“Importante compensación en dólares”. Ese era el mensaje en el anuncio que Sofía encontró en redes sociales, y que cambiaría su vida. Madre soltera de tres hijos y con carencias económicas, al leerlo, se quedó pensando: podría ayudar a una familia a cumplir el sueño de tener un bebé y, a su vez, obtener un ingreso muy necesario. Lo que Sofía ni siquiera sospechaba es que detrás de ese mensaje había una red clandestina que reclutaba mujeres vulnerables para gestar hijos de parejas extranjeras.
“Me dijeron que me iban a pagar 10 mil dólares cuando naciera el bebé”, recuerda hoy, y exhibe el contrato que le hicieron firmar en la agencia. Por entonces, Sofía desconocía que en la Argentina el intercambio económico para subrogar un vientre está expresamente prohibido.
Tampoco sabía que la pareja australiana para la que ella iba a gestar, estaba pagando 55 mil dólares. El documento que había firmado estipulaba que bajo ningún concepto podía comunicarse con los futuros padres del niño.
Pero sobre todo, lo que Sofía no imaginaba era la pesadilla que comenzaría a sufrir apenas unas semanas después.
En nuestro país, la subrogación de vientre no está regulada: la ley no la habilita pero tampoco la impide. Ese vacío legal facilitó un terreno ambiguo donde la gestación por sustitución solo es admisible bajo supuestos altruistas, aunque sin mecanismos de control ni garantías.
En esa zona gris, agencias clandestinas reclutan mujeres vulnerables, intermedian con clínicas, prepagas y abogados, y las dejan completamente expuestas al riesgo legal, sanitario y emocional. Y se aprovechan también de quienes sueñan con tener un hijo.
Sofía todavía tiene miedo. Por eso pide no revelar su nombre. Fue abandonada por quienes la reclutaron cuando se hicieron públicas las denuncias de redes vinculadas a la trata de mujeres. En esos días se cayó la medida cautelar que permitía inscribir como padres a quienes manifestaran la voluntad procreacional. En medio de la polémica mediática, la agencia desapareció. Sin acompañamiento ni protección, Sofía interrumpió su embarazo.
Hoy decide contar su historia porque fue protagonista del drama de muchas otras mujeres gestantes. Y porque también comprende que la ausencia de una legislación clara afecta a las parejas que confían en un sistema que funciona sin reglas.

—¿Cómo era en ese momento tu situación económica?
—Soy mamá soltera; o sea, separada de los papás. Vivo sola con mis tres hijos. Y sí, me venía bien la plata. La necesitaba. Pero no lo hice solamente por el dinero: lo hacía más que nada para ayudar a alguien. Quise donar óvulos, no lo pude hacer. Y sentía la necesidad de ayudar a dos papás que necesitaban tener su bebé. Yo era el puente para que lo tengan.
—¿Trabajás?
—Sí. En relación de dependencia. Pero prefiero no decirlo porque el lugar adonde trabajo queda a tres cuadras de donde estaba la agencia.
—¿Cómo te llega la propuesta?
—El año pasado vi un anuncio en redes sociales y apreté el botoncito donde decía “Solicitar información”. Automáticamente me escribieron.
—¿Qué decía el anuncio?
—“¿Querés ayudar a una familia a cumplir sus sueños? Importante compensación en dólares“. Si mal no recuerdo, (la condición era) tener mínimo un hijo, no más de dos cesáreas y hasta 38 años.
—¿Entendías qué era la subrogación de vientre?
—Sí, sí, sabía. Me puse a buscar en Internet.
—Y cuando te contactan, ¿qué pasa?
—Me dijeron por WhatsApp de hacer una entrevista para contarme todo el procedimiento. Podía ser virtual o presencial, pero como era a tres cuadras de mi trabajo, en plena avenida Callao, fui. Quería ver dónde era. Yo había preguntado por mensaje si esto era legal, y me habían dicho que sí.
—¿Cómo era ese lugar al que fuiste?
—Una oficina en un edificio normal, en un piso normal. Lo vi completamente normal: nada alarmante ni extraño, por así decirlo.
—¿Y qué fue lo que te explicaron ahí?
—Todo el procedimiento. Que era una fertilización in vitro con embriones ya criopreservados. Primero me iban a hacer unos estudios para ver si yo estaba apta físicamente. Me explicaron dónde era la clínica de fertilidad para prepararme el endometrio. Dónde era el sanatorio que lo iban a hacer. Y la compensación que me iban a dar por mes, y la compensación final.
