“¿Sabés lo que estoy luchando todos los días por tener un poco de energía?”, dice Laura Ladino con una mezcla de cansancio y coraje. No hay espacio para el eufemismo ni para los discursos suaves. “Esto es así cuando no me siento bien”, insiste desde un cuerpo que, a pesar de la apariencia saludable, libra una batalla diaria contra la colitis ulcerosa, una enfermedad inflamatoria intestinal, crónica y autoinmune que transforma por completo la vida de quien la padece. “Mi cuerpo ataca a mi intestino. Si no tomo la medicación, literalmente, me destruye por dentro”, resume con claridad quirúrgica en Del otro lado.
Laura no solo habla desde la experiencia personal: expone el desconocimiento social, los prejuicios, el subdiagnóstico y la falta de empatía que sufren miles de pacientes. “Me acuerdo que mi papá, que es médico, me abrazó y me dijo: ‘Cómo no te va a explotar el intestino si hace diez años te estás comiendo esto sola’”, relata, en alusión a un abuso que sufrió en su adolescencia y que guardó en silencio por una década.
Su testimonio es urgente. Habla con una honestidad brutal sobre su enfermedad, sobre el sistema de salud, sobre los prejuicios sociales y sobre las luces y sombras de su propia historia. “Por fuera estoy en el mejor momento físico de mi vida, pero internamente estoy en el peor estado y no me creen”, denuncia.

Luis: — ¿Cuándo recibiste el diagnóstico de colitis ulcerosa?
Laura: — Hace unos cinco años.
Luis: — ¿Qué es exactamente esta enfermedad?
Laura: — La colitis ulcerosa es una enfermedad inflamatoria intestinal que afecta al colon y el recto, o sea, al intestino grueso. Es autoinmune, crónica y de por vida. Una vez que salta, te va a acompañar por el resto de tu vida. Tiene momentos en que estás en remisión y otros en que entrás en brote. Hay gente que la pasa mejor que yo y hay quienes la pasan aún peor. Quiero dejar tranquilidad a quienes recién reciben este diagnóstico.
Luis: — ¿Cuáles fueron los primeros síntomas?
Laura: — Empecé a tener sangrado al ir al baño, mucha sangre. A veces pensaba que me había venido el período. También salía mucosa, que es toda la microbiota que perdés. Después vienen unos dolores que no te puedo explicar. En el trabajo a la hora de irme tenía que quedarme horas acostada en un sillón porque no me podía parar hasta el auto. No podía hacer una cuadra, no podía caminar del dolor. La panza se infla y sentís como cuchillazos. Es algo inexplicable. Me pasaba también que no tenía apetito.
Luis: — ¿Cuándo sospechaste que podía ser algo serio?
Laura: — Fue en pandemia. Llegué del trabajo, me acosté y estaba leyendo una nota sobre cáncer de colon. Empezaba a enumerar los síntomas y tenía todos. Mi papá y mi hermana son médicos, así que le mandé un mensaje a mi hermana: “Necesito un gastroenterólogo, me está pasando todo esto”. Me hicieron una colonoscopía de urgencia. Ahí mi médico, que lo amo, el doctor Lambarri, me detectó colitis ulcerosa.
Luis: — ¿Ya habías tenido síntomas antes?
Laura: — Sí, tres años antes tuve el mismo brote y había ido a que me hagan una colonoscopia. Es algo que me duele mucho al recordarlo y hablo con gente que tiene esta enfermedad y también les pasó lo mismo. Te quieren decir que es otra cosa: a muchos le dicen que es hemorroides. Cuando me hicieron la colonoscopia, dijeron: “Esta nena necesita un psicólogo, nada más”.
Luis: – Que impactante.
Laura: — Sí. Me anestesiaron, me hicieron una colonoscopía, me desperté drogada por la anestesia y me dijeron eso. Me quedé mal. Mi papá empezó a investigar y dijo: “Me parece que puede ser esto”. Pero el médico no le dio importancia. Nadie me explicó que era una enfermedad autoinmune, de por vida y que necesitaba medicación continua. Me hicieron perder tres años de tratamiento.
