
Cuando el 24 de junio de 1935 Carlos Gardel perdió la vida en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, Colombia, como consecuencia del accidente durante el despegue del avión que debía traerlo de regreso a Buenos Aires, no sólo nació un mito del tango que aún pervive en todo el mundo –el que asegura que, aún muerto, el Zorzal Criollo cada día canta mejor-, sino que se tejieron diversas hipótesis sobre las causas de la tragedia.
Una de ellas –la más inquietante– es que el accidente se produjo como consecuencia de un tiroteo a bordo del avión. La versión se basaba en un dato concreto: durante la autopsia realizada al cuerpo de Gardel, los forenses colombianos encontraron que tenía una bala alojada en el pulmón izquierdo.
Lo que no sabían –era imposible que lo supieran, porque el hecho era casi desconocido– es que ese proyectil no había sido disparado ese mismo día durante el despegue del avión sino que llevaba casi veinte años dentro del cuerpo de Gardel.
El balazo databa del 11 de diciembre de 1915 –el día que Gardel cumplía 25 años– y se lo habían disparado por la espalda cuando salía del porteño Palais de Glace. Ese día, el Morocho del Abasto Criollo sobrevivió gracias a la rápida atención de los médicos del Hospital Fernández. Si embargo, aún recuperado, su vida siguió pendiendo de un hilo durante meses, hasta que la intervención de un famoso matón y ladero político del intendente de Avellaneda lo puso definitivamente a salvo.
El hombre en cuestión se llamaba Juan Nicolás Ruggiero pero se lo conocía por un apodo, “Ruggierito”, que parecía desmentir con el diminutivo la fama de verdadero “pesado” que se había ganado a los tiros bajo el mando del caudillo conservador Alberto Barceló.

El “culata” de Avellaneda
Por esas casualidades de las vidas que se cruzan, Juan Ruggiero había nacido el 24 de junio de 1895, exactamente a 40 años de otro 24 de junio, el de la muerte de quien sería su amigo, Carlos Gardel.
Era el undécimo hijo de una familia pobre y tuvo que dejar la escuela en cuarto grado, cuando empezó a ayudar a su padre en su taller de carpintería. Pero la vida de trabajo lo cansó rápido y antes de cumplir 18 años ya había caído varias veces por robos menores. Al mismo tiempo empezó a ver que, en el mundo en que se movía, la política también podía ser un medio de vida.
“A los 14 años ya pegaba afiches para el comité de (el intendente Alberto) Barceló, que iniciaba su primer período municipal en Avellaneda. Quizás fue por esos días cuando reparó en ese pibe que iba a la Intendencia para buscar la comida que se repartía a los pobres. Una década más tarde, Juan ya era un avezado puntero político y un pistolero audaz. Supo ganar fama en tiroteos con patotas adversas a su padrino. En pleno auge del ‘fraude patriótico’ –tal como los conservadores llamaban a sus trapisondas electorales– fue diestro en el arte de intimidar a votantes y conseguir libretas”, relata el periodista Ricardo Ragendorfer.
Alberto Barceló, intendente conservador, lo convocó como su ladero más confiable luego de que Ruggiero defendiera a los tiros el ataque de una banda rival de proxenetas al prostíbulo que regenteaba su hermano, Enrique Barceló, conocido como Enrique “El Manco”. Esa noche Ruggierito solo enfrentó a balazos a tres atacantes, hirió a dos y los puso a la fuga.
En poco tiempo, sin dejar de cumplir sus funciones de pistolero, se transformó también en puntero político y en administrador de algunos de los negocios turbios que Barceló manejaba en las sombras mientras hacía política.
La amistad con Gardel
Gardel se había relacionado con Alberto Barceló a través de uno de los políticos conservadores más cercanos al intendente de Avellaneda, Pedro Cernadas, quien se lo presentó. Simpatizante del Partido Conservador, el cantante no tardó en actuar en los actos del intendente, quien se lo agradeció con más de un favor. Uno de ellos fue proporcionarle una cédula de identidad de la Provincia de Buenos Aires, donde se documentaba –falsamente– que había nacido en Avellaneda.
Fue en esos actos en los que Barceló hablaba y Gardel cantaba, donde el cantor conoció a Ruggierito.
Gardel era cinco años mayor que Juan, pero a los dos les gustaba la noche y solían recorrer juntos las milongas y los prostíbulos de Avellaneda y de la Isla Maciel donde el pistolero –ya famoso– pisaba fuerte.

