El Miguel de Ipola de 46 años le diría al Miguel de Ipola de cuatro que ya está, que pudo sanar, que todo va a estar bien, que disfrute de la vida, que los miedos que tenía ya no están. El Miguel de ahora vive en tratamiento ambulatorio por sus adicciones. Google lo reconoce como un artista musical, enseña fotos y videos suyos, devela que es el tecladista de Los Piojos y despliega una serie de links desde los que se desprende que también es productor de música electrónica, que nació en el exilio mexicano, que es hijo del sociólogo Emilio de Ipola, que tocó también con La Retiro, Miguel Botafogo, La Mississippi, Ratones Paranoicos, Guasones, Intoxicados, Los Auténticos Decadentes, Rata Blanca, Javier Calamaro, Juanse.
Lo que no compila es lo que Miguel relata en esta entrevista. No desnuda sus traumas, sus flagelos, sus temores, sus errores. No dice que no entendía por qué tenía que irse de México, donde vivía una vida de bienestar, una infancia soñada, para llegar al país del que sus padres se habían ido porque los querían matar. No cita a su miedo a los militares, el miedo a los Falcon verdes, el miedo a que su mamá desaparezca. No nombra a Fernando, su padrastro, un hombre violento que vivía desnudo, que consumía desnudo frente a él y que le pegaba a su madre. No habla de la cocaína y del alcohol, de su ingreso al consumo, de su derrotero, de su derrumbe, del desmadre de su vida. No cuenta cuando se dio cuenta de que estaba enfermo. No habla de su internación en la Fundación EIRA. No muestra cuando tocó con Los Piojos en River junto a un asistente terapéutico.
No identifica cuándo empieza todo. “Empezó todo cuando se separan mis padres -dice-. Mis padres se separan cuando yo tengo ocho años. Y a los nueve mi mamá se casa con Fernando. Fernando era una persona que estaba muy enferma. Era un ejemplo clarísimo de un adicto. Yo lo conocí, creo, sin consumir y después lo vi consumir. Vi cómo se deterioró el tipo. Las cosas que hizo. Yo te lo voy a contar así, es la realidad. Estaba en bolas, adelante mío. No me acuerdo tanto, son bloqueos. Pero había situaciones sexuales. No hacia mí directo, no sé cómo explicarte. Estaba todo el tiempo en bolas”.
—Son situaciones de abuso.
—Sí. Y a él le había pasado algo raro también. Pero bueno, era así, era perverso. Yo me quería creer que no consumía Fernando, pero era evidente. Agarraba un telescopio y se metía adentro de una habitación. Pero esto duró un montón de tiempo. Yo tuve que empezar a cuidarme de alguna manera solo. El que lo alertó a mi papá fue mi profesor de música. Un día llegó y vio esa situación: vio que estaba un tipo en pelotas en mi casa, que había unos hámsters dando vueltas, que el tipo gritaba, que fumaba, que había botellas de alcohol. Y a mi mamá también la vio. Fue y le dijo. Lo sé porque me lo contó mi profesor, más de grande. Lo empecé a ver como algo normal. Primero no me animaba a contarlo. Eso me dejó en una situación muy rara, muy difícil. Me traumó. No sé cómo explicarte. Tenía mucho miedo. Le tenía miedo a él. Le tenía miedo a él porque también era violento.
—¿Y tu mamá en ese momento?
—Entre esto, lo de ser exiliada, cambiar de país y esta cuestión de no protección… A mí se me armó un remolino en la cabeza porque mi mamá no podía poner límites.
—¿Y cuando tu papá se enteró?
—Hizo lo que pudo. Básicamente no pudo hacer nada. Fue algo que no pudo.
—¿La música era un escape?
—Sí, la música fue todo un escape. Yo tenía mucha facilidad. Cuando empiezo a tocar, me empezó a fascinar mucho tocar con otros músicos. Tengo mucha confusión de ese momento. Me acuerdo de que era paralelo también a mi desarrollo. A los 13 años era la época de la pubertad, te empieza a aparecer la barba, todo. Y después la adolescencia. Lo viví bastante traumático porque tardé en desarrollarme. Me hacían bullying y yo obviamente empecé a agarrar el cigarrillo y el alcohol.
