
Hace tiempo que Alberto Fernández abandonó las pretensiones que había adelantado sobre el final de 2021 de pelear por la reelección. Así lo admiten los colaboradores de su entorno más estrecho, aunque lo dicen por lo bajo: reconocer que no tiene posibilidades de competir en las PASO, sería una señal de debilidad, que podría poner en riesgo la gobernabilidad en un contexto de grave crisis económica y de incesante fuego amigo en la coalición de gobierno.
Sin embargo, tras permanecer durante casi dos meses con un perfil muy bajo, esta semana el jefe de Estado sintió que respiraba una bocanada de aire fresco. Por primera vez desde la salida de Martín Guzmán, pudo jugar un papel relevante en un tema de la agenda caliente nacional, a través de su intervención en la pelea entre la patronal y los trabajadores de la industria de los neumáticos.
Durante toda la semana, Alberto Fernández puso el grueso de sus esfuerzos políticos en favorecer un acuerdo en el conflicto entre el Sindicato Único de Trabajadores del Neumático Argentino (SUTNA) y las empresas, Bridgestone, Pirelli y Fate. De hecho, el martes canceló un acto en Tecnópolis para dedicarse a las negociaciones. Y el jueves terminó montando, en la Casa Rosada, una especie de mesa de diálogo paralela a la que lideraba Claudio Moroni en la sede de Trabajo. Sobre la hora, en permanentes conversaciones con el ministro, y con la ayuda de un inesperado aliado, el camionero Pablo Moyano, contribuyó a destrabar la pelea que su funcionario de confianza no lograba resolver.
En la Casa Rosada, donde los ánimos venían muy alicaídos, festejaron el acta de acuerdo que se cerró en la cartera laboral el viernes a la madrugada como si hubiera sido un gol. “Para los que dicen que está pintado”, se jactó un importante funcionario de la órbita nacional que sufrió en carne propia las embestidas del kirchnerismo y el corrimiento del primer mandatario. Mientras Sergio Massa acapara la agenda económica y Cristina Kirchner tiene poder de veto en la toma de decisiones, en la Casa Rosada creen que Alberto Fernández está a tiempo de recuperar el rol que supo ostentar como aglutinador en momentos de tensión.
El país, diagnostican en Balcarce 50, atraviesa un “clima pre diciembre”, adelantado por la inminencia de un Mundial de fútbol- que por primera vez se juega en noviembre tras la postergación por la pandemia- y por la falta de control sobre la inflación. Y aunque el contexto de fuerte convulsión social desvela al Gobierno, es favorable a los planes de erigir al Presidente como garante del diálogo.

Por caso, el viernes, un alto funcionario resaltó el contraste con la postura que había adoptado Sergio Massa -que arremetió contra los gremios y amenazó con abrir las importaciones de neumáticos- y enalteció la necesidad de “un líder moderado” en la actual composición del oficialismo.
Si bien el incipiente entusiasmo no alcanza para generar expectativas sobre una reelección, es suficiente para que en la Casa Rosada se ilusionen con mejorar la -bajísima- imagen pública del primer mandatario. Se sienten fuera de la mira del kirchnerismo, que, como quedó en evidencia en el discurso de Máximo Kirchner en Morón ayer, está enfocado en las causas judiciales de Cristina Kirchner y en la investigación sobre el intento de asesinato. Algo más relajados, piensan en formas de obtener mayor margen de maniobra para el año que viene. No sólo para administrar en la cúpula del Ejecutivo sino, eventualmente, para lograr un mejor posicionamiento en el -aún lejano- cierre de listas. Si no compite, como mínimo, el Presidente intentará ubicar a sus dirigentes afines en el Congreso, alguna intendencia y las legislaturas, a los fines de conservar cierto espacio de poder en el peronismo.
Además, el Presidente busca conservar los pocos espacios de poder que le quedan en un Gobierno que se transformó, en palabras de un aguzado funcionario nacional, en “El juego del calamar”, en alusión a la sangrienta serie coreana que estuvo de moda el año pasado. Hoy, Alberto Fernández defiende la permanencia de los ministros de Trabajo, Moroni, y de Desarrollo Social, Juan Zabaleta. Aunque entre ambos casos hay matices.

El primero, abogado laboralista de amplia experiencia y extrema confianza de Alberto Fernández, que había presentado su renuncia en la última crisis, está dispuesto a permanecer en el Gabinete a pesar de los cuestionamientos del kirchnerismo, que se enfatizaron en los últimos días. En cambio, Zabaleta está deseoso de regresar a Hurlingham, su municipio de origen, para preparar la carrera contra La Cámpora en 2023.
Desde hace meses Zabaleta venía dando señales de hartazgo por las presiones de La Cámpora dentro de su cartera, pero también por la falta de ímpetu de Alberto Fernández para conformar una fuerza propia. Y en los últimos días trascendió que su salida estaba muy próxima. Pero el Presidente, que movió piezas para conservar a Moroni esta semana, está decidido a convencer a Zabaleta de que se quede. En los últimos días les pidió a sus colaboradores que salieran a aclarar que sigue en su cargo. Y el viernes por la tarde, una alta fuente muy cercana al primer mandatario aseguró que “ni siquiera se está hablando” de su salida.
Mientras tanto, sus colaboradores más estrechos están muy atentos sus actividades y discursos, para evitar errores. Esta semana, Alberto Fernández brindó mensajes de bajo tenor político, donde se limitó a apelar a las repetidas y vagas ideas de la “unidad” y el futuro de la Argentina. Y algunos de sus laderos lograron que eludiera asistir a la función de estreno de la película “Argentina, 1985″, una de las actividad que tenía previstas para el jueves por la tarde y que, analizaron, derivaría en un problema. “Imaginemos una foto de Alberto en el cine en medio del caos. Hubiera sido un desastre”, se alteró un importante funcionario.
Algo liberados de las presiones del kirchnerismo, en la Casa Rosada se preparan para el último año de administración. Pero antes, deberán atravesar sin mayores incidentes los últimos días de un 2022 que se presenta cargado de conflictividad social. Por lo pronto, Moyano, después del hablar con el Presidente, adelantó que pedirá una paritaria superior al 100 por ciento. Y amenazó con sacudir el país con el poderoso gremio de camioneros si no hay arreglo en la audiencia del martes. Mientras que Máximo Kirchner, durante su discurso de ayer en Morón, apoyó la toma de colegios secundarios en la Ciudad y la huelga del sindicato del neumático. El Presidente, por su estilo, su historia y sus relaciones, es el dirigente del FDT más adecuado para contribuir a calmar las aguas, dicen en la sede del gobierno nacional. Aunque está por verse si es suficiente para paliar el nivel de agitación que se prevé para las próximas semanas.
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