Gabriela Cerruti: “Si todo lo que hiciste en tu vida fue ser político, no tenés ninguna posibilidad de enriquecerte”

Es periodista, escribió perfiles sobre Carlos Menem y Mauricio Macri, fue legisladora durante doce años, estuvo dos años como vocera de Alberto Fernández y ahora lanza su primera novela, “El veneno del poder”, un thriller que mezcla sus dos mundos: la política y el periodismo. Una entrevista íntima en la que habla del feminismo, del narcisismo de los presidentes y del complejo rol como portavoz de un gobierno

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Gabriela Cerruti: “Si todo lo que hiciste en tu vida fue ser político, no tenés ninguna posibilidad de enriquecerte”

En un mundo de palabras, encontró otra manera de decir: la novela. Un formato que no le resulta del todo ajeno, o que más bien encuentra un antecedente en las crónicas periodísticas que escribía en los tiempos de periodista acreditada en la Casa Rosada. Pero más allá de las formas, del decir, está lo que Gabriela Cerruti quiere contar, aún alejada de la política desde hace más de un año. “Antes he hablado por otros -dice, quien fue la vocera del gobierno de Alberto Fernández-. He descrito la situación política de este país, he hablado por otros en los libros, he contado historias en el periodismo. Esta vez, es mi voz”.

Cerruti tenía 23 años cuando publicó su primer libro: El Jefe -sobre la vida de Carlos Menem- fue best seller en 1993. “Fue un escándalo, y no en cualquier momento, sino cuando Menem era Gardel. De hecho, ganó las elecciones tres meses después de que el libro vendiera 300 mil ejemplares”, recuerda. En 2009 lanzaría -también con éxito- El pibe, sobre Mauricio Macri.

Hoy, Gabriela tiene 59. Y el 1 de mayo presentará en La Feria del Libro su primera novela: El veneno del poder, un thriller que descubre los escenarios de la política pero también de la Justicia y del periodismo. Con romances secretos y escándalos muy parecidos a los reales.

—En esta Diana (esposa del presidente), ¿qué hay de Gabriela?

—Ah, vos ya decidiste que Diana soy yo.

—No digo que seas vos, pero sí que hay cosas tuyas: debe haber algunos puntos, conexiones, con esta feminista.

—Claro que sí. Diana es un gran personaje que tiene muchas cosas mías. Uno es lo que es, lo que piensa, lo que desea ser. Y probablemente, (Diana) tiene un cruce de esas cosas: de lo que yo fui y de lo que decía ser, de lo que soy. Y también de otras mujeres a las que vi en la política. Fui construyendo personajes donde pudiera poner lo que vi ahí, adentro del poder, durante tantos años. Entré por primera vez a (la Quinta de) Olivos en el 87: nos llevó Nacho López a todos los periodistas de la sala para decirle feliz cumpleaños a Alfonsín. Y desde entonces entré como periodista, como diputada, como funcionaria. Olivos, la Casa Rosada; los choferes, los secretarios: todo ese mundo. Y bueno, digamo que Diana transita un poco esa historia mía.

Gabriela Cerruti presenta el 1
Gabriela Cerruti presenta el 1 de Mayo en la Feria del Libro su nueva novela, un thriller que descubre los escenarios de la política, la justicia y el periodismo.

—¿El veneno del poder va a ser una saga?

—Hay personajes que tienen que continuar, que tienen que contar más historias. Es un libro donde pasan muchas cosas con mucha gente que está dentro del periodismo y la política. La gente común lo va a leer como House of Cards. Pero los que están en la política van a decir: “Este soy yo, este es el otro”. Como una trivia.

—Hay una pareja protagonista. Y un presidente que llega ahí gracias a ella.

—Sí, llega un poco por ella. También por un expresidente que de alguna manera lo impulsa. También hay una hermana, que es un personaje importante, esotérico, ligado a una cantidad de cosas. Y hay una trama política que es la que a mí más me gusta. En algún momento también hay una muerte y una trama judicial y periodística. Y esas reuniones en los countries del norte donde yo sé que se reúnen los jueces, los empresarios, los políticos, a dirimir determinadas cosas. Entonces, hay un juego permanente entre lo que yo sé, lo que vi, lo que pasó y lo que invento. Y lo que quiero que suceda. Y hay elecciones, que se ganan y se pierden. Hay presidentes de otros países; hay Casa Blanca. Hay un secretario todoterreno.

