
El video se pasó una y otra vez en el acto que el fin de semana escenificó una ruptura en el peronismo bonaerense que luce, a esta altura, irreversible. Se lo mostró antes y después del discurso de Axel Kicillof y uno de los protagonistas llamó la atención. Antonio Cafiero es la parte que explicó el todo. Es que en el PJ, que formalmente preside Cristina Kirchner, la frase gardeliana “veinte años no es nada” resume, en su sentido literal y poético, las turbulencias que sacuden al dispositivo de poder que, por ahora, sobrevivió a los vaivenes de la democracia.
Para entender los días que vienen, es pertinente reconstruir una historia corta y otra más larga.
Máximo Kirchner, que formalmente preside el PJ bonaerense, suele contar que detectó el inicio de la “traición”, el 23 de octubre de 2023. Más precisamente, la noche en la que, cree, se apropió de la victoria. Una semana antes, había cerrado la campaña en el estadio de Arsenal, en una tarima con el logo de Unión por la Patria. Después de ganar por casi 20 puntos de diferencia su reelección, celebró el triunfo con otra marca: “Derecho al futuro”. A sus íntimos, el diputado les recuerda que no lo dejaron subir al escenario y que La Cámpora quedó, desde ahí, en el bando de los enemigos.

Al revisitar los videos de esos días y los del sábado pasado, se entiende todo perfecto. El gobernador Kicillof tejió con intendentes del Conurbano bonaerense, sindicalistas y movimientos sociales el final del tutelaje cristinista. A diferencia del 2021, del 2017, del 2013 y del 2009, esta vez, hay un desafío desde la territorialidad de intendentes que no se fueron y que están dispuestos a sacarse de encima a la ex presidenta, aun perdiendo.
“20 años no es nada”
En el discurso, Kicillof habló de los últimos 20 años. Es una temporalidad que hizo juego con Cafiero y también con Néstor Kirchner. El ex gobernador bonaerense tuvo que romper en el 85 con el PJ de Herminio Iglesias -el del cajón- para renovar el peronismo desde afuera. Ganó perdiendo ante el alfonsinismo y tuvo premio: llegó a la gobernación y, a su pesar, permitió la llegada de Carlos Menem a la Presidencia de la Nación.
En 2005, Néstor Kirchner rompió con Eduardo Duhalde, su mentor, lo batió en elecciones, otra vez, desde afuera. Con el Frente para la Victoria y la candidatura de Cristina Kirchner, el entonces presidente derrotó al PJ formal, que postuló a Chiche Duhalde.
La historia no se repite, pero rima. En 2025, Axel Kicillof reformula esa tradición de ruptura y renovación y se prepara para doblegar, un liderazgo que viene ajado por una acumulación de fracasos, ajenos y propios. Están ahí las experiencias fallidas con Daniel Scioli, Alberto Fernández y Sergio Massa. Al gobernador lo empujan y se deja empujar en esa aventura por una coalición de intendentes y punteros fastidiados con CFK, pero más con La Cámpora. Es una guerra sin cuartel por el poder, pero también por el rencor.
“Estas elecciones legislativas sabemos que son difíciles: hace 20 años que el peronismo no gana las elecciones intermedias”, aguijoneó Kicillof desde el escenario. A un costado estaba Jorge Ferraresi, de Avellaneda, y también Fernando Espinoza, de La Matanza. Son dos barones del Conurbano que saben tanto de lealtad como de traición. ¿O no le prometió Espinoza a CFK que nunca la iba a enfrentar si era candidata por la Tercera Sección Electoral?

Con todos estos antecedentes, el peronismo se enfrenta a la hora de la verdad, en un escenario que se parece bastante a lo que pasó en las elecciones de la Capital Federal. Hay al menos diez candidatos que pueden “morderle” cachitos del caudal electoral opositor a Javier Milei. Intendentes como Julio Zamora, de Tigre; Fernando Gray, de Esteban Echeverría, los hermanos Passaglia, de San Nicolás; Guillermo Moreno, Facundo Manes, Ricardo Alfonsín, los libertarios blue de Carlos Kikuchi y Fernando Burlando, anticiparon su voluntad de competir el 7 de septiembre.
Son jugadores de reparto ante el verdadero adversario del sistema democrático: la apatía de votantes que se cansaron de todo y de todos. El desinterés por la política llega al 50%: el electorado se convirtió en un enigma que los dirigentes no saben descifrar.
¿Y ahora, CFK?

Cristina Kirchner supo definir al poder como la facultad de “hacer que las cosas sucedan”. Hace ya tiempo que no pasa. Ninguno de los gobernadores peronistas estuvo presente en su asunción como Presidenta del PJ Nacional y asistieron pocos intendentes y menos sindicalistas. El partido se convirtió en una caja de resonancia de los propios y recipiente de las quejas de los otros. La ex vicepresidenta, igual, busca el diálogo con todos los que quieren verla.
Por el Instituto Patria pasan muchos más dirigentes de los que se conocen. La rigidez y el dogmatismo que le atribuyen sus enemigos choca con la realidad de lo que pasa cada vez que el peronismo enfrenta una coyuntura electoral. Hay, de todos modos, una plasticidad disimulada por las formas: CFK es una negociadora dura que, para aquellos que no la quieren, cede en lo accesorio y se planta en lo esencial.
Cristina Kirchner ha dicho que estaba dispuesta a ser candidata por la Tercera Sección Electoral. Ganar en La Matanza, Lomas de Zamora, Quilmes, Lanús y Avellaneda y convertirse en una referencia opositora a Milei con proyección nacional. Son 19 municipios y casi 5 millones de votos. Es allí el epicentro del desafío más complicado que le plantó Kicillof. “No suele hablar por hablar, pero la prioridad es la unidad”, advierten en su entorno.
No es la interna peronista, igual, lo que más le preocupa. Sabe que la Corte Suprema puede en cualquier momento firmar un escueto artículo 280 que rechace el último recurso contra la condena a seis años de prisión por la Causa Vialidad. La pena accesoria es inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, nacionales y provinciales. Es una decisión que puede cambiar el escenario del peronismo bonaerense y nacional. Porque 20 años no es nada. O lo es todo. Hoy se empezará a develar la verdad de lo que viene.
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