—Repasemos los datos que sabés. Naciste en Merlo.
—Sí.
—¿Cuándo?
—El 9 de octubre de 1985, más o menos...
—¿Que naciste en Merlo estamos seguros?
—Sí, sí.
—Y creciste en Flores. En Quirno al 600.
—Sí, sí.
—Hija de una mujer que trabajaba en Barrio Norte.
—Sí. De nombre hasta donde sé Teresa. Morena, morocha. Que tenía otra hija. Y que era muy joven.
—Que esa hija tiene más de 39.
—Tiene más de 39, sí.
Esa hija debería tener más de 39 años porque ella, Verónica Ruiz, es quien hoy tiene 39 años. No hay muchas más precisiones en su historia de vida. Ni siquiera puede estar segura de su fecha de nacimiento. Sobran las páginas en blanco, sobras las mentiras, las falsedades, las omisiones, sobra la incertidumbre, las preguntas sin responder. Nació, creció, fue al colegio, mientras estudiaba en el secundario trabajaba en una empresa familiar. Vivía en la misma casa con su mamá, su papá y la pareja de su él. Vivió una infancia rara. Se sentía ajena, un vacío existencial. Percibía una disociación con sus padres, una distancia impersonal. No pertenecía a ese lugar.
A los 24 años preguntó por primera vez. La respuesta, esquiva, dejó un sinsabor. A la contestación le siguió un silencio. Después, resurgió la culpa, la sobreprotección, la postergación de la propia vida. Sabía que el tema incomodaba y prefirió no generar conflicto. Pero la duda volvió, intempestiva, en su embarazo. Tener una hija despertó del letargo su búsqueda por la identidad. No poder hablar con su mamá de la lactancia, del parto, fue una alerta impostergable. En el último agosto confirmó sus sospechas: se enteró de que sus papás la habían adoptado. Y ahora lo grita: “Quiero encontrar a mi mamá biológica”.
—A vos no te contaron que eras adoptada.
—No. Nunca lo supe por nadie. Hace dos meses, me enteré de que todos en mi familia lo sabían. Yo siempre lo presentí desde que soy chica, desde mis 20 años que tengo el recuerdo. Hay una prima que me dice que antes le había preguntado, yo eso no me acuerdo. Revisaba las fotos de mi infancia, buscaba fotos de mi mamá embarazada y no había. Buscaba en los papeles. Leía mi partida de nacimiento. Me parecía raro. Y los datos que decían que yo había nacido en Merlo, en Provincia de Buenos Aires, y nosotros vivíamos en Flores, en Capital Federal. Yo tenía esa sensación. No me animaba a preguntar. Sentía que era un tema sensible, tabú. Hoy lo puedo poner en estas palabras, en ese momento no sabía bien por qué no se los podía preguntar. Igual a mis 24 estaba haciendo terapia y una terapeuta me incentiva, me dice “tenés que preguntar”. Yo le cuento todo lo de mis sospechas. Ella me dijo “yo no tengo dudas de lo que me estás diciendo, que sos adoptada, tenés que preguntar”.
—¿Qué era lo que te hacía pensar que eras adoptada? ¿En qué no encajabas? ¿Qué no terminaba de cerrar?
—No sentía una totalidad de intimidad hacia mi familia. Conexión. Similitudes en formas de ser, de pensar, de mover. No sé, de la vida general.
—¿Fuiste cuidada, fuiste amada? ¿Cómo fue esa infancia?
—Tengo los recuerdos más de mi mamá de crianza que sí me cuidó. Ella trabajaba mucho en un momento. Siento que tuve una crianza medio compleja. Mis papás se separaron cuando ellos me adoptaron, yo tenía dos años o un poquito menos y era una relación muy de grandes, con mucha dominación de mi papá en las decisiones, en la economía. Mi mamá perdió toda la independencia, entonces dependía de mi papá.
—¿Había situaciones de violencia?
—Sí, más que nada psicológicas, verbales, económicas. Yo tenía mucho miedo de decirle las cosas a mi papá. Y mi mamá también. Yo veía como una gran debilidad poder manifestar sus palabras, sus deseos. Había algo donde yo sentía que tenía como si tuviese que pagar un derecho de piso. Sentía que el amor no era incondicional sino que era condicional. Y que yo para tener el amor de mi familia, tenía que trabajar. Me refiero por ahí más con mi papá. Trabajo desde que soy muy chica. A los 12, 13 años ya empecé a trabajar. Y había algo que yo sentía que… no sé cómo explicarlo: todo me lo tenía que ganar.

