Anamá Ferreira es una figura multifacética. En 1976, llegó a Buenos Aires con la intención de quedarse solo diez días antes de partir hacia París para probar suerte en el mundo de la moda. Sin embargo, se estableció en Argentina y comenzó una exitosa carrera como modelo, desfilando para marcas de alta costura y posando para revistas internacionales como Vogue, Elle y Cosmopolitan. Además, incursionó en la televisión como conductora y actriz. Participó en programas como Mesa de Noticias, Estilo Anamá y Tarde de brujas.
A lo largo de su carrera, Anamá enfrentó diversos desafíos, incluyendo prejuicios raciales y dificultades personales. Creció en un entorno rural y sufrió la pérdida de su hermano a una edad temprana. A pesar de estos obstáculos, continuó su formación académica y profesional.
En la actualidad se desempeña como conductora y columnista en diversos programas de televisión y debutó en streaming. En julio, fue reconocida como Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En el plano personal, es madre de Taina Laurino, consultora en protocolo, etiqueta e imagen pública. Además de destacarse en los medios, Anamá fundó la agencia y escuela Anamá Models School, que fue trampolín para numerosas jóvenes. Su legado permanece tanto en las pasarelas como en la pantalla, consolidándola como una figura influyente en la cultura argentina.

Rulo: — Anamá, estás siempre impecable. Siempre igual. ¿Vos entrenás?
Anamá: — Entreno, entreno porque yo cuando estuve embarazada engordé como 30 kilos. Yo me embaracé a los 42 años.
Rulo: — Ya eso es un gran título.
Anamá: Es una locura. En una época donde...
Rulo: — ¿De forma natural?
Anamá: — Natural. Yo había hecho tratamiento, pero después lo dejé. Y estuve en televisión embarazada, que no se usaba en la Argentina, no se permitía mujeres embarazadas en televisión. Y estuve todo el embarazo en 360, en canal Trece con Julián y toda la banda esa. Engordé 30 kilos porque comí todo lo que no comía antes y ahí fue difícil bajar. Entonces, empecé a entrenar mucho, porque las modelos normalmente no entrenan fuerte. Cuando sos modelo, sos chica, no entrenás tanto porque no podés tener tantos brazos, tantas piernas, tenés que ser como más sutil. Y empecé a entrenar muy fuerte y nunca más paré de entrenar.
Rulo: — Le agarraste el gusto y lo convertiste en un hábito.
Anamá: — Porque es muy interesante. Las mujeres a partir de los 50, 60, 70 años, que no me acuerdo la edad que tengo, pero hagan los números (risas), empiezan a perder masa muscular y es muy importante tener masa muscular, tener fuerza. Si vos te enfermás o algo, tenés fuerza para levantarte, para pararse.
Rulo: — Para todo, en definitiva, para ir al súper, para cuando tenés un nieto, poder alzarlo.
Anamá: — Para cargar cosas, todo eso. Y después iba a competir. Quería competir. Lo mismo que hizo Ingrid Grudke, iba a competir, me anoté y empecé a entrenar fuerte...
Rulo: — ¿Cómo fisicoculturista?
Anamá: — Sí.
Rulo: — ¿Hace cuánto fue eso?
Anamá: Y hace dos o tres años… Hay un montón de fotos mías entrenando para competir. Contraté a la gente que entrena para competir, no me creían que yo era capaz de entrenar tan fuerte. Pero en el gimnasio saben que yo voy todos los días y que entreno fuerte.
Rulo: — ¿Haces flexiones de brazos también?
Anamá: — Sí, obvio. Tabla, todo. Que hay que hacer diez, veinte o treinta segundos.
Rulo: — ¿Cuántos novios tuviste en tu vida? ¿Siempre tuviste parejas largas?
Anamá: — Sí, yo pasé la vida casada o en pareja. Entonces, ahora yo estoy disfrutando la soltería.
Rulo: — ¿Hace cuánto tiempo?
Anamá: — Hace cinco años, más o menos.
Rulo: — Hace cinco años que estás soltera.
Anamá: — Bueno, soltera. No estoy con pareja o novio, pero viste que uno conoce gente o sale y todo, pero no... Yo llegué acá, me casé, estuve 15 años casada con un viudo, le crié a su hija. Después me separé y estuve en pareja también, pero todo parejas largas.
