
En los últimos años, el uso de drones en la aplicación de fitosanitarios ha crecido significativamente. Su tecnología ha evolucionado al punto de ser considerados una alternativa viable en ciertos escenarios, como cultivos de difícil acceso o áreas pequeñas donde la aplicación con aviones o pulverizadores terrestres no es práctica. Pero surge una pregunta clave: ¿el drone se comporta más como una pulverización aérea o terrestre?
La respuesta no es tan simple y depende de múltiples factores, principalmente de cómo se calibra y opera. Para entender mejor su desempeño, hay que analizar aspectos como la altura de vuelo, la velocidad, la deriva, la cobertura y la distribución del producto.
Altura de vuelo y velocidad, factores determinantes
Una de las principales diferencias entre un drone y un pulverizador terrestre es la altura de trabajo. Mientras que un pulverizador terrestre aplica el producto a centímetros del objetivo (generalmente entre 50 cm y 1 metro), los drones pueden operar a alturas más variables, desde 2 metros hasta más de 4 metros sobre el cultivo, manteniendo uniformidad en la aplicación.

Este rango los acerca más a la pulverización aérea tradicional, donde los aviones trabajan entre 2 y 3 metros sobre el objetivo. Sin embargo, a diferencia de un avión, el drone puede ajustar su altura y velocidad con mucha precisión, lo que le permite adaptarse a diferentes condiciones y objetivos de aplicación.
El impacto del flujo de aire
Los drones tienen otra particularidad que los diferencia de aviones y pulverizadores terrestres, que es el flujo de aire descendente generado por sus hélices, conocido como downwash. Este flujo puede mejorar la penetración en el follaje y la uniformidad de la aplicación, pero también puede generar turbulencias que alteran la distribución de las gotas.
En comparación, los aviones también generan un flujo de aire descendente (wake turbulence), pero éste se distribuye en un área mayor y a velocidades más altas. En cambio, los pulverizadores terrestres dependen del tamaño de la gota y la carga de las boquillas para mejorar la penetración, sin un flujo de aire significativo.

Cobertura y distribución del producto
Los drones trabajan con volúmenes bajos a muy bajos, generalmente entre 5 y 20 litros por hectárea (L/ha), lo que los acerca más a una aplicación aérea. La cobertura depende del tamaño de la gota y del downwash. En el caso de los pulverizadores terrestres, que históricamente trabajaban con mayores volúmenes, hoy en día es común ver aplicaciones con 20-30 L/ha en Argentina, logrando muy buena calidad y penetración con boquillas adecuadas.
Por su parte, los aviones aeroaplicadores, trabajan con volúmenes de entre 5 y 20 L/ha, dependiendo del objetivo de la aplicación y las condiciones del cultivo. Este rango los ubica en la misma categoría de volúmenes bajos que los drones, con la diferencia de que operan a velocidades y anchos de trabajo mucho mayores.
Al respecto, el especialista en calibración de equipos terrestres y aéreos, Juan Molina, explicó que “en la práctica, si un drone está bien calibrado y operado, puede lograr coberturas y eficiencias similares a una pulverización aérea de precisión, con un mayor control en zonas pequeñas”.

¿Cómo calibrar un drone para optimizar la aplicación?
Molina explicó que “para lograr una aplicación eficiente, es fundamental considerar la altura de vuelo” y señaló que hay que ajustar según el objetivo de aplicación, manteniéndose dentro de un rango óptimo para maximizar la cobertura sin aumentar la deriva.
Otro de los temas es el tamaño de gota ya que es importante utilizar boquillas adecuadas para el tipo de aplicación, evitando gotas extremadamente finas que puedan perderse en la deriva. A su vez, para optimizar la aplicación es vital ajustar la velocidad para mantener una deposición uniforme.
Con relación a las condiciones climáticas, si bien los drones pueden operar con algo de viento, es clave tener en cuenta la dirección y velocidad del mismo para definir estrategias de aplicación.
Por último, es esencial ajustar correctamente el ancho de trabajo y la superposición de pasadas para evitar zonas sin cobertura o sobredosificación.

Drones: combinan lo mejor de la aplicación aérea y la terrestre
El experto puntualiza que, si bien los drones comparten características con ambos sistemas, su comportamiento está más cerca de la pulverización aérea en términos de volumen aplicado, tamaño de gota y riesgo de deriva. Sin embargo, su capacidad de operar a baja velocidad, con altura variable y control preciso, les permite adaptarse a situaciones donde un avión no sería viable.
Molina agrega que el desafío para que los drones sean una herramienta efectiva en la protección de cultivos es su calibración y uso adecuado, dado que, como cualquier otro equipo de aplicación, su eficacia depende de una correcta configuración, condiciones climáticas favorables y un operador capacitado.
Los drones representan una nueva categoría dentro de la pulverización, combinando la aplicación aérea y la terrestre, pero con particularidades que requieren un enfoque técnico específico.
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