La reincidencia mata: la desatención de las instituciones deja al desnudo este concepto de brutal frecuencia en la historia de la violencia delictiva argentina.
“Me la matan por un celular y un par de zapatillas” dice Alejandra, su nieta, que es la entrevistada de este tercer testimonio que Usina de Justicia, en este espacio que nominamos “De la crueldad al dolor incurable” comparte con la sociedad, para dar voz a quienes no la tienen por haber sido asesinados.
Lucinda Palavecino, 78 años, fue muerta a martillazos por un criminal reincidente, cuyo patrón delictivo consistía en atacar a mujeres vulnerables. Robo seguido de muerte. Un ataque innecesariamente violento, sañoso.
Un 24 de junio de 2020, Lucinda fue atacada por un delincuente que, para robar sus pertenencias en la entrada de su casa, la agredió brutalmente y luego intentó huir. Sucedió en Merlo.
Los vecinos lo interceptan en la esquina del domicilio hasta la llegada de la policía, que lo lleva detenido. Al lugar arriba también la ambulancia para la pronta atención de la víctima, pero para ella ya es tarde.

Lucinda agoniza hasta morir el 1° de julio a consecuencia del ataque.
¿Un final sin impunidad? ¿Deberíamos estar satisfechos?
¿Cómo estarlo cuando vemos que la reincidencia se cobra otra víctima? Para que se entienda, esto significa que la muerte de Lucinda habría podido evitarse si la justicia hubiera actuado como dictan la ley y el sentido común.
El asesino de Lucinda tenía otras dos víctimas en su haber. También mujeres, también vulnerables. En ambas ocasiones fue dejado en libertad. En la jurisdicción de Hurlingham.
¿Quién mata, el criminal o la facilitación que otorga la letra fría de un código en un tecnicismo ciego? El delincuente que asaltó a esta mujer indefensa y la golpeó hasta matarla tenía dos causas previas, por ninguna de ellas quedó ente rejas. Como todo perverso, logró cumplir los requisitos de informes técnicos y psicofísicos. Buena conducta. En un mero acto burocrático, un Juez firmó su libertad y al mismo tiempo: la pena de muerte de otra abuela inocente.
Es nítido el testimonio de Alejandra: “Este dolor no termina más”. No sabe que a este espacio que estamos transitando lo denominaremos “De la Crueldad al Dolor Incurable”, pero sí sabe lo que siente ante la pérdida de su abuela, que además era hermana, madre, bisabuela y recientemente tatarabuela.
“Tenía mucho por vivir”, dice la nieta. Sin embargo, además del celular y las zapatillas le robaron la vida a ella y condenaron al dolor crónico al resto de su familia, que hoy dice rogar para que al criminal le den la pena máxima.

¿Para qué serviría una justicia eficiente?, se le pregunta a Alejandra en la entrevista. “Para que no haga más daño a nadie”, responde ella.
Porque las personas de bien, que no hacen daño a nadie, no entienden el daño con el que otro busca beneficiarse.
Los homicidas de la reincidencia y quién es quién en el camino del dolor
Esto es lo que los magistrados, distraídos con sus tecnicismos jurídicos, obvian en su lectura de los casos: no escuchan a la víctima, que no busca venganza sino Justicia Justa, ¿acaso no es este el motivo de la existencia del Código Penal?
La causa fue caratulada como homicidio y femicidio, ya que Lucinda fue encontrada, tras el ataque, desnuda de la cintura para abajo, y aunque la autopsia no registra abuso, este hecho revela a un hombre que, desnudando a Lucinda, desnuda en realidad su propia perversión.
Cabe preguntarse qué vieron quienes tramitaron las causas precedentes en su patrón de conducta para dejarlo libre. ¿Acaso el sistema funciona de manera acrítica y permite que perversos sorteen las pruebas ciegas del formalismo jurídico?
¿Qué abismo impide a los actores de la Justicia escuchar a la víctima sobreviviente, en vez de limitarse a leer antecedentes escritos y resolver sólo en el papel? ¿Qué traba mental les impide entender que un criminal que repitió en el pasado un patrón de conducta muy posiblemente lo repita en el futuro?

Eso duele e interpela. Y para eso hay que prepararse.
Las funciones del escalafón colocan a los actores de la Justicia detrás de un escritorio. Escuchar a la víctima los pondría frente a frente con el dolor de lo irreparable.
La Justicia, con sus funcionarios detrás de un escritorio, sólo es una estructura sorda y boba, y así seguirá si no se acercan a la víctima, y víctima no es el que mata, sino el que sobrevive a su pérdida.
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