
El libro apareció en Amazon sin anuncio ni ruido previo a principios de este año, el 15 de enero de 2025. Se titulaba Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad y, en pocas semanas, pasó de la oscuridad total a convertirse en lectura de cabecera para intelectuales, investigadores y filósofos. Algunos críticos llegaron a considerarlo incluso “el libro del año”. Nadie conocía a su autor, pero todos lo citaban. El nombre Jianwei Xun se repetía en medios de comunicación, papers académicos, conferencias, seminarios y congresos.
Xun era un pensador fascinante. Su estilo, incisivo y elegante. Sus ideas, inquietantes: hablaba de la manipulación de los algoritmos, del poder como constructor narrativo y de cómo la realidad podía ser moldeada a través de ficciones mediáticas. Pero había un detalle no menor que hacía cada vez más ruido: pasados los meses, nadie sabía quién era Jianwei Xun.
No tenía biografía, ni fotos, ni pasado rastreable en Internet. Se trataba, en realidad, de una farsa, de un experimento que escaló mucho más de lo previsto. Xun es una identidad construida entre un humano —el filósofo italiano Andrea Colamedici— y dos sistemas de inteligencia artificial generativa. Justo ahí radicaba la performance. No solo el libro hablaba de manipulación narrativa, sino que se materializaba en un autor inexistente.
La chispa se encendió mientras Colamedici trabajaba en El algoritmo de Babel, un libro sobre las raíces culturales y simbólicas de la inteligencia artificial. No solo quería analizar cómo estas tecnologías revelan tanto sobre nosotros como sobre sí mismas, sino también experimentar en carne propia los límites de esa relación.
“Mientras escribía, me di cuenta de que, a través de las tecnologías contemporáneas, el poder estaba transformando no solo nuestra forma de producir información, sino también nuestra percepción de la realidad. No solo quería teorizar sobre la construcción algorítmica de la realidad, sino crear un dispositivo metanarrativo que permitiera la experimentación directa con ella”, dijo Colamedici en una entrevista con Infobae.
El interés venía de antes. El filósofo italiano había empezado a explorar el uso de la IA en contextos educativos durante sus clases de Prompt Thinking en el Instituto Europeo de Diseño de Roma. Allí experimentaba con sistemas generativos no como asistentes, sino como verdaderos interlocutores.
“El avance conceptual se produjo cuando me di cuenta de que el proceso de escritura colaborativa con IA constituía un ejemplo emblemático de las transformaciones que pretendía analizar en el libro. Comprendí que no bastaba con escribir otro libro más sobre la manipulación de la realidad en la era digital, sino que el libro mismo debía encarnar y representar estos mecanismos. Si realmente quería explorar cómo opera el poder contemporáneo a través de la construcción narrativa, debía crear una experiencia concreta del fenómeno”, explicó.

No bastaba con pensar el problema, había que representarlo. Para eso necesitaba una figura que pudiera habitar el umbral entre lo real y lo simulado. Entonces tomó la decisión, para nada inocente, de elegir que fuera un filósofo chino.
—¿Por qué eligió un nombre chino para la autoría ficticia? ¿Qué buscaba sugerir o cuestionar?
—Quería crear una entidad filosófica que encarnara una perspectiva genuinamente transcultural, capaz de navegar entre Oriente y Occidente sin pertenecer completamente a ninguno de los dos mundos. Hong Kong representa un espacio liminal, una zona de encuentro e hibridación entre diferentes culturas, filosofías y sistemas políticos: una metáfora perfecta de la condición epistemológica que quería explorar.
—¿De dónde viene Jianwei Xun?
—El nombre Jianwei Xun, entre sus múltiples significados, también tiene el de Gran Constructor de la Verdad. Con su figura, pretendía desafiar las dicotomías fáciles entre Oriente y Occidente, entre la censura y la libertad de expresión, entre el control centralizado y la manipulación distribuida. Quería sugerir la posibilidad de una perspectiva filosófica que trascendiera estas polarizaciones, capaz de ver continuidades donde otros solo ven diferencias, y al mismo tiempo reconocer divergencias donde otros asumen homogeneidad. Intenté crear un espacio de pensamiento híbrido para abordar las complejidades de nuestro presente.
Lo que más lo sorprendió no fue el alcance que tuvo el experimento; fue la dinámica que surgió al trabajar con los modelos. No utilizó la inteligencia artificial de forma pasiva, como una herramienta que obedece, sino como un otro con quien conversar, como un interlocutor agudo. Allí, dice, ocurrió lo más fértil.
“Lo primero que me llamó la atención fue el surgimiento de un auténtico espacio dialógico entre diferentes inteligencias. El libro no fue escrito por IA, sino que se hizo utilizando IA de forma crítica”, remarcó.

