El francés Raymond Aignasse -Musiú Ramón lo llamaban- era el dueño desde 1804 del Café de la Comedia, ubicado en lo que hoy es Reconquista y Perón, en pleno microcentro porteño. Era uno de los mejores lugares para comer, incluso el general Beresford, durante el tiempo en que fue gobernador, se hacía enviar diariamente la comida que allí preparaban. Al lado y conectado por una puerta había abierto el Coliseo Provisional de Buenos Aires.
En la noche del sábado 8 de mayo de 1813 Vicente López y Planes asistió a la obra de teatro Antonio y Cleopatra.
López y Planes, con 29 años recién cumplidos, era doctor en Derecho y se había ganado las jinetas de capitán de Patricios luchando contra los británicos. Además, había integrado la expedición al norte y posteriormente lo habían nombrado secretario de Hacienda del Primer Triunvirato.

Se desempeñaba como diputado ante la Asamblea General Constituyente y en marzo este cuerpo le había encargado escribir una canción patriótica. Ya tenía un par de antecedentes en su haber: cuando se expulsó a los ingleses en 1807 había escrito “Triunfo argentino” y luego, en 1810, “Victoria en Suipacha”.
Desde la revolución de Mayo, hubo varios intentos de componer una canción patriótica. Como la de Esteban de Luca, en noviembre de 1810: “La América toda se conmueve al fin, y a sus caros hijos convoca a la lid; a la lid tremenda que va a destruir a cuantos tiranos la osen oprimir”. En 1812 tres niños recitaron, en el Cabildo, un texto del poeta Saturnino Rosa. Pero no prosperó.
No se sabe si la fuente de inspiración de López y Plances esa noche en el teatro fue el argumento de la obra o la interpretación de la pequeña orquesta que estuvo al comienzo, dirigida por un músico catalán llamado Blas Parera. Lo cierto es que cuando la función terminó, fue directo a su casa, en la calle Perú entre Venezuela y México y estuvo toda la noche escribiendo.
A la mañana siguiente, obtuvo la inmediata aprobación de los amigos a los que se la leía. En la sesión del 11 de mayo, los diputados debían cotejar entre la obra escrita por López y Planes y la que debía llevar fray Cayetano Rodríguez. Sin embargo, los aplausos y las aclamaciones de los presentes al escuchar la letra del primero, hicieron que el cura retirase su trabajo. Restaba ponerle música.
Blas Parera, o Blai Parera i Mont, había nacido en Murcia entre 1773 y 1776 y su vida fue un poco más bohemia que la de López y Planes. Desde chico cantaba en el coro escolar y tocaba el armonio en el convento de las carmelitas de la ciudad de Mataró, donde vivía. Por 1797 llegó a Buenos Aires, donde sobrevivía dando clases de violín, piano y laúd y ejecutando el órgano en distintas iglesias de la ciudad. Como Vicente López, peleó como voluntario en las invasiones inglesas.
También daba clases en la Casa de Niños Expósitos y en 1809 se casó -permiso del virrey mediante- con una de sus alumnas, Facunda del Rey, de 15 años, que cantaba en el coro.
En la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, el poeta Esteban de Luca leyó la letra escrita por López. A Parera, que frecuentaba la casa de Mariquita ya que ella solía tomar clases de piano con él, le propusieron ponerle música.

Parera hizo el trabajo con el piano de los Thompson y los últimos arreglos los finalizó con el piano de la familia De Luca. Años más tarde, el hijo de Parera contaría que su padre se había inspirado en el Himno de David, una pieza que la había aprendido de chico.
¿Cuándo se ejecutó por primera vez? Vicente Fidel López, nieto del autor de la letra, contó que fue en el salón del Consulado, donde concurrió lo más selecto de la sociedad porteña. El 25 de mayo de ese año se cantaría por primera vez en la Plaza de la Victoria. Lo haría un grupo de alumnos, disfrazados de indianos, que pertenecían a la escuela de Rufino Sánchez.
El gobierno le pagó a Parera 200 pesos por sus servicios; Vicente López y Planes no quiso cobrar nada.

“No fui original”
Sin embargo, el autor no estuvo del todo conforme con el resultado final. En carta a su hijo, le decía: “Hay otra estrofa que me disgusta sobremanera, y es la de ‘en los fieros tiranos la envidia, escupió su pestífera hiel’, y lo peor es que en ésta no fui original, sino que traté de salir del paso adoptando de las composiciones del mismo género que había leído, unas frases que me daban el concepto que yo trataba de expresar, pero sin la detención reflexiva que después he tenido, para ver que ellas no me daban una pintura seria y noble y coordinada de la altura que había tomado desde el principio, y con que iba a acabar la obra, sino una que sacrificaba la pasión de la época aquellas dotes”.

La versión original dura 20 minutos. Por entonces, se la conocía como Marcha Patriótica o Canción Patriótica Nacional. En la década de 1840 comenzó a denominarla Himno Nacional Argentino.
Juan Pedro Esnaola, que al momento del estreno del himno tenía 5 años, hizo dos arreglos musicales, uno en 1847 y el otro en 1860.

“O vivamos…”
A partir de las buenas relaciones que nuestro país comenzó a tener con España, el Himno sufrió las consecuencias y sugirieron eliminar aquellas estrofas insultantes para con ese país como, por ejemplo “…a esos tigres sedientos de sangre fuertes pechos sabrán oponer”; “…al ibérico altivo león” o “Son letreros eternos que dicen: aquí el brazo argentino triunfó; aquí el fiero opresor de la Patria su cerviz orgullosa dobló”.
En 1893 Lucio V. López, nieto del autor y ministro del Interior, resolvió que sólo se cantase la última estrofa. En 1900, Julio A. Roca ordenó que se canten las primeras cuatro y las últimas cuatro. Y por último, un decreto del presidente Marcelo T. de Alvear de 1928 estableció que se respetase la letra tal cual lo habían dispuesto en 1900 con los arreglos de Esnaola de 1860. Se determinó cantar la primera y la última cuarteta, además del coro. En cuanto a la tonalidad, se ejecutaría en si bemol y se debía dar forma rítmica a la palabra “vivamos”.
La vida después del himno
Vicente López y Planes llegó a ser presidente en 1827 luego de la renuncia de Bernardino Rivadavia. Posteriormente sería ministro del gobernador Manuel Dorrego, presidente del Tribunal de Justicia en la época de Rosas y con Urquiza fue gobernador bonaerense por cuatro meses. Falleció el 10 de octubre de 1856, en la misma casa en la que había nacido.
Por su parte, Blas Parera siguió con sus clases y cuando en 1817 se conoció la disposición del gobierno de que los españoles debían obtener su carta de ciudadanía para residir en el país, se presume que eso lo llevó a emprender el regreso a España en 1818. Murió en la pobreza en Mataró, el 7 de enero de 1840, muy lejos de aquellos tiempos en los que dirigía la orquesta en el teatro de Musiú Ramón.
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