Es una noche de septiembre de 2019 y Juan Carlos está frente al televisor de su casa del barrio Santa Lucía en la capital de San Juan. Se engancha a mirar El conjuro y recuerda que a su sobrino Mateo le dan miedo las películas de terror. Agarra el celular, le saca una foto a la pantalla y se la manda al teléfono de Mauricio, uno de sus dos hijos, quien está con Mateo en un departamento que alquila a veinte cuadras de distancia. La imagen que eligió para enviarle tiene a una mujer de aspecto aterrador sentada en una silla, envuelta en una manta blanca, cubierta de sangre: la escena, a tono con el aura del film, es espeluznante. Y Mateo, que esa noche tiene siete años, elige no abrir la foto.
Juan Carlos, que esa noche tiene cincuenta años, insiste. “Yo soy como un padre para él. Los fines de semana me lo llevo conmigo a donde voy, al campo, al dique, de vacaciones viene conmigo. Hemos ido juntos a Chile, a Mar del Plata, a Buenos Aires, a todos lados”, contará dos años después en diálogo telefónico con Infobae para graficar el vínculo que mantiene con su sobrino. Le manda un audio diciéndole que hay un espíritu maligno que lo anda persiguiendo. También imposta la voz de manera lúgubre: lo molesta porque el niño entiende el código de humor. Mauricio, su hijo, relatará en un video subido a YouTube que el diálogo por Whatsapp en tren de burla es habitual en ellos: “Mi papá es un cansador, vive jodiéndolo”.

“Me da miedo, me da miedo”, le repite Mateo a su primo. No tolera ver la foto pero igual se presta al juego. Mauricio lo invita a responderle con otro audio. No le sugiere qué decirle, sólo promueve que le devuelva el mensaje con otra broma. Entonces, apelando a su más inocente ingenio, le manda el audio. Son diez segundos. También transforma su voz para alcanzar una entonación tétrica: “No te entiendo nada porque acá está el espíritu. ‘Hola Juan Carlos, ¿cómo estás, chupapija? Te voy a matar cuando vengas’”.
Juan Carlos, simplemente, se ríe: poco más. Siguen divirtiéndose hasta que la conversación se desvanece. Mauricio advierte el potencial de gracia grotesca que encubre el audio y decide redirigirlo al grupo de su familia. No conmueve a nadie. No es exitoso. Se pierde en la dinámica habitual del grupo de Whatsapp. Pero Mauricio no se frustra y lo vuelve a compartir sin razón aparente meses después, en la primera semana de diciembre.

Yanina, su hermana, lo recupera y se lo manda a Andrés Pomiro, un actor que tiene más de 600 mil seguidores en Instagram, donde se describe como “el chico de los audios”. Su virtud radica en interpretar y caracterizar audios de gente anónima. El 9 de diciembre de 2019 publicó su video cómico actuando el audio de Mateo. Dos días después, llega un mensaje a Mauricio acompañado por un documento audible de diez segundos: “Amigo, ¿este no es tu primo Mateo?”. En efecto, era Mateo, era el audio que le había enviado a Juan Carlos esa noche de septiembre. “¿De dónde lo has sacado?”, le pregunta. “Me lo han mandado de un grupo de una ferretería”, responde su amigo. Es la primera de las muchas preguntas de curiosos que recibirá preguntándole si esa voz no es la de su primito.
No hay recetas para construir un audio viral. Mateo ganó un campeonato de audios en Twitter organizado por @JuaneGrilli en abril de 2020. Por entonces ya se sentía famoso. Pero el material nunca dejó de circular. El usuario de Tik Tok @mulleco_ pegó el audio sobre el video de un perro llamado Muñeco, el protagonista de la cuenta. La publicación propulsó la fama del espíritu que le habla a Juan Carlos: presume de más de 15 millones de visualizaciones. Casi en simultáneo, una reedición del audio multiplicó su popularidad. Guille Campo, músico y compositor, creó un remix en formato Tech House que denominó “Hola Juan Carlos” y nutre las redes sociales. Emmanuel Gorjón, creador de videos y fundador de la comunidad de Instagram @al__pedo, fue el primero en ponerle rostro a los protagonistas del audio: su video contribuyó a la expansión de la historia. Fue el relanzamiento del fenómeno, dos años después.
Lo llamaron radios y diarios locales. “No creíamos que iba a llegar a tanto, tan lejos. Jamás imaginamos que nos llamaran para contar esto. Con mis sobrinos nos cagamos de risa, no lo podemos creer. Él está chocho, dice que ya es famoso. ‘Vos callate que estás poseído’, le respondo”, cuenta Juan Carlos, quien ya asume con humor la reconversión de su nombre. Es dueño de una casa de electrónica que brinda servicio de computación. Sus clientes, sus amigos del club, sus familiares, sus vecinos cada vez que lo saludan por su nombre le agregan el insulto que le anexó su sobrino. “Ya lo llevo como si fuese mi apellido”, reconoce entre risas. La felicidad y el orgullo es tal que su foto de perfil de Whatsapp es una remera que dice “A veces solo hay que decir hola Juan Carlos cómo estás chupapija y seguir”.

Mateo tiene nueve años, un hermano mellizo que se llama Joaquín y otro dos años más grande de nombre Lautaro. Viven los tres juntos en una casa que alquilan y que sustenta Carina Cejas, su mamá, empleada de limpieza en un laboratorio de diálisis en el centro de la capital provincial. La familia espera hace tres años la aprobación de su inscripción al Instituto Provincial de la Vivienda (IPV), un plan del Ministerio de Obras y Servicios Públicos del gobierno sanjuanino para construcción y entrega de casas. Mateo, dice su tío, es el “jefe” de los chicos del barrio, “el que lleva y trae para todos lados, el que arma y desarma”. Asiste a cuarto grado en la escuela primaria Carlos Pellegrini del barrio Santa Lucía. Es hincha de River, a veces desliza que le gustaría que Mauricio, su primo, fuese su papá y sueña, según consideran sus familiares, con ser tiktoker, youtuber, instagramer, influencer o, sencillamente, famoso. Su audio y su tío ya lo son.
Mateo le respondió a Infobae un audio de dos minutos. Recordó la foto que le envió su tío esa noche de noviembre con una breve onomatopeya de aspiración fantasmagórica. Dijo que tanto no se asustó y que no pensó mucho cuando le respondió el audio, que simplemente se le ocurrió. “El tío Juan Carlos nos reta cuando jugamos. A veces es gracioso. Una vez gritó ‘aaaaah’ y nos hizo cagar de risa”, relató. No adivinó la difusión a escala nacional de su comentario ni que alcanzara semejante repercusión: “Cuando me dijeron que se hizo viral me puse feliz, me puse contento”. También contradijo las sospechas familiares que repitieron la teoría de que Mateo, de grande, anhela ser famoso. “A mí me gustaría ser doctor y salvar a la gente, a las personas. Ser un súper doctor”, corrigió.
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