—Vos trabajabas, ¿había problemas económicos en tu casa?
—Tengo un recuerdo más extremo donde yo me enteraba de que mi mamá pedía fiado al almacén. Pero eran cosas de las que yo no era tan consciente. Tenía como una cierta inocencia, me acuerdo de que una vez mi mamá trajo una caja de reglas para vender y yo le dije “mami, yo las vendo en el colegio”. Yo tenía siempre ese espíritu de ir hacia adelante y no era tan consciente, entonces no vivía las cosas como las estoy contando hoy ¿me entendés?
—Vos recién hablaste de tu adopción. ¿Existió una adopción?
—No. Mi partida de nacimiento dice que yo soy hija de quien no soy, biológicamente hablando. Entonces la partida de nacimiento yo la miraba y decía estos datos, veía los papeles. La busqué en la partida de nacimiento de Provincia de Buenos Aires y no la encontré. Busqué con mis datos, con mi nombre y apellido, y decían que la partida no existía. Buscaba por los costados confirmar esto que yo ya sabía pero no podía preguntárselos directamente a ellos.
—¿La primera charla seria con ellos es a tus 24 años?
—Con mi mamá. Le pregunto si soy hija de mi papá, no me acuerdo cómo se lo pregunto, y ella me dice “ay Vero, ¿cómo no vas a ser hija de tu papá?”. Y no quiso hablar más. Para mí era un tema que le incomodaba mucho y a mí me daba también mucha incomodidad. Me daba miedo, no sé. Me incomodaba mucho preguntar, sí. Y ahí no me animé más a preguntar.
—¿Qué te daba miedo, lastimarla?
—Sí, sí. Sabía que ellos no querían contarlo, entonces preservaba lo que ellos querían y hoy es como que le estoy dando prioridad a lo que yo quiero.
—Aclaremos que todos tenemos derecho a conocer nuestra identidad. Cuando un niño se adopta, se adopta… ¿Cuántos años tenés?
—39.
—Hace 39 años sabíamos otras cosas. Las leyes eran distintas. La ley de adopción cambió. Pero de todas formas, cuando un niño se adopta, se adopta, no se inscribe como propio. Ahí hay un robo de identidad.
—Sí.
—¿Lo entendés?
—Sí y no, creo. Yo busco a mi familia biológica o a mi mamá para también escuchar su versión… Por ahí me entregó con tanta seguridad y no termino de entender esto de la identidad. Siento que también hay una persona que primero quiso darme… No sé qué circunstancias tenía ella. Me imagino, intuyo, que había mucha vulnerabilidad en su situación, incapacidad para afrontar la crianza.

—Vamos a tratar de armar un poco de este recorrido: a los 24 años te encontrás con esa respuesta y dejás de preguntar.
—Sí, dejo de preguntar.
—¿Y el tema seguía en vos o lo pudiste guardar?
—No, lo guardé un poco. Me fui a vivir afuera. Traté de construir mi vida con sentido para mí, alejándome un poco de la familia donde yo no me sentía tan afín o tan parecida.
—¿Te peleaste en algún momento con ellos?
—No, no. Con mi papá siempre tuve cierta distancia, más en la adolescencia, en la juventud, pero yo a los 20 años ya vivía sola. Me independicé. Me pagaba mis cosas. Hacía, decía y decidía. Si bien me peleaba con mis papás, más en la adolescencia, pero después ya era una mujer adulta muy joven. Entonces ahí ya mi papá y mi mamá no interferían tanto en mi vida o en mis decisiones porque ya era como muy independiente a esa edad.
—¿Cómo siguió?
—No pregunté más. Lo guardé y volvió a aparecer con la maternidad, se hizo muy evidente las ganas y la potencia también para tener ahora la energía, la disposición para encarar este tema.
—Empezaron a aparecer durante tu embarazo también algunos indicios que de nuevo te llamaban la atención.
