La lucha de un cantante lírico contra una adicción que casi lo mata: “A mi mamá le diagnosticaron cáncer y no fui capaz de volver”

El doloroso relato de Nicolás, un joven de una voz prodigiosa que empezó a consumir alcohol “como cualquier chico” y sin comprenderlo, se encontró bebiendo sin poder parar desde la mañana. Las grandes dificultades que atravesó junto a su incondicional madre cuando él se fue a vivir a México y a ella le detectaron una grave enfermedad

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“Hay tres finales posibles para un adicto”, dice. Y al enumerarlos se lamenta, se entrecorta, se derrumba: “El hospital, la cárcel o el cementerio”. “Pero tu final es otro -se arriesga desde aquí-. El tuyo es el escenario”. “El mío es el escenario...”, repite, y extraviando la mirada, observa adentro suyo.

Porque es entonces cuando Nicolás Olsina, un cantante lírico de talento enorme, comprende que se ha ganado a sí mismo. Mejor aún: que se va ganando. Porque aquí no valen los descuidos, ni bajar la guardia, ni dejarse vencer por los demonios propios, ni perderse en la oscuridad interior.

Desde hace unos meses la vida de Nicolás se ilumina, aclarando las sombras en la que estuvo envuelta durante largos años. En la Fundación EIRA lleva adelante un tratamiento por su adicción al alcohol. Ya está en la etapa en la que puede salir los fines de semana. Con su voz prodigiosa, en uno de esos días de esparcimiento le cantó el feliz cumpleaños -a pura improvisación- a una joven desconocida, en el Tigre. El video se hizo viral. Una gran recompensa para tanto esfuerzo, también un guiño del destino.

Nico cuenta que empezó a tomar “como cualquier chico: para estar en bares, en boliches y demás”. Pero pronto todo “se fue saliendo de control”, aunque tardó demasiado tiempo en comprenderlo. “Estoy arrepentido de no haberme dado cuenta, y no haber parado, antes”, confiesa.

Mientras su carrera como cantante crecía, su adicción no solo lo llevó a perder a un gran amor: también hizo que descuidara a su mamá. “El alcohol me destruyó la vida. Estuve muy mal, al borde de la muerte. Soy un alcohólico en recuperación”, advierte, y ofrece un testimonio desgarrador.

Nicolás Olsina junto a su
Nicolás Olsina junto a su mamá y sus hermanos.

—¿Cómo había sido la adolescencia?

—Bien. Me crié sobre todo con mi mamá, que es una divina. Fue una infancia hermosa. A los 20 empecé a estudiar canto y a los 23 ya estaba en escenarios grandes cantando ópera, con figuras de la lírica mundial. Y empecé a agarrar el alcohol para cantar. Después, por la muerte de mi viejo de cáncer, cuando yo tenía 25 años… No es culpa de eso, pero yo tendía a tapar las cosas, a no hacer el duelo. Me costaba mucho eso. Y empecé a tomar un poco de más.

—¿En ese momento lo entendías como un problema?

—Para nada. Para mí tomar era parte de estar con amigos o conocidos. También tomaba estando solo en mi casa, con el tele; eso es lo preocupante. Está la gente que lo puede controlar, que toma algo de alcohol para la cena y demás. Yo no. Yo no paraba: hasta desayunaba con cerveza.

—¿A qué hora empezabas a tomar?

—Apenas me levantaba, después del café. No me importaba si eran las 9 o las 10.

—¿Hay una sensación corporal?

—Sí... No sabría explicártelo, pero se te altera el cerebro: yo me ponía más contento, dejaba de tener los miedos que tengo desde chico. Buscaba la salvación en eso.

—¿A qué le tenías miedo?

—A todo. A que no esté más mi papá, por ejemplo. A la muerte. Para que te des una idea, de chico le tenía miedo al viento. Siempre tuve miedos, miedos y miedos... Y con el alcohol los tapaba, y estaba feliz: era una anestesia. Pero feliz entre comillas, porque me estaba arruinando.

Nicolás Olsina: "Quería tapar con
Nicolás Olsina: "Quería tapar con alcohol mi malestar: la muerte de mi padre y mis miedos"

—¿Hacías algún tipo de terapia?

—Siempre estuve con psicólogos y psiquiatras. De hecho, en ese momento me habían recetado antidepresivos para lo que estaba pasando, pero todavía no se daban cuenta del problema que yo tenía con el alcohol.

—Vos tampoco.

—Yo tampoco.

—¿Podías pasar un día sin tomar?

—No podía pasar ni unas horas sin tomar... Me empezaba a temblar la mano, el cuerpo me transpiraba mucho... Después de tomar, terminaba roto. Al principio, cuando tenía 24 o 25 años, tenía más resistencia: podía tomar bastante y no pasaba nada, hasta que en un momento caía desmayado en la cama. Cuando agarrás el hábito y el cuerpo te lo pide, ya es un problema.