Rulo: — ¿Pero ahora cuál es el perfil que te interesa? ¿De tu edad, más grandes o más chicos?
Anamá: — Los de mi edad no quieren salir con una de mi edad porque no saben lo buena que estoy (risas). Bueno, hay que tener autobombo...
Rulo: — Entonces salís con colágeno, con más jóvenes.
Anamá: — Hay que sentir y decir lo que uno piensa.
Rulo: — ¿Salís con tipos de cincuenta?
Anamá: — 50, 40...
Rulo: — ¿Salís con hombres de 40 también?
Anamá: — Sí, ¿por qué no?
Rulo: — ¿Y te encaran mucho?
Anamá: — Todos. Tengo, no sé, 365 que me mandan mensaje en una aplicación. Y la mayoría tiene... No sé, el otro día me escribió uno de 21 y le digo: “Mirá. Llamá a tu mamá. Decile a tu madre que me estás hablando” (risas).
Rulo: — ¿Pero has ganado en aplicación?
Anamá: — Sí, pero todas mis citas fueron fallidas. ¿Qué pasa? Soy muy famosa y primero por ahí los hombres tienen como miedo a salir con una muy famosa. ¿Me entendés? Tienen la impresión de que vos llegás y pedís el champán y yo tomo agua mineral y de la canilla también. Pero es muy difícil para las mujeres hoy en día. Una mujer que está bien y tiene entre 50 y 70, es muy difícil encontrar pareja, porque los hombres, en vez de salir con una mujer que está bárbara y tiene 50, no. Ellos quieren salir con alguien de más joven y las mujeres también. Pero a nosotras nos juzga mucho más que a los hombres.
Rulo: — ¿En lo físico? ¿En qué?
Anamá: — No, nos juzga que salgamos con alguien más joven. Pero no se dan cuenta que el mundo cambió.
Rulo: — Yo te lo festejo con aplausos que salís con jóvenes.
Anamá: — El mundo cambió, la vida cambió. Las mujeres ya no son más las abuelas que le preguntaban: “¿Cuántos años tenés?" y decían: “¡Ay! La abuelita que tiene 60″ (risas).
Rulo: — Pero vos que estuviste toda la vida en pareja y que ahora me imagino que decidiste estar soltera, ¿qué buscas en una cita? ¿Qué busca Nama cuando sale con un hombre?
Anamá: — Conocerlo.
Rulo: — ¿Conectar?
Anamá: — Conectar. Porque yo vivo en un mundo donde, vos sabés muy bien, conocemos a todo el mundo. Yo estoy en la moda y en televisión. Entonces, conocemos mucha gente, pero nadie se te acerca porque tienen esa idea de que no vamos a darle importancia. Dicen; “No me va a dar bolilla”. Entonces, las aplicaciones no son malas, son buenas, pero es difícil. Cuando salís con uno de una aplicación, vas a un lugar a tomar algo, nunca hay que ir a comer, hay que siempre tomar algo...
Rulo: — Okey. Consejos de Anamá. ¿Por qué no hay que ir a comer?
Anamá: — Porque es muy largo. Y es a la noche, es muy largo. Por ahí no te gusta y te querés escapar, ¿cómo haces?
Rulo: — Vas al baño y no volvés más.
Anamá: — Sí.

Rulo: — ¿La hiciste esa?
Anamá: — Sí, obvio.
Rulo: — Contame ese día cuando dejaste plantado a uno ahí...
Anamá: — Porque sale con vos y de pronto, vos ves el indicio de que quiere que vos pagues la cuenta. Y no voy a pagar la cuenta…
Rulo: — ¡¿Cómo vas a pagar vos?!
Anamá: — No, bueno. Pero los hombres están así…
Rulo: — Y todo eso hace que sea difícil encontrar a alguien que valga la pena.
Anamá: — No es solamente estar acompañada lo más importante en tu vida. No es que si vos no tenés un hombre, no sos nadie. Tenés que aprender a salir sola, a viajar sola, a ir a un restaurante y sentarte, disfrutar, pedir un vino, comer sola, porque cuando entrás y te preguntan: “¿Estás esperando a alguien más?” “No”, digo yo. Me encanta sentarme, quedarme ahí. Viste que siempre parece que tenés que estar con alguien. Y no, tenés que ser vos sola. Las mujeres tienen que aprender a disfrutar de sentarse en un lugar, pedir una copa de vino y tomarlo solas sin importar los demás.