Luis: – ¿Qué desencadenó tu enfermedad?
Laura: — Lo más seguro es que me haya pasado porque yo trabajaba mucho, tenía mucho estrés y puede ser que por ese salto de estrés haya explotado. La colitis ulcerosa si vos preguntas cuál es la causa, no tiene. Científicamente todavía no se pudo definir. No se sabe si es familiar, o sea genético, ambiental, si es la alimentación o el estrés. Se cree que es un conjunto de cosas. Yo nací en el ‘92, en ese momento se comían muchas cosas procesadas que venían de afuera, una alimentación netamente de ultraprocesados, a los cereales que les ponían de todo y yo era adicta a los cereales. Todo lo que fui consumiendo más el estrés y demás, hizo la bomba para que saltara. Yo tenía una vida normal y tuve que empezar a dejar de consumir muchos alimentos.
Luis: – ¿Qué podés comer y qué no?
Laura: – No puedo comer todo lo que tenga crema, no lo tolero, así que el helado está descartado, las harinas comunes, tomate, hojas verdes, solo la rúcula no me hace mal. Ni granola ni avena, todo eso me hacen mal. Ahora como pescado, zapallo, zanahoria, arroz, palta, banana y huevo. Yo bajé 30 kilos. Tuve cuatro internaciones y en una estuve en terapia intensiva.
Luis: – ¿Qué pasó en esas internaciones?
Laura: – La primera fue muy dura. Me deprimí mucho. El intestino es el segundo cerebro y es una realidad, te afecta. Quienes sufrimos esta enfermedad somos más propensos a la depresión y a la ansiedad. En esa internación, no paraba de llorar. Necesitaba estar con gente. Para mi familia fue desesperante porque no podían hacer nada.

Luis: — Dijiste que durante este proceso perdiste 30 kilos. Te debe haber pasado que te elogiarán por tu estado físico en el momento que vos pasabas una situación muy difícil...
Laura: — Es uno de los problemas que tengo ahora y es una de las cosas que estoy tratando en terapia porque no sabes lo difícil que es que no te crean. Porque claro, la gente me ve y dice: “Pero si vos estás espectacular”. Estoy en el mejor momento físico por fuera de mi vida. No me acuerdo en mi vida haber pesado lo que peso ahora. Peso 57 kilos y yo siempre fui una nena con sobrepeso y hasta obesidad uno he tenido, sufrí mucho bullying por eso y a mí hoy me cuesta aceptar mi cuerpo. Yo todavía no lo asimilé en el cerebro que bajé 30 kilos, entonces todavía siento que por ciertos lugares no pasó, por ejemplo. Pero no me creen todos los síntomas que tengo. Me han dicho: “Pero, ¿por qué te vas a internar? ¡Si estás bárbara!”. Como si fuera que me tomo unas vacaciones. El tratamiento es mínimo de cinco a diez días. Entonces, creen que voy cinco días ahí y estoy de spa. He ido al trabajo y me dijeron: “No me importa que te sientas mal. Necesito que hagas esto” y yo estaba al borde del desmayo. No te creen.
Luis: — Hoy se escucha un poco más la afirmación de que el intestino es el primer cerebro. Contanos un poco más de lo que aprendiste a partir de tu diagnóstico.
Laura: — Yo no tenía ni idea hasta que escuché al doctor Facundo Pereira que me lo recomendaron porque él es gastroenterólogo y se dedica mucho a una parte de la nutrición. De hecho, yo hice el cambio después de la tercera internación, que estuve en terapia intensiva y casi me voy para el otro lado. Este hombre te explica que es el segundo cerebro, que tiene una cantidad de neuronas y que estás completamente vinculado con el cerebro. Entonces, cuando el intestino está mal, la señal le llega mal al cerebro y vos te empezás a deprimir, empezás a tener ansiedad. Yo soy una persona muy alegre, trato de ser siempre positiva, de querer verle el lado bueno a las cosas. Pero me está pasando esto y voy a llorar un poquito porque es lógico. Después le doy la vuelta de que esto tiene que tener una utilidad para algo. Pero también me pasa que de repente me empiezo a sentir con ansiedad y una tristeza que digo: “No hay nada que me tenga que tener triste. ¿Qué está pasando?” Y ahí me doy cuenta que se está viniendo un brote, porque tampoco lo ves y no lo podés mostrar. Yo sé que ahí a los diez días empieza un poquito de moco, un poquito de sangrado, está realmente vinculado. Otro problema es que la gente te dice: “Dale, pone voluntad. ¡Arriba! ¡Animo”. Pero va más allá de eso, es algo biológico. Yo tuve psiquiatra porque hubo un momento en el que tuve mucha depresión al punto de no querer vivir más y no encontraba freno. Un momento en el que me asusté porque se me puso todo negro y una vez lo había intentado: no vivir más.