—¿Todas estas situaciones que el lector va a encontrar en la novela, tienen una base de situaciones que existieron?

—Muchas. Muchísimas. Un presidente que se casa en segundas nupcias con una actriz y que tiene perros: digo, desde Perón en adelante puede ser cualquiera. Hay un montón. Eso sucedió muchas veces en la política argentina. Y después, hay cosas que son de la realidad. El disclaimer, al principio del libro, lo dice claramente: esto se parece mucho a la realidad porque no hay nada más ficción en este país que la realidad. Después, me tomé el atrevimiento de describir muchos de esos escenarios que por ahí para la gente común son novedosos. Cualquier periodista que haya entrevistado presidentes ha estado en la residencia de Olivos, en la Casa Rosada, en diferentes lugares. Lo que pasa es que, en el último tiempo, a veces el periodismo se dedica más a opinar que a contar y a describir. Yo vengo de una tradición del periodismo de contar, describir, mostrar lo que otros no ven.

—Ahora, vos no solo le hiciste preguntas a presidentes: también manejaste la comunicación de un presidente.

—Sí.

—Conociste las dos posiciones.

—Las dos posiciones. Entré a la Casa Rosada a los 19 años, a la Sala de Periodistas, y me fui de la Casa Rosada a los 59 años como portavoz. Toda esa trayectoria me tenía que dejar un montón de cosas para contar. Y en este país, la realidad se parece mucho a una novela. A ver, una mujer que llega a primera dama pero que en otro gobierno entraba a la residencia de Olivos en un baúl, como amante del presidente, ¿eso es ficción o es realidad?

—Podría ser realidad.

—Es realidad. Esas cosas pasan en la Argentina porque yo las conozco. Y deben pasar en todos los países del mundo, sino no tendríamos series.

—¿Quién es en la vida real el personaje de Samantha Romero?

—El libro plantea todos esos costados, como el tema de las mujeres. Me parece que desde el feminismo siempre planteamos a la mujer como el lugar débil a la que el poder avasalla, lleva por delante, abusa; a las mujeres víctimas dentro del poder. Y también he visto a esas mujeres que se plantan, dan su debate y construyen su poder dentro del poder. Y he visto a las mujeres que llegan adonde quieren usando todas las herramientas que tienen a disposición. Es hora de que hablemos un poco de todo eso. Como siempre, los vulnerables son los vulnerables, en cualquier situación y profesión. Y las mujeres son las más vulnerables. Pero hay de todo.

—Mientras la escribías a Samantha, no me vas a decir quién era, ¿pero había una imagen en particular en tu cabeza?

Samanta es un personaje súper querible: es genuina, fresca, sabe lo que quiere desde el principio, y cuando cree que lo logra todo se desmorona. Es un personaje abrazable. Me gustan los personajes que tienen matices porque todos los tenemos: ninguno es absolutamente bueno, ni absolutamente malo. Tenemos dudas, contradicciones, hacemos lo que queremos hacer, hacemos lo que podemos hacer. Y Samantha es un personaje que junta un montón de personajes. Después, había escenas que no me las iba a privar porque soy quien soy. Digamos, un presidente que echa a su mujer con la Gendarmería de la residencia de Olivos tenía que estar en un libro de ficción. O sea, eso pasó en este país, pero es una gran imagen para un libro de ficción.

—Sí claro, con Zulema Menem en la calle.

—Tremendo.

—¿Y Salvador, si le tenemos que asignar porcentajes de los distintos presidentes que tuvimos desde la vuelta de la democracia, quién sería?

—Tiene un poco de todos los presidentes que yo conocí más. Conocí mucho a Menem, a Macri, a Alberto Fernández; conocí menos a Néstor y Cristina porque ellos tenían otra manera de manejar su privacidad: conocías más sus acciones políticas que su vida. Y después tiene mucho de imaginación de lo que uno hace, por dónde uno surfea. No lo frecuento a Milei ni lo investigo como periodista, pero si leés todo lo que ha publicado y lo que se va publicando, dicho por él, de alguna manera es un personaje bastante transparente. Y creo que (Salvador) tiene también muchas características suyas. Tenía que tener una hermana Salvador, otro personaje maravilloso de esta realidad argentina.