—¿Alguien sabía?

—Y... lo sospechaban un poco. Yo vivía al lado de la casa de mi mamá, en el mismo terreno, y me veían (tomar) desde temprano. Mi sustancia de preferencia era el vino. Pero tomaba cerveza, whisky, tequila, ron, vodka; lo que sea. Y generalmente tomaba buenas marcas.

—¿La plata no era un problema para conseguir alcohol?

—No. Y cuando empecé a trabajar de lo que a mí me gusta, del canto, lo tenía muy fácil. El dinero no era un problema. No llegué a robar y esas cosas.

"Dolía vivir, pero el alcohol
"Dolía vivir, pero el alcohol calmaba el dolor", afirma Nicolás, que hoy enfrenta su enfermedad con valentía.

—¿Podías cumplir con el trabajo?

—Hasta un punto sí, pero después no. Llegaba a los shows todo mareado. Me he caído arriba del escenario. Y me echaron por eso.

—¿Los vínculos se podían mantener o el alcohol había empezado a afectar las relaciones?

—En ese momento estaba en pareja y ella se daba cuenta de que no era normal que yo esté así, tomando tanto, y me lo marcaba bastante. De hecho, por un tiempito empecé a tomar poco, bajé la cantidad: media botella al día. Hasta que me separé.

—Pero seguías sin pasar un día...

—No pasaba un día. No había forma.

—El cuerpo lo empezaba a pedir.

—Exacto. Sí. Para tapar todo. La cabeza te empieza a pedir: “Con esto se soluciona”. Yo quería tapar con alcohol mi malestar: la muerte de mi padre y mis miedos.

—¿Cómo es que decidís irte a México?

—Me metí en un grupo de Facebook de argentinos en México y mandé un vídeo mío. Me contactaron con un español que contrataba cantantes para los mejores hoteles y restaurantes de México. Me pagaron el vuelo y salí para allá. Acá se me estaba complicando, porque aunque ganaba bien, no era wow... También me fui escapándome de esta relación, cuando nos separamos.

—¿Dolió mucho esa separación?

—Dolió muchísimo.

—¿El alcohol tuvo que ver?

—En algún punto, sí...

—Y llegás a México.

—Sí. Y mi primer día ya fue un desastre: me hicieron la bienvenida y quedé desmayado. Me caí contra una ventana grande de vidrio, me rompí toda la cara. Me enteré al otro día, cuando me desperté y tenía toda la remera ensangrentada. Pero todavía no me daba cuenta de que tenía una adicción. Para mí era normal. En México fue creciendo bastante. Ahí se podía tomar a cualquier hora del día: en la calle era normal ver gente tomando a las 9 o las 10 de la mañana. Y yo era uno de ellos.

Su mamá, Betina, atravesó un
Su mamá, Betina, atravesó un cáncer mientras apoyaba a Nicolás desde la distancia, nunca se alejó.

—¿El momento más oscuro fue en México?

—Sí. Estando allá a mi mamá le diagnostican cáncer. Y yo no fui capaz de volver a la Argentina: me quedé ahí, tomando alcohol. El día que la operaron yo estaba cantando en un show y me desmayé por el alcohol. Hace poco le pude pedir perdón. Ella aceptó mis disculpas: mi mamá sí sabía que era una enfermedad, lo entendía más que yo. Poquito tiempo después me echaron del trabajo. La llamaron a mi mamá y le dijeron: “Tu hijo es un alcohólico. Por su culpa salió mal un show”. Y mi mamá, recién operada. Mal, mal...

—Cuando te enterás que tu mamá tenía cáncer, ¿te volvieron todos los miedos al cuerpo?

—Me volvieron todos los miedos. Pero el alcohol no alcanzaba a calmar ese dolor. Por un ratito estaba consciente del miedo, después se me iba porque lo tapaba tomando. De cantar en los mejores hoteles y restaurantes del mundo, me echaron, y pasé a cantar a la gorra, porque lo único que quería era comprar alcohol. Mi mamá fue a verme a México después de su operación, estuvo un mes allá y se dio cuenta de cómo estaba. Me vio cayéndome en un show; me vio saliendo de un bar, diciéndole: “No doy más”. Me quedé un tiempo más; después volví y seguí consumiendo acá.

—Qué difícil para tu mamá. ¿Te pudo hablar en ese momento, aunque vos no escucharas?

—Sí, me habló. Pero yo no le daba bola: seguía sin entender que tenía un problema.

—¿Por qué decidiste volver a la Argentina?