—Sí porque con mi mamá no hablábamos nada del embarazo. Nada. Era rarísimo. Yo nunca le pregunté nada. No le pregunté sobre su parto, cómo había nacido. Mis parteros en una consulta me dicen “¿cómo naciste?”. Y le dije “no sé” y me puse a llorar. No sabía por qué había nacido en Merlo. No sabía cómo había sido mi parto. Nunca le había preguntado a mi mamá por qué había nacido en Merlo ni cómo había sido la panza. No hablaba de ese tema. Entonces cuando le estoy dando la lactancia, no le preguntaba nada a ella, si te dolió, si no te dolió. Era muy incómodo y había como un silencio y un tabú cuando nos juntábamos...
—Vos no la querías lastimar.
—Yo no la quería lastimar, sí. No los quería incomodar. Es raro decir eso. Era como “bueno, yo sé que no soy hija de ustedes y también me voy a hacer la que no sé”.
—¿Viviste con tu papá en tu adolescencia?
—Yo llegué a vivir con mi papá, mi mamá, su mujer, vivíamos todos juntos. Complejo. Ahí sí ajustarnos económicamente. Y era mi mamá en un cuarto, mi papá y su mujer en el living y yo en otro cuarto.
—Rarísimo.
—Rarísimo. Y eso sí fue bastante, para mí, de hecho empiezo terapia porque tenía sueños como muy raros, agresivos con mi familia. Busqué en la guía psicóloga y fui: dije “necesito terapia”. Y la terapeuta me dijo “mirá, tenés que irte de esa casa”. No sé si normalizarla o no, pero me ocupaba también de limpiar, de cocinarles, de estar ahí para ellos. No tenía como una adolescencia o juventud libre. Era como estar ahí al servicio un poco de la casa, de lo que se necesitaba.

—Nace Satia…
—Satia en sánscrito significa “verdadero, la verdad”. Así que creo que ella tiene una gran influencia en darme esa fuerza para encarar este tema.
—¿Y qué pasó?
—Le pregunto a una prima, le digo que tengo esta duda. Lo hablo por primera vez con algún familiar. Mi prima es de Merlo y le digo “tu mamá debe saber”. Ella viene otro día y me dice “sí, naciste en casa. El parto lo asistió mi mamá”. Yo había parido hacía diez días, no entendía nada de la vida, estaba con Satia en brazos. Ella me dijo eso, me quedé congelada y no me animé a preguntarle tampoco.
—¿Cómo sigue?
—Me quedo con eso. Busqué la partida de nacimiento en la provincia de Buenos Aires, no la encontré. Decidí hacerme un ADN que tampoco le blanqueo a mi mamá. Voy a su casa, le depilé las cejas y guardé los pelitos en una gasa. Donde yo había averiguado para hacer el ADN me dijeron “ponelos en una gasa, cuantos más pelitos tengas mejor”. Me hice un hisopado y les entregué el material genético. Y a los diez días me llegó el resultado por mail: decía la persona -mi mamá se llama Teresa- se excluye como madre biológica. Fuerte.
—¿Por mail te llegó?
—Me llamaron, me lo mandaron por mail y por WhatsApp, pero me llamó una señora: sentí como cuando te quieren dar una noticia y acompañarte. Sentí como un amor de ella que me enterneció, por eso me emociona. Me dijo “mirá, te mandé el resultado, avisame cualquier cosa”. Sentí empatía de parte de ella.
—¿Y qué hiciste después de ese llamado?
—Lo cité a mi papá para hacer una cena y preguntarle a él primero.
—¿Por qué primero a él?
—Porque pensé que él se iba a acordar mejor la historia y que me iba a decir la verdad.
—¿Cuántos años tienen ellos?
—Mi mamá nació en el ’51 y mi papá en el ’53. 70 y largos ambos.
—¿Y cómo te fue con tu papá? Lo que vos quieras contar.
—No se lo esperaba. Le conté que me había hecho un ADN, que me había enterado de que mamá no era mi mamá y que quería saber la verdad. Creo que con este cuidado extra de proteger a mi mamá fue que cité primero a mi papá y le pregunté a él. Y él me dijo “sí, merecés saber la verdad”, y me contó una historia que no era: que esta mujer era de Merlo, que la habían convencido de tenerme porque ella no quería tener a la bebé, que me había dejado y se había ido. Me dijo eso. Creí un poco esa historia, le pregunté si era rubia, morocha, si nos parecíamos. Me dijo que era rubia, que tenía pecas.