—¿Lo primero fue el cigarrillo y el alcohol?
—El cigarrillo y el alcohol, sí. Hacíamos fiestas, asaltos casi te diría (risas). Tomaba alcohol para cancherear. Después llegábamos a ponernos en pedo, pero de alguna manera mal, como que era instantáneo. Era la búsqueda de hacer el papelón. Después empecé a fumar marihuana cuando tenía 16, 17. También tenía que ver con dónde me metía porque empecé a tocar con una persona... El que me lo convidó no viene al caso, después yo me encargué solo de conseguir. Y fue paulatino eso. Consumí mucho tiempo: consumía marihuana como alguien que fuma todo el tiempo marihuana, digamos.
—¿Todos los días?
—Empecé a fumar todos los días. Cuando tenía 16, 17, 18, 19. Y a los 20 empecé a ir a fiestas electrónicas. Todo eso se conjugaba también con el hecho de que yo me metía en los escenarios y en el ambiente de la música. Empecé a tocar con artistas de Chicago a los 16. Venían, los traía un tipo que se llamaba Adrián Flores y los hacía tocar acá con la banda que armaba él acá. Entonces yo tocaba siempre. Hice como una especie de profesorado de blues. Yo te puedo hablar de blues porque aprendí todos los temas de blues. Fue como un curso intensivo de blues. Me acuerdo de que tomaba el 152 en Palermo y me iba hasta un lugar que se llamaba Blues Special Club durante dos años: jueves, viernes, sábados y domingos tocando. Era para mí tocar el cielo con las manos.

—¿Consumías para tocar?
—No, ahí no consumía. Sí fumaba. No tomaba tanto alcohol. Había bajado el consumo de alcohol. Son siempre como reemplazos. No me daba cuenta de que era un problema.
—¿Cuándo sí te das cuenta de que era un problema?
—En un momento, me alerté. Fue cuando estábamos terminando la etapa de Los Piojos. Empecé a tocar con Los Piojos en 2002. Ahí los conozco. Yo empecé a tocar con La Mississippi, antes con Botafogo, toda una línea. Después también toqué con Rata Blanca. Ahí probé el consumo. En Bolivia.

—¿Ahí aparece la cocaína?
—Ahí la probé. Le tenía cierto respeto, entonces tomaba… Y después empecé a hacer música electrónica. Hice un disco de música electrónica que lo nominaron a los Gardel. Era un autoengaño porque me daba cuenta de que me iba muy bien y cuando empiezo a tocar con Los Piojos me quedé solo con el alcohol.
—¿Fue una decisión?
—No, decantó porque me daba cuenta de que me desinhibía en el escenario. No era de tomar en el día o todos los días. En los ensayos tampoco. En los ensayos fumaban, pero a mí no me gustaba fumar porque me desconcentraba un poco.
—No eras consciente de que te estabas lastimando.
—No. Para nada. Sí aparecieron situaciones raras. A todo esto mi mamá siguió con esa persona. Hasta que yo cumplí 37 años. Falleció.
—¿Vos alguna vez pudiste hablar con tu mamá previamente de esto?
—Sí, lo pude hablar.
—¿Tuvo que pasar tiempo para eso?
—Tuvo que pasar que yo me diera cuenta. Yo me di cuenta de muchas cosas acá. Por sobre todo, perdonar. Perdonarme y perdonarla. Atravesar todo eso.
—Vos eras un nene.
—Yo era un nene. Es muy traumático. Yo era un nene en una situación donde veía a los 8 años a un tipo que toma cocaína en pelotas y que le pega a la madre, y que la encierra. Es traumático. Te impacta por algún lado. Yo encima no lo hablé. A mí me costaba mucho hablar de mi mamá. Me costó mucho.
—Pero tu vieja es psicóloga. ¿Nunca fuiste a terapia vos?
—Sí, fui. Iba a terapia pero… el valor de la terapia yo siempre me enfocaba en mis relaciones de pareja. No hablaba del pasado. No llegaba a eso.