—Por la pandemia. Habían cerrado todos los lugres adonde yo iba a cantar. Apareció un vuelo de repatriación y me volví. Me fui a la casa de mi mamá. Me las tuve que rebuscar: empecé a cantar en vivo por Facebook Live para festejar cumpleaños, por ejemplo. Con eso, zafaba. Con eso me compraba alcohol, porque la comida y la casa las tenía cubiertas.

—¿Qué pasaba en casa cuando tomabas alcohol?

—Ya no estaba bueno, ya se daban cuenta.

—¿Cuándo entendiste que había un problema?

—Mi mamá fue la que me ayudó a verlo como un problema. Y lo dejé por un tiempo.

—¿Cuánto tiempo?

—Primero dejé tres meses. Y después dejé un año y tres meses. En ese momento sin internación, y la verdad que es muy diferente. Ahora ya tengo tres meses acá, en EIRA, y en este tiempo sé mucho más que el año y tres meses que estuve limpio.

—Cuando hacés un tratamiento con un psiquiatra para dejar el alcohol, ¿hay medicación para acompañar?

—Hay medicación. Me atacaban los problemas de base, que es la depresión, los miedos y demás. Así estuve un tiempo. Después tuve la ilusión de control: “Me tomo un par de latitas y no pasa nada”, dije. Así empecé de nuevo y no pude parar. Y entonces dije: “Ya está”. Ahí ya supe que era un problema. Y pedí ayuda, pero no podía recibirla en realidad.

—Contame.

—Mi familia y mis amigos sabían. Todos me decían que tenía que dejar eso, que me estaba matando. Literal. Y yo no les daba bola. Llegué a pensar: “¿Y si me muero consumiendo? Ya fue...”. Para mí, el alcohol era más importante que cualquier otra cosa.

—¿Dolía vivir?

Dolía vivir. Pero se calmaba con el alcohol.

—¿La fantasía era morir de una sobredosis?

—Sí. Terrible... Perdón que sea tan crudo, pero sí...

—Debemos entender que la adicción es una enfermedad, vinculada con la salud mental, y que la voluntad del adicto está tomada. No podemos pretender que el enfermo salga solo de ese lugar.

—Solo no se puede salir. Yo intentaba por todos lados y mi mamá, pobre, insistía y lloraba. Yo la veía llorar y le decía: “Perdón”. Y yo lloraba también, porque me hacía mierda hacerle mal a mi mamá. Pero seguía consumiendo, no podía parar. Mi mamá intentaba de todas formas, me veía llegar con la mochila llena de alcohol y la revoleaba. Y yo iba y compraba de nuevo. No funcionaba. Hasta que apareció EIRA. Lo que hay que hacer es pedir ayuda.

—¿Vos aceptaste recibir ayuda?

—Sí. Mi concepción de la internación era estar en un lugar feo, donde te maltrataban. Y no: acá es todo lo contrario. Tuve una entrevista por teléfono con Ezequiel Batista, el director, y cuando me contó cómo era acá, dije que sí: “Acepto la ayuda y voy”. Eso fue un martes; el sábado llegué.

—De ese martes a ese sábado, ¿qué te pasó por la cabeza?

—Muchos miedos. Pero seguí tomando hasta el último día, hasta el viernes a la noche. Acá llegué roto, con una resaca tremenda.

—¿Cómo es un día tuyo en EIRA?

—Hermoso. Nos levantamos a las 7:30, desayunamos temprano, hacemos una lectura. Después hacemos el orden: nosotros limpiamos la casa. Más tarde tenemos actividad física: boxeo, yoga, natación, pádel, fútbol. Después, un grupo donde uno comenta sus problemas, las cosas que le andan pasando. También tenemos un taller de escritura, que me sirve muchísimo. A la tarde tenemos un ratito para llamar por celular a nuestros familiares. La llamo a mi mamá todos los días. Y a las 11 nos acostamos.

—¿Tienen celular?

—Sí. Pero solo podemos usarlo 20 minutos a la tarde.

—¿Se pueden usar redes sociales?

—En este momento no. Más adelante sí. Depende la etapa del proceso en la que estés. Yo estoy en la fase intermedia; después viene la reinserción social y laboral. También tenemos un tiempo libre, obviamente, y lo disfrutamos muchísimo: hay gente que toca la guitarra increíblemente bien y yo me pongo a cantar. Y los sábados y domingos tenemos salidas. Depende de cuánto tiempo tenés, ya vas saliendo. De hecho, hace poquito estuve por Córdoba: me fui seis o siete días allá.

—¿Le pediste disculpas a tu mamá?

—Sí. Fue fuerte.

—¿Cómo le pediste perdón?

—Antes de ir a Córdoba, por teléfono.