—¿Le preguntaste por qué nunca te lo contó?
—Sí. Y me dijo que tenían miedo de que me desvíe en la vida. Que me haga mal, que me empiece, no sé, a drogar o algo que me afecte psicológicamente.

—¿Cuándo fuiste a hablar con ella?
—Después yo ahí hago un impasse porque mi papá me dice “mirá, tu mamá no está tan bien de salud, esperemos para hablar con ella”. Yo también tenía este miedo de contarles y que, no sé, a mi papá le dé algo, un ataque al corazón. También siempre tenía ese cuidado o que a mi mamá le afecte. Fui a hablar con mi papá porque lo considere más fuerte para hablar primero de este tema. Después me llevo una sorpresa, como una decepción. De escuchar su historia y saber que me mintió o que no se acordaba nada. Entonces a los días hablo con mi prima y mi prima me dice que la historia no es esa, porque está metiendo a su mamá, la que asistió mi parto. ¿Por qué la está metiendo a su mamá? Su mamá no tiene nada que ver. Mi prima me decía algo de su mamá.
—Pero tu papá te había dicho algo.
—Que ella la conocía a la señora, me dijo. Que la conocía, que ella la había llevado a su casa porque esta mujer no quería parir y que mi tía la había como asistido para que ella no tuviera al bebé y que la había convencido. Pero no me cuenta la historia que es, digamos… Más la involucra a mi tía. Cuando le cuento esto a mi prima, me dice “no, mi mamá no tiene nada que ver, acá trajeron a una mujer a parir de un momento para otro. Mi mamá ni siquiera sabía que esa mujer estaba en trabajo de parto. Mi mamá asistió al parto porque no le quedó otra opción y ese mismo día se fueron”.
—¿Vos pudiste hablar con tu mamá?
—Ahí siento que tenía que hablar con mi mamá. Cuando él me dice “esperemos para hablar con tu mamá, dejame que yo hable antes”. Y yo le dije “sí dale, tranqui, habla vos primero”. Y de repente, cuando mi prima me dice esto, yo digo “tengo que volver a tomar yo el control de esta situación”. Ahí me doy cuenta de que por ahí mi papá quería hablar con mi mamá para decirle lo que me tenían que decir. Siento un poco de la manipulación de la situación. Entonces ahí hablo con mi mamá, voy al otro día. Vive en Floresta ahora. Ella me dice que no había hablado con mi papá, pero yo creo que sí porque ella después se confundió y me dijo “sí, tu papá me dijo que está muy mal por esto”. O sea, sí habían hablado. Y mi mamá ahí me cuenta otra historia diferente a la que me había contado mi papá.
—¿Se angustió tu mamá?
—No. Como si nada... Ella me dijo “sí, sos adoptada”. Y yo le dije “¿por qué nunca me lo dijiste, mami?“. Y me dijo “teníamos miedo de que te haga mal, tu papá tampoco quería”. Pero me contó todo muy casual, como si me estuviera contando la novela de la tarde.
—¿Te pudiste enojar?
—No, estoy más distanciada de ellos, pero no me pude enojar. Necesito un poco de terapia todavía como para reconocer lo que hicieron. Para ponerle el nombre, el lugar. Ahora todavía estoy en el tsunami del momento, queriendo resolver y siento que estoy con toda la energía puesta en buscar a mi mamá, en escuchar la historia de su boca. No me da como la energía para ver cómo gestiono lo de ellos.
—Yo sé que a vos te duele pero aplica la figura de apropiación.
—Sí. La palabra la aprendí hace poco.
—El pedacito de historia que tenés, ¿cómo lo armás?
—Primero me lo cuenta mi prima con algunos datos que no eran ciertos. Ella me dijo “tu mamá biológica trabajaba con tu madrina”. Y no era con mi madrina, era con otra tía.
—¿Cuáles son los datos que tenés hoy?