—Que era donde había que llegar.
—Acá en EIRA llegué ahí. Llegué hasta el fondo. Era ahí donde había que llegar. Por qué sentía esa sensación de por qué también en mis relaciones de pareja siempre tuve miedo a que me dejen. Y eso también me llevó a consumir. Me imaginaba un mundo muy de traición porque también me habían criado en eso. Y también después viendo lo que es la vorágine un poco de la vida, porque no solamente en el ambiente de la música hay vorágine... Eso parece como que fuese lo que me llevó a consumir o lo que me mantuvo consumiendo y no.
—¿En esas relaciones de pareja algo de lo que vos habías vivido en cuanto a la violencia se repitió?
—No, nunca se repitió nada. Nada en ese sentido. Lo que sucedía, es que con las relaciones de pareja, con las relaciones incluso hasta con mi mamá, con gente que yo atesoraba mucho, a lo mejor sentía protección. Yo buscaba protección. Una mujer no me iba a tratar como mi mamá. Entonces sufría porque pensaba que me iban a dejar, o sufrí mucho cuando me dejaron. Era esa sensación del miedo rotundo a que desaparezca que también tiene que ver con que yo tenía mucho miedo de que mamá desaparezca porque cuando se iba a atender, yo me quedaba con mi papá, o mi papá se iba a trabajar y ella no volvía por ejemplo a las 20:30. Eran 20:35 y yo ya estaba, a los 7 años, con un ataque porque se la habían llevado los militares. Vivía con miedo de que le pasara algo a mi mamá.

—¿Pudiste enojarte en algún momento con tu mamá?
—Sí, me enojé. Me enojé mal. No está bueno enojarse. Pero bueno, me enojé, me enojé.
—Para perdonarla hace falta enojarse.
—Sí, me enojé. La perdoné. Ella es muy buena. Yo lo que aprendí es eso: los papás hacen lo que pueden.
—¿Cuándo vuelve la cocaína?
—La cocaína vuelve con Los Piojos. Lo que pasa es que en realidad yo empecé a hacer música electrónica y eso me llevó a… Ahí sí te puedo decir que sí. Porque consumía éxtasis. Yo empecé a trabajar con productores buenos. Tuve bastantes cosas con DJ´s muy, muy importantes. Y el disco que hice de música electrónica en 2003 lo nominaron a los Gardel, cosa que a mí me empezó a generar una especie de independencia como músico solista. Más lo de Los Piojos. Tenía mi cabeza toda distorsionada por los traumas y por la adicción. Empezás a ver las cosas muy distorsionadas. O todo o nada.
—Sentías que la estabas pasando bien.
—Sentía que la estaba pasando bien. Decía “uh, esta droga es la droga”. Decían todos: “es la droga del amor porque tomás y después te sentís…”. Era peligrosísimo. Pero todavía era pendejo. Había igual campañas, yo las veía, pero había falta de información que es algo gravísimo.
—Era canchero.
—Era canchero, obvio. Siempre pareció eso. Y está tan mal eso. Y se relacionó también a la música con la droga. No es así.
—La música, la noche.
—La noche. De hecho, las bandas, lo profesional, a mí siempre me resguardaba un montón. El hecho de tener una carrera a mí me resguardó muchísimo tiempo. El hecho de tener que ir a ensayar tres veces por semana. El hecho de estar con compañeros que no consumían.
—¿Cuándo derrapás?
—Derrapo cuando se separan Los Piojos. Derrapo solo. Por mi cuenta. Porque me encontré con una situación donde se juntaron tres cosas: nos separamos con Los Piojos; fallece Tavo, que era el guitarrista de Los Piojos; me separo de una pareja porque estaba consumiendo y ella también tenía una enfermedad, un intento de suicido. Se junta con que yo venía consumiendo. Con que había descubierto que me sacaba la angustia. Y mi mamá estaba siempre presente y era como que me sentí solo. Empecé a sentirme solo, me empecé a quedar sin plata, empecé a tomar decisiones, ya estaba con la enfermedad activa desastrosamente mal. Empecé a consumir mucho.