Luis: — Pensaste en quitarte la vida.
Laura: — Sí. En ese momento pensaba en cómo le afectaría a mi papá o a mis sobrinos. Era estar sufriendo tanto por algo que no entiendo, que no veo. Me había asustado mucho. Tengo un tatuaje acá, es el único que tengo, que está puesto en el brazo porque es donde siempre me ponen las inyecciones para pasarme la medicación y hay veces que me tienen que pinchar como 20 veces porque se me rompen las venas y ya no aguanto. Entonces lo veo y digo: “Sí aguantas y podés”. Cuando la segunda vez me vienen esos pensamientos y siento que no había límite, le cuento a mi hermana y decido ir al psiquiatra. Estuve con medicación, lo pudimos regular porque yo le decía que no es mío ese sentimiento. “Yo no soy así, yo quiero vivir”, le dije. Y entendí que quería vivir después de la segunda internación.
Luis: — Hubo varias situaciones traumáticas en tu vida, imagino que el diagnóstico lo fue. Pero también un hecho que te marcó y que probablemente tu cerebro, el intestino, lo haya leído. ¿De qué se trata?
Laura: — Yo tuve un abuso en un tren. Era muy chica. Yo soy de Lomas de Zamora, de un barrio de Turdera chiquito. No era de salir porque no tenía muchos amigos, era la gordita con anteojos y brackets, sufría bullying así que prefería quedarme en mi casa estudiando. Soy más nerd que otra cosa. Empecé a tomar colectivo y tren para ir a la universidad antes iba caminando a la escuela. Un día yendo en un tren, eran como las 06:30 o seis de la mañana, me abusaron entre varios. Yo no pude hacer nada. Me quedé quieta. Eso me lo comí sola diez años porque no lo quería contar, me daba vergüenza. Lo típico que le pasa a la víctima de decir: “Yo ese día tenía calzas y capaz lo provoqué”. Me acuerdo que estaba con los auriculares y subí la música, la puse al máximo como para tratar de salir de la situación. No lo dije nunca. Con el tiempo, tuve el primer intento de suicidio porque no lo podía llevar y cuando me da el primer brote, me decían: “Hay algo que te está pesando, que no estás diciendo y el cuerpo lo está aguantando, el intestino lo siente. Fíjate qué puede ser”. Ahí dije: “No voy a dejar que algo que me arruinó la vida me siga arruinando”. Entonces me acuerdo que le conté a mis hermanas y después a papá y a mamá. Para ellos fue durísimo porque no se lo esperaban, lo guardé completamente y no se le conté a nadie. Me acuerdo que mi papá, que es médico, se levantó, me abrazó y me dijo: “Cómo no te va a explotar el intestino si hace diez años te estás comiendo esto sola”.

Tratamiento
Luis: —¿Qué tan confiable es la medicación y qué tan costosa es?
Laura: — Es confiable. Pero es muy cara. No es una enfermedad que está al 100% cubierta, lo cual me parece muy injusto porque es una enfermedad de ricos. Si yo soy pobre, ¿qué hago? ¿Dejo que se me coma el intestino? Porque te lo empiezan a cortar y terminas con la bolsita. ¿Y después quién va a pagar la bolsita? Es como un camino sin vuelta. Yo soy comunicadora, soy licenciada en Comunicación y dije: “Capaz todo esto que me está pasando es para poder comunicar al resto qué es esta enfermedad, explicar que es normal tenerlo y que la gente empiece a dejar de tenerle como tabú porque ninguno quiere aparecer ni quiere”. Ninguno quiere contar, les da vergüenza, porque no es glamoroso andar diciendo: “Che, la verdad me sale sangre, se me hincha la panza”. Decís no puedo comer o te hacés el que estás a dieta, pero es porque podés comer lo que sirven, porque se te va a inflar la panza.
