
La educación mediante enseñanza virtual generó condiciones insólitas terrirorios rurales de la Argentina. La dificultad de conexión a antenas de internet llevó a alumnos a realizar “proezas” para poder cumplir con sus deberes. Tal fue el caso de Gualterio Canezza, un chico de 13 años cuya historia se viralizó en las últimas horas ya que para poder cumplir con sus tareas, debe subirse a un molino y recién ahí conseguir conexión a la red con un teléfono celular.
El adolescente vive en Jubileo, un pequeño pueblo rural de Entre Ríos ubicado apenas a 45 km. de la ciudad de Villaguay. Ante la dificultad de conexión a las antenas de 3G y 4G, el estudiante de 13 años tiene que hacer malabares para poder descargar la tarea que le entregan sus profesores y luego reenviar los ejercicios realizados.
La historia salió a la luz luego de que un profesor de su colegio, la Escuela de Educación Agrotécnica Nº 2 “Justo José De Urquiza”, publicara la imagen del niño y la historia.
“Este niño es un alumno mío de la Escuela Urquiza, se llama Gualterio, un fenómeno, se tiene que subir al molino para tener señal y de esta manera baja sus actividades!!! Este año entregó de forma impecable todas sus etapas en tiempo y forma!!!”, escribió el docente Arturo Humberto Bahrich en su perfil de Facebook.

El profesor también pedía a alguna autoridad educativa de Entre Ríos o a alguna compañía de telefonía e internet que se hicieran cargo de la situación del pequeño.
El adolescente vive con sus padres, un peón rural y una ama de casa, en un hogar “perdido” en el medio del campo. Para acceder a su hogar hay que desviarse en un punto específico de la Ruta 18, tomar un camino de ripio y allí continuar por unos 15 km.
“Casi no llegué a conocer a Gualterio porque por la pandemia se suspendieron las clases presenciales, pero continuamos con videollamadas y la verdad es que, a pesar de las dificultades por la falta de conectividad, él superó ampliamente las expectativas dado que en tiempo y forma entrega todas sus tareas”, expresó el profesor al medio local El Once.
“Le enviaba sus actividades por WhatsApp, las resolvía, y al día siguiente me pedía más”, completó.

Como si fuera poco, el docente indicó que el pequeño también es payador y que durante el aislamiento colaboró con sus letras para diversos actos escolares que se realizaron de manera virtual.
El objetivo de la cruzada cibernética del profesor era difícil: la instalación de antenas y equipos en la zona costaba alrededor de unos 30.000 pesos, a los que se debía sumar el abono de unos 1.500 pesos mensuales para la obtención del servicio.
Así, al cabo de unas horas y gracias a la viralización de la imagen del niño subido al molino, la ayuda no tardó en llegar: un funcionario de Villaguay, cuya identidad no fue revelada, se puso en contacto con la familia del chico de 13 años y afirmó su compromiso para gestionar las tratativas con alguna empresa de telefonía y así asegurar la llegada de internet a esa zona.
“Sería como una beca, un premio a su esfuerzo porque él realmente se lo merece (...) Él es un alumno fenomenal, es muy educado, respetuoso y ha demostrado que tiene interés en estudiar, progresar y avanzar para que el futuro que no lo agarre desprevenido”, agregó el profesor.
A lo largo de los ocho meses de pandemia, tomaron renombre diferentes historias de estudiantes de pueblos rurales que encontraron dificultades para poder cumplir con las obligaciones educativas a distancia.
Quizás uno de los casos que cobró mayor fuerza en los últimos tiempos ocurrió a mediados de octubre, cuando Brian Peresón, un alumno de la carrera de Ingeniería Electromecánica de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), fue expulsado de una clase de análisis matemático por no tener prendida su cámara durante la misma.
Peresón vive en Lanteri, un pueblo rural de Santa Fe, y para poder mantenerse en sus estudios tuvo que levantar una antena con sus propias manos y con la ayuda de su padre en su casa rural.
El día que fue expulsado, había tenido que ir a estudiar a la casa de una tía, que apenas tenía una leve conexion a internet en la puerta de su domicilio, en el medio de la calle.
Entre la profesora y un ayudante de cátedra decidieron expulsar a Peresón de la clase y unos días después, tras la gran repercusión que tomó el caso a nivel nacional, pidieron disculpas y las autoridades de la universidad arreglaron el problema junto al estudiante.
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