
Son pocos los humanos que escapan de la condena bíblica de volver al polvo primigenio, pero en estos días se ha hablado sobre el excelente estado de preservación del nuevo beato, Carlos Acutis. Sin embargo, desde tiempos remotos hubo civilizaciones que intentaron preservar los restos de algunos de sus miembros. Enseguida evocamos a las momias egipcias e incaicas, aunque también embalsamaban a sus muertos los lamas tibetanos, los japoneses, los daneses y algunos pueblos siberianos. Generalmente se recurría a este procedimiento por razones religiosas, a fin de asegurar un futuro reencuentro entre el cuerpo y el alma de la persona.
Los factores climáticos, como la sequedad del ambiente y el frío, más las causas de muerte, como deshidratación o caquexia, asisten el proceso de conservación. A algunos personajes históricos se los trató de preservar para su posterior reconocimiento. El cadáver de Alejandro Magno fue colocado en miel; el almirante Nelson, en barricas de vino, y el presidente oriental, Fructuoso Rivera fue transportado en una barrica con caña brasileña, bebida por sus seguidores a fin de adueñarse de su espíritu caudillesco.

Durante la guerra civil americana, el gobierno federal prometía a sus soldados que sus familiares tendrían oportunidad para despedirse de ellos y, a tal fin, adquirió la fórmula de una inyección de químicos para preservar sus cuerpos y así asegurar este último adiós. A su vez, el cadáver del presidente Lincoln se conserva incólume gracias a un líquido desarrollado por Thomas Holmes, llamado “Innominata”.
En el tenebroso monasterio de los Capuchinos en Palermo, Sicilia, entre los 8000 cadáveres expuestos y elegantemente vestidos se exhibe el cuerpo de la niña Rosalía Lombardo, conservado espléndidamente gracias a las artes del doctor Salafia, que se llevó este secreto de preservación a su tumba.
Algunos lugares preservan mejor a los cadáveres como ser el monasterio de las cuevas de Kiev o la cripta de la catedral de Bremen, donde se mantienen sin rasguños los cadáveres de la nobleza alemana, probablemente gracias a las radiaciones del lugar.
La tradición cuenta que Encarnación Ezcurra, esposa de Juan Manuel de Rosas, inhumada originalmente en el enterratorio subterráneo de la iglesia de San Francisco, al ser trasladada a la Recoleta, estaba en excelente estado de conservación, tal como atestiguó su sobrino Monseñor Ezcurra, quien en la oportunidad dijo: “Parece dormida”.

El cuerpo de Eva Duarte de Perón se encuentra también preservado gracias a las artes del Dr. Ara, excelentemente remunerado por su trabajo. Pero ninguno de estos cadáveres que hemos señalado pretendía acceder a la santidad ni por sus conductas o por su condición de incorruptible.
El papa Benedicto XIV, que estableció cuales eran las condiciones necesarias para acceder a la beatificación en su encíclica “Cadaverum Incorruptione”, consideró que son milagrosos esos cuerpos que preservan su color, frescura y flexibilidad por muchos años sin que medie tratamiento fisicoquímico.
San Colberto presentaba su cuerpo incorrupto cuando Enrique VIII de Inglaterra ordenó profanar su tumba, sin embargo, con los años el cadáver se redujo a huesos que se conservan en Durham. Por su parte, Santa Catalina de Bolonia fue enterrada sin ataúd y a pesar de eso su cuerpo no solo estaba incorrupto, sino que de él brotaba un suave perfume. Hoy se la puede ver en el monasterio de Corpus Domini, en Bologna. Santa Magdalena de Pazzi fallecida en 1608 se puede ver con lozanía expuesta en el convento Carmelitas de Florencia.
El cuerpo de varios santos como San Francisco Javier, San Pascual Baylón y San Juan de la Cruz estaban en excelente estado de preservación antes de ser reducidos para disponer de sus restos como reliquias.

Santa Jacinta Mariscotti se encuentra incorrupta en el convento de San Bernardino de Viterbo.
Santa Catalina Labouré y Santa Catalina de Siena estaban intactas a pesar de haber sido enterradas en condiciones que hubiesen sido difíciles para su preservación. La lista continua con Santa Catalina de Génova, Santa Magdalena, Sofía Bart, San Carlos Borreomeo, San Vicente de Paul, San Camilo de Lelis y San Hugo de Lincoln. También está el de Santa Bernardita de Soubirous –la vidente de Lourdes–.
Constatar la incorruptibilidad de un cuerpo asiste en la beatificación, pero no es causa suficiente para ser consagrado. Tampoco se lo puede eliminar por si ha entrado en putrefacción o reducido a huesos como acontece con la mayoría de los Santos. Muchos son los argumentos que pretenden explicar este fenómeno, como las radiaciones, las dietas ascéticas y la inanición. En algunos casos, como el de San Francisco Javier y el cardenal Schuster, pudo mediar la inyección de formol, pero los métodos que existían entonces no podrían explicar la incorrupción de estos casos.
El debate sigue abierto para alegría de los devotos y las dudas de los escépticos. Lo que sí podemos decir es que algunos parecen ser las excepciones al dictamen del Génesis.
*Omar López Mato es historiador y autor del sitio Historia Hoy.
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