Luis: — Tenés una web donde hay personas que pueden encontrar información y conectarse entre sí.
Laura: — Sí, se llama Colitis Ulcerosa Argentina. Ahí me empezaron a hablar personas con la misma enfermedad. Por ejemplo, una chica me contó que hace tres semanas la habían diagnosticado. Ya de por sí te asustas porque no sabes qué es y no hay mucha información. Fue a averiguar cuánto salía la medicación. Ella estaba sin obra social y le dijeron 550 mil pesos por mes. Ella cobraba 700 y me decía: “Primero no entiendo lo que tengo y, segundo, no puedo pagarlo. No sé qué me va a pasar”. Yo le dije: “Dame un segundo que voy a consultar a ver si alguien tiene pastillas”. Porque si cuando vos estás en remisión tomas una pastilla y te puede quedar una caja que se te esté por vencer, entonces lo que hago es circulación. Vos no la vas a usar, pasémosla el otro. Pregunté y no han tardado ni cinco minutos. Uno le dijo: “Yo tengo para que hagas tres meses de tratamiento”. La chica le dijo: “¿Cuánto te puedo pagar?” y él le dijo: “No, vos la necesitas. Yo te la doy”. Al otro día se encontraron y le dio toda la medicación. Y así tuve cuatro casos en 20 días. Me he puesto a llorar con cada uno.
Luis: — Háblale al que no sabe nada, que tiene prejuicio cuando se entera y que quiere aprender.
Laura: — A esa persona le digo que lo principal es ser empático y creernos porque la estamos pasando mal. Cuando estamos en brote la estamos pasando mal y a veces lo queremos disimular porque nos da vergüenza contarlo. Si te llegamos a contar, créenos. Sé empático y abierto a querer aprender, porque esto te salta en cualquier momento y te puede pasar a vos. El estudio de la colonoscopía también es muy tabú. El cáncer de colon tarda diez años en convertirse en cáncer. Pero uno empieza con que “no tengo tiempo porque tengo una reunión, porque justo ese día tengo que trabajar” y se va pateando y llegan tres, cuatro o cinco años más tarde cuando pudieron frenarlo con una colonoscopia. Si tenés pólipos te lo sacan, te hacen la biopsia y saber te da alivio. Entonces, por favor, al primer síntoma que veas andá a la consulta y hacé la colonoscopía. Nosotros somos más propensos. Todos los años o cada dos años tenemos que hacer colonoscopia, dependiendo cómo estés, porque siempre te van a salir pólipos. Entonces tenés que ir revisando. ¿Sabés hace cuánto no me siento bien? ¿Sabés lo que estoy luchando todos los días por tener un poco de energía? Después de las internaciones veo hasta lo más chiquito, hermoso. Ahí te das cuenta de lo valioso. Hoy uno sale para trabajar corriendo, te tomas un café y te vas enojado. Ojalá me pasara eso. No puedo tomar café, tengo que levantarme y tomar primero diez pastillas. Todo lo tengo que hacer despacio y a veces no puedo ir a trabajar porque no me da la fuerza y si llego, me desmayo. A veces nos calentamos por cada pavada. Aprovéchalo porque te están pasando cosas lindas.
En el Centro de Asistencia al Suicida de Buenos Aires atienden a cualquier persona en crisis en las líneas gratuitas #135 desde el celular en Buenos Aires y GBA o al (54-11) 5275-1135 desde todo el país (o 0800 345 1435).
Línea telefónica nacional y gratuita para la orientación y apoyo en la urgencia de salud mental: 0800 999 0091. Atiende las 24hs los 365 días del año, gratis y para todo el país.
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