—¿Te iban a dar una prepaga?
—Sí. Y también un seguro de vida.
—No se usaban tus óvulos.
—No.
—Se usarían embriones de la pareja que tenía la voluntad de maternar y paternar.
—Correcto. La voluntad procreacional.
—¿Y vos tenías claro que no eras la mamá de ese bebé?
—Eso estaba clarísimo. Me explicaron también que me iban a poner una psicóloga, que me tenía que dar el okey; me lo dio. Me hicieron todos los estudios previos. Y de ahí, me derivan a la clínica de fertilidad, que es una de las más conocidas del país.
—¿No te daba miedo confundirte, pensar que iba a ser tu bebé y que no ibas a poder entregarlo?
—No. En ningún momento. No.
—¿Y te imaginabas teniendo esa conversación con tus hijos?
—Sí. Fue lo primero que le dije a la psicóloga: “Me inquieta cómo decirle a mis hijos que su mamá va a tener un bebé en la panza, pero que no se iba a quedar en casa”. Eso era lo único que me preocupaba. Entonces les conté que mamá iba a tener un bebé, que no iba a ser uno de sus hermanos, que solamente lo íbamos a cuidar; les hablé en plural, para hacerlos parte. Y que el bebé tenía sus papás: cuando naciera, se iba a ir con ellos.
—¿Y lo entendieron?
—A la perfección.
—¿Cuántas agencias llegaste a conocer vos?
—De cuatro sé los nombres porque estoy en un grupo de Facebook. Pero tuve contacto con una y no me convenció porque me exigían que a las 36 semanas de embarazo tenía que ir a un hotel que ellos te ponían hasta el momento en que el bebé nazca. Y eso no me convenció entonces no acepté.
—¿Estabas secuestrada?
—Básicamente.
—¿Cuántas chicas conoces que pasaron por esto?
—Que conocí en el proceso unas seis.
—De tu misma agencia.
—Sí.
—¿Y en el grupo de Facebook?
—Hay un montón.

—Con la agencia con la que avanzaste vos ¿Cómo era la propuesta de la compensación económica?
—En el primer trimestre me daban 300 dólares, en pesos, por mes. Nunca vi un billete: me pedían que les pasara el link por una billetera virtual y ellos iban a una ventanilla electrónica, como se le dice, le daban el efectivo y eso lo depositaban en mi cuenta.
—¿O sea que ni siquiera te transferían desde una cuenta bancaria?
—No. En el segundo trimestre me daban 400 dólares y en el tercero, 500 dólares. Pero siempre en pesos.
—Y la compensación más importante: cuando naciera el bebé.
—Sí. 10.000 dólares.
—¿Qué pasaba si perdías el embarazo?
—No te pagaban.
—¿Automáticamente te dieron el apto?
—Sí. Fue rápido. Firmé el contrato un miércoles y el viernes ya me estaban citando para ir al laboratorio y a la ginecóloga.
—¿Qué estipulaba ese contrato?
—Las cosas que yo tenía prohibidas. Por ejemplo, no podía pedirles nada a los papás; todo lo arreglaba con la agencia. Tampoco podía mostrar ese contrato a nadie, ni difundirlo en redes sociales.
—¿Tenías contacto con los papás?
—No. Los vi una sola vez, en videollamada.
—¿Pudiste saber cuánto les cobran a las parejas?
—55.000 dólares.
—¿Y el total para las gestantes?
—A la gestante le pagan un total de 13.900 dólares.

—¿Hay varias agencias?
—Sí. Sé de cuatro agencias. Y actualmente siguen reclutando chicas.
—Cuando firmás ese contrato, todavía estaba vigente una medida cautelar que permitía inscribir en la partida de nacimiento a quienes tenían la voluntad procreacional.
—Sí. Ese es el tema. Cuando empecé con la agencia, me dijeron eso. El tema es que después me enteré por las noticias que esa medida cautelar se había caído. Ahí me entero que el bebé iba a nacer a nombre mío.
—¿Con esa medida cautelar, por entonces vigente, vos acompañabas este proceso y apenas el bebé nacía era de sus padres?
