Malena Famá tenía apenas 17 años cuando la crisis del 2001 le cambió la vida para siempre. Su papá, empleado de Segba, perdió el trabajo y la indemnización quedó atrapada en el corralito. Lo que siguió no fue solo una caída económica, sino un derrumbe emocional. “Era un señor gigante, sólido y se volvió una persona triste”, recordó.
El hogar siguió teniendo comida en la mesa, pero la dignidad de su padre —su identidad como “el hombre que lleva el plato”— se quebró. La depresión lo consumió y, con el tiempo, murió sin haber recuperado empleo ni su red de vínculos sociales. En esos años, Malena aprendió algo para siempre: la pérdida del trabajo no solo vacía bolsillos, modifica vidas.
Ese impacto fue el motor de todo lo que vino después. Mientras su padre buscaba una salida, ella se transformó en “la chica de los currículums”: escribía a mano, pasaba en computadora y gestionaba envíos. Primero para su papá, luego para los compañeros despedidos y más tarde para vecinos, padres de alumnos y jóvenes sin oportunidades.
“Yo no quería crear una empresa de reclutamiento, quería ayudar a la gente a conseguir trabajo”, contó. El propósito la llevó de un colegio humilde del conurbano a un curso en la Unión Industrial Argentina y de ahí a participar de proyectos que unían empresas, escuelas y barrios vulnerables.
Malena es activista por los derechos de las personas en situación de calle, estudiante de psiquiatría y cofundadora de Fundación Multipolar, una organización que acompaña a quienes viven en la calle para que puedan reconstruir su autonomía. Lo hace desde un Centro de Formación para el Trabajo que combina capacitación en oficios, coaching, psicoterapia, alfabetización digital, práctica laboral rentada y apoyo en trámites. También genera empleo a través de emprendimientos productivos que venden servicios y productos a empresas. Nada es rápido ni mágico: “Es artesano”, explicó. De cada 300 personas invitadas, solo una parte llega, se queda, termina los talleres y encuentra empleo. “No es éxito garantizado, pero sí oportunidades reales”, explicó.
Multipolar se sostiene en una idea que Malena defiende con el cuerpo: todas las personas tienen valor y nadie es irrecuperable. Su trabajo parte de una acción simple pero poderosa: mirar, saludar, reconocer. “Las personas en la calle creen que se convirtieron en piedra porque nadie las ve”, afirmó. Entre adicciones, pobreza extrema y padecimiento mental, la calle no es una elección: es la última consecuencia de un sistema que expulsa. Por eso no habla de héroes ni gestos individuales sino de comunidad, profesionalismo y acompañamiento. De un equipo capaz de ofrecer herramientas y de personas capaces de tomarlas.

—Presentate, como en el colegio.
—Soy Malena Famá. Me dedico a acompañar a personas que están en situación de calle a través de Fundación Multipolar, que es una organización que creé con otras personas hace muchos años. Y es lo que hago día a día.
—Ubiquémonos en tus 17 años. ¿Qué pasó?
—En mis 17 años fue el 2001 y en ese momento estalló el país. Cuando pasa eso, mi papá, que era empleado en Segba, lo despidieron del trabajo y toda su indemnización quedó en el corralito. Entonces ahí me cambió la vida, realmente. Le cambió la vida a mi familia.
—¿Y cómo fue el tránsito ese de un papá con trabajo a sin trabajo y sin dinero?
—Yo me acuerdo que mi papá, que era un señor gigante, grandote, muy fuerte, muy sólido, se volvió una persona triste. Lo tomó una depresión muy grande y se empezó a encoger. Su postura corporal empezó a cambiar y nunca me voy a olvidar que a veces no quería comer porque decía que él no estaba llevando el plato de comida a la mesa. Y para él, el hombre de la casa era el que llevaba la comida a la mesa. Mi mamá siempre trabajó, pero en ese momento salió a trabajar de nuevo porque se había jubilado y gracias a eso nosotros podíamos comer. A mí nunca me faltó qué comer. Pero esa cuestión de su dignidad, de su orgullo de hombre, le costó un montón.