—Los datos que tengo son que mi mamá biológica se llama Teresa, igual que mi mamá de crianza. Le dije a mi mamá, “¿vos estás segura de que se llama así?”. Porque me parecía insólito y me dijo “te lo juro por Sati que se llama Teresa”. Y le digo “¿no te acordás un apellido?”. Simple, fácil. Me dijo “no me acuerdo”. Me contó que Teresa trabajaba en una casa en Barrio Norte. Entiendo que cama adentro porque tenía ya una hija chiquita de unos 3, 4, 5 años aproximadamente. Y que en el trabajo no le permitían tener otra hija. Es lo que me dice mi mamá. Le dicen “ya tenés una hija, con dos no podés quedarte”. Y mi tía Rosa trabajaba en esa casa también: le ofrece ahí a mi mamá y a mi papá que se quedaran conmigo porque ellos no podían tener hijos.
—Tu tía Rosa, ¿qué hacía en esa casa?
—Cocinaba y limpiaba.
—¿Tu tía Rosa vive?
—No.
—No tenés más datos que era una casa en Barrio Norte.
—Sí, exacto. No sé más nada.
—Tu tía cocinaba, limpiaba y Teresa trabajaba ahí en limpieza cama adentro.
—Sí, también limpieza o niñera. Mi tía Rosa le propone a mi mamá y a mi papá y ellos, bueno, aceptan. Y lo siguiente que sé es que Teresa, mi mamá biológica, la llama a mi mamá diciéndole que se sentía mal y mi mamá la pasa a buscar en un taxi y la lleva a Merlo a parir.
—¿En qué fecha?
—9 de octubre del ’85.
—Por eso, para quienes estén viendo puede ser el 9 de octubre o días cercanos. Una mujer que trabajaba en Barrio Norte que parió en esa fecha en Merlo y que ya tenía una hija.
—Que ya tenía una hija, sí.
—Tenés una hermana mayor.
—Sí. Aparentemente sí. Y me dicen que mi mamá tenía alrededor de 18, 19 ó 20 años.
—Estaría más o menos cercana a los 60.
—Sí, sí. Eso es lo otro que puedo contar. Me dicen que era una chica joven muy, muy humilde. No tenía muchos recursos. Al final no era rubia. Me dicen que era morocha. Mi papá me había dicho “es rubia, de pecas”, y mi mamá me dice que no, que tenía el pelo negro. Y después aparece una figura que es la hija de Rosa, que es mi prima.
—Aparece otra prima tuya.
—Aparece otra prima mía: no tenía su contacto, no tenía su teléfono, nada. Una amiga la localiza por Facebook y le escribe por Facebook, por Instagram, hasta que logra hablar con ella. Ella actualmente vive en Tucumán. Y le digo -Susana se llama- “necesito hablar con vos”. Me enteré de esto, esto y esto. Y ella me dice “sí, yo acompañaba a mi mamá a esa casa de Barrio Norte y me acuerdo de tu mamá embarazada, me acuerdo de la cara”. Me dijo “sos muy parecida”. Pero no sé dónde queda la casa, yo era muy chica cuando me llevaban y no sé más nada. Sé que había una foto carnet que le habían dado no sé si a mi tía Rosa o a mi mamá. Mi mamá me confirma que sí, que ella tuvo mucho tiempo una foto de mi mamá pero que la había tirado.
—¿Te pudo confirmar si se llama Teresa?
—Nadie se acuerda. Nadie. La única que me dijo el nombre es mi mamá. Nadie de las personas que hablé. Mi tía no la conocía, la que asistió el parto no sabía ni el nombre ni el apellido. Mi papá me dice que no se acuerda. Y hablé también con otra prima, que vivía en nuestra casa en Flores en ese momento, y que tampoco se acordaba el nombre pero ella sí se acuerda de verla a mi mamá en su casa, ahí en Flores.
—¿Se acordaba de ver a tu mamá biológica?
—Sí, porque después de parir estuvieron en esa casa de Flores unos días todos juntos. Quien me había parido, mis papás de crianza y esta prima que vivía ahí circunstancialmente. Cayeron conmigo de bebé y mi mamá estuvo ahí unos días, me dicen. No sé exactamente cuántos pero sí me dijeron que unos días y se fue.
—¿Tu mamá biológica volvió a buscarte?
—Sí. Mi prima que vivía en mi casa dice que ella volvió cuando yo tenía más o menos dos años. Y que, bueno, le dijeron que se metiera conmigo adentro. Que se escondiera.