—Está Karina Milei también ahí.

—Karina lo decís vos... Algunas amigas periodistas y algún amigo de la política leyeron el libro y todos me han dicho que en el primer capítulo intentás todo el tiempo saber quién es quién. Después te relajás y empezás a disfrutar de la trama.

Salvador tiene agendadas a distintas mujeres. En algún intercambio o las preguntas que les hace a estas mujeres, inevitablemente me lleva a recordar a Alberto Fernández en los videos.

—¿Y vos creés que Menem no lo hacía? ¿O qué hará Milei con Yuyito (González)? El narcisismo del hombre con poder necesita de una reafirmación permanente. Para llegar a presidente tenés que tener mucho narcisismo, y te exponés todo el tiempo públicamente a que te voten, a que no te voten. Para un narcisista, tener poder es tremendo. O sea, vos creés que sos Gardel y resulta que la encuesta dice tenés 90% de imagen negativa. Entonces, esos hombres buscan permanentemente la reafirmación en lo cotidiano. No es casual que los hombres en el poder tengan muchas amantes, que busquen permanentemente una reafirmación en las mujeres, que tengan un trato con todo el mundo donde permanentemente necesitan ser validados. Eso está reflejado en Salvador y es una característica que vi mucho. Bueno, digo, ¿creemos que Macri no era mujeriego?

—Pero no le vimos los videos que le vimos a Alberto, ni tiene una causa por violencia de género con quien era la primera dama.

—No voy a hablar de temas de la actualidad porque todo está en el libro: está dicho lo que quiero decir. También, una de las cosas buenas del libro es poder contar todas esas cosas que a veces el periodismo es muy arbitrario en dónde las ilumina y dónde no las ilumina. Los gobiernos tienen diferentes tratos con los periodistas, y los periodistas tienen diferentes maneras de mirar a los diferentes gobiernos y hombres en el poder. Entonces, hay algunas cosas que para el periodismo pasan de largo o resultan simpáticas porque es un canchero y en otras, terminan en un escándalo.

—¿Menem era un canchero?

—Bueno, más o menos: yo conté todo de Menem. Pero era un seductor. Macri tiene las mejores minas del mundo. Alberto es un desastre. Entonces, hay como miradas sobre cosas que se reivindican en algunos y no se reivindican en otros, que tiene que ver con otra cantidad de cosas: con si lo hiciste bien, lo hiciste mal, si te fue bien en la economía, con los contextos. Menem era divino mientras funcionaba la convertibilidad, y se abrazaba con Madonna y enamoraba a cualquiera que se le acercara. Y después todo dejó de ser maravilloso. Macri salió toda su vida con modelos, después tuvo la familia Ingalls, pero tampoco todos nos creemos eso.

Gabriela Cerruti con Tatiana Schapiro
Gabriela Cerruti con Tatiana Schapiro en Infobae (Candela Teicheira)

—En el libro también aparece la Justicia.

—Sí, porque hay una muerte. También aparece la corrupción. Y hay una descripción bastante profunda de cómo funciona el mundo del periodismo con la política.

—Contame: ¿cómo funciona?

—Bueno, hay un señor Cinco que es el jefe de los servicios de inteligencia, el que tiene trato con determinados periodistas. Diana habla con algunos periodistas, que son los que no piden plata. El señor Cinco habla con los periodistas que sí piden plata, y sabe qué se le puede pedir a cada uno. Ese engranaje y ese juego. Y hay dos periodistas muy grandes y paradigmáticos, que representan el periodista del mundo progresista, de los medios más opositores a cualquier gobierno, para decirlo de otra manera. Y esos dos grandes personajes también juntan características de muchos.

—Cuando vos eras parte del gobierno, ¿con qué periodistas hablabas?