—¿Y cómo siguió lo de tu papá?
—Tal vez él no tuvo las herramientas para tramitarlo. En esa época no se hablaba tanto de salud mental, no nos dábamos cuenta que él estaba cursando una depresión, que estaba triste, que se estaba enfermando por esa falta de trabajo, como le pasó a tantas personas. Ese padecimiento de salud mental, yo creo que se fue al cuerpo, se enfermó y con el tiempo falleció. Nunca más volvió a conseguir trabajo y perdió todo su círculo. Porque él era muy de la casa al trabajo, del trabajo a la casa y todos sus amigos, sus compañeros... Nosotros los fines de semana éramos de ir a los clubes que tenía el sindicato. Entonces todo eso se perdió, los lugares donde vacacionábamos. Él no lo pudo superar y falleció.
—¿Y cómo llegás vos a las personas en situación de calle?
—Porque a mí me perturbó muchísimo la desocupación de mi papá, las consecuencias que tuvo. Porque vos pensás: bueno, siguieron comiendo, pudiste empezar la universidad porque, con mucho sacrificio, podían darme la plata para los boletos para ir a la universidad pública. Pero al ver lo que le pasó a él, empecé a darme cuenta que las personas sin trabajo cambiaban, cambiaban las familias y las personas se deprimían. Y yo en aquel momento traté mucho de ayudarlo a mi papá a conseguir trabajo. Yo le hacía currículums, era la que sabía usar la computadora en casa. Después sus amigos, porque echaron a toda una banda de gente, por lo general sin secundario completo, sin universidad, venían a casa a que yo los ayude a hacer su CV. A veces lo hacíamos a mano y ellos después conseguían quién se lo pasaba. A veces yo les pasaba esos currículos. Entonces me convertí un poco en la chica de los currículums. Después, por distintas cosas de la vida, el primer trabajo más profesional que yo consigo, que no fue ser Bananas en pijama en un trencito de la alegría. Literal. Yo era Bananón y lo daba todo en ese trencito. Después, trabajé en un call center. Pero cuando pude salir de ese tipo de trabajos, fui preceptora en un colegio secundario. Y ahí nuevamente me encuentro con que todos los chicos, aún jovencitos, como eran de barrios muy pobres, necesitaban ayuda para conseguir trabajo y sus papás también necesitaban ayuda.
—¿Y qué hiciste?
—Dije: “Me voy a hacer un curso sobre cómo ayudar a estos jóvenes y a sus papás de un barrio muy pobre a la Unión Industrial de Buenos Aires”. Ahí me dijeron: “¿Y vos qué querés? ¿Crear una empresa de reclutamiento?” Y les expliqué: “Yo quiero ayudar a la gente a que consiga trabajo”. “¿Y si escribís un proyecto y lo presentamos en algún lado?”, me propusieron. Y ahí escribí el proyecto. En un evento ellos lo presentan al Ministerio de Educación. El Ministerio de Educación dice: “Prueben de hacer esto en los colegios”. Entonces , me llaman y me dicen: “¿Te acordás que vos hiciste un curso acá, que nos escribiste un proyecto. Te tenés que venir a trabajar con nosotros porque quieren que lo hagamos en los colegios, que ayudemos”. Y yo les dije: “Pero yo soy preceptora en un colegio secundario y estoy re feliz”. “Bueno, pero si hacés esto vas a poder ayudar a mucha más gente”, me respondieron. Ahí me fui a trabajar a la Unión Industrial y, con el tiempo, de una ONG me dicen: “Malena, ya que trabajás en la Unión Industrial, sabés cómo hablarle a las empresas, a los empresarios, ¿por qué no te venís a esta ONG a ayudar a gente que está en consumo de paco”. Era una organización de un barrio muy pobre y lo que les gustó era mi perfil era: “Con estos chicos podés hablar porque no son muy diferentes a los chicos pobres del colegio, pero también podés hablar con los empresarios. Unamos los dos mundos”.