—Sí. Eso fue lo que me dijeron a mí. En el primer mes de embarazo estaba chocha, porque no todas las chicas quedan embarazadas en la primera transferencia. Después, se me cayó todo...
—Hacerse una transferencia implica poner el cuerpo.
—Demasiado. Sí. Y antes de ir al quirófano tenés que inyectarte, ponerte óvulos, cuatro veces al día. Tomar ácido fólico una vez por día. Todo eso por dos, tres semanas.
—¿Para qué necesitabas la plata?
—Con la compensación quería arreglar mi casa. Y con la mensualidad, vivir el día a día.
—Vos estabas en un grupo de Facebook con ofertas vinculadas a subrogación, ¿qué hay ahí?
—De todo. Hay padres que se ofrecen directamente y que buscan una gestante para hacer un trato sin intermediarios. Hay chicas de toda la Argentina que se ofrecen como gestantes. También están las propagandas que hacen las reclutadoras.
—¿Qué llegan a ofrecer esos padres que se contactan de manera directa?
—Lo mismo que las agencias, pero un trato entre ellos. Los papás se encargan de la parte legal, de conseguir un abogado, de las clínicas de fertilidad. Todo igual, pero sin los intermediarios.
—¿Y la compensación es la misma?
—Eso ya lo hablan por privado. Puede ser que haya chicas que dicen: “Necesito un terreno”, y se ofrecen a gestar para que les compren ese terreno.

—¿Con las otras chicas que estaban en la agencia, vos tenías vínculo?
—Solo las vi dos veces cuando me enteré que estaba embarazada. Fui al primer control, firmé unos papeles que ellos me dijeron: “Firmá”. Las chicas de la agencia, las coordinadoras, te acompañaban siempre al médico. Nunca ibas sola.
—¿Por qué?
—Decían que te acompañaban para que no estés sola. Entonces, nos citaban a todas las chicas el mismo día e íbamos entrando a medida que nos iban llamando. Los controles médicos con el obstetra los hacías en la clínica de fertilidad; los análisis y el nacimiento, en el sanatorio.
—¿Cómo era la situación con el obstetra?
—Hablaba más que nada con la chica que te acompañaba: “Se tiene que hacer tal estudio”. O le daba la receta, las órdenes, y la chica anotaba: “Sofía”, la fecha, qué dijo el obstetra y los estudios que ordenó. Y ellas después se encargaban de sacarte el próximo turno para los análisis o lo que sea que te mandó el obstetra.
—¿En qué momento supiste quiénes eran los padres de tu bebé?
—Antes de la transferencia. Me dijeron que ya tenían unos papás e hicimos una videollamada. Eran de Australia, dos papás. Hacía seis años que estaban en pareja y dos que estaban esperando una gestante.
—¿Estaban emocionados, agradecidos?
—Sí, muy. Cuando se acabó la videollamada, (de la agencia) me dijeron: “Bueno, vamos a ver si vos aceptás estar con ellos. Y si ellos aceptan estar con vos, avanzamos”. A las dos horas me avisaron que habían aceptado hacerlo conmigo, así que seguimos todo el proceso.
—El primer mes estuvo todo bien.
—Sí.
—¿Cuándo te empezás a asustar?
—A fines de octubre, con ocho semanas de embarazo. Empecé a ver noticias. Los foros de Internet me invadieron el celular. El modus operandi que yo leía por las noticias era el mismo que habían utilizado conmigo. Hablaban de los folletos que me habían aparecido a mí, que había clínicas de fertilidad involucradas, agencias que ofrecían 10.000 dólares: todo igual a lo que me estaba pasando a mí.
—Denunciaban la explotación y la comercialización ilegal que hacían estas agencias.
—Sí.
—¿Ahí te das cuenta que eso que vos pensabas que era legal, no lo era?
—Sí, totalmente. Mi cabeza empezó a volar. Eran clínicas de prestigio, prepagas conocidas. Yo decía: “No puede ser”. Les mandé mensaje, porque yo estaba en el grupo de WhatsApp con las chicas que me acompañaban al médico, y me llamaron al rato: “Mirá, el bebé va a nacer a nombre tuyo”, me dijeron. “¿Cómo que va a nacer a nombre mío? A mí no me dijeron esto”. “La cautelar se cayó hace un tiempito. El bebé va a nacer a nombre tuyo. Cuando lo inscriban en el Registro Civil le van a hacer un pasaporte y vos le vas a firmar el permiso para que él se vaya con sus papás“, me contestaron.
