En la margen sur del valle de Chicama, donde el desierto costero se cruza con antiguos trazos de irrigación, un sitio arqueológico comienza a ofrecer respuestas concretas sobre la forma en que el Imperio Chimú organizó su economía agraria. Quebrada del Oso, un asentamiento poco visible fuera del ámbito académico, emerge como una pieza clave para entender la relación entre ingeniería hidráulica, administración estatal y producción de alimentos en la costa norte del Perú prehispánico.
Durante décadas, este espacio fue interpretado de manera parcial. Los primeros estudios, realizados hace más de medio siglo, describieron estructuras y campos antiguos, pero dejaron abiertas muchas preguntas sobre su uso real. Hoy, una investigación reciente permite reconstruir con mayor precisión el rol que cumplió este lugar dentro del sistema chimú, en estrecha relación con una de las obras hidráulicas más complejas de su tiempo: el canal intervalle Moche–Chanchán.
Los nuevos hallazgos no solo reordenan la cronología del sitio, sino que también lo sitúan como un centro productivo y administrativo vinculado directamente a decisiones estatales. La evidencia científica aporta datos concretos sobre cultivos, control del agua y presencia de funcionarios, lo que amplía el conocimiento sobre la expansión territorial y económica de esta civilización.
Un centro agrícola planificado desde el poder chimú
Los resultados de la investigación fueron publicados en la revista científica Antiquity Journal por la arqueóloga Carito Tavera. El estudio reexamina la historia de ocupación de Quebrada del Oso, un asentamiento cuya construcción comenzó durante el dominio chimú, entre los años 900 y 1470 d.C., y que mantuvo actividad hasta los primeros años de la colonia.
El equipo de investigación, liderado por Tavera e integrado por Juan Manuel Quispe Baquedano, Diana Huachaca Montes, Alicia Boswell, Charles Stanish y Henry Tantaleán, retomó excavaciones y registros antiguos con nuevas herramientas científicas. Según la investigadora, uno de los principales aportes consiste en confirmar que las áreas identificadas como paleochacras sí cumplieron una función productiva real.
En diálogo con la Agencia Andina, Tavera señaló que “las extensas áreas identificadas como paleochacras sí fueron utilizadas de manera efectiva para la producción de alimentos, particularmente maíz y frejol”. Esta afirmación se apoya en análisis microbiotánicos de suelos, que detectaron fitolitos de estos cultivos, además de diatomeas, microalgas que solo prosperan en ambientes con presencia constante de agua.
“La presencia de diatomeas demuestra que el agua del canal intervalle era derivada hacia los campos de cultivo, confirmando un uso planificado del recurso hídrico”, explicó la arqueóloga. El complejo agrícola identificado alcanza cerca de 60 hectáreas, una extensión mayor a la estimada en investigaciones anteriores.
El canal Moche–Chanchán y la gestión del agua
El canal intervalle Moche–Chanchán transportaba agua desde el río Chicama hacia el valle de Moche y representó una obra de ingeniería de alta complejidad. De acuerdo con Tavera, esta infraestructura fue diseñada para recorrer la cordillera costera con una pendiente constante, lo que permitió mantener el flujo del agua a lo largo de varios kilómetros.
Durante su trayecto, el sistema incluyó desfogues controlados que facilitaron el desarrollo de complejos agrícolas como Quebrada del Oso. “El sitio no es una consecuencia accidental del canal, sino una necesidad para que esta tecnología funcione”, indicó la investigadora. Canales secundarios y terciarios distribuyeron el agua en todo el espacio productivo, lo que revela una gestión eficiente orientada a sostener la producción alimentaria del imperio.
Arquitectura administrativa con patrones chimú
Las excavaciones también permitieron identificar un conjunto arquitectónico de carácter administrativo, organizado en tres sectores principales. El componente más destacado presenta una estructura rectangular con dos plazas y una audiencia en forma de “C”, un diseño característico del mundo chimú asociado a funciones de control y gestión.
“Aunque no tiene la monumentalidad de Chan Chan, el diseño replica claramente sus patrones arquitectónicos”, indicó Tavera. En estos espacios no se encontraron restos de cerámica, lo que refuerza su interpretación como áreas administrativas sometidas a limpieza constante, a diferencia de los campos agrícolas donde sí aparecieron evidencias de uso cotidiano.
Otro aspecto relevante del estudio corresponde al hallazgo de más de 1.200 fragmentos de cerámica utilitaria, como platos, cántaros y botellas, vinculados al período Chimú tardío. Estos materiales aparecieron dispersos en los campos de cultivo y evidencian la presencia diaria de trabajadores agrícolas.
El análisis también identificó cerámica de estilo Casma, procedente de un valle situado varios kilómetros al norte. Esta evidencia abre la posibilidad de que el Estado chimú trasladara poblaciones Casma para trabajar en Quebrada del Oso, una estrategia de control laboral que más tarde utilizaron los incas.
Fases de ocupación y uso posterior del sitio
Las dataciones radiocarbónicas, aplicadas por primera vez a la arquitectura del lugar, revelaron al menos tres fases de ocupación. La primera se sitúa entre 1400 y 1445, periodo de construcción inicial del acueducto y del complejo agrícola. Una segunda fase, durante el siglo XIV, muestra remodelaciones y ampliación de los campos. La última, entre 1463 y 1628, corresponde a un uso posterior durante la época inca y los primeros años de la colonia.
“En esta última etapa ya no hablamos de una ocupación estatal, sino de poblaciones que aprovecharon la infraestructura hidráulica aún funcional”, precisó Tavera.
Tecnología, trabajo colectivo y amenazas actuales
La investigación incorporó drones, excavaciones extensivas, análisis de laboratorio y recalibración de fechados radiocarbónicos. “Hoy la arqueología es más científica y multidisciplinaria, sin dejar de lado la interpretación social”, afirmó la arqueóloga, quien destacó el carácter colectivo y multigeneracional del proyecto, con participación de universidades como la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, la University of South Florida y la University of California–Santa Barbara.
Por su parte, el arqueólogo Henry Tantaleán resaltó el valor del sitio para entender la seguridad alimentaria chimú. “Estamos hablando del centro de producción agrícola más extenso y mejor conservado de la costa norte peruana”, manifestó. Explicó que Quebrada del Oso funcionó como un complejo agrícola gestionado por funcionarios de élite enviados desde Chan Chan para garantizar el abastecimiento en épocas de sequía.
Tantaleán advirtió sobre riesgos que afectan al área, como actividades extractivas cercanas y la presencia de instalaciones avícolas que generan desperdicios. “Afortunadamente, el sitio arqueológico queda lejos de la zona urbana, pero la presencia de actividad minera y avícola pueden terminar dañando la intangibilidad de este patrimonio cultural”, dijo. También indicó que el Ministerio de Cultura ya recibió información sobre esta situación.
El investigador destacó el respaldo de la Municipalidad Distrital de Chicama. “Sin el constante apoyo de la autoridad municipal no hubiéramos podido avanzar como lo hemos hecho hasta ahora”, expresó, al señalar la importancia de mantener el diálogo con futuras autoridades para asegurar la continuidad de la investigación.
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