—Hay mucho prejuicio sobre la gente que vive en la calle. ¿En la calle vive el que quiere, el que puede…?
—Nadie quiere vivir en la calle. La calle no es un lugar para vivir. En todos los años que hace que trabajo con gente situación de calle, solamente dos veces escuché personas que han elegido la calle y era porque toda su familia murió en un accidente y ellos no. Pero después las miles de personas que conocí, nadie quiere vivir en la calle. Se vive en la calle porque hay un sistema cruel, injusto, que escupe gente todos los días. Y todos los que hacemos algo para que eso no suceda, no damos abasto. El sistema los expulsa porque ya no son productivos. Como si lo único que tuviera que ser una persona es productiva. O personas que viven con una discapacidad y no pueden hacer trabajos del tipo que el sistema requiere, porque pueden hacer muchas veces un montón de trabajos. Pero tal vez no los que el sistema requiere. Y esa gente termina en la calle. También por la desocupación, hay cuestión de adicciones, hay personas que estuvieron privadas de su libertad un montón de años y cuando salen su vida cambió y van a vivir a la calle. Hay muchas situaciones que hacen que alguien esté ahí.
—¿Cómo se aborda a alguien que está viviendo en la calle sin ese parámetro moral de: “Yo te voy a decir lo que tenés que hacer”?
—Fue uno de los aprendizajes más grandes que tuve que hacer y que por lo general hacemos quienes trabajamos en la calle. Lo primero y lo más importante siempre es mirarlos y saludarlos. Las personas en situación de calle creen que se convirtieron en piedra o invisibles porque todo el mundo los ignora. Vos imagínate que están por lo general en su colchón o sentados en la calle, en la vereda. Cuando nosotros pasamos nos ven la altura de las rodillas. Si nos quieren hablar, tienen que mirar para arriba. Nosotros no siempre bajamos la mirada. Entonces ahí está el conectar, saludar. Y una vez que te que conectás, tal vez te piden plata o te piden algo y vos le decís: “No puedo”. Pero esa respuesta es mucho mejor que ignorar. Y después, si tenés la posibilidad y la apertura para para ver cómo podés ayudar, decirle: “¿En qué crees que te puedo ayudar?” A ver si puedo o no. Un diálogo sincero...
—Me impacta esto que dijiste: “Se transforman en invisibles”. Lo incorporamos como una parte más de del paisaje urbano.
—Sí. Y no los culpo tampoco, porque no es fácil saber qué hacer. Las personas siempre me dicen: “¡Ay! Es que vos sos tan buena”. Y yo les digo: “Es mi trabajo, lo amo. Lo elijo todos los días de mi vida, pero es mi trabajo. Yo antes tampoco sabía qué hacer”. Entonces no nos culpo, pero sí somos bastante indiferentes y eso es lo que más les duele. Te juro que duele más eso que el no saber qué van a comer o cómo van a superar la calle.

—Lo dijiste al pasar, pero el tema de las adicciones influye mucho en este camino.
—Tremendamente. De hecho, yo me tuve que poner a estudiar para entender a la adicción como una enfermedad. Hay mucha creencia de que uno le puede decir a una persona que tiene la enfermedad de la adicción: “Dejalo. Hacelo por tus hijos”. Pero no es así. Es lo mismo que una persona que tiene diabetes, vos le des un lemon pie y le digas: “¿Sabes qué? Te voy a dar esto, pero ponele voluntad y que no te haga mal esa azúcar, que no te afecte”. No se puede. Es una enfermedad del sistema nervioso central. O sea, no podés contra eso. Si la persona tiene una enfermedad, no podés decirle que con voluntad solamente se va a curar.
