Después de pasar más de 20 años en prisión por robo seguido de homicidio, Maximiliano Barrionuevo empezó de nuevo. Hace siete meses recuperó la libertad, y desde hace cinco trabaja como encargado suplente en edificios. “Gracias a mi cuñado, que habló con el supervisor, conseguí trabajo. Me dijo: ‘Confío en vos que vas a hacer tu trabajo’. Y hago mi trabajo. Voy, saco la basura, limpio todos los pisos, la terraza”, enumeró en un informe especial de Infobae.
“Cumplí mi condena y todo lo que la sociedad me dio para que cumpla”, explicó. Volver a caminar por la calle, pagar el alquiler o tener una tarjeta de débito son acciones que para muchos pasan desapercibidas, pero para él representan logros, señales de inclusión y de que está logrando reencauzar su vida.

Crimen, condena y encierro
En 2003, una noche marcó el rumbo de los siguientes 22 años en la vida de Maximiliano. Durante una entradera, le quitó la vida a una persona y terminó en prisión. Desde ese momento, su identidad cambió: dejó de ser un hombre libre para convertirse en el interno 233013. Estuvo detenido en Devoto, en Marcos Paz, y su última parada fue la Unidad 19 de Ezeiza.
—Maxi, ¿hace cuánto tiempo estás en libertad?
—Van a ser 7 meses. Estuve por robo con homicidio. Hicimos una entradera en una casa y sucedió que en el robo falleció una persona.
—¿Era la primera vez que cometías un delito?
—No, fue mi segunda causa.
—¿La misma noche del homicidio es la que terminás preso?
—No, la misma noche nos fuimos, nos repartimos la plata y después supimos que había fallecido la persona. Ese mismo día se perdió un teléfono de uno que había estado con nosotros y por el teléfono caímos todos presos. Cuando fui a juicio me hice cargo del delito.
—¿Cuál fue la condena?
—Desde el 2003 hasta el 9 de mayo de 2024, me fui con la condena cumplida.
—¿Cómo es vivir encerrado tanto tiempo?
—Te sacan todos tus derechos y pasás a ser un número. Acá vas a cualquier lado y das tu nombre y apellido. Ahí no. 233013 era mi número.

Una oportunidad
Durante los 21 años que estuvo preso, Barrionuevo aprendió a moverse en un mundo con reglas particulares. Un universo donde, según él, “tenés todo”: comida, techo, abrigo, y hasta sueldo con aportes previsionales.
“En la cárcel no tenés obligaciones, pero cuando salís tenés todas las preocupaciones juntas. Hay que pagar alquiler, hay que comer, hay que juntar la plata para todos los gastos y cuesta", explicó.
A pesar de haber cumplido su condena, la sociedad no siempre está lista para recibir a alguien con su historia. “Es muy difícil encontrar trabajo después de haber estado preso”, afirmó. Él lo logró por una cadena de confianza: su cuñado habló con un administrador de edificios que le consiguió suplencias cuando otros encargados se toman vacaciones.
Pero del pasado, en su nuevo entorno, no se habla. “No saben que estuve preso, pero si supieran capaz tendrían problema. Yo cumplí mi condena. Terminé todo lo que la sociedad me dio para que cumpla”, remarcó.
Lo que no se recupera
Más allá del encierro y de los años sin libertad, Maxi carga con otra condena: la de la distancia irrecuperable con sus hijos. Su relato expone sin rodeos lo que significó no estar presente en sus vidas.
—¿Cuántos años tienen hoy tus hijos?
—Tengo un hijo de 22, una nena de 20, un nene de siete y soy abuelo. No tengo vínculo con ninguno de los tres ni con mis nietos. Lo que perdí trato de recuperarlo, porque yo hablo de mis hijos y me angustio. Tengo hijos y no los puedo disfrutar. El problema es que todo lo que uno pierde estando detenido no lo recupera después. Verlo a mi hijo más grande con 22 años, después de tanto tiempo, me causó felicidad y angustia a la vez, porque no sabés qué preguntarle, qué decirle. Cuando caí en cana él tenía tres meses de vida.
—Todo esto, ¿te da fuerzas para no volver a caer?
—Me dio ganas de vivir. Y por eso siempre me lo recuerdo: no me tengo que volver a equivocar. No quiero volver ahí.

La nueva rutina
Después de más de dos décadas encerrado, para Maximiliano hasta lo más simple se volvió un aprendizaje. Conseguir trabajo, tomar un colectivo, manejar un teléfono o llegar a horario. “Después de 21 años, usar un teléfono es para mí... todavía es difícil”, confiesa. Pero cada paso fuera del penal representa un acto de voluntad, de perseverancia.
“Mi cuñado es el encargado y habló con Eduardo, el administrador, que tiene varios edificios. El mismo día me llamó y me dijo: ‘¿Te podés venir a esta dirección? Tomamos un café y charlamos’. Le expliqué mi historia. Me dijo: ‘Confío en vos. Llega a horario y te vas en horario, nada más. Cumplí con limpiar, sacar la basura’. Y acá estoy", relató.
Trabaja de 6 de la mañana a 2 de la tarde, y cada vez que un portero se va de vacaciones, lo llaman. “Gracias a Dios voy y vengo, trabajo. La gente del edificio es muy copada. Al margen de que no sabe mi vida anterior, saben mi vida actual. Soy respetuoso, ayudo y trato de dejar el edificio acorde como lo quieren“, explicó.
Cada pequeño logro económico lo vive con satisfacción. “Tengo una tarjeta de débito, una tarjeta de crédito. Antes no tenía nada. Me siento parte de la sociedad. Porque si no tenés herramientas, si no empezás a sentirte parte, terminás otra vez dentro de la cárcel. El tema es sentirte parte y decir: ‘Bueno, tengo que trabajar y voy a pagar los impuestos’“.
Arrepentimiento
A pesar del tiempo transcurrido, no esquiva la pregunta más dura: la de volver sobre sus pasos y enfrentarse al pasado. Habla de la muerte que causó, de su propia pérdida y del impacto irreversible sobre varias vidas.
—¿Estás arrepentido?
—Estoy totalmente arrepentido que en el momento del hecho haya perdido la vida alguien… además de esa vida que se perdió, yo también perdí la mía. Y perdieron la vida varias personas. Esa familia se quedó sin un marido, sin un abuelo. Y yo me quedé sin mi familia, sin mis hijos...
—¿A la cárcel no querés volver nunca más?
—No, la cárcel nunca más. Es linda la calle. Es linda la libertad.
—¿Cómo recordás esa noche, la del robo?
—Después de tanto tiempo, no lo recuerdo. Mi psicóloga me dijo: “No podés recordar porque no querés volver a la vida que llevabas antes”. Y yo ya no quiero volver a eso. Lo único que hago es trabajar. No recuerdo ni frecuento los lugares de antes.
—¿Cómo ves la mirada de la sociedad hacia alguien que estuvo preso?
—La primera mirada de la gente es con las salidas transitorias. Mucha gente decía que no tendría que haber salido cuando empecé salidas transitorias. Yo tenía la pulsera y la gente me miraba. Te miran porque piensan: este puede ser un violín, un asesino. Pero ahora tengo esta oportunidad de volver a iniciar mi vida. Es como nacer de nuevo con 45 años.