
Héctor Daer lleva 9 años como cotitular de la CGT y 24 años como titular de la Asociación de Trabajadores de la Sanidad Argentina (ATSA) Filial Buenos Aires. En menos de dos meses, anunció su decisión de dar un paso al costado en ambos puestos.
En un sindicalismo de reelecciones perpetuas y de mandatos que se extienden por largas décadas, el gesto de ese líder sindical es toda una rareza y, además, se convierte en una señal que pone en foco al resto de sus colegas e incluso a los dirigentes políticos. ¿Quién renuncia al poder aunque perciba el rancio aroma a ciclo cumplido?
Hasta ahora, la inmensa mayoría de los dirigentes gremiales sólo se retiraba obligado por cuestiones de salud o porque se moría. Daer, en cambio, tiene 63 años (joven para el sindicalista argentino promedio) y deja dos lugares clave porque, según sus allegados, cree que es la hora de un recambio, aunque seguirá siendo el titular de la federación nacional (FATSA) y presidente de la rama americana del Sindicato Global UNI (UNI Américas), que reúne a los gremios de servicios de todo el mundo, e incluso aspira a continuar en el Consejo Directivo de la CGT en nombre de FATSA, pero en otro cargo.

Algunos de sus colegas miran de reojo a Daer desde que Infobae reveló que no irá por una nueva reelección en ATSA en los comicios del 7 de agosto. Es un “mal ejemplo” para la tradición del sindicalismo peronista, donde la clave es la supervivencia y mantener el poder, a veces impidiendo como sea la irrupción de opositores internos. Su consagración al frente de una lista única es para cualquier líder sindical más valiosa que el triunfo ante una nómina disidente. Por algo un gremialista de la talla de Lorenzo Miguel se vanagloriaba de que “en la UOM siempre se vota por unanimidad”.
Tras 30 o 40 años en el poder, muchos dirigentes están sufriendo el “factor Milei”, es decir, esa realidad desafiante de un gobierno que arrincona al sindicalismo, rompiendo el libreto que le sirvió a sus líderes para manejarse en el poder durante largas décadas y para contener a unas bases de trabajadores que hoy ya no logran decodificar. “Si a Milei le va mal, no creo que el principal beneficiario sea el peronismo; nadie tiene claro qué quiere la mayoría de la gente”, admitió ante Infobae un viejo cacique sindical, desorientado y apesadumbrado por los cambios en la sociedad argentina.
A los jefes sindicales no les resulta sencillo sacar a la militancia a la calle ni mucho menos lograr que voten en las elecciones en los gremios, donde la participación tiene niveles cada vez más bajos. Por eso, aunque la doble retirada de Daer tenga otra explicación, se convierte en un signo de estos tiempos hostiles para los gremialistas. Si Alberto Fernández, presidente de un gobierno peronista, no tuvo ningún problema en excluir al poder sindical de su gestión, ¿qué podía esperarse de la administración libertaria?

El Gobierno no convoca a los sindicalistas a dialogar, les impone abiertamente un cepo salarial, reforma y desregula el Estado sin pedirles opinión y dicta decretos y promueve leyes que tocan la sacrosanta legislación laboral que nadie se anima a cambiar aunque no sirva para generar empleo genuino y proteger al trabajador. Y, por ahora, ese mismo gobierno mantiene niveles importantes de apoyo en las encuestas, con la inflación y el dólar controlados.
Así se entiende que este sindicalismo, surgido y consolidado para otro modelo de país, otra economía y otra sociedad, no encuentre las respuestas adecuadas para los desafíos que plantea Milei. Los paros generales y las movilizaciones son las expresiones lógicas de protesta, pero todos saben que funcionan más como descarga que como herramienta para transformar una realidad adversa.
En ese contexto, además, hay una certeza inquietante: la nueva CGT ya no será la misma. En el congreso que tendrá lugar a mediados de octubre, no sólo Daer dará un paso al costado. Tampoco seguirán los otros cotitulares, el barrionuevista Carlos Acuña (estaciones de servicio) y el moyanista Octavio Argüello (Camioneros) y la gran duda es si habrá un sólo secretario general o seguirá un triunvirato. Convencidos de que el esquema de tres cotitulares nunca funcionó, Daer y Andrés Rodríguez (UPCN), más algunos aliados, promueven a Jorge Sola, líder del Sindicato del Seguro, como el único jefe de la CGT. Es un dirigente de discurso más moderno, capaz de enfrentar las cámaras y los micrófonos con solvencia, e incluso habría sido ministro de Trabajo si Sergio Massa le hubiera ganado el ballotage a Milei.

Sin embargo, existen otros dirigentes que creen que, ante la ausencia de un candidato con mayor consenso interno para ser secretario general, debe mantenerse el esquema de conducción de un triunvirato. Martínez mira con buenos ojos el ascenso de Cristian Jerónimo (empleados del vidrio), que proviene del moyanismo y, por lo tanto, se infiere que Hugo Moyano le terminará dando su apoyo.
Luis Barrionuevo, a su vez, propondría en lugar de Acuña a Daniel Vila, el líder del sindicato de Carga y Descarga que le ganó el conflicto de encuadramiento en Mercado Libre al Sindicato de Camioneros. Aunque en el barrionuevismo otros apuestan sus fichas a la llegada al triunvirato cegetista de Maia Volcovinsky, la secretaria adjunta de la Unión de Empleados Judiciales de la Nación (UEJN), que desde febrero es la representante del sector femenino de Trabaj.ar, el partido que creó el líder de Gastronómicos para tener más presencia en el Congreso.

En las últimas semanas, además, hay intensos movimientos desde el sindicalismo kirchnerista para impulsar a Abel Furlán, el titular de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), como futuro líder de la CGT. Hay dirigentes que respaldan la idea de que un importante gremio industrial tenga presencia en la máxima conducción cegetista.
¿Habrá más recambio en la CGT y en el sindicalismo en general? La sensación térmica en la dirigencia es que si la inflación y el dólar siguen contenidos, Milei se encamina hacia un triunfo inapelable en las elecciones de octubre. Y podría significar, entre otras cosas, un fuerte impulso a proyectos que están en el Congreso y que preocupan a la CGT, como el de Democracia Sindical que promueven el PRO y la UCR, que deroga la reelección indefinida e impone fuertes controles y límites al poder que tienen hoy los gremialistas.
Ante ese panorama inquietante, ¿habrá más dirigentes que imiten a Daer para dar un paso al costado antes que pasar a la historia como quienes no pudieron frenar la pérdida de poder del sindicalismo? Por eso el desafío de la CGT no es sólo renovarse sino también reinventarse.
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