“Si no me das plata, le corto el dedo a uno”: un joven que no soportó más, una madre desesperada y la pérdida que parió una ayuda

Santiago tenía 32 años cuando decidió no seguir viviendo. Su vida había quedado atravesada por el consumo de cocaína. No pudo salir y su familia no supo cómo ayudarlo. “Era vivir con desesperación, con el miedo a que se muera”, cuenta su mamá Mercedes Frassia, quien logró resignificar el fallecimiento de su hijo: creó una fundación destinada a potenciar talentos en personas de bajos recursos socio-económicos

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“Si no me das plata, le corto el dedo a uno”: un joven que no soportó más, una madre desesperada y la pérdida que parió una ayuda

Mercedes Frassia lleva las riendas de la Fundación CasaSan en el barrio porteño de La Boca. “Es mi legado, mi renacer después de la muerte de mi hijo”, expresa en diálogo con Infobae. Santiago tenía 32 años cuando murió, y había atravesado una larga lucha contra la adicción a las drogas. Después de la tragedia surgió el deseo de ayudar a otros, y lo que empezó con una sede improvisada, se multiplicó en varias que hoy dan oportunidades para salir adelante.

Madre de dos hijos, Mercedes cuenta que es abuela de tres nietos, fruto de la familia que formó Sebastián, el hermano de Santiago. “Santi murió hace ocho años, y a partir de ahí, nuestra vida dio un vuelco inmenso; yo me empiezo a preguntar qué hacer, cómo resignificar la vida sin este hijo”, rememora.

La batalla había empezado mucho antes, casi una década de idas y vueltas, y situaciones que se agravaron cada vez más. “A sus 24 años ya estaba muy mal, desaparecía y aparecía cada dos o tres meses”, relata.

Hubo momentos de aparente rutina, pero también muchos reinicios. “En un momento trabajaba conmigo, volvió a estudiar, me ayudó un montón, hasta que le agarró un brote terrible de los que hace mucho no tenía”, revela.

Todas esas vivencias están a flor de piel. Participó de grupos de padres que atravesaron situaciones similares, y como a ella le gusta decir, “la búsqueda de contención se transformó en expansión”.

Así creó la fundación sin fines de lucro que lleva como nombre el apodo de su hijo: CasaSan le brinda acceso a capacidades, conocimientos y oportunidades a miles de jóvenes, y los ayudan a afrontar los problemas vinculados a cualquier tipo de adicción y carencias.

—¿Me contás quién es Santiago?

—Santiago es mi hijo, y murió por las drogas. Se suicidó a los 32 años. Los últimos meses él decía algunas cosas raras, como que quería “abrir la casa”, que estaba harto de estar tan encerrado, tan para adentro y tan metido solo en la droga. Entonces cuando murió yo empecé a continuar con sus deseos. Él quería arreglar la casa donde vivía y no llegó, pero yo sí. Ahí pensé: “Si él la quería abrir, abrámosla”. Así, despacito, fui siguiendo sus deseos. No soy para nada mística, pero en este caso siento que él me re ayudó desde ahí arriba.

La entrevista completa con Mercedes Frassia en Infobae

—¿Cuándo empezó el consumo de Santiago?

—Habrá empezado a los 18 años tal vez, pero yo estaba ciega. No le daba tanta importancia porque me parecía que era un consumo social, pero no era así. A los 24 fue su peor momento, cuando lo veía estaba mal, flaco y agresivo. Con la droga la gente se pierde y cambia la personalidad. Un tipo que es un sol de repente te puede agarrar un cuchillo.

—Se rompe.

—Sí, se les rompe la cabeza.

—¿Se puso agresivo con vos?

—Sí, me amenazaba. Un día entró a la oficina y me dijo que si no le daba plata le cortaba un dedo a un empleado.

—Qué dolor como mamá.

—Sí, mucho dolor e impotencia. Me rompió la entrada de mi casa también. Uno como padre ya no sabe qué hacer, porque si tenés a un hijo que tiene una enfermedad, lo llevás a un especialista, y con esto no se sabe. A un pibe que está atravesando una adicción le funciona una cosa, y a otro otra cosa. No es matemático ni exacto, es una lucha personal fuertísima.