Rulo: — Y te pregunto, ¿sentís que no hay hombres que puedan cumplir con tus expectativas? ¿Ya no quedan?
Anamá: — Hay, debe haber, qué sé yo (risas). Lo que pasa es que una mujer poderosa es como... No sé, te tienen miedo, no sé cómo es. No sé qué está pasando.
Rulo: — Está complicada la cosa...
Anamá: No sé cuál es la expectativa de ellos.
La justiciera
Rulo: — Me tengo que meterte en este tema porque salió en todos lados. ¿Cómo es eso que perseguiste a un ladrón y lo agarraste?
Anamá: — Fuimos a un lugar acá en Pasaje Bollini, en Recoleta. Eran las 9 de la noche. Me parecía divina la calle, todo. Y pasó un chico, un tipo, de unos 30 y pico o 40 años, y le agarró la cartera a mi amiga, que no podía correr mucho. Corrió un poco y paró porque tenía mal el pie. Yo tenía tacos, pero salí corriendo y gritando. Fui a la esquina gritando y justo donde doblaba había unos chicos ahí con bicicleta de delivery.
Rulo: — Pasaje Bollini tiene empedrado, ¿no?
Anamá: — Sí, todo empedrado.
Rulo: — ¿Con tacos lo corriste?
Anamá: — Sí, obvio.
Rulo: — ¿Y qué pasó? ¿Lo alcanzaste?
Anamá: — Sí, porque estoy entrenada. Imaginate, yo hago 30 minutos de bicicleta, elíptico, cinta, casi todos los días.
Rulo: — Dijiste: “Esto es un pan comido”.
Anamá: — Y si estoy en zapatillas, olvidate. Llegué y llegaron los chicos también de delivery, lo agarraron y le empezaron a pegar. Sacamos la cartera, le di a mi amiga y le dije que llame a la Policía, porque yo estaba... boxeando. No voy a mentir. No hay que hacer lo que yo hice, porque no está bueno, me retaron, me dijeron de todo, que no lo haga porque puede tener un arma, podría tener un cuchillo. Viste que uno no lo piensa, pero no recomiendo a nadie que lo haga. La vida vale mucho más que un celular y todo eso. Pero no pensé en el momento y fui. Y lo reducimos y llamamos a la Policía, pero no llegaba y los pibes se tenían que ir. Yo me tenía que ir al show y lo soltamos.
Rulo: — ¿Quedó libre?
Anamá: — Sí. quedó libre, salió caminando y la policía preguntaba cómo era. Yo dije: “Está caminando por la calle para el lado de Palermo”. Y preguntó cómo era. Yo dije: “No sé”. En el momento, en el fragor de la batalla, yo dije: “Tiene un suéter verde botella”.
Rulo: — Sabías todo. ¿“Es un talle M”, les dijiste?
Anamá: — Era un talle M, te digo. Y nada. Pasó eso y fui después a ver el show. ¿Qué voy a hacer?
El camarín rosa
Anamá: — Hay una historia tuya me fascina. ¿Es verdad que vos viviste cuatro años prácticamente en un camarín de Canal 7?
Anamá: — Sí. ¿Hay algún camarín acá? (risas).
Rulo: — ¿Pero cuántas veces por semana te quedabas a dormir?
Anamá: — De lunes a viernes.
Rulo: — ¿Vos terminabas de trabajar, terminabas el programa y te ibas al camarín hasta el otro día?
Anamá: — Hay una explicación. Yo hacía Mesa de noticias, un programa que fue el mayor éxito de la televisión, pero yo hacía exteriores, muchísimos exteriores. Entonces, yo tenía que estar en el canal a las 6 de la mañana para maquillarme y a las 7 o 7.30, salíamos.
Rulo: — Pero ¿qué pasaba cuando terminaba el día?
Anamá: — Yo vivía en San Isidro. Entonces, tenía que tomar el tren, Mitre, bajar tardísimo en una estación, caminaba seis cuadras, porque ya no había nada, o esperar un colectivo, el 168 durante horas. Entonces, ¿qué hice? Yo dije a mi marido: “Mirá, no puedo más. Yo me estoy levantando a las cuatro de la mañana y llego a las doce de la noche”. Yo terminaba a las diez de la noche, porque mientras el programa estaba en el aire, nosotros estábamos terminando de grabar el programa. El canal era espectacular, era nuevo, en el ‘78 te estoy hablando...
