Quedan pocos lugares como este en Buenos Aires. En realidad, es el único local que perdura en el tiempo vendiendo sombreros hechos a mano. Este tradicional negocio lo fundó Don Luis Maidana en 1930 y pasó por otras dos generaciones hasta llegar a manos de las hermanas Silvia (58) y Adriana (62) Maidana. “Si Jorge, mi viejo, nos ve a cargo, creo que se muere. Este siempre fue un oficio encasillado en el universo machista. Por suerte los tiempos han cambiando. Más de una vez le quisimos dar una impronta más feminista y no lo logramos”, coinciden ambas.
Las hermanas no están solas, las acompaña Manola (83), esposa de Jorge, fallecido en 2018. Son la primera generación de mujeres al mando de la firma.

El apellido Maidana es símbolo de excelencia en el rubro. Don Luis fue el fundador, dejó Nápoles a finales del siglo XIX en busca de mejores oportunidades. Ni bien llegó hizo lo que sabía hacer: sombreros. “Empezó marcando los tafiletes, el cuero que llevan dentro los sombreros. Este accesorio empezó a tener cada vez más auge y por eso decidió abrirse camino con un socio”, le cuenta Adriana Maidana a Infobae.
De esta manera, montó un local sobre la calle Victoria, hoy Hipólito Yrigoyen. Siguiendo la tradición le pasó el metier a su hijo y luego a su nieto, Jorge. “Mi abuelo murió bastante joven y mi papá, a los 27 años, se tuvo que hacer cargo de todo. A él le encantaba, y lo hacía muy bien”, agrega.
Recién en 1968 se instalaron en la calle Rivadavia 1923, en el barrio de Congreso, donde aún resisten a todo, incluso a la crisis del Covid-19 donde estuvieron cerrados durante seis meses. Y jamás se sumaron a la ola de venta digital. Solo usan la cuenta de Instagram @sombrerosmaidana para algunos pedidos. “El sombrero hay que venir a tocarlo, y probarlo”, dice. Además, las hermanas -siguiendo los consejos de su padre- están atentas a los clientes. “Hay que ser honestos y tener en cuenta la fisonomía de la persona a la hora de sugerirle un modelo. No se trata solo de moda”.

La calle Rivadavia no solo fue el hogar de Silvia y Adriana, sino también su patio de juegos. “Vivíamos arriba del local, así que pasamos mucho tiempo jugando con los fieltros compactados, algunas plumas o lo que encontráramos. Nos encantaba”, admiten. “Igual a veces éramos un estorbo, entre que éramos mujeres y niñas, mucho no nos querían en el taller”, dicen.
Adriana siempre tuvo una estrecha relación con el universo de los sombreros. Si bien se dedicó a otros rubros, siguió de cerca cada evolución. Silvia hizo otro camino, creó una agencia de viajes, y con la muerte de su padre decidió ser parte del legado familiar. “Es una manera de honrar a la familia. Esta casa nos dio todo. Es un orgullo para nosotras porque también es mantener la cultura característica de la Ciudad de Buenos Aires”.
En casa Maidana hay más de 15 modelos de sombreros, los más reconocibles son: Panamá, Bombín (como el Chaplin) y Sevilla ( El Zorro). “En épocas normales, sin la crisis de la pandemia se llegan a vender 2000 unidades al mes”, cuentan.
El boom de los sombreros en Argentina fue durante las década de 1930 y1940, era una cuestión de estilo tener uno, había espacios hasta en los subtes para apoyarlos. En los últimos años, dicen, este accesorio tuvo un revival. “Viene gente joven como músicos, artistas o gente de vanguardia en busca de su modelo. Ni hablar de la gente de campo buscando el Corazón de Potro”.
En la década del setenta, Jorge se lanzó a crear diseños propios. Amante de los caballos criollos, decidió hacerle su propio homenaje, de ahí surgió el Corazón de Potro, un modelo de ala más larga ideal para protegerse del sol.

No solo eso, los Maidana ya traspasaron fronteras nacionales. “Cuando el ex presidente estadounidense Bill Clinton visitó el país le obsequiaron un modelo campero. La Reina Máxima Zorreguieta también tiene un Maidana”, reconoce Silvia. La lista abarca personalidades del deporte, música, arte y política.
El arte del sombrero Maidana
Un sombrero artesanal lleva su tiempo, y dedicación. Como decía Don Jorge -y las hermanas repiten como mantra- “la calidad le gana al tiempo”. Cada pieza tiene hasta el más mínimo detalle hecho a mano, siguiendo el antiguo sistema borsalino.
El primer paso es tomar las medidas para lograr el talle. Eso se hace con un conformador, un extraño aparato que sirve para tomar la medida de la cabeza. Con esos datos precisos, se puede empezar.
“Primero hay que elegir una cloche (”campana” en francés) de fieltro, que después se lleva a la horma de madera maciza (las de Maidana tienen más de 150 años) y se trabaja con vapor para darle la forma a la pieza”, explica Adriana. Luego se estira hasta que llega a la base y se deja reposar durante veinticuatro horas.

Pasado ese tiempo, se plancha el ala, y se corta según la medida que corresponda. Luego se prepara el tafilete, la cinta, y el barbijo o la retranca para sujetarlo atrás. Esto último se hace con los diseños que se usan en el campo.
Posteriormente, se cose a mano (tarea a cargo de Manola) y se trabaja en el sector de modelado. Se deja orear y secar. Hacer un sombrero puede llevar entre tres a cinco días. “Es un arte”, coinciden.
Silvia, Adriana llevan la pasión en las venas. Admiten que usan poco el sombrero, pero que aman ver a otros disfrutarlos. Son 111 años en el rubro, y prometen que celebraran muchos más vistiendo a la cabeza de los argentinos. La clave para perdurar en el tiempo: “La dedicación, y la honestidad. Si le queda mal al cliente, no lo vendo”.
Foto y video: Alejandro Beltrame
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