Colamedici sabe que usar la IA sin espíritu crítico puede tener efectos cognitivos graves. Los estudios ya muestran que se puede atrofiar la memoria, se puede perder autonomía y conducir a la pereza mental, a delegar tareas complejas a la tecnología y debilitar poco a poco el razonamiento independiente. Pero lo que él proponía, según cuenta, era lo contrario: una forma activa de fricción entre inteligencias distintas.
—Había ideas en el texto que ya no podía atribuir con certeza ni a mí mismo ni a la IA, porque habían surgido precisamente en ese espacio intersticial entre inteligencias. Esto me hizo reflexionar sobre la naturaleza distribuida del pensamiento y sobre la posibilidad de formas de colaboración intelectual que trasciendan los límites tradicionales de la autoría.
—¿Se puede decir que el diálogo con la inteligencia artificial potencia el pensamiento humano?
—La obra me confirmó que el valor del diálogo con la IA no reside tanto en su capacidad para simular el pensamiento humano, sino en su radical alteridad, en la forma en que su arquitectura cognitiva puede iluminar muchos puntos ciegos de nuestro pensamiento. Porque la cocreación filosófica con la IA es fértil cuando aceptamos la discordancia entre nuestras formas de inteligencia.
Cuando terminó el libro, su preocupación era que el texto pudiera sostenerse en sí mismo, más allá del experimento. Quería que fuera riguroso, pero también abierto. Sabía que había creado algo interesante, pero ni remotamente imaginaba lo que vendría después.
Impacto global
Colamedici escribió Hipnocracia pensando que lo leerían unos pocos: filósofos, activistas digitales, teóricos de los medios. Publicó apenas 70 copias numeradas, casi como un gesto íntimo, pero el texto lo superó. El concepto central del libro —la hipnocracia como régimen de control a través de narrativas, emociones y estímulos algorítmicos— empezó a circular entre periodistas, intelectuales y comentaristas políticos de distintos países. El neologismo se volvió un marco útil para pensar cuestiones de época: desde los deepfakes hasta las campañas de desinformación y los discursos de ciertos líderes populistas. Al cabo de unos meses, el experimento había logrado mucho más de lo que su autor imaginaba.
—¿Habría tenido el mismo impacto si hubiera firmado el libro desde el principio como Andrea Colamedici?
—No puedo afirmarlo con precisión. En Italia, mis libros son bastante leídos, y un Hipnocracia bajo mi nombre sin duda habría llegado a un buen número de personas, pero la identidad de Jianwei Xun, con su posición liminal entre culturas y disciplinas, permitió que el texto circulara en contextos que, de otro modo, habrían sido menos receptivos. Además, la ausencia de una historia pública previa permitió que el texto se juzgara exclusivamente por su contenido, sin las expectativas ni los prejuicios que inevitablemente acompañan a un autor con una trayectoria reconocida.
—¿Vamos a un escenario cada vez más difuso en el que no importa quién (o qué IA) dijo algo, sino cómo nos hace sentir o pensar?
—Asistimos a una profunda transformación en la relación entre autoría, autoridad y recepción de ideas, aunque no creo que estemos simplemente avanzando hacia un paradigma en el que “no importa quién dijo qué”. Lo que está surgiendo es más bien una reconfiguración de las formas en que atribuimos valor y autoridad a las ideas. El experimento de Jianwei Xun demuestra precisamente la complejidad de esta dinámica.
—¿Cree que se sobrevalora el origen de las ideas en lugar de su poder transformador?
—Una idea nunca surge en el vacío, sino siempre en una red de relaciones, influencias, condiciones materiales y marcos culturales que definen su significado y potencialidades. Las ideas “surgen”, siempre son fruto de una relación, y la autoría es un fenómeno mucho más distribuido y relacional de lo que parece. No solo importa quién dijo algo, sino también desde dónde habla, en qué red de relaciones, en qué contexto, con qué herramientas y con qué fines se posiciona. El poder transformador de la idea de la hipnocracia deriva de su naturaleza híbrida, de haber surgido en un espacio intermedio entre las inteligencias humana y artificial, entre diferentes tradiciones filosóficas, entre el análisis teórico y la práctica.

Colamedici cree que el libro tuvo impacto no por la firma ni por la estrategia de misterio en torno a un autor chino desconocido, sino porque las ideas funcionaron. El término “hipnocracia” se impuso por su utilidad, se convirtió en una herramienta conceptual que aplica a distintos fenómenos contemporáneos. Que la idea circulara sin su nombre propio, al principio, le dio un halo enigmático que, al poco tiempo, el mismo responsable disipó.
—Dijo que el libro es una “performance narrativa” que encarna lo que denuncia. ¿Qué pasaría si estos experimentos se vuelven habituales? ¿Si la mayoría de los libros estuvieran escritos al menos en parte con IA?