—Todo se desmadra.
—Empecé a refugiarme. Tenía mucha angustia de las separaciones. Pasaba por ahí.
—Ese escape que había sido la música en algún momento.
—Todo se tapó con droga.
—¿Qué consumías en ese momento?
—Cocaína y alcohol. No era un consumo severo, pero era diario. Y ahí me di cuenta.
—¿Cuánto tiempo duró eso?
—Desde los 30 hasta los 36. A los 36 paré. Pude parar.
—¿Cómo pudiste?
—Y yo durante mucho tiempo pedí ayuda igual. Hacía tratamientos. Yo estaba con mi psiquiatra que logró que venga acá. Pasa que yo era muy difícil. Yo no lo veía. No me daba cuenta. Ni hasta el mes y medio que estuve internado acá, me di cuenta dos meses antes de que me dieran el alta, caí un poco.
—A los 36 entendés que hay un problema.
—A los 36 sí, paré y me di cuenta de que era un problema y empecé a ver cómo quedaba la gente que consumía. Ahí empecé a ver. Porque yo tenía que trabajar con gente que tomaba alcohol y veía cómo quedaban. Era tremendo cómo quedaba una persona cuando tomaba: parecía como una especie de alien. No, alien no, cómo se llama...
—Zombi.
—Zombi.

—¿Te llevaste sustos?
—Sustos sí. Me caí de un primer piso. Pero no fue un susto de muerte. Fue por tomar alcohol. En ese momento no consumía. Fue en pandemia. Yo venía consumiendo alcohol; pensaba que lo mismo, que lo iba a poder manejar. Y estaba en una ventana en casa, no sé qué quise hacer. No recuerdo bien cómo fue el movimiento. Me resbalé, quedé así, me caí y me quebré la muñeca. Imaginate. Yo no me di cuenta hasta el otro día que me había quebrado la muñeca. Terminé en el Sanatorio Bazterrica. Te juro que pensé que no iba a poder volver a tocar. Y tuve una suerte. Me recuperé acá.
—Te podías matar también, ¿no?
—Me podía matar, sí. Me podía matar. Si el golpe de la muñeca me lo daba en la cabeza… Fijate cómo lo minimizo: te digo que fue un susto porque me quebré la muñeca y pensé que no iba a poder tocar y me podría haber matado. Pero fijate lo importante que era para mí la música. Y siempre en mi cabeza están participando las voces. Son esas cosas que tenemos los adictos: la cabeza, el bocho, los pensamientos.
—¿Ese susto sirvió para volver a parar o no pasó nada?
—No, no pasó nada. Era peor todavía. Sobre todo porque pensaba que no podía volver a tocar, entendés. Entonces era peor el consumo. Desesperado. Ya la enfermedad estaba de alguna manera. Es muy loco cómo empieza la negación. Pero yo no lo veía. Y yo suponiendo de que no se daban cuenta viste. Y eso es muy triste…
—Y sí se daban cuenta.
—Claro, se daban cuenta. El único que no lo podía ver era yo. Y eso es un problema. Nadie tiene la culpa de que yo tenga una enfermedad. Era mi enfermedad la que hacía esas cosas, ¿no? Pero hay que hacerse responsable de lo que hacés con las deudas, con la ausencia, también con los papelones. Eso no lo veía tampoco. No pude verlo. Y estaba en mi mejor momento igual eh.
—Vos podías subir a un escenario y tocar.
—Yo podía tocar sí, lo pude hacer durante mucho tiempo pero iba haciendo como malabares para poder estabilizarme de alguna manera. Ya estaba la enfermedad a flor de piel.
—¿Cuál fue el momento más oscuro?
—Hubo un momento donde quedé casi en la calle. Y fue oscuro porque atraía todo lo negativo. Yo me daba cuenta. Atraía todo. Y todavía no habíamos vuelto con Los Piojos.
—¿La plata se iba toda en consumo?
—La plata se iba toda en consumo. Y yo estaba sufriendo. Sufría y sentía vergüenza. No sabía cómo arrancar.