—¿Vos ibas a figurar en el acta de nacimiento de ese niño como su mamá?
—Sí. Con los derechos y las obligaciones de que es mi hijo.
—Pero no era lo que vos habías arreglado.
—No. Y lo reclamé: “A mí no me dijeron que el bebé iba a nacer a nombre mío”. No supieron decirme por qué la cautelar se cayó, pero eso fue lo que me dijeron.
—Que el niño fuera inscripto como hijo tuyo implicaba que vos eras la mamá de ese bebé.
—Sí. Esta pareja de Australia eran dos papás: uno iba a aparecer como papá y yo iba a aparecer como mamá.
—Y después, ¿vos tenías que firmarle un permiso para que se fuera del país?
—Sí. Y le dejaban un permiso a un abogado en Argentina para que tramite mi impugnación de la maternidad, para que a mí me saquen de la partida y lo pongan al otro papá. Que eso llevaba un tiempito, me dijeron.
—Todos vericuetos y rebusques para hacer algo que claramente es ilegal, que no se puede.
—Exactamente.
—¿Y cuando en la agencia te plantean esto, qué pasó?
—Ahí empezó el caos. Estuve semanas sin dormir pensando en todo.
—¿En qué pensabas?
—En que me estafaron. En qué iba a hacer con un bebé anotado a mi nombre. Y cómo iba a sobrellevar siete meses de embarazo con estas personas, que ya no sabía ni quiénes eran. Me costaba creer que me estafaron. Todavía me cuesta creerlo. Me daba miedo lo que iba a pasar con el bebé: si iba a ir a un orfanato o a un hogar. También pensaba yo que iba a estar metida en una ola investigaciones, que iba a declarar, todo el tema legal que se decía en aquellos tiempos.

—¿La agencia trataba de calmarte, de contenerte?
—No. Me dijeron que le pasarían mi contacto al abogado de la agencia para que me llamara, así yo me quedaba tranquila. Pero nunca tuve contacto. Y ellas, las chicas, se borraron: no me escribieron más, ni siquiera para preguntarme cómo estaba. Nada. Automáticamente las que decían que te acompañaban y que estaban a disposición mía, se borraron.
—Cuando todo saltó, ¿con quién hablaste?
—En ese momento tenía mi pareja. Él me apoyó.
—¿Había estado de acuerdo en que hicieras la subrogación?
—Sí, estuvo de acuerdo. Me acuerdo que lo volvía loco: no podía dormir, no comía, estaba pensando 24x7 en qué iba a pasar con el embarazo. A eso sumale mis hijos. Yo no daba más.
—¿Nunca estuvo la fantasía: “Bueno, me lo quedo yo”?
—No.
—¿Y entonces?
—Por arte de magia me aparece de casualidad el video de una pareja que entrevistaste vos, que hizo una subrogación con su hermana y contaban esto que estaba pasando, hablando de agencias, de chicas. Y dije: “No puede ser”. Les escribí y me respondieron al instante. Me preguntaron qué era lo que me pasaba, les conté. Estuvimos hablando todo el día. Ellos me aconsejaron que hable con el abogado a ver qué solución me daban, qué era lo que iba a pasar con el bebé. Me dijeron que me quedara tranquila, que cualquier cosa que yo necesite les vuelva a escribir. No me quedé tranquila y al otro día les volví a escribir: “Tomé la decisión de interrumpir el embarazo, con todo el dolor del mundo, porque no era este el fin al que yo iba con la subrogación”.
—¿Cómo llegaste a esa decisión?