—Si yo no te pido una cifra. ¿Cuánta gente llega a pedir ayuda y cuánta efectivamente la recibe?
—Nuestro mundo es deprimente. Últimamente son miles las personas que nos piden ayuda, por suerte, Multipolar en este último tiempo, fruto de mucho trabajo, empezó a tener más visibilidad. Y esa visibilidad que todo el mundo cree que nos va a hacer famosos y nos va a servir para que nos lluevan recursos, lo que más nos hizo fue quintuplicarnos la cantidad de gente que se acerca a la fundación a pedir ayuda. Y para darte una idea, de 100 personas que se contactan, invitamos a las que tienen una necesidad que nosotros creemos que podemos atender. Y de esas 100, a la fundación llegarán 80. De esas 80, después de que les contamos lo que tenemos para proponerles y le decimos: “Nosotros no somos una fundación que es una bolsa de trabajo, no es que vos te vas a ir de acá para mañana trabajando”, se quedan unas 60. De esas 60, empiezan a aprovechar las herramientas que podemos ofrecer unas 55 y terminamos nuestros talleres o nuestros acompañamientos con unas 30 porque no todo el mundo puede sostener estar en situación de calle o creyendo que se van a quedar en situación de calle y bancarse entrevistas, un taller, un curso en el que nosotros conocemos lo que necesita en el momento de su vida en el que están. Y de esas 30 y pico, entre trabajo formal e informal, conseguirán 16, un trabajo, ¿no? Fijate que, de alguna manera, tiene cierta relación con lo que es la tasa global de recuperación de adicciones, que es del 4%. La enfermedad de la adicción, tiene un 4% de personas que pueden decir: “Vengo sosteniendo mi recuperación y no recaer”. Y a la vez también tiene mucho que ver con las tasas de empleo y desempleo, de trabajo formal e informal que hay en nuestro país y en el mundo, ¿no?
—¿Qué puede hacer uno? Porque hay también lugares comunes de pensar que si ayudás a la gente, dando dinero o alimentos, esa esa persona no se moviliza. ¿Tiene sentido esta teoría?
—No considero que tenga sentido porque, por lo general, ni con toda la ayuda que le diéramos a todas las personas podrían superar la situación. Ponele que vos optás por darle algo de plata, esa persona no sale de la calle con eso, no supera calle por eso, porque superar calle no es solamente un tema económico. Hay un montón de otros temas de hábitos, ¿no? De cómo hago, de cómo reconstruyo mi red, de si quiero buscar un trabajo para alquilar algo y consigo ese trabajo, ¿cómo alquilo? ¿Cómo alquilo sin una garantía? A las personas con oportunidades nos cuesta conseguir un alquilar... Entonces, no es una realidad que porque vos seas solidario con alguien, le vas a estar impidiendo a esa persona que avance. También está crecido mucho este discurso de: “Está ahí porque quiere. Si quiere, sale”, “no se esfuerza lo suficiente”. Y no es así. Los trabajos que suelen conseguir más rápido no son los les permitan pagar ni un hotel y menos un ingreso a un lugar más estable para vivir. El dinero no está alcanzando para superar calle a partir de lo que pueden ir consiguiendo.
—¿Qué casos te inspiraron para decir: “Sí se puede, esto me demuestra que se puede”?
—Últimamente me conmueve mucho el caso de Cristina, que pasó 11 años en la calle y con la ayuda de diferentes organizaciones, pudo hacer cursos. A ella sí los cursos le sirvieron porque empezó a hacer costura. Con el tiempo se compró una máquina. Su hijo es adicto y le vendió la máquina para consumir. Ahí tuvo un revés, pero volvió a comprar otra máquina y pudo alquilar una habitación muy precaria en un barrio en el Conurbano. Y empezó con esa máquina a hacer costura para sus vecinas. Entonces, podía ir pagando esa habitación. Nosotros trabajamos con empresas. Esas empresas a veces nos compran productos y servicios y nosotros le damos a ella esa posibilidad de hacer ese entrenamiento laboral rentado en el que produce cosas para vender a la empresa. Entonces, Cristina hoy en día puede sostener ese alquiler de esa habitación, pudo ponerle una perimetral a su hijo, por más doloroso que sea, para que no vuelva a venderle las cosas. Y está con proyectos. Ahora está queriendo terminar la secundaria, por ejemplo.