—Con los que no pedían plata. Que los hay, por supuesto que los hay. Te discuten todo. Tienen otra manera: podés acordar algunas cosas porque siempre se pueden acordar algunas cosas. O sabés cuáles son los límites: con cuáles se puede acordar, con cuáles no. Lo que podés acordar es: “Bueno, esto sí se puede preguntar, esto no se puede preguntar”; “Ah, no... Si no pregunto eso, no hago la entrevista”; “Bueno, no la hagas”. Pero esas cosas pasan. Y hay de todo. Y también sabés que hay muchos periodistas que son distintos, en diferentes momentos de sus vidas: están los periodistas que en algún momento soñaron ser una cosa y terminaron siendo otra. Están los periodistas que se vuelven multimillonarios de un día para el otro, y que tienen una vida y un pasar que vos decís: “Eso no se hizo trabajando, menos de ser periodista en este país”.

—Vos hablabas con los que no pedían plata. ¿Y sabías quiénes eran los que pedían plata?

—Sí, por supuesto. Siempre se sabe. Todo se sabe.

—Y hoy, estando afuera, ¿te das cuenta?

—Te das bastante cuenta. Digamos, además, que ahora ya es todo mucho más brutal: está todo mucho más expuesto.

—Aclaremos que uno puede tener una opinión, y eso no tiene que ver con que alguien te haya pagado por tener esa opinión.

—Por supuesto que no. Lo que también pasa ahora, más que antes, es que la enorme mayoría de los periodistas opina cuando en realidad el periodismo era otra cosa. Tenías periodistas que hacían crónicas, y nadie más hace crónica. Cómo se juntan los choferes en el estacionamiento y de qué cosas hablan, qué pasa efectivamente con los mozos, digo, toda esa trama del poder, ¿quién la está contando? ¿Cuál es el periodismo de crónica? El periodismo de investigación, ¿dónde está? Todos los periodistas tienen una opinión sobre todos los temas. Uno ve el trazo grueso: que es lo que pasa en los grandes medios, en los grandes portales, en las redes. Por suerte, yo me fui de Twitter después de pasarla...

—¿Cuándo te fuiste de Twitter?

—Un poco después de irnos del gobierno, en diciembre o en enero del otro año. Y fue un alivio enorme. No sé qué paso, pero es un lugar donde hay una energía horrible, oscura, realmente fea, pesada. Cuando digo que yo puse el cuerpo, la salud y todo en los doce años de legisladora y los dos de portavoz, es literal. Entonces, poder hablar ahora a través de personajes en un libro es un alivio enorme, me hace muy bien.

—¿Y cómo terminaste ese ciclo en la política?

—Lo terminé. A ver, hice lo que tenía que hacer. Lo hice bien, fui profesional, aprendí un montón. Y traté de resolver las cosas que podía, en el ámbito de la comunicación, lo mejor posible. Y después me fui. Estuve afuera todo el año pasado por temas personales complicados, que ya por suerte pasaron y que estamos todos bien. Y entonces, ahora es como que vienen mis 60, mi nueva vida. Como diría Ludovica (Squirru), es el año de la serpiente de madera. Así que este es el año de los cambios. Y ahí estamos.

—¿Seguiste en contacto con Alberto Fernández?

—Un poco después. Y después, no más.

—¿Te enojaste?

—No, no pasa nada. Ya no me enojo más.

"Hay un juego permanente entre
"Hay un juego permanente entre lo que yo sé, lo que vi, lo que pasó y lo que invento", afirma Gabriela Cerruti sobre su primera novela (Candela Teicheira)

—El libro me hace pensar en el feminismo. El rol de la mujer, cómo avanzamos. Y también, cómo tenemos que cuidar ese lugar, defenderlo. De repente, el otro día escuchaba al rector de la UCA decir que no está bueno que las mujeres salgamos a trabajar y hagamos deporte.

—Pasan cosas tremendas.

—También pienso si algo de todo lo que vivimos en los últimos años no fue más desde lo discursivo que desde los hechos. Me lo pregunto.