—Por lo que contás Santiago tampoco expresaba voluntad, y con la Ley de Salud Mental sin la aprobación del enfermo es muy difícil lograr la internación.

—Exactamente. Yo creo que la Ley de Salud Mental habría que cambiarla, porque en el caso de las adicciones nos deja a los padres sin ninguna herramienta para ayudar. Básicamente la única voluntad que tienen los adictos es la de consumir. Muy pocos tienen la voluntad de tratarse.

—La voluntad está tomada por la enfermedad.

—Sí, tal cual. Fueron más de 10 años muy dolorosos.

—¿Lo llevó a delinquir la droga?

No lo sé, pero yo creería que sí. La droga hace estragos en la personalidad. Lo veo todos los días en la fundación. Estoy trabajando un montón con pibes que han estado adictos, y en algunos casos me va muy bien, los veo convertirse en nuevos líderes que inspiran a los demás a que salgan de la adicción, pero también hay casos donde me va horrible.

Mercedes Frassia transformó el dolor
Mercedes Frassia transformó el dolor por la muerte de su hijo en la Fundación CasaSan, que ayuda a jóvenes en La Boca.

—¿Sentías miedo cuando Santi estaba vivo de que suene el teléfono y te digan que algo pasó?

—Sí, es vivir con desesperación, con el miedo a que se muera. Todo el tiempo ese miedo te atraviesa la vida.

—¿Qué consumía?

Cocaína, y en solitario.

—¿Tu otro hijo cómo lo llevaba?

—Sebastián lo llevaba con dificultad, porque es una enfermedad que atraviesa a la familia en su totalidad.

—¿El papá de Santiago estaba en la escena?

—No, muy ausente.

—¿Santiago te pudo pedir ayuda en algún momento?

—Sí, cuando trabajábamos juntos. Una vez yo me fui de vacaciones y tuve que volver porque él había robado plata en la oficina.

—¿Oficina de qué tenían ustedes?

—Alquilamos departamentos. Y cuando volví le dije: “Santi se acabó, ya está, basta, tenés que empezar un tratamiento”. Y aceptó, pero lamentablemente no pudo salir adelante. Dejó de consumir, pero se metió en su problemática, en su forma de ver la vida y no lo pudo soportar. No pudo afrontar su historia.

—Cada uno puede con cosas distintas, con la misma historia las personas hacen distintas cosas. Miralo a tu hijo Sebastián.

—Sí, él está muy bien gracias a Dios y armó una muy linda familia.

—¿Cómo te enteraste de la muerte de Santiago?

—Siempre almorzábamos juntos, y como él estaba en tratamiento no tenía plata, así que comíamos juntos. Yo iba al súper, le compraba la comida, y él me dijo ese día: “Mamá, hoy no voy a almorzar, quiero limpiar la casa”. Le dije: “Bueno, hablamos después”. Eso fue a las 11 de la mañana, y a las dos de la tarde lo llamo para ver cómo estaba y no me atiende. Llamé al psiquiatra, al psicólogo de Santi, y les dije: “Acá pasó algo”. Me decían que era una exagerada. Ese día no contestó en todo el día, y al día siguiente fuimos con su psicólogo a la casa y Santi estaba muerto.

—Terrible.

—Triste y horrible. Son todas historias trágicas, no solamente la de Santi, sino la de todos los pibes que están consumiendo. Siempre es un horror.

La historia de Santiago, cuya
La historia de Santiago, cuya lucha contra las drogas inspiró la creación de la fundación, visibiliza el drama de las adicciones

—Mercedes, te pregunto con muchísimo respeto, y si hay algo que prefieras no hablar, no lo hablamos. ¿En el caso de Santi sentís que él tomó una decisión o que tuvo que ver con un episodio de sobredosis?

—No, estoy segura de que fue una decisión por no poder más con tanto dolor. Y creo que está bien que se cuente, porque esto atraviesa a tantas familias, y está tan invisibilizado, que es válido lo contemos, por más terrible que sea.

—A pesar de todo el dolor vos decidiste hacer.

—Sí, a los pocos meses de su muerte empecé a sentir que algo tenía que hacer con su casa.

—Vinieron sus amigos a ayudar, ¿no?