Rulo: — Sigue siendo una estructura zarpada. Podés andar en auto por los pasillos, es una cosa de locos.
Anamá: — Pero vos imaginá esto en el año 80 y pico.
Rulo: — Vos terminabas de trabajar a las 10 de la noche, volvías al canal y entrabas al camarín…
Anamá: — Tenía un camarín rosa divino con sofá, que era tipo sofá cama, ducha, guardarropa… Ahí tenía todo y yo era amiga de todos: los de utilería, los de carpintería…
Rulo: — ¿Y tu marido te iba a visitar? ¿Cómo hacían?
Anamá: — Yo terminaba todo, me iba al bar y ya me habían guardado la comida en el horno. Sabía todo el mundo, menos Gustavo Yankelevich (risa), que se enteró hace poco. Entonces, yo iba, tenía la comida, después me pegaba una ducha o salía... Me iba a hacer algún desfile, porque en esta época hacía muchísimos desfiles...
Rulo: — Claro, volvías 12 de la noche, te acostabas y al otro día de nuevo al aire.
Anamá: — O iba a bailar y ya sabía todo. Entraba por Tagle, ¿viste al fondo? Era la parte donde entraban los camiones. Y entraba por ahí, porque yo conocía a todos los de utilería. Y los chicos que estaban por ahí, los que quedaban a la noche, estaban jugando a las cartas. Yo me iba con ellos al lugar donde jugaba las cartas. ¿Y sabés qué hice yo para matar el tiempo? En el guardarropa del canal tiene una pared enorme con todos casillero con botones, flores de colores, de todo. Yo estudié todo eso: qué tenía cada cosa, qué tenían en el canal. Entonces, cuando en Mesa de Noticias me dicen: “Uy, necesitamos tal cosa”. Yo decía: “Está en el casillero treinta y ocho” (risas). ¿Por qué conozco tanto el canal? Porque Mesa hacía Misión Imposible y yo era el negro de Misión Imposible. Entonces, tenía que bombardear el canal. ¿Viste que el negro siempre hacía eso? Entonces, yo tenía que ir a la sala de máquinas, a todos lados. Entonces, yo ahí conozco todo el canal. Aparte, imaginate, yo me despertaba, tenía desayuno, me iba a peluquería, me peinaba...
Rulo: — Era un hotel para vos.
Anamá: — Algunos que sabían que yo estaba ahí me ayudaba porque era muy difícil. Pero el que más me ayudaba era el que manejaba el quiosco del canal, que todo el mundo se va a acordar. Él era ciego. Al principio, no me decía nada. Hasta que un día me dijo: “Anamá, ¿cómo va el sofá del camarín?”. Yo digo: “¿Qué?” Y me dice: “Ya sé que vos vivís acá, porque siento tu perfume”. Yo pasaba despacito para que él no me sintiera los pasos (risa). Recomiendo que no hagan lo que yo hice (risa). Pero es espectacular.
Rulo: — Es una historia buenísima.
Anamá: — Yo no tenía tiempo, porque estaba estudiando el libreto. El gordo Mesa estaba escribiendo en un camarín y 6 de la mañana yo iba y le decía: “Che, gordo, ¿querés un café?”. Me miraba y veía la hora. Y Gustavo siempre estaba ahí temprano y me veía caminar por la avenida de Mayo, que llamamos la calle al pasillo que tiene toda utilería. Él me veía caminar a las 6.30 de la mañana y pensaba que yo llegaba temprano. Pero no. Yo vivía ahí.
Rulo: — ¿Te fue bien económicamente en tu carrera?
Anamá: — Sí, por suerte. Gracias a Dios. Yo trabajé mucho, hacía todos los desfiles, ahorraba y me compré mi departamento. Por más que estaba en pareja, yo compraba lo mío. Yo me compré mi departamento, después mi auto. Y compré un auto muy gracioso porque era de un playboy. Era un auto de un chico que era el chico más famoso de Buenos Aires en ese momento. Me vendió un auto y todo el mundo me dejaba mensaje (risa). Me dejaba tarjetas, besos...
Rulo: — ¿Pero por qué? ¿Era un auto conocido?