—Nosotros tuvimos un avance. Yo me pregunto un montón de cosas y tengo un montón de dudas, y por eso me encanta no tener la obligación de tener certezas claras todas las mañanas. Creo que fue un proceso que, como todos los procesos, tuvo sus momentos jacobinos, que a veces hirieron gente o hicieron que mucha gente se sintiera afuera o excluida de ese proceso. Por otra parte, esos momentos de tanta fuerza también hicieron que se avanzara efectivamente en hechos concretos en la Argentina, como leyes importantes, y va a ser muy difícil que se dé marcha atrás. Con el feminismo y los derechos humanos, Argentina tiene mareas que van y que vienen, pero al mismo tiempo, cada una de esas mareas deja mojones de los cuales no se puede retroceder. Y eso es muy importante. Hay que pensar cómo se sigue y de qué manera. Las nuevas generaciones están viendo el tema de otra manera y desde otro lugar, y lo hacen porque tienen un nivel de empoderamiento que es masivo: que las pibas jóvenes puedan dar determinada cantidad de discusiones tiene que ver con que la voz de las mujeres hoy es escuchada de otra manera que hace diez años atrás. Y eso tiene que ver con todo lo que sucedió. Después, como toda ola de avance, efectivamente hay una ola de retroceso en el mundo, no solamente en la Argentina. A veces dudo si lo que estamos viendo es el inicio o el final de la ola de retroceso. Si el péndulo llegó a ese lado y ahora va a empezar a volver para que tengamos otro tipo de conversación pública.

—Situaciones como el Ministerio de la Mujer, Géneros y Diversidad, que fue y sigue siendo muy cuestionado, ¿no ensucia la discusión?

—Depende cuáles son los cuestionamientos. En un momento en el que había que poner el tema de una manera estructural en las políticas de Estado, fue una decisión que buscamos las mujeres desde el feminismo, todas, transversalmente, de todos los colores políticos que se te ocurra, y sociales también. Y avanzó en una cantidad de desafíos que había, que faltaban. Por supuesto, esas políticas no se van a transformar en cuatro años solamente. Pero sí creo que fue un avance. ¿Se podría haber hecho de otra manera? Seguro. Todo se puede hacer mejor, sobre todo cuando la ves después. O cuando después de eso viene una derrota, entonces empezás a buscar las razones digamos.

—Vino Manuel Adorni, que ocupa la que en algún momento fue tu oficina. ¿Cómo lo ves?

—Creo que cumple su rol, como yo cumplí el mío. La idea de pensar que alguien en ese lugar tiene más poder del que tiene, es un error. Uno está ahí para comunicar de la mejor manera posible lo que le piden que comunique. Y a veces eso es más sencillo y a veces es más complicado, porque lo que te piden que comuniques a veces estás de acuerdo y a veces no estás de acuerdo, pero siempre lo hacés de la mejor manera posible. Me parece algo bueno, para el final de mi carrera en la política y en el periodismo, haber construido este lugar que no existía. Que Milei haya tenido que nombrar un portavoz tiene que ver con que ahí había un lugar que se había construido y necesitaba ser llenado, cosa que no pasó con todas las estructuras que se crearon antes. Esa estructura tenía un rol y tenía una voz. Y eso es importante. Y bueno, ahora vamos a ver cómo le va (a Adorni) en la Ciudad de Buenos Aires.

—Pero por ejemplo, ¿cuando escuchás lo del botón rojo en las conferencias?

—Preferiría no entrar en todos esos temas. Te voy a decir una cosa: es muy complejo ese lugar. La Sala de Periodistas de la Casa Rosada es muy compleja porque hay decisiones que tenés que tomar que son muy polémicas, y porque hay que hacer cambios y nunca se alcanza a hacer los cambios. Yo creo que Adorni tampoco. Hay que ordenar eso, de alguna manera. No es la Casa Blanca, no es este periodista que levanta su mano, pregunta y qué sé yo. Hay una cosa que hay que trabajar más con los medios, hay que pensar más la comunicación de Estado en un diálogo con los medios.

—Recién hablabas de lo positivo de no tener esas certezas. Yo te veía, como lo veo hoy a Adorni, absolutamente de acuerdo con lo que estabas comunicando. ¿No siempre fue así?

—Bueno, es tu trabajo: comunicar lo que te piden que comuniques. Y comunicarlo de la mejor manera posible. A veces te sale mejor, más simpático, con una sonrisa; a veces te sale más tenso. Muchas veces tenés suerte y podés comunicar algo con lo que estás absolutamente comprometida. Yo fui diputada 12 años, ocho en la Legislatura y cuatro en la Cámara de Diputados, y podés agarrar todos mis discursos: algunos te van a gustar más, otros menos; en algunos tengo más vehemencia, en otros menos, pero ahí es mi voz, soy yo la que está hablando y diciendo lo que pienso. Cuando sos portavoz, sos la voz de un gobierno que te pide que comuniques lo que están haciendo y lo defiendas.

