“Soy el único albino en la ciudad”, afirmó Matías González con una mezcla de orgullo y humildad sobre su identidad única en Navarro, provincia de Buenos Aires. Con 44 años, enfrentó sorpresas y desafíos. Pero ninguno tan significativo como el momento en que conoció a su esposa. Al principio le costó creer que María se fijara en él. “Me preguntaba si no era una broma”, reflexionó sobre sus miedos e inseguridades.
Desde su nacimiento, fue objeto de curiosidad y asombro por la comunidad que no tenía registro de un caso igual. “Fue toda una locura para mi familia”, recordó al contar cómo las enfermeras lo alzaban y se sacaban fotos con él como un trofeo.

Historia personal y reacciones iniciales
La llegada de Matías al mundo fue un acontecimiento que marcó un antes y un después en su familia y en la ciudad de Navarro. Al nacer, sus padres desconocían de qué se trataba ser albino, ya que hace más de cuatro décadas, la información sobre esta condición genética era escasa y llena de supersticiones. “Cuando nací no había ninguna forma de poder saberlo”, cuenta. Su madre, al verlo tan blanco se llenó de asombro e incertidumbre.
En aquellos primeros días, el desconcierto reinaba en su casa. Sus padres lo recibieron sin saber qué significaba el término “albino”. “Felicitaciones, tuvo un albino”, fueron las palabras del médico a la flamante madre. Sin embargo, a pesar de esa primera falta de información, encontraron un médico dispuesto a guiarlos con los cuidados necesarios. Los primeros años los vivieron bajo una luz tenue, casi en penumbras, utilizando una lámpara roja para proteger su piel y sus ojos.
Vida social y familiar
“Muchas veces me hicieron bullying en el colegio”, explicó Matías. Su vida social no fue sencilla, especialmente en lo referente a las relaciones personales. El temor al rechazo era un miedo constante. Incluso cuando conoció a su actual esposa, María, dudó de la autenticidad de sus intenciones.
“Me costó mucho entender por qué se había fijado en mí, pensaba que era una broma, que se estaba burlando de mí”, confesó. Sin embargo, con el tiempo, María se convirtió en su mayor compañera, compartiendo ahora una vida que incluye hijos y un hogar feliz.

El encuentro con otros albinos
A lo largo de su vida, Matías había oído mencionar la existencia de otras personas con su misma condición en localidades aledañas, pero nunca había tenido contacto directo. “Sabía porque los médicos oculistas te decían que había albinos en otros lugares, pero yo nunca había visto uno”, cuenta.
Su primera reunión con albinos fue en el año 2014 gracias a un grupo de Facebook que organizaba un encuentro en un shopping de la Ciudad de Buenos Aires. La reunión superó cualquier expectativa. Mientras él pensó que participarían “tres o cuatro”, se encontraron más de veinte personas con albinismo. Compartieron consejos sobre cremas solares, lentes adecuados y formas de enfrentar el día a día sin poner en peligro su salud.

Desafíos y costos del albinismo
Entre los gastos más significativos, Matías menciona el uso de lentes de contacto, una necesidad esencial que le permite mejorar su capacidad visual. “Los lentes de contacto están cerca de 1 millón de pesos”, advirtió.
Otro componente crucial para cuidar de su piel es el uso constante de protectores solares. Según sus estimaciones, utiliza entre uno y medio a dos tubos al mes de aproximadamente 30 mil pesos cada uno. Además, tiene que usar ropa y anteojos especiales para protegerse de los rayos ultravioleta (UV).
Más allá de las cuestiones financieras, los desafíos se extienden a lo cotidiano. Salir al sol implica una preparación meticulosa: utilizar cremas, viseras y anteojos adecuados para contrarrestar los efectos del sol y de la iluminación intensa.