Anamá: — Era un auto chiquito, pero era muy conocido por el chico que era el dueño. Tenía un dibujo atrás de un rocker, no sé qué y las chicas todas sabían de quién era el auto ese. Entonces, me dejaban mensajes, papelitos, tarjetas. Yo juntaba todo y lo se llevaba al chico: “Toma. Las chicas te siguen buscando”. Después hice la casa para mi mamá en Brasil. Tenía una casa, pero mi vieja era loca. Teníamos una casa de pueblo grande, enorme, con un gran parque atrás y todo. Un día llego, la voy a visitar y mi mamá me dice: “¡Ay! Esta casa. Yo quería reducirla, hacerla más chica, no sé qué, porque es muy grande para mí todo eso”. Y yo le dije: “¿Qué sé yo? Tirala abajo y armá una nueva”. Eso fue un jueves. Me fui el fin de semana a otra ciudad y cuando vuelvo a mi ciudad, no había casa.
Rulo: — ¿La tiró abajo?
Anamá: — La tiró abajo. Yo llego y le digo a la gente: “¡¿Qué pasó!?” Llego y el pibe estaba tirando todas las paredes y le digo: “Perdón. ¿Doña Zica?” “¡Ah! Doña Zica se mudó ahí abajo”, me dice el chico y me señala un lugar. Yo digo: “Pero, ¿qué pasó?” Y él me dice: “La hija le dijo que tirara la casa abajo y ella la tiró”. Le tuve que hacer una casa y la hice (risas).

Por sí o por no
El conductor invitó a Anamá a responder el cuestionario utilizando los carteles de Sí o No, según corresponda y a revelar detalles de su vida profesional y personal.
Rulo: — ¿Se aprende a ser feliz?
Anamá: — Sí, se aprende a ser feliz si vos tratas con las pequeñas cosas. Porque no podés después decir: “¡Uy! Yo era tan feliz en tal momento. Yo era feliz cuando hacía tal cosa”. No, tenés que ser feliz ahora y aprovechar los momentos. Levantarse a la mañana. Esa es la felicidad, porque estás despierta. Ser feliz no es: viajé en primera, tengo un auto o me compré la Birkin. Esos son cosas que comprás. ¿Me entendés? Hay que agradecer. Hay que agradecer siempre.
Rulo: — ¿Es verdad que naciste sola?
Anamá: — Sí. Nací sola en un lugar llamado Secreto, cerca de la ciudad que viví toda la vida, porque mi mamá estaba por tenerme con partera, porque no había clínica ni neonatólogo y todo eso. Y empezó el trabajo de parto, mi papá salió corriendo a buscar la partera, no llegaba y nací. Mi mamá se cortó el cordón umbilical.
Rulo: — ¿Te tuvo ahí?
Anamá: — Sí y cuando llegó la partera, yo ya estaba tomando la teta. Así nací.
Rulo: — Qué natural que es el nacimiento, es increíble.
Anamá: — Tanta cosa se hace…
Rulo: — Bueno, lo que pasa que también actualmente, gracias a toda la tecnología y el avance, sobreviven muchos más bebés.
Anamá: — Nací ahí, en ese lugar. Vos fijate qué cosa más increíble el nombre del lugar. Se llama Secreto. Yo estuve en Rumania, porque tengo muchos amigos allá. Mis dos mejores amigas son rumanas. Y entiendo rumano. ¿Por qué? No sé. Allá en Transilvania, cerca del castillo de Drácula, hay muchas Tania, Tana, Taina, Tainá. Yo digo: “Mi hija se llama Taina y acá en Argentina es como raro”. Es un nombre del idioma Tupí-Guaraní en Brasil, pero en Rumania hay muchas. Y yo pregunté qué significaba en rumano. “Significa secreto”, me dijeron. Y justo. Yo nací en un lugar llamado Secreto. ¡Qué loco! ¿No?
Rulo: — Por sí o por no. ¿Echaste alguna vez una alumna de esta escuela?
Anamá: — No. Eché una madre de la alumna porque yo nunca fuerzo a las chicas a hacer lo que no quieren. Y la madre la forzaba a trabajar de modelo. Entonces, yo le dije que no tenía más cabida conmigo porque yo no la forzaba. Yo no fuerzo a las chicas, las chicas tienen que hacer lo que tenían ganas de hacer. No lo que la madre quiera.