—¿Tu mamá te confirma que te fue a buscar?
—Me dice que no se acuerda de eso.
—¿Y vos le creés?
—No. Es muy confuso todo porque yo digo no te podés olvidar si quisieron ir a sacarte a tu hija. Me dirías “no pasó”, pero no, “no me acuerdo”. La historia para mí tiene esos altos y bajos emocionales que yo voy teniendo. Como cuando yo digo “ella me dio, no podía tenerme”. Pero después me dicen que volvió a buscarme y se me mueve todo. Después mi mamá me dice que eso no sé si es cierto. Todavía voy tirando de la historia un poco por lo que me dicen, porque de verdad no sé cómo es la historia. La verdad. ¿Cómo fue? Te puedo dar diez hipótesis pero no sé cómo fue. Entonces hay un punto en el que yo digo “me fue a buscar o no me fue a buscar, yo la voy a buscar igual”. Como no sé cuál es la verdad, voy a ir a buscarla yo y que me cuente ella.
—Es que vos más allá de estar buscando a tu mamá, estás buscando tu historia.
—Sí.
—¿Les dijiste a tus padres de crianza que los ibas a buscar?
—Sí. Cuando hablo con mi mamá le digo “mami, los datos que te acuerdes por favor dámelos”. Me dijo “¿qué, la querés buscar?”. Le dije “sí mami”. La quiero buscar. Quiero entender, quiero conocerla, tengo una hermana. Ella me dice “ah, bueno” pero no me da más datos. No tengo más personas con las que hablar tampoco.
—Vos sabés que cuando contamos y conocemos estas historias en general hay algo de lo instalado o del propio prejuicio si querés que pensamos en mujeres vulnerables y en familias con dinero que compraron a esos bebés.
—Sí.
—Si fuera el caso de una familia amiga del lugar donde trabajaba Teresa probablemente estaríamos pensando en una situación así. La familia que te cría a vos es una familia que por lo que vos me contaste no es que estaba holgada económicamente.
—No.
—¿No podían tener hijos?
—No.
—Y querían.
—Sí, sí. Eso también era una duda porque mi mamá tiene hoy 70 y pico, me tuvo a los 36 y para ese momento la gente no tenía más hijos. En general te casabas y ya tenías hijos, no esperabas tanto. Eso también era otra duda que a mí me aparecía: ¿por qué esperaron tanto si se habían casado a los 20 ó a los 25? Siempre desconocí un poco la historia. No me animé a preguntar por mi nacimiento, no me animé a preguntarle ¿hace cuánto están ustedes? ¿Cuándo se conocieron? ¿Cuándo se casaron? Porque todo me llevaba a tener que hablar de eso.
—¿Les pudiste preguntar si tuvieron dudas en lo que hicieron? ¿Si ella te lo quiso contar y él no la dejó?
—No. No me dan nada de información. Yoda la información que te estoy contando es sacada a los tirones. Después yo también le dije a mi mamá “mami, ¿vos cómo fuiste hasta Merlo? Y me dice “en un taxi”. “¿Y la pasaste a buscar en el taxi?”. “Sí”. Así, muy cortitas las respuestas. Nadie me contó una historia como un relato.
—¿Qué querés que pase?
—Y yo quiero encontrar a mi mamá. Quiero hablar con ella. Conocer la historia de su boca. Eso creo que es lo más quiero, terminar como de llegar. Si bien la situación es súper movilizante, me llena de fuerza y de coraje todo lo que está pasando… Decir mi verdad como puedo, como me sale. Lo que puedo hacer es esto y sí, tengo una fuerza que me está llevando a querer encontrarla. “Pero mirá que por ahí lo que encontrás, no te gusta”, y yo no puedo llegar a pensar en eso, necesito encontrarla, verla, conocerla, y después no sé lo que vaya a pasar. Si entablaré vínculo con ella o no. ¿Estará viva? ¿Mi hermana quién será? Sé la certeza y te puedo decir lo que quiero que pase: ojalá ella o alguien cercano vea el video y le digan que la estoy buscando y que quiero hablar con ella.
—Deseo de corazón que suceda.
—Gracias.
Si querés contar tu historia escribinos a:voces@infobae.com