
Con un calendario más que ajustado, el Congreso iniciará mañana un período de sesiones extraordinarias hasta el 30 de diciembre, con un Gobierno envalentonado y con mayor volumen legislativo, aunque sin mayorías propias, y dos objetivos principales, blanqueados por la propia Casa Rosada: el Presupuesto 2026 y la reforma laboral. Las dudas que persisten desde que se conoció el temario son conocidas y las ansiedades se convierten en temor: leyes cruzadas entre Cámaras para ganar tiempo, un acotado cronograma que choca con las fiestas y bloques que deslizan la posibilidad de proyectos aprobados, pero no sancionados antes de fin de año.
La ley de gastos para el año próximo es la que, en principio, mejor perspectiva presenta. Primero, por el contexto. Ya van dos presupuestos prorrogados por el Ejecutivo -no tendría problemas en hacerlo de nuevo-, aunque el mercado y otros organismos necesitan el guiño de Balcarce 50 con el control del Congreso. También, los gobernadores: entendieron, después de dos años de ajuste -validado con votos-, la conveniencia de contar, al menos, con ciertas partidas escritas en una ley.
Al ser más flexible en cuanto a reglamento, Diputados podría dictaminar rápido el Presupuesto 2026 -lo hizo antes que terminara el período ordinario y, con el recambio, perdió validez- y llevarlo lo antes posible al recinto, para dejarle al Senado dos semanas. La primera, para firmar un despacho; la segunda, luego de los siete días -no habría dos tercios para habilitar sobre tablas, con el kirchnerismo en modo opositor total-, para sesionar. No es ilógico, aunque forzaría con seguridad a trabajar lunes o viernes, la criptonita del 95% de legisladores que vuelan todas las semanas hacia la Capital Federal. Todo esto, bajo una potencial perspectiva acuerdista de las partes que estarán involucradas.

El Congreso es día a día, llamado a llamado y voto a voto. Pensar que todo caminará de forma natural o por mensajes mágicos o desde el cielo sería un grave error de parte del Gobierno libertario. Más aún, con un kirchnerismo herido y que pasó de pegarle piñas parlamentarias a Javier Milei con los ojos cerrados a recientes y desesperados intentos para sostener algo más de un tercio de voluntades. No es menor y no debe olvidarse ya que, en el medio, sólo queda un festín de aceitosos. El ida y vuelta de los articulados, las discusiones en las comisiones y en los recintos son sólo la pantalla de cuestiones políticas, personales y de eventuales elefantes que tendrán que pasar por un bazar sin ser detectados.
Con el Presupuesto 2026 estará atado el demorado texto de inocencia fiscal que entró a Diputados y, en un segundo, ingresó a siesta durante meses. En paralelo a esto, la jefa libertaria en el Senado, Patricia Bullrich, ya prepara el hombro para cargarse la discusión de la reforma laboral, a la que le quiere dar un trámite muy ágil. No es una meta sencilla, pero la saliente ministra de Seguridad asegura tener “fe”. De nuevo, será clave obtener un dictamen en un abrir y cerrar de ojos para aguardar una semana y votarlo. Bien pretencioso.
Detrás de este primer paquete corren, por caso, las modificaciones sobre periglaciares y el nuevo Código Penal, con precisiones no tan claras aún ni estrategia definida. En caso de contar con aprobaciones sin sanciones para las leyes que busca, el Gobierno deberá adoptar un plan B sobre las extraordinarias. La mayoría de las bancadas prefiere cerrar el Congreso en enero y retomar en febrero. Sobre todo, si el corriente mes finaliza sin problemas para el oficialismo. Otros creen que, para no quedar mal ante la opinión pública, se incluiría la última semana de enero para demostrar un menor receso. Es lo que menos interesa, pero son más las consultas por esto que por el articulado de los proyectos, según el bloque. La Casa Rosada lo sabe y por eso aspira, con dicho interés del otro lado mediante, a votar todo lo que pueda.
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