—Sí, vinieron sus amigos a ayudar. Siento que se alineó el universo, o no sé si será Santi desde el cielo que me ayuda, porque por ejemplo una Fundación que se estaba disolviendo decidió donarme todos los instrumentos de una orquesta, cosas muy locas.

—¿Vos siempre supiste que querías armar una Fundación que tenga que ver con la prevención, la ayuda a niños y a jóvenes en situación de vulnerabilidad?

—No, para nada. Soy una mujer de pocas decisiones y muchas intuiciones.

—O sea que arreglaste la casa sin saber en qué se iba a convertir.

—Exactamente. Los amigos me ayudaron a pintar la casa de Santi, bien colorida, y en el medio de eso conocí a un nene de 10 años, Facundo, que hacía años que estaba en la calle. Tenía quemaduras de cigarrillos en todo el cuerpo, y unas en la oreja que no se le curaban más. Le cuento que voy a abrir esa casa con actividades, con talleres para los pibes, y que se me ocurría dar clases de inglés. Y el chico se me río en la cara y me dijo: “Vos tenés que enseñar rap, breakdance, graffiti, skate, esa es la forma de conectar con los pibes”.

—Cosas que les interesen a los chicos.

—Sí, que para mí eran todas desconocidas. Le hice caso, y cuando abrí fue un éxito, porque nadie hacía este tipo de talleres. Tenemos una actividad que se llama “ser DJ por una tarde”, con todos los equipos, las luces, y armábamos una especie de boliche donde uno hacía de DJ y todos los demás bailaban.

—¿Era accesible para los chicos?

CasaSan siempre gratis, todo es gratis.

—Y además para las familias es un lugar seguro.

—Absolutamente.

—¿Cuándo entendiste que con CasaSan y con los talleres estabas ayudando a sacar pibes de la calle?

—Desde el momento en que abrí la casa de mi hijo al barrio. Algunos pibes yo los cuido personalmente, más allá de la labor de la fundación, y ellos me dicen ‘madrina’.

—¿Qué te pasa cuando ves que se corren un poco del eje y que se meten en alguna?

—Cuando salen del eje no es que hacen livianitas, me han llamado desde la cárcel. Sé que es igual que con Santi, que pude estar y hacer todo lo que pude hacer, pero solo se trata de acompañar. Si creyera o necesitara encontrar éxitos, jamás haría este trabajo.

—¿Te enojás con ellos cuando se mandan alguna?

—En general no. Tengo una mirada un poco piadosa en algún punto. Sé que hay un modelo de sociedad donde lo que importa es ganar plata, el éxito material, y eso no le pasa a la gran mayoría. A la gente le cuesta mucho la vida.

—¿Hoy tienen dos sedes funcionando?

—Sí, una está en la calle Olavarría 815, que es nuestra sede social, que funciona en un centro de jubilados del cual estoy súper orgullosa. Es un lugar de encuentro, de vida, de disfrute, de alegría compartida, y me encanta. Ahí tenemos también un ropero solidario, y damos de comer a 250 personas dos veces por semana, y el desayuno para 70 personas todos los días.

—Es un montón.

—Un montón. Y la segunda sede está en Almirante Brown. Ahí tenemos 50 computadoras en red, con libre acceso a internet para los pibes, que les exigimos que a cambio hagan un ratito de apoyo escolar, y después pueden usarlas para recreación. Hacemos trámites de Mi Argentina porque somos punto validador de Mi Argentina. Además de un montón de talleres digitales de robótica, programación, impresión 3D, creación de videojuegos, edición musical, creación de páginas web, de todo un poco. Y también tenemos una secundaria y una primaria para adultos, cursos de formación para el trabajo, es como una escuela súper completa esa sede.

—Cuántas oportunidades para tanta gente, y de tantas formas distintas.

—CasaSan se llama CasaSan Oportunidades para la Vida, ese es el nombre completo de la fundación, y nuestro mayor objetivo. Y no termina ahí, porque logré instalarme en Suárez y Necochea, donde hace muchos años atrás funcionaban las cantinas de La Boca, que fueron punto de reunión de élite en su momento, y cuando decae la zona quedan absolutamente degradadas, se empiezan a tomar los conventillos, y hoy es un lugar donde hay narcocrimen, donde la gente está armada, y yo pensaba que si nosotros queremos hacer una diferencia tenemos que estar ahí.

