
Micaela Ricci (25) es psicopedagoga. Recién recibida. Aún no estrenó su título, tampoco es consciente de su importante logro. Tenía apenas 16 años cuando se enteró que estaba embarazada de su primer hijo, Mateo (8). La noticia fue un baldazo de agua fría, estaba cursando el último año del colegio secundario en la capital de Tucumán, y de novia hacía pocos meses. Pero retroceder tampoco fue una opción. “Fue totalmente inesperado y poco fácil de asimilar como adolescente, Desde el primer día tuve el apoyo de mis padres y hermanos, eso fue clave para seguir con mi vida porque no me obligaron a casarme ni hacerme cargo de todo”, le cuenta Micaela a Infobae.
Sumado al contexto, Micaela no tuvo un embarazo tranquilo. Durante los meses de gestación tuvo que hacer reposo absoluto por indicación médica. Su embarazo fue de riesgo. Dedicada, no faltó a sus responsabilidades, y estudió desde la cama. Incluso mantuvo un alto promedio. Finalmente, en febrero de 2013 nació Mateo, por cesárea. El noviazgo con el papá de su hijo se mantuvo hasta fines de ese año. Hoy ya no están juntos.

Si bien la rutina de Micaela se vio modificada por la llegada de su hijo, pudo terminar el colegio secundario, recibirse e incluso hacer la vida de cualquier joven de su edad. “Cuando me juntaba con mis amigas iba con Mateo, y si tenía que salir a la noche se quedaba al cuidado de sus abuelos. Ellos fueron mi contención total”, admite.
Salir a trabajar, siempre
Es la mayor de cuatro hermanos. Su padre es empleado de comercio y su madre, Natalia, artesana. El esfuerzo y el valor del trabajo siempre fueron dos pilares fundamentales en la casa de los Ricci. Micaela mantuvo ese modelo.
Tenaz, y con ganas de superación, emprendió un camino que puede parecer difícil para muchos: trabajar, estudiar y criar a su hijo.
“La situación económica nunca fue la mejor. Llegué a tener tres trabajos en simultáneo, desde vender cosméticos, ser empleada doméstica, también atender en un call center, hasta cajera en boliches los fines de semana. Todo para brindarle lo mejor a Mateo”, admite.
En toda esa vida llena de actividades, había lugar para algo más, estudiar. Desde chica se imaginó siendo maestra. “Me anoté en el profesorado de educación en la universidad Nacional de Tucumán, sabía que iba demorar en obtener el título pero era la única forma de tener una rato libre a la tarde para estar con mi hijo”.

Desde el 2020, con la llegada de la pandemia, se quedó sin trabajo, y salió a la calle a vender pan casero, o bollos como le dicen en Tucumán. Su madre, Natalia tiene una receta especial, y son un éxito en el barrio Obispo Piedrabuena.
“Aprendí mirando a mi mama. Decidí vender pan casero en la esquina de una plaza para poder manejar mis tiempos y costear la facultad”, relata.
Sale a las 11 de su casa, instala la parrilla en “Plaza Evita”, que queda en la avenida Juan B Justo al 1000, al borde del centro de Tucumán. “Salen tortillas, panes, rosquetes y algunas recetas dulces. Los domingos llegamos a vender unos 50 bollos. Con la llegada del calor las ventas bajan”, destaca.

Profesora en Ciencias de la Educación
El 12 agosto rindió su último final, obtuvo un 7 en la materia de educación primaria. “Me costó, estaba nerviosa. Me dieron la nota temprano, así que al mediodía se acercaron con los huevazos. Fue un día muy feliz”.
-¿Qué dijo Mateo frente a la noticia?
-Estaba feliz, él es parte de este logro. Me abrazó fuerte y con su inocencia me dijo “ahora no tenés que estudiar más, tenés tiempo para que estemos juntos”. La realidad es que quiero ampliar mi formación y obtener la licenciatura. También me imagino como Trabajadora Social.
Convencida y apasionada por la educación, Micaela no duda en inspirar a otros. “No importa el tiempo que uno se demore en realizar sus metas. La mía es enseñar. Quisiera investigar, adoro el ámbito de lo no formal y poder dedicarme a eso. Colaborar con la Ciencia de la Educación porque es la única herramienta de cambio”.
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