Lo que comenzó como una simple molestia auditiva se transformó, con el tiempo, en una pesadilla sin descanso. Jorge Ruiz, vecino de La Plata, vive desde años rodeado por un hotel alojamiento. No es huésped, pero escucha cada movimiento como si estuviera en la habitación contigua. El sonido constante, las escenas sugestivas y los residuos que vuelan hacia su patio lo empujaron al límite. Hasta que un día decidió enfrentar la situación.
Los primeros días fueron una rareza: se escuchaba algún que otro sonido curioso, risas o conversaciones. Pero la novedad pronto se volvió rutina: un ruido constante, repetitivo y abrumador. Del lado del lavadero, los sonidos eran estruendosos. Del lado de las habitaciones, sugestivos y explícitos. Jorge no solo los escucha sino que convive con ellos.
“Un amigo dejó de traer a su nieto porque se escuchaban los ruidos de las habitaciones...”, recuerda, como si reviviera cada uno de esos sonidos. El descanso no parece ser una opción porque dormir se transformó en un privilegio que le fue quitado.

—¿Cómo es vivir constantemente con los ruidos de un hotel alojamiento?
—Al principio es algo que escuchás y es hasta divertido. Pero cuando se hace constante ya no es más divertido porque no te permite una vida tranquila.
—¿De qué tipo de ruidos hablamos?
—Estrépitos del lavadero y ruidos sugestivos del lado de las habitaciones. Lo típico de un acto sexual, seguido del trabajo de limpieza del personal.
—¿Cómo te afectó esto en tu vida cotidiana?
—Afecta y mucho. No hay forma de poder vivir normalmente. Tenía que ver cómo caían sábanas, latas, vasos, sobres de preservativos en mi patio. Todo lo que colgaban en la terraza para secar, el viento lo traía a mi casa.

—¿Iniciaste un juicio por esos ruidos?
—Sí, los insté a que no hagan ruido y que no laven a la noche. Y la respuesta que tenía del administrador era que iban a seguir haciendo lo suyo. Había gritos, insultos. Del otro lado hay departamentos y vivía una chica con su hija y la nena le decía: “Mamá, le están pegando a una chica”. Venía un viento, volaba todo lo que estaba colgado y me lo tiraba en mi patio. Vasos plásticos, sobres de preservativos, papelitos de los jabones, todo. Todo lo que utilizan en forma de desecho, caía en mi patio. Le envié una carta documento y se hicieron todos los pasos legales porque realmente estaba en situación ya muy tensa de no soportar ese tipo de ruidos a toda hora.
—¿Cómo fue la convivencia durante ese tiempo?
—Es estar mirando un partido con un amigo y darnos vuelta porque sentimos un ruido como si pasara un subte por mi casa. Eso a las tres, cuatro, cinco de la mañana... Estaba despierto sin poder dormir.
—¿Y el juicio lo ganás?
—Sí, se resolvió a favor mío por la abrumadora cantidad de pruebas. La jueza determina que tienen que hacer modificaciones muy específicas para que no haya ruidos. No tiene que haber ni vibraciones, etc.

—Pero no sucedió y te mudaste para escapar del ruido…
—Sí, me vine al departamento de adelante y a los seis meses se vino el lavadero junto conmigo para acá. Así que lo tengo ahí al lado. Hace un mes y pico, a las 2 de la mañana se escuchó un ruido terrible y salí a ver a la calle y efectivamente era el lavadero.
—¿Ellos sabían que vos estabas acá adelante?
—Sí, claro. Me miran todo el tiempo desde la terraza del lavadero. Me espían. Tenés que mantener la cordura porque las peleas entre vecinos pueden terminar con una fatalidad…
Más allá del impacto auditivo generado por lavarropas industriales, aspiradoras y sonidos provenientes de las habitaciones, Jorge también denunció la contaminación de su patio con residuos del hotel. No busca conflicto, solo quiere descansar. Hoy sigue en pie, atento, sin bajar los brazos, esperando que su casa vuelva a ser lo que siempre debió ser: un refugio, no una extensión involuntaria de un hotel.
Su caso visibilizó un problema que afecta a muchos vecinos en situaciones similares. Luego del juicio, tanto su abogado como él recibieron numerosas consultas de personas afectadas por ruidos molestos en todo el país. Las historias como la de Jorge suelen quedar atrapadas entre expedientes y paredes finas. Lo que para unos es solo una noche de alojamiento, para otros puede ser una vida de insomnio. Es que el ruido, cuando es constante, deja de ser un detalle molesto y se convierte en una forma de violencia.