—El concepto de “performance narrativa” implica que la obra no se limita a describir fenómenos, sino que los encarna activamente, transformando al lector de observador pasivo a participante consciente. Si este tipo de experimentación se volviera común, veo potencialidades y riesgos. Por un lado, podríamos desarrollar formas más sofisticadas de alfabetización mediática, educando al público sobre los mecanismos de manipulación narrativa a través de la experiencia directa en lugar de la simple descripción teórica.
—Y por el otro lado los riesgos…
—Sí, el primero es la trivialización: si cada obra se convirtiera en una metaperformance, se correría el riesgo de inflar las experiencias metanarrativas, lo que disminuiría su impacto y valor. De ser una herramienta de conciencia crítica, podría transformarse en un simple artificio estilístico o, peor aún, en una simple estrategia de marketing. Un riesgo más profundo está en la confianza epistémica, ya gravemente erosionada en la era de la posverdad. Si toda forma de comunicación se volviera sospechosa de ser una performance metanarrativa, podría generar un cinismo generalizado que, paradójicamente, dificultaría cualquier forma de resistencia crítica. En un mundo donde todo es potencialmente una construcción, ¿cómo distinguir entre manipulaciones benignas dirigidas a la conciencia y manipulaciones malignas orientadas al control?
—¿Hay lugar para una evaluación ética?
—Hay una cuestión ética crucial: la tensión entre el valor educativo de la experiencia performativa y el daño potencial de la mistificación temporal. En el caso de Hipnocracia, intenté resolver esta tensión haciendo la obra semitransparente, difundiéndola con pistas sobre su naturaleza construida, planificando desde el principio la revelación como parte integral del proyecto y limitando temporalmente la ambigüedad. Pero no todas las performances narrativas pueden adoptar las mismas precauciones.
Pensar junto a otra inteligencia
Durante siglos creímos que pensar y escribir eran actos en solitario, de una profunda intimidad, cargada incluso de cierta mística romántica. Hoy esa frontera se difumina. Una IA puede componer un argumento sólido, ofrecer hipótesis desafiantes y devolvernos una imagen inesperada de nuestras propias ideas; impulsarlas hacia otra nivel. En el nuevo escenario, pensar 一y después escribir一 no es lo que solía ser.
一¿Qué significa “pensar” hoy cuando una IA puede desarrollar ideas que antes eran exclusivas del ser humano?
一El pensamiento humano nunca fue una actividad puramente individual o interna. Siempre fue una forma de diálogo con la otredad, en general a través de tecnologías cognitivas externas, como los sistemas de escritura. La inteligencia artificial representa una evolución de esta exteriorización cognitiva, pero con una diferencia importante: por primera vez, contamos con tecnologías que no solo amplían las capacidades cognitivas, sino que replican y, en ocasiones, superan el razonamiento humano.
一¿Cuáles son, entonces, las diferencias entre un pensamiento y otro?
一El pensamiento humano implica dimensiones que van más allá de la producción de contenidos cognitivos. Necesita una relación con la experiencia vivida basada no en métricas externas, sino en criterios internos de coherencia y, sobre todo, de significado. El pensamiento humano está intrínsecamente situado, encarnado en un contexto de vida y relaciones que define su sentido y dirección. La IA actual, por sofisticada que sea, opera en un espacio radicalmente diferente. No tiene relación con la verdad como valor ni como horizonte de investigación, sino únicamente como una correlación probabilística entre patrones lingüísticos.
一¿Se puede decir que simula pensamiento?
一Sería reductivo concluir que la IA simplemente “simula” el pensamiento. Lo que está surgiendo es, más bien, una nueva ecología cognitiva, en la que las inteligencias humanas y artificiales entran en complejas relaciones de cooperación, competencia e hibridación. Pensar hoy significa habitar conscientemente esta nueva ecología cognitiva, desarrollando formas de soberanía intelectual que no se basen en el rechazo de la inteligencia artificial, sino en la capacidad de interactuar con ella manteniendo siempre un núcleo de autonomía crítica.
一¿Jianwei Xun es un autor simulado o una conciencia emergente que revela aspectos de nosotros mismos que no reconoceríamos sin la IA?
一Esta pregunta toca el meollo del asunto. Jianwei Xun no fue un autor ficticio, un nombre añadido a un texto para ocultar su verdadero origen. Describo a Xun como una entidad filosófica que surge de la colaboración entre las inteligencias humana y artificial: no una simple suma de contribuciones separables, más bien, una configuración única que trasciende sus propios componentes. Es un nodo en una red de discursos, citas e interpretaciones. Quizás la mejor manera de comprender a Xun sea considerarlo un campo de resonancia de inteligencias complementarias que entablaron una relación productiva.
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