—¿Por qué decís que fue el fin de un capítulo en la política?

—Yo ya había anunciado que me iba de la política en ese momento. Tenía que reelegir en diciembre de ese año y les había anticipado a los presidentes del bloque y de la Cámara que no quería reelegir. ¿Te acordás del libro de La revolución de las viejas?

—Con eso hubo un movimiento más allá del libro.

—Un movimiento que se formó y que, de hecho, sigue. Y son esas cosas que vos decís: “Bueno, no voy a pelear la autoría. Ya está circulando”. Ahora todo el mundo habla de menopausia, las vejeces es un tema. Y me parece bárbaro, porque uno lo que hace es abrir una compuerta, iluminar un tema.

—Bienvenido sea.

—Bienvenido sea. Nadie inventa los temas: los temas están en el inconsciente colectivo y lo que uno hace es correr una cortina y el tema, avanza. Entonces, ahí avanzó en un movimiento que se armó por todo el país. Avanzó en el libro, que ya lleva 13 ediciones. Avanzó en sitios, en portales, en todo. Y ahora veo que hay otra cantidad de periodistas, de feministas y todo. Es el tema que se viene del feminismo es por qué las mujeres de más de 50 somos son distintas a las mujeres de más de 50 de hace un tiempo. Y tenemos un montón de cosas para decir. Y tenemos una memoria construida que nos permite dar las batallas de otra manera. Además de mis amorosos hijos, tengo muchos jóvenes alrededor y todo el tiempo creen que les tocó vivir el peor momento de la humanidad. Y digo: “Amores, yo crecí en la Dictadura militar, viví la hiperinflación de Alfonsín. Vi cómo este país marchaba en el 86 por el Nunca más, y el juicio y la condena. Y tres años después estaba en la Plaza de Mayo cuando Menem liberó a Videla y Massera. O sea, no. No te tocó el peor momento de la humanidad”. Con esa sabiduría, las mujeres de 50 y 60 tenemos un montón para decir.

—Habiendo sido parte de muchos de esos momentos de la discusión pública, y también de gestión de cambio, ¿te imaginas en serio afuera de la política?

—No es que me imagino fuera de la política. Yo quiero hablar, pero a través de mis novelas. Hay cosas que se pueden decir de esa manera, y desde un lugar donde hoy me siento más cómoda, donde necesito conectar con otras cosas. La locura del mundo no me va.

—¿Cómo ves todo lo que está pasando con la Corte Suprema?

—Creo que estamos en un quiebre del mundo, con un sistema de Poder Judicial, Legislativo y Ejecutivo que fue inventado a fines del 1700 para determinada realidad, en la que había que pelear por los derechos civiles, y no era un sistema hecho para proteger o distribuir la justicia, la igualdad o los derechos económicos. Ese sistema se pensó a finales del 1700 en Estados Unidos, en la Revolución Francesa. Pero todo cambió, ¿y creen que el sistema puede seguir siendo el mismo? En el mundo de la inteligencia artificial, de los mega datos, del poder transnacional, ¿con todo eso va a haber cuatro señores sentados en sus poltronas y en sus cortinados rojos decidiendo la suerte de todos los argentinos? Es lo que en definitiva pasa porque por el control constitucional en la Argentina termina siendo la Corte. ¿De verdad creemos que eso va a seguir funcionando? Decile casta, decile como quieras, pero hay una crisis del sistema político, de la idea en que lo único que quiere es autopreservarse y autoreproducirse. ¿Qué quiere alguien cuando se candidatea a concejal, legislador o lo que fuera? ¿En qué está pensando? ¿Qué es lo que va a hacer? ¿En qué va a influir en transformar la realidad? O sea, ¿qué significa hoy “quiero ser diputado”? ¿Para qué querés? Me parece que es una pregunta que no tiene una respuesta clara.

—Es súper interesante.

—Es súper interesante. Es un momento muy bisagra del mundo.

—Pienso también en vos eligiendo no estar en ese lugar.