—¿Por qué hacés esto?
—Porque me di cuenta que es mi vocación. Creo que lo hago mucho por mí. Pude llegar a sincerarme de que no puedo vivir sin vivir mi vocación. Yo no quiero que haya gente en la calle. Pero si la hay, quiero poder usar lo que aprendí y lo que soy para que esa gente la pase un poquito mejor.
—¿Cuántas veces viste en la mirada de Cristina y de otros la mirada de tu viejo?
—Cada vez que tengo una conversación profunda, ahí lo encuentro siempre a don Famá. Y en hombres que bajan la mirada por vergüenza. Porque yo podría ser la hija de muchas de las personas con las que trabajo. Cuando bajan la mirada y tragan saliva, yo sé que están tratando de no llorar, siento esa vergüenza y me vuelvo a acordar de la vergüenza que sintió mi papá la primera vez que me tuvo que preguntar a mí si podíamos llevar mandarinas en el supermercado. Mi papá toda la vida pagaba él el súper y una vez fuimos y tenía que pagar yo y me dijo: “Hija, ¿puedo comprar mandarinas?”. Y mi papá trabajó toda la vida. Él tendría que poder haber comido todas las mandarinas que quisiera. Yo le dije: “¡Obvio que vamos a llevar mandarinas!”. Y esa mirada, la mirada de la mandarina está presente siempre...
—Hablále al que pasa adelante una persona que está en situación de calle y dice: “Está ahí porque quiere”.
—Nadie quiere estar en la calle. Pregúntele y póngase a pensar qué haría usted si algún día le cambia la suerte, si la rueda gira y termina en esa situación. ¿Cuánto tiempo se cree que va a haber colchones que lo banquen antes de que tenga que terminar en una plaza con sus cosas? Creo que hay un rol muy grande de la comunidad y del equipo para concientizar sobre esto. Multipolar está conformado por un equipo de gente maravillosa, profesional. Yo creo firmemente que el trabajo con la extrema pobreza y con tantos padecimientos de salud mental tiene que ser profesional. Esta cuestión no es solamente amor, se necesitan recursos. No es solamente videos de gente haciendo pasamanos de bolsa de ropa con una canción emotiva detrás, hay que profesionalizar el sector social y ponerle cuerpo, recursos y cabeza para que las cosas cambien. Yo elegí dedicar mi vida a conseguir, fomentar y crear herramientas que pongo acá. Esas personas, tienen que elegir, escribir, hacer el esfuerzo para llegar y les decimos: “Mirá que lo que hay es esto, ¿eh? Pero vamos a estar al lado tuyo, te vamos a acompañar, pero el trabajo es tuyo”. Porque creemos tanto que la persona tiene valor, que yo no tengo por qué cargarlo y llevarlo a ningún lado. Ese paradigma de la solidaridad, del héroe abnegado que “saca personas de la calle” para mí tiene que cambiar también y la narrativa también. Trabajo mucho mi discurso para que eso cambie y de mi discurso parte mi acción y la acción del equipo de Multipolar.
En el Centro de Formación para el Trabajo se comercializan objetos creados por los participantes del proyecto. Además, se realizan actividades de concientización y sensibilización para empresas e instituciones sobre la realidad de las personas en situación de calle. Quienes quieran comunicarse con la Fundación pueden hacerlo a través de asuntos.institucionales@multipolar.org.ar