Un amorío clandestino
La creciente fama de Gardel no lo alejó de Ruggiero, aunque el cantor empezó a frecuentar y a presentarse en lugares mucho más sofisticados que los piringundines de Avellaneda, entre ellos el famoso Chantecler.
Fue allí donde el Zorzal conoció a Giovanna Ritana, pareja Juan Garesio, propietario del local. Giovanna era el alma del Chantecler, al punto que Enrique Cadícamo le rindió homenaje en la letra de “Adiós Chantecler”, donde dice: “De entre aquellas rojas cortinas de pana, de tus palcos altos que ahora no están, se asomaba siempre madama Ritana, cubierta de alhajas, bebiendo champán”. Era, también, una mujer independiente para la época. Su relación con Garesio no le impedía tener sus propios negocios, entre ellos un salón de baile que manejaba a su antojo y sin permitir interferencias.
La relación entre Giovanna y Gardel pasó rápidamente de amistad a un romance que, aunque los amantes trataron de mantener oculto, llegó pronto a los oídos de Garesio.
El dueño del Chantecler no era solamente un empresario de la noche. Como muchos en aquellos tiempos, también tenía negocios y vinculaciones en el mundo del hampa porteña. La relación de Giovanna con Gardel fue para él una afrenta que decidió vengar con sangre.
La tarea la puso en manos de un pistolero en el cual confiaba, Roberto Guevara.
Balazo en el Palais de Glace
El sábado 10 de diciembre de 1915, Gardel convocó a sus amigos a celebrar su cumpleaños número 25 en el Palais de Glace, que por entonces era uno de los lugares preferidos de la juventud porteña para bailar en tango.
Bien entrada la madrugada del domingo, El Zorzal dio por terminada la fiesta, se despidió de todos y salió a la calle acompañado por su amigo Elías Alippi. Apenas había caminado unos metros fuera del local cuando escuchó que alguien le gritaba desde atrás:
-Ya no vas a cantar más “El Moro”.
Casi al mismo tiempo, el balazo disparado por Roberto Guevara le entró por la espalda y lo derrumbó.
Alippi y otros amigos lo subieron así herido a un auto y lo llevaron sin perder tiempo al Hospital Fernández, donde el médico de guardia comprobó que tenía una bala alojada en el interior del cuerpo, ya que no encontró orificio de salida. Poco después lo llevaron al quirófano, donde el cirujano comprobó que el plomo estaba en el pulmón izquierdo, pero que extraerlo era más peligroso que dejarlo allí.
Gardel pasó varios días internado y luego terminó de recuperarse en su casa. El atentado había fallado, pero estaba seguro de que su vida seguía pendiendo de un hilo: en cualquier momento podían volver a tratar de matarlo.
Entonces le pidió auxilio a su amigo Juan Ruggiero.

Diplomacia y amenazas
-Juan, tenés que ayudarme. Garesio no se va a quedar tranquilo hasta matarme –le pidió Gardel a su amigo.
Ruggierito no pudo negarse. Esa misma noche fue al Chantecler y habló con Garesio, de quien también era amigo.
-Por favor, déjalo tranquilo a Gardel. Lo que pasó fue, y ya no se puede volver atrás –le dijo, y para que no quedaran dudas, agregó- Te lo pido yo.
Al dueño del Chantecler no le quedaron dudas de que Ruggierito hablaba en serio, lo cual significaba que, si volvía a molestar a Gardel los tiros iban a ser para él. A regañadientes, le prometió olvidarse del asunto.
A pesar de la promesa, Juan Ruggiero no quiso dejar ningún cabo suelto y se acercó a la mesa donde estaba Roberto Guevara, acompañado por otro pistolero de apellido De la Serna.
-Si lo tocan a Gardel, hay guerra –les dijo sin siquiera saludar y tampoco esperó respuesta. Sabía que no hacía falta.

La muerte y la fama
Cuando Carlos Gardel murió en el accidente aéreo de Medellín y empezaron a tejerse conjeturas sobre un tiroteo en el avión debido a aquella bala que los forenses encontraron en su pulmón izquierdo, Juan Ruggiero llevaba casi dos años muerto.
El 21 de octubre de 1933, luego de pasar la tarde en el Hipódromo de La Plata, Ruggierito volvió a su casa para cambiar de ropa y prepararse para la noche. De allí fue a visitar –en un Cadillac conducido por su chofer, Joselito- a su amante, Elisa Vecino, en la calle Dorrego al 200, en el barrio de Crucecita.
A las 9 de la noche, la pareja salió de la casa, acompañada por Ana Gallino y Héctor Moretti, un pistolero amigo de Ruggierito. Nadie vio al hombre que se acercaba desde la esquina, tampoco lo vieron desenfundar la pistola 45 con la que disparó. Las dos mujeres y Moretti solo escucharon un estampido y vieron caer fulminado a Juan Ruggiero.
Lo cargaron en el Cadillac, pero cuando llegaron al Hospital Fiorito el pistolero ya estaba muerto.
El asesino, que huyó en un Chrysler azul que lo esperaba en la esquina, nunca fue identificado, pero en esa zona gris de Avellaneda donde se mezclaban la política y el hampa el rumor sobre quién había ordenado matarlo se limitaba a cinco palabras pronunciadas en voz baja:
-Barceló ya no lo necesitaba.
Con su muerte, Juan Ruggiero se transformó en una leyenda que llegó incluso tener su lugar en la literatura argentina. En su novela Fin de fiesta, Beatriz Guido lo convirtió en Guastavino, el pistolero de confianza de un intendente al que llamó Braceras.
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