—¿Lograste tener una sede ahí?

—Pude comprar dos cantinas ahí, que son como grandes restaurantes, uno se llama “Tres Amigos” y el otro “Yenarino”. Arriba hay un viejo hotel que tiene 500 metros, el primer hotel de La Boca. Si te digo a cuánto lo compré no se puede creer, es como que casi me lo regalaron porque nadie entra ahí, porque o te roban o no salís. Y ya empecé a reconstruir las cantinas, ya estoy en eso.

—¿Qué querés que pase ahí?

—Ahí pasa de todo ya, pero pienso que al tener tres lugares voy a poder hacer tres cosas diferentes. El primero es el que abrí para el Día de La Boca, el 23 de agosto, donde quiero hacer un lugar de contención, que haya boxeo y una isla de edición musical porque los pibes con la música zafan, y todos hacen música. Me gustaría que sea un lugar para que vengan a practicar y a grabar sus temas, que no es tan difícil. No será una calidad excepcional, pero sé que van a venir, y va a ser totalmente gratis. También panadería, porque hay algo con amasar que ayuda mucho.

—Un oficio.

—Sí, y ya está funcionando. Hago desayunos, va un psicólogo que atiende todas las mañanas dos horas y una trabajadora social. La segunda sede sería para armar un lugar de tratamiento de adicciones que tenga psicólogos, psiquiatras, contención profesional, y lo voy a lograr, porque cuando se me mete algo en la cabeza…

CasaSan recibe a más de
CasaSan recibe a más de 1.000 personas por mes y ofrece desde talleres artísticos hasta formación digital y apoyo alimentario.

—Que nadie se meta con Mercedes ni se cruce en su camino.

—Así es. También la gente de la calle me cuida, me conocen, les doy de comer, saben quién soy. Cuando empecé con las cantinas varios me vinieron a pedir trabajo, y con la ayuda de Ana, que es mi jefa territorial, que conoce a todos, y también perdió a un pibe por drogas. Le dimos laburo a cinco pibes. No pueden llegar tarde, no pueden faltar, les pusimos condiciones, pero al poco tiempo nos empezaron a afanar. Lamentablemente si está en consumo nos va a robar, así que hablé uno por uno sobre los robos. Uno se enojó, le gritó a Ana, y de repente apareció un pibe con tobillera, y le dice: “¿Qué pasa acá? ¿Le estás faltando el respeto a Ana?“, saca el chumbo como para apuntarlo. Ana lo abraza y le dice que no hace falta. Todo esto en Capital Federal.

—Es terrible.

—Es terrible y peligroso. Yo me tengo fe, porque los narcos también tienen hijos, y nosotras no los juzgamos. Ese no es nuestro rol. Igual no son grandes narcos, porque los grandes narcos están en los countries. Yo me concentro en que este es mi legado, donde pasan más de 1000 personas por mes.

—¿Cómo puede colaborar el que quiera y pueda con la fundación?

—Nos encuentran en las redes como “CasaSan”, ahí está la forma de contactarnos.

—¿Reciben apoyo gubernamental?

—Sí, poquito, pero es algo. Yo soy insoportable, insisto mucho.

—¿Lo sentís a Santi un poquito en cada una de las sedes de CasaSan?

—Sí, lo siento a Santi siempre presente. Absolutamente. Creo que todos los papás que perdimos hijos sentimos que nuestros hijos andan por ahí.

—¿Este es tú legado o es su legado?

El de los dos. A veces cuando me enojo le digo: “¡Basta Santi!“, porque me sigue tirando cosas desde el cielo, me llueven cosas y las tengo que ejecutar. Entonces le digo: ”Cortala un poco con los regalos”.

—Se viene un libro también, ¿no?

—Sí, Morir a los 30, Renacer a los 60, es decir la muerte de Santi y mi renacimiento. Cuenta toda la historia de CasaSan, y no solamente mi historia, sino las de muchos de los pibes que nos están acompañando desde el primer momento. Va a ser una invitación a conocer otra visión de la realidad, no la imperante, sino la de los que viven esta lucha todos los días.

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