—Lo pensé yo sola. Le dije a mi pareja: "No puedo seguir con este embarazo, me está afectando. Del otro lado no tengo respuestas. Y yo tengo que velar por mi salud y la de mis hijos". Me dijo que estaba bien. Esta pareja me pasó el contacto de una conocida de ellos que trabaja en la asociación LGBT. Me llamó, estuve hablando una hora a lágrima tendida, porque yo estaba desesperada. Y me pasó el contacto de las Socorristas en Red (organización que acompaña a mujeres que necesitan acceder a una interrupción de su embarazo). Me dijeron que ellas hacían reuniones todas las semanas. En ese momento ya estaba de diez semanas, entonces veía que el tiempo se me acortaba para poder acceder el aborto. Me tranquilizaron: el tiempo límite para poder acceder al aborto son 14 semanas, inclusive. Fui. Me explicaron cómo era el protocolo, cómo tomar las pastillas. Mis hijos se fueron a la casa de mi hermano con mi cuñada y yo me quedé en mi casa con mi pareja, los dos solos. Preparar el cuerpo fue una cosa... Después, el aborto fue otra... Perdón (se conmueve). La buena acción que yo quise hacer a cambio de una compensación se me derrumbó porque, decía yo, el bebé no eligió, yo elegí. Y es como que si los papás también tenían su buena fe y yo elegí por el hijo de ellos... Ese sentimiento era lo que me afectaba.
—Pero te dejaron muy sola.
—Sí...
—Hasta ese momento, ¿vos tenías una posición sobre la legalización del aborto?
—Estoy a favor de los derechos de las mujeres.
—Una puede estar a favor y estar ahí, igual, es súper costoso.
—Sí... Ese proceso te lastima física y psicológicamente. Me descompensé tres veces, perdí el conocimiento, por todas las pérdidas que tuve. Yo perdí el conocimiento tres veces. Las chicas (de la agencia) te dan un folleto y te dicen que si perdés el conocimiento más de dos veces, tenés que correr a la guardia porque algo no está bien. Yo me descompensé tres veces. Mi pareja me dijo: “Primero, ellos no se pueden oponer. Y segundo, que no les digas que abortaste, deciles que fue espontáneo”. Así que pasó. Al otro día avisé que estuve con pérdidas toda la noche. En ese momento sí aparecieron. Apareció la coordinadora y tuve que disimular, hacer como que el embarazo era mío porque el obstetra de guardia no era el mismo que a mí me veía en los controles. Me quisieron dejar internada y me opuse. Y me fui a mi casa.
—¿Después de eso, en la agencia te dijeron algo?
—Sí. Una de las chicas, una de las coordinadoras que manejaba todo el tema administrativo, entre comillas, me empezó a decir si yo había tomado bien la medicación, si no había hecho algo mal. Llegué a lo de mi mamá y me fui a acostar. Cuando me levanté, a las tres horas, tenía un montón de mensajes pidiéndome explicaciones: querían entender qué había pasado. “Vengo saliendo de un aborto y necesito estar tranquila”, le contesté. Ella no me habló más.
—¿Nunca más hablaste con ellos?
—Nunca más, hasta que una mañana, después de dos o tres semanas, me llamaron. Insinuó que había sido mi culpa. Nunca un “Lo siento”, “¿Cómo estás?”, “¿Necesitás algo?”. Nada. Me llamó otra para decirme que los papás estaban preocupados por mí. Si es verdad, no lo sé. Y me preguntó si estaba dispuesta a hacer otro proceso. No hacía ni un mes que había perdido el bebé... Le dije que no.
—Ahora, estaría por nacer.
—Sí. Tenía fecha para el 30 de mayo.
—¿Sabés si esta gente sigue operando en la Argentina?
—Las mismas chicas que trabajaban en la agencia me contaron que en noviembre el jefe dejó de trabajar. Y les dijo que no vayan más a las oficinas. Y ellas, según me dijeron, no sabían qué hacer con las embarazadas. El jefe sacó todas las historias clínicas de la oficina: no hay nada, está vacía. Y se fue. Yo tuve la suerte de zafar. Porque si yo no zafaba, ¿quién me iba a agarrar a mí embarazada? ¿Qué iba a pasar con mi embarazo?
—¿En los grupos de Facebook siguen apareciendo agencias ofreciéndose?
—Las agencias no dan los nombres: tienen sus reclutadoras, las chicas que siguen trabajando y buscan a quienes presten sus servicios, a quienes están dispuestas a gestar un bebé y recibir la compensación. Todo lo mismo.
—¿Por qué decidiste contar todo esto?
—Porque necesito visibilizar que es una problemática que me pasó a mí, pero que sigue pasando. Y que si nadie recoge el guante, va a seguir pasando. A mí me dijeron que esto era completamente legal, y esa era mi bronca también: si hubiera sabido que era ilegal, no lo hubiese hecho. Pero yo confíe en unas personas y me salió mal. También hay muchas que quieren hablar, pero por miedo no se animan.
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