"El sufrimiento es eterno: te levantás y te acostás triste, porque tenés un hijo que se está muriendo"

Incondicional

A pocos metros, Betina Chiacchio sigue con atención cada palabra de su hijo. A veces asiente; en otras, niega con la cabeza. En un instante sonríe para luego acongojarse. Pero siempre lo escucha. Y está ahí. Aun a la distancia, como cuando Nicolás estaba en México y ella en Córdoba, enfrentando un cáncer, nunca se alejó. El tiempo y las distancias son relativas cuando se trata del amor de una madre. La misma que ahora toma la palabra.

—¿Betina, cuando entendiste que el alcohol era un problema en la vida de Nicolás?

—A los 20 y pico de él, hace más de diez años.

—¿Y cuándo te asustaste en serio?

—Cuando se fue a México: sentí que perdía la visión de él, ese poder de mamá, que siempre estamos para cuidar. Y fue tremendo cuando me llamó su jefe diciéndome: “Su hijo es un alcohólico, lo voy a dejar en la calle”. Estando muy lejos, sin la posibilidad económica de viajar, y pidiéndole por favor que no lo tirara a la calle...

—Y vos, atravesando un cáncer.

—Y yo, con un cáncer... Cáncer de pulmón, por las tristezas. Lo entendí después: jamás fumé y tuve cáncer de pulmón. Me operaron hace cinco años, me sacaron casi un pulmón entero. Hoy estoy bien.

—Cuando Nico no viajó para tu operación, ¿qué te pasó a vos en ese momento?

—Solo quise darle fuerzas a él. No pensé en mí, pensé en él.

—¿Vos entendiste que él no podía?

—Sí.

—¿O te enojaste?

—Nunca me enojé. Siempre estuve más triste que enojada. Siempre me sentí abatida, sentí que yo no podía. Como enseñan en EIRA, soy la típica madre codependiente que cree que va a lograr que él pueda.

—¿Tus otros dos hijos se enojaron?

—Muchísimo. Me decían: “Má, vos te vas a morir por culpa de Nico”. Lo aman, pero estaban muy muy enojados. Y yo, diciéndome a mí misma: “No te podés morir”. Sentía que tenía que salvar la familia, pero que sola no podía. Cuando vine acá me di cuenta de que somos una familia enferma, que acá nos ayudan y vamos a salir adelante.

Hoy Nicolás se recupera en
Hoy Nicolás se recupera en Fundación Eira y está listo para volver a cantar. (IG: @nicolasolsina)

—¿Te daba miedo morirte y qué iba a pasar con Nico?

—Yo tenía la seguridad de que no me iba a morir hasta verlo a Nico bien. Esa cosa todopoderosa que necesito tener para seguir. El sufrimiento es eterno: te levantás y te acostás triste, porque tenés un hijo que se está muriendo, literalmente. Y qué es lo más bueno del mundo, porque Nico es un sol.

—Nico te pidió disculpas.

—Nico siempre pide perdón, por todo lo que hace. Me ama incondicionalmente. Pero nunca me lo había dicho así. Y yo le dije: “Nico, yo sabía que no me iba a morir”. O sea, seguí en un papel de dura, no me aflojé. Y le dije: “Bueno, te perdono, pero yo iba a estar viva para que vos volvieras, yo iba a estar bien”. Pero estuve destruida.

—¿Acá te están rearmando a vos también?

—Totalmente. Desde el día cero.

—Hace poco Nico estuvo en tu casa. ¿Te dio un poco de miedo que vaya?

—No. Yo confiaba que él iba a estar bien. Sí tenía miedo de lo que él sintiera cuando entrara de nuevo a la casa donde consumió mucho. No tenía miedo de que consumiera; tenía miedo de su tristeza, de su depresión.

—¿Y qué pasó?

—Estuvo muy bien, estuvo muy bien...

Todavía cantamos

En EIRA, Nicolás continúa con su recuperación. Es un trabajo arduo, sin prisa pero sin pausa: no tiene descanso. Él lo sabe. Es una de las tantas circunstancias que aprendió en estos meses. “Acá te hacen entender cómo funciona la enfermedad, cómo se va filtrando por todos lados -cuenta-. Ahora está controlada, pero no significa que estoy listo para irme. Al principio, cuando llegué, estaba con muchos temblores, transpirando muchísimo. Habré estado así una semana. La abstinencia del alcohol es fuerte”.

—¿Pudiste empezar a trabajar el problema de base, la depresión?

—Lo estoy trabajando.

—¿Te sentís mejor?

—Sí, mucho mejor.

—¿Da miedo lo que viene para adelante?

—Ahora no. Antes, la verdad, tenía miedo. Ahora estoy más tranquilo.

—¿Cuál es la ilusión para lo que viene?

—Seguir cantando.

Si querés contar tu historia escribinos a: voces@infobae.com

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