
Javier Milei lo había anticipado horas antes del categórico e inesperado triunfo en las elecciones del domingo pasado. Fue el viernes, ante la cúpula de JP Morgan. Nadie -ni siquiera el presidente- imaginaba que iba a derrotar al peronismo en su principal bastión, la provincia de Buenos Aires, y se alzaría con una victoria por más de 17 puntos ante el kirchnerismo duro. En un coqueto museo porteño, anticipó que se venía un Congreso “más reformista” y que la nueva etapa iba a estar signada por el consenso y el diálogo político, pero con objetivos concretos. Casi una semana después y con el resultado puesto, el jefe de Estado empezó a andar ese camino.
La reunión de Milei con 20 gobernadores de todas las extracciones partidarias envía un poderoso mensaje a la sociedad que lo votó, al “círculo rojo” que venía desconfiado y, también, a los Estados Unidos de Donald Trump, que había apostado por defender más que a un gobierno, a un modelo capaz de ser “exportado” al mundo.
En la prestigiosa revista The Economist un artículo analizó la victoria de Milei y destacó: “Esto tiene repercusiones que van más allá del Río de la Plata. Muchos gobiernos de países desarrollados se enfrentan a déficits fiscales y una deuda desorbitada. Sus problemas no son tan graves como los de Argentina, pero los líderes de los países ricos aún pueden aprender de Milei. Su éxito demuestra el poder de los mensajes económicos firmes pero coherentes, proclamados con claridad y convicción”. La columna está titulada “La oportunidad de Javier Milei para transformar Argentina y enseñar al mundo”.
Lo ocurrido ayer puede resumirse en el abrazo franco que Milei tuvo con Jorge Macri, el jefe de Gobierno porteño. Cinco meses antes, lo había dejado con la mano tendida en el Tedeum de la Catedral Metropolitana. Le había ganado las elecciones porteñas con Manuel Adorni -el vocero que suena para nuevas responsabilidades- y lo acusaba de haber orquestado una “campaña sucia” en su contra. Antes, hostilidad. Ahora reconciliación.
Pero también hay otras señales políticas que fueron anotadas en San José 1111, donde cumple prisión domiciliaria Cristina Kirchner, la jefa de la oposición peronista. El primero de los saludos fue a Gerardo Zamora, el gobernador de Santiago del Estero, que estará a partir del 10 de diciembre en el Senado. Luego, estrechó la mano del peronista pampeano, Sergio Ziliotto. Hasta ayer, se los contaba en el bloque más refractario para las reformas que propone el gobierno libertario. Ya no.
Estos dos gobernadores son clave, porque pueden desgajar al bloque kirchnerista en el Senado, la última trinchera que CFK podía tener para frenar, además de las reformas, la designación de los jueces de la Corte Suprema y de medio Poder Judicial que tiene sus sillas vacías. Lo que se viene es una discusión que podría prescindir de los límites y condiciones de la, todavía, presidenta del PJ.

Que estuvieran el tucumano Osvaldo Jaldo y el catamarqueño Raúl Jalil no fue una sorpresa. Hasta el último tramo de la campaña, se habían mostrado colaboradores de la Casa Rosada en votaciones en el Congreso. Pero confirma que el peronismo está atravesado por internas inocultables. Es la pelea entre las añoranzas y los desafíos del futuro.
El peronismo tiene por delante una encrucijada dramática: dejar atrás el liderazgo de Cristina Kirchner, que es discutido hasta en su casa matriz, la provincia de Buenos Aires, para proyectarse como opción de poder en el futuro, o convertirse en una fuerza testimonial y atávica. El presente lánguido y crepuscular de la Unión Cívica Radical puede atestiguar los resultados de esa alternativa.
Flexibilidad y consenso
La reunión con los gobernadores tuvo una coreografía y una escena cuidada al detalle. Los gobernadores de un lado y todo el gobierno, con Milei en el centro, del otro. Desde Karina Milei -que venció a muchos de ellos con candidatos ignotos- a Santiago Caputo. De Luis “Toto” Caputo y Santiago Bausili -el ortodoxo presidente del Banco Central- al dialoguista Guillermo Francos. De Adorni a María Ibarzábal Murphy. No faltaba nadie.
Se habló de Presupuesto, de la reforma laboral y tributaria, del endurecimiento del Código Penal y de las partidas que las provincias necesitan. Fue el inicio de la nueva etapa, con un Milei poderoso tras el veredicto de las urnas, y jefes políticos territoriales que tienen más necesidades que exigencias.
No hubo reproches, más bien elogios mutuos. El presidente contó que les reconoció la gestión seria que todos habían ejecutado en sus provincias para garantizar el equilibrio fiscal. Porque el Presupuesto Base Cero es un programa de gobierno compartido.
Está abierta la discusión por la transferencia de una parte del impuesto a los combustibles líquidos y el compromiso de aflojar el nudo de los envíos de fondos a las provincias. Son las “efectividades conducentes” que mencionaba Hipólito Yrigoyen.
Ninguno puso reparos a discutir la modernización de la legislación del trabajo y desactivar, a partir de ahora, la ultraactividad de los convenios colectivos, que atascan la creación de empleo y confinan a uno de cada dos trabajadores a la informalidad y a la ausencia absoluta de derechos.
Por ahora es una foto. Pero el presidente confía en que se traducirá en acuerdos de mediano plazo para normalizar una Argentina maniatada. Quedan 40 días para el 10 de diciembre. Habrá un Congreso nuevo y un nuevo Gobierno.
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