vivir al campo.
No soportó el casamiento de su hija con Máximo Terrero, celebrado el 23 de octubre de 1852, a tal punto que no asistió a la boda. No concibió la idea de que su hija lo abandonase. Quedaba completamente solo porque su hijo Juan Bautista había resuelto regresar a Buenos Aires, donde viviría cómodamente y nunca le acercaría ayuda.
Obsesionado por la falta de recursos, uno de los que lo asistía mandándole dinero era Justo José de Urquiza, el que lo había vencido. Y cuando éste fue asesinado el 1 de abril de 1870 su viuda, Dolores Costa, se ocupó de continuar con los envíos de fondos.
Fue Urquiza también quien ayudó a Rosas a vender sus propiedades. Batalló para lograr el levantamiento de confiscación que pesaba sobre ellos -”para resarcir al Estado de sus malversaciones”, decía el decreto condenatorio- pero cuando Urquiza fue derrotado en Pavón en 1861, perdió todas las esperanzas. La legislatura de Buenos Aires lo había declarado en 1857 “reo de lesa patria”, casi no tenía contacto con su familia que había quedado en Buenos Aires y hasta su hermano Prudencio, que vivió cómodamente en un palacio en Sevilla, codeándose con personajes de la realeza, no se habría preocupado por su suerte.

Solo lo visitaba su amigo Lord Palmerston, a quien nombró albacea en su testamento, el cardenal Wiseman, el reverendo Mount y su médico doctor John Wibblin, vecino y amigo.
Con el correr de los años sus vecinos dejaron de cruzarse con ese sudamericano que no podía con su genio y había inculcado en el pueblo la extraña costumbre de tomar mate, que hablaba mal el inglés aunque lo hacía de corrido y que recorría las calles montado a caballo con una prestancia inusual para los lugareños.
Era solitario y retraído y cuando trabajaba en el campo solía seguirlo un negrito que le cebaba unos amargos. Murmuraban que, por su aspecto, ese general argentino no tenía ni para ropa. Se alimentaba con lo que producía en la chacra y no aceptaba invitaciones porque sabía que no las podía corresponder. Aún anciano, y sufriendo de gota, trabajaba diariamente en el campo y tenía la rara modalidad de contratar a los peones por día.

Confesaba que su más grande dolor era pasar sus días sin compañía: “El mayor tormento es quedar solo y extranjero en medio de generaciones que lo desconocen”.
Un día especialmente húmedo y frío de marzo de 1877 lo sorprendió hasta muy tarde trabajando. Lo que primero fue un enfriamiento, el sábado 10 ya se había transformado en neumonía. Lo atendió el doctor John Wiblin. Fue él quien le avisó a Manuelita de la gravedad de su padre. Ella vivía en Londres con su marido Máximo Terrero. Solía visitarlo dos veces al año junto a sus hijos Rodrigo Tomás y Manuel Máximo. Esta vez recorrió los 120 kilómetros y llegó el lunes. Máximo había viajado a Buenos Aires. Volaba de fiebre y se conmovía con los accesos de tos. Se alegró al verla.
Si bien el martes había mejorado, en las primeras horas del miércoles 14 de marzo ella, que dormitaba junto a su cama, lo besó como acostumbraba, y al hacerlo en la mano la notó muy fría. “¿Cómo se siente, tatita?”, preguntó. “No sé, m’ hija”. Fueron sus últimas palabras.

En dos semanas hubiera cumplido 84 años. El lunes siguiente fueron los funerales en el cementerio local. El 24 el Southampton Times & Hampshire Express publicó una breve necrológica.
El féretro de roble inglés macizo y lustre francés, cubierto por un paño negro que tenía una cruz blanca, fue acompañado por dos coches fúnebres. La inhumación fue una ceremonia corta, de la que participaron unos pocos allegados. Se cumplió su deseo, de que en su despedida al más allá solo se rezase una misa.
Muy lejos, en Buenos Aires, al llegar la noticia, viejos federales nostálgicos de la divisa punzó y de los años de la Santa Federación salieron a manifestar, lo que dio lugar a que otros viejos unitarios que habían sufrido la persecución y el exilio hicieran lo mismo y tuvieran como blanco el sepulcro de Facundo Quiroga en La Recoleta, donde quisieron enlazar por el cuello a la Dolorosa, la escultura que coronaba el sepulcro.

El 30 de septiembre de 1989 por la mañana sus despojos llegaron a Rosario, donde se hizo un acto en el Monumento a la Bandera, con misa y con la presencia de sus descendientes directos. Allí Carlos Menem pronunció su primer discurso como presidente e hizo una apelación a la unidad nacional.
En el buque de la Armada Murature, fue llevado por el Paraná hacia Buenos Aires. Una parada de rigor fue en la Vuelta de Obligado, con salvas y homenaje. El 1° de octubre llegó al puerto de Buenos Aires y un multitudinario cortejo de jinetes vestidos a la usanza federal, acompañó el féretro a su destino final, la bóveda de los Ortiz de Rozas en el cementerio de La Recoleta.
En noviembre de ese año se inauguró un monumento con su figura que mira fijo al busto de Domingo Faustino Sarmiento, acérrimo opositor, colocado justo donde estaba su famoso caserón en Palermo. Y al billete de veinte pesos llevó su rostro, de los tiempos en que era llamado el Restaurador de las Leyes y de cuando se tuvo que ir del país de noche, de una ciudad que apenas conocido su derrota en Caseros, ya lo repudiaba.
SEGUIR LEYENDO:
Últimas Noticias
Restauraron un histórico monumento de Mar del Plata y en menos de 24 horas lo vandalizaron: “Son cabezas de termo”
Se trata de la Escalera Imperial, una estructura que se creó junto con el primer paseo costero que tuvo la ciudad a principios del siglo XX. Guillermo Montenegro confirmó que harán una denuncia penal para dar con los responsables

Triple femicidio de Florencio Varela: el fiscal reveló que esta semana podría haber más detenciones
Carlos Adrián Arribas admitió que hay más gente en la mira de la justicia por los crímenes de Brenda, Lara y Morena. Y confió en que en estos días ya podrían tener a todos los involucrados presos o con pedido de captura

Hacinamiento y con problemas de control interno: cómo es la cárcel peruana donde “Pequeño J” espera su extradición bajo un régimen de resguardo especial
El presunto autor intelectual de los femicidios de Morena Verdi, Brenda del Castillo y Lara Gutiérrez permanece alojado en un sector especial del Establecimiento Penitenciario de Cañete, a 144 kilómetros de Lima

Balearon a un concejal del PRO durante un asalto en Olavarría
Javier Frías, del bloque de Juntos en el Concejo Deliberante de la ciudad bonaerense, fue sorprendido por un delincuente cuando realizaba un reparto particular

Un estudio de Stanford revela cómo se forman los hábitos motores en el cerebro
El estudio demostró que, con la práctica, las redes neuronales del estriado pasan del caos inicial a circuitos precisos y eficientes. Este mecanismo explica cómo movimientos complejos se vuelven automáticos y abre nuevas vías para tratar enfermedades como el párkinson
