
A lo largo de la historia, el acceso al conocimiento no fue igual para todos. Durante siglos, las mujeres fueron relegadas al ámbito doméstico y excluidas de los espacios científicos y la comunidad matemática no fue la excepción. Los salones académicos estaban reservados para varones, y el talento femenino era sistemáticamente ignorado o descartado. Pero hubo quienes, desafiando el orden establecido, encontraron formas ingeniosas de abrirse camino. Una de ellas fue Sophie Germain, quien en plena Revolución francesa tuvo que hacerse pasar por hombre para poder estudiar y ser tomada en serio.
Marie Sophie Germain nació en 1776 en el seno de una familia burguesa. Cuando estalló la Revolución francesa, sus padres la mantuvieron en casa por seguridad. Lejos de aburrirse, Sophie se sumergió en la biblioteca familiar. Y entonces ocurrió el momento que marcó un antes y un después en su vida: leyó un libro sobre la vida y obra de Arquímedes de Siracusa. Fascinada por el ingenio del matemático griego, Sophie decidió que quería seguir ese camino. Así nació su pasión por las matemáticas.
Pero su entusiasmo no fue bien recibido. Su familia no aprobaba esa elección. Veían las matemáticas como un mundo reservado a los hombres y trataron de disuadirla de todas las formas posibles: le quitaban las velas, la estufa y hasta ropa para que no pudiera estudiar por las noches. Sin embargo, la determinación de Sophie fue más fuerte. Mientras todos dormían, ella se envolvía en mantas y estudiaba con una vela que tenía escondida. Finalmente, su insistencia logró lo impensado: su familia terminó por apoyarla en su deseo y vocación.

Pero los desafíos recién comenzaban. Cuando quiso ingresar a la École Polytechnique de París, una de las instituciones científicas más prestigiosas de la época, se encontró con una barrera infranqueable: las mujeres no eran admitidas.
¿La solución? Se inscribió con el seudónimo de “Monsieur Le Blanc”, tomando prestada la identidad de un hombre. Así pudo acceder a materiales, enviar trabajos y participar del circuito académico. Y no solo lo hizo con astucia, sino también con excelencia: sus escritos sorprendían a los profesores por su profundidad y claridad.
Germain se especializó en teoría de números y en la teoría de la elasticidad, dos campos en los que dejó una marca importante. Su nombre está asociado a los números primos de Germain: aquellos primos p para los que 2p + 1 también es primo. Por ejemplo, el 2 es primo de Germain porque 2×2 + 1 = 5, que es primo, pero el 7 no (2×7 + 1 = 15, que no es primo).

Uno de los episodios más fascinantes de su vida fue su intercambio de cartas con Carl Friedrich Gauss, para muchos el mejor matemático de la historia. Gauss admiraba profundamente a “Monsieur Le Blanc”, sin saber que en realidad se trataba de una mujer. Durante la invasión napoleónica a Prusia, Sophie temió por la seguridad de Gauss —recordando la trágica muerte de Arquímedes— y gestionó su protección a través de un general amigo de la familia. Cuando Gauss descubrió la verdad, no ocultó su admiración:
“Debe de poseer el valor más noble, un talento extraordinario y un genio superior”, escribió Gauss en una carta inolvidable.
En 1816, Sophie Germain se convirtió en la primera mujer en ganar un premio de la Academia de Ciencias de París, gracias a su trabajo sobre las vibraciones en superficies elásticas. Lo logró en su tercer intento, luego de años de esfuerzo.

Murió en 1831, pero su historia sigue inspirando. Incluso fue homenajeada en Los Simpson, en un episodio llamado “Las chicas solo quieren sumar”, donde Lisa se disfraza de varón para poder asistir a una clase de matemáticas avanzada. Un guiño animado a una pionera que rompió barreras con inteligencia, valentía y determinación.
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