—Cuando yo dije que no quería reelegir más y que ya estaba, todas las leyes que yo quería proponer, ya las propuse. Algunas salieron, otras no salieron, Pero tuve el enorme orgullo de haber cerrado el debate del aborto, de ser ministra en la Ciudad de Buenos Aires y hacer el primer plan de ingreso ciudadano, Ciudadanía Porteña, que todavía sigue funcionando. Hice las Viviendas Cooperativas y mucha gente me escribe: “Yo pude tener mi casita”. Todo eso lo hice. ¿Qué más puedo hacer o para qué quiero estar acá? Y ese para qué, hoy no está en la política. Hoy, está escribiendo novelas.

—¿Ganaste más plata con las novelas o con la política?

Con la política no se gana plata. Bueno, igual que el periodismo. Viví toda la vida de mi sueldo, pero mi primera casa me la compré con El Jefe. Y era otro momento del periodismo, donde se ganaba muy bien, tenías derechos, todos estábamos en blanco. Esa cantidad de cosas que no están sucediendo hoy. Cuando El Jefe vendió lo que vendió, me compré mi primera casa y me fui a estudiar a Londres. Todo el mundo me decía: “Estás haciendo un bestseller, vas a lo de Mirtha Legrand, a lo de Grondona y Neustadt, ¿y te vas a Londres a estudiar, a meterte en un campus universitario?”. “Sí, tengo 25 años, todavía necesito terminar de estudiar”, decía yo. Me fui y me puse de novia con un noruego, la pasé bárbaro. Y volví a los tres años con la sensación de que no pasaba nada, de que cuando volviera iba a poder estar en el lugar en el que quisiera estar. Y sucedió. Pero, nada; ojalá venda muchos libros porque la verdad es que necesito trabajar.

—Y volver a Londres.

—Sí. Y hacer las tres cosas que quiero hacer: comer rico, tener mi casa con mis orquídeas, viajar cuando puedo. Eso es lo que siempre hice entre mi sueldo y los libros.

—¿Con Cristina tenés vínculo?

—Ahora no, pero tuve una situación. La respeto y la quiero mucho, es una gran líder. Y tengo un lugar muy especial en mi corazón para la gente que me acompañó el año pasado, que fue realmente muy difícil en lo personal. Dentro de la política, dos o tres que me acompañaron. Y una fue ella. Otro fue Alberto. Estuvieron en lo personal, y les estoy muy agradecida.

—¿Y la situación judicial de Cristina, cómo te impacta?

—Bueno, preferiría no meterme en esos temas.

—¿Ya sabés cómo sigue el libro?

—El próximo está más situado en una investigación en la Cámara de Diputados. Las dos cámaras, que además son tan numerosas, tienen, igual que el periodismo, muchísima gente que hace su trabajo súper honestamente. Y otros que no, están en terreno este que no me sale ni el nombre, que son esas cosas que vos decís: “No puedo creerlo”. Millones de dólares, ¿entendés? ¿Cómo puede ser? O sea, yo nunca pude ahorrar un dólar en mi vida. Está bien, me gusta gastar, pero no hay manera de que si hacés política te llenes de plata. Si vivís de tu sueldo de política, no hay ninguna posibilidad. Ninguna. Después hay otros que tienen empresas y qué sé yo. Si todo lo que hiciste en tu vida fue ser político, no tenés ninguna posibilidad de enriquecerte.

—Comparás mucho al periodismo y a la política.

—Son las dos caras de este sistema que está desde el 1700. Los periodistas creen que son los que controlan. Se dijo durante mucho tiempo que era el cuarto poder. Pero el periodismo político y la política son las dos caras de Jano. Hay políticos que tienen empresas fuera de la política y hacen su dinero así, o que cuando no están en la política trabajan en consultorías. Y hay periodistas que tienen lugares muy privilegiados en el medio porque son buenos conductores, porque tienen trayectoria, sueldos. Hay periodistas que se han convertido en empresarios y que les ha ido fabulosamente bien. Eso es una cosa. Y hay otra cantidad de periodistas a los que sus medios les pagan muchísimo. No hay tanto blanco y negro. No, me parece que también ahí.

—¿Se necesitan el periodismo y la política?

—Absolutamente.

—¿En este momento de redes sociales, también?

—Sí. Bueno, el periodismo está en una crisis importante, tan grande como la crisis de la política porque el mismo descrédito que hoy tiene la política, lo tiene buena parte del periodismo.

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