—¿Vergüenza por qué?
—Y, yo tenía vergüenza porque, todo lo contrario de lo que me pasa ahora, no lo entendía como una enfermedad. Entendía como si fuese algo que no había hecho bien y que me había metido en un problema, pero que tenía que tener la voluntad para salir de ahí solo. Y no, la voluntad queda devastada. Por eso cuando se tiende a decirle a una persona que está en consumo, que es adicto o algo, “eh dale, levantate” o “andá a laburar”. Todo ese tipo de cosas. A esa persona no le podés decir eso.

—¿Cómo decidiste dar el paso para venir acá?
—Te puedo decir que Andrés Ciro y Pocho Rocca, que son el manager y el cantante de Los Piojos... Todos lo conocen, ¿no? Yo estaba haciendo la gira porque volví a tocar con ellos y estaba muy mal. El último show fue el Quilmes Rock y después del show hice algo que no me acuerdo. No sé si fue que mezclé alcohol… por algo pasan las cosas. No me acuerdo nada, pero hice un escándalo.
—Para entender: ¿se generó un conflicto?
—Sí, no me acuerdo qué pasó pero puteaba, lloraba, estaba bajo los efectos de la ingobernabilidad de mi persona. No me acuerdo qué sucedió. Pero sucedió eso. Después igualmente tuve una charla con ellos: me dijeron que me interne. Andrés me lo dijo seriamente. “Estás enfermo, chabón. Estás a tiempo”. Esas palabras “estás a tiempo”, no sé por qué me resonó tanto.
—Pensaba qué importante alguien que te cuide.
—Él me cuidó.
—Yo no sé cómo es el vínculo entre ustedes, pero él te cuidó.
—Él me conoce un montón. Me conoce desde 2002, 2003. Estamos en 2025, ya hace 22 años.
—¿Y con esa charla decidís internarte?
—Con esa charla con Ciro. Son también principios éticos, honestidad, buena voluntad, receptividad. Y lo que te diría es: ser honesto. Con honestidad te ayudás a vos y ayudás a los demás. Yo te puedo contar esto… Yo vine con la palabra bronca. Imaginate cómo estaba mi cabeza todavía gobernada por la enfermedad. Sufría porque no podía ver a mi novia y sufría porque estaba a la espera de ir a tocar con Los Piojos.
—¿La aceptaste fácil venir o costó un poquito?
—No, yo me conecté con Gastón Pauls. Lo llamé. No había hablado con él nunca. No me acuerdo si habíamos hablado, si nos habíamos visto en algún momento pero creo que no. Él lo conoce a Andrés. Yo se lo comento. Entendió perfectamente. No le tenía que explicar nada, me empezó a contar y fue tan clave cómo me hizo una cosa calcada de cómo estaba yo. “Lo voy a llamar a Luis (Marchioni) y le voy a pasar tu teléfono”. Lo llamó a Luis y me dijo “bueno, venite mañana y traete el bolso” (risas). Y me acuerdo de que traje el bolso, vine con mi novia para acá. El lugar era hermoso. Es hermoso. ¿Sabés lo que hice? Dejé el bolso y me fui. Lo dejé acá el bolso. Lo conocí a Ezequiel…
—Ezequiel Batista, el director.
—Sí, el director terapéutico. Al otro día lo llamo, hablo con Ezequiel y le digo “che, voy mañana”. Tenía un cagazo, viste. Uno se acostumbra a lo que son las películas, estás todo... A mí me cambió la vida. Desde que nací hasta hoy mi vida giró así, un giro de 180 grados para bien. Fue un giro en mi vida como nunca antes la internación. Fue una inyección de una cosa de conciencia, de despertarme. Para mí es todo nuevo. Como si estuviese egresado del secundario. Me hace acordar a eso. Tengo esa misma, me quedé ahí.
—¿Entendés que lo necesitas hoy?
—Sí. Sí o sí. No podés alejarte de la red. Pero lo que la gente no sabe, una vez que vos estás en recuperación y empezás a entender los principios espirituales y la convicción que tenés con la ética que tienen estos principios espirituales para vivir, para la forma de vivir, se te transforma la vida en algo que es maravilloso. Yo no conocía la vida de esta manera. De sentarme a disfrutar de poder charlar con vos. De analizarme. El mate, entendés. El mate rico. Yo disfruto. Esas cosas no las tenía.
—Aparecieron disfrutes.
—Aparecieron todos. De la comida. De estar abrazado.
—¿Y cómo fue tocar en River estando limpio?
—Una fortuna. Por eso te digo, fue un descubrimiento. No puedo creer que ahí me di cuenta dónde tocaba. Empecé a mirar todo el escenario. Aparte River, un marco. Yo toqué en todos los estadios, toqué en River, toqué con los Rolling Stones, Eric Clapton, Rod Stewart, toqué con los Ratones Paranoicos, con Intoxicados, con Rata Blanca, con Guasones. Toqué diez veces en el estadio de River. Dos veces en el estadio de Boca. Diez veces en La Plata. Treinta y pico de veces o más en el Luna Park. Toqué en todos lados. Pero la primera vez que me di cuenta de que estaba tocando, también tuve una cierta bronca, puta madre, no pude terminar la gira. No podía estar estando internado.

—¿Ese día fuiste con acompañante?
—Fui con Ezequiel Batista y con Nahuel Vela. Nahuel Vela fue con quien yo firmé acá y me acompañó todo el tiempo. Nahuel estuvo todo el tiempo. Ezequiel también. Pero éramos todos, si tengo que agradecer no me alcanza. El trabajo que hacen también acá los operadores, son como tus papás... Me retan. Vos decís te retan. Vos no lo entendés todavía, te están enseñando a vivir. Te están hablando, te están enseñando que tenés que acostarte temprano. Yo me levanto a las siete y media a la mañana y me duermo a las diez de la noche. Y todo el día lo ocupo. Bueno, acá en la estructura haces deportes, me entendés, todas las mañanas. Una estructura donde vos podés vivir bien. Realmente te empezás a sentir a gusto con esa estructura, con esa forma de vida. No es que es un garrón. No sé cómo explicarte.
—También sabés que si necesitas reconectar con algo de eso podés pedir ayuda.
—Puedo venir acá de por vida. A mí me salvó la vida. Me cambió la vida. Renací. Es un renacimiento, no sé cómo explicarte. Posta que siento como si hubiese vuelto a los 18, 19. Me siento contento por descubrir... como si estuviese viendo cómo voy a armar mi trabajo. Viste cuando un chico se egresa del secundario y va a estudiar, está entusiasmado con trabajar, irse a vivir solo...
—¿Qué le decís hoy a ese nene que llegó al país a los cuatro años?
—¿Qué le digo? Que cumplió 18 años ahora (risas). Que pudo sanar todas sus heridas. Que ahora disfrute de la vida. Que ya esos miedos no están más. Porque tuve que hacer un trabajo sobre los miedos muy grande. Se llama reparentización, lo hice con mi psicóloga. Fue un antes y un después. Yo le hablaba, le contaba la historia de lo que le pasó a Miguelito, estaba en México y tenía miedo de quedarse solo con el papá porque extrañaba a la mamá porque pensaba que se la iban a llevar los militares. Entonces le hablaba y le decía Miguelito. Vamos a ir a buscar a tu mamá. No se va a ir más a trabajar. Estoy acá con vos y vamos a jugar y vamos a pasarla bien. Entonces yo iba respondiendo todo eso. Y eso Miguelito tenía miedo porque estaba con el marido de la madre que estaba medio… Y yo le respondía “Miguelito, quedate tranquilo que nunca más vas a estar con esta persona. Ahora nos vamos a ir con mi papá, yo te voy a llevar y te voy a proteger y quedate tranquilo que nunca más tu mamá va a estar con esa persona”. Y eso yo lo iba escribiendo. Eso es una especie de sanación. Y yo ponerme en adulto también. Ya está, salí de ahí. Eso te hace